50-POTENCIALIDAD
Y DETERMINISMO BIOLÓGICOS
õ
"Nuestras ideas deben ser tan amplias como
la naturaleza si aspiran a interpretarla"
Arthur Conan Doyle (por boca de Sherlock
Holmes)
La independencia que ha llegado a alcanzar el ser humano en sus
resoluciones volitivas inteligentes implica que cierto tipo de capacidades
intencionales de las que carecían sus ancestros, han sido potenciadas muy
notablemente, a la par que lo que en un principio se encuadraba dentro de un puro instinto genésico
ha dejado de tener exclusivamente significación reproductiva. En efecto, una ley biológica como la de que las ontogenias idóneas, evolutivamente hablando, son las que llevan a una reproducción
génica máxima, está tan desvirtuada por los hábitos culturales
humanos, que prácticamente ha dejado de tener valor en las sociedades
modernas.
No siempre es tan fácil de comprender como en este caso la diferencia que hay
entre un fenómeno
biológico-cultural, que, no nos cabe duda, se identifica con la potencialidad biológica de la especie humana, racionalmente
administrada y unos comportamientos
derivados de antecedentes fisiológicos, antropológicos, psicológicos e incluso etológicos,
es decir, el
compendio de todos aquellos factores que podrían considerarse incluidos dentro del acervo genético de la especie. Situar el comportamiento humano en su auténtico contexto evolutivo
requiere cierto ejercicio de imaginación, si tenemos en cuenta la gran flexibilidad de
que hacen gala las ontogenias de nuestra especie en sus variadas conductas.
No debemos por eso arrojarnos en los brazos de un ciego determinismo génico, que supondría hacer
abstracción excesivamente reductora. La
evolución es un proceso indirecto en el que construir un carácter ventajoso requiere de la existencia previa
de una variación
genética, y
luego, si ha de ser preservado, debe someterse a la selección
natural. Como la variación genética se produce al azar, y no está dirigida con preferencia hacia
ningún carácter ventajoso, el proceso avanza por lo general con lentitud y con una apariencia titubeante e indeterminada.
Los deterministas clásicos
fracasaron en su intento de establecer diferencias entre grupos y sexos porque se basaron
generalmente en criterios o productos que tenían que ver con la evolución cultural.
Es cierto que buscaron pruebas en caracteres anatómicos creados por la evolución
biológica, pero esas pruebas las emplearon para hacer inferencias acerca de unas capacidades y conductas que ellos vinculaban con la conformación anatómica
erróneamente y
que hoy sabemos perfectamente que tienen que ver con procesos culturales. Más adelante, otros deterministas reincidieron en el tratamiento del mismo tema desde una perspectiva más
antropológica pero igualmente desligada de la realidad.
Así, cuando Morton y Broca analizaron la capacidad craneana
de distintos individuos pertenecientes a otras tantas razas, sólo se interesaron por descubrir las supuestas
características mentales asociadas con las diferencias en los tamaños cerebrales medios de los diferentes grupos.
Morton publicó a mediados del siglo XIX tres obras
importantes sobre el tamaño de los cráneos humanos: Crania Americana, Crania Aegyptiaca y el epítome de su
colección, en 1849. En cada una de sus obras incluía una tabla que resumía sus resultados acerca de los diferentes volúmenes
craneanos medios, ordenados por razas. Los datos resumidos en las tablas son un prolijo conjunto de
tergiversaciones y acomodaciones destinadas a verificar determinadas creencias a
priori. El resultado fue la confirmación de que la posición económica y la posibilidad de promoción y ascenso social de las diferentes razas en los Estados Unidos de su
época, eran, como no podía ser de otro modo, fiel reflejo de las distintas aptitudes
biológicas de dichos grupos raciales. Particularmente importantes
fueron los
trabajos de Broca, un extraordinario anatomista cerebral del siglo XIX que realizó
investigaciones en la región límbica, zona que como sabemos en la actualidad, se
halla estrechamente vinculada a las emociones humanas. Pero Broca era un humanista que nunca
pudo desprenderse, al igual que Morton, de los prejuicios individuales y sociales que aquejaban a la humanidad de su tiempo. Mantenía,
entre otras cosas, la hipótesis de la superioridad de los hombres frente a las mujeres y en la de los blancos frente a otras razas. Ahora sabemos, sin ningún género de dudas, que hay una base genética
única del
carácter que nos define como humanos y que las distintas actitudes y formas de pensamiento en los distintos individuos, por raras que puedan parecernos,
son más que nada, productos no genéticos de la evolución cultural. A eso hay que añadir que la cultura una vez desarrollada, ha evolucionado y evoluciona con poca o ninguna referencia a la variación genética entre los diversos grupos humanos. No
es baladí la circunstancia
de que a diferencia de los genes, un carácter cultural se puede abolir súbitamente, y reimplantar no menos
súbitamente, en toda una población. Pero eso
sí, la mayoría
de los focos
de irradiación y mutación cultural están vinculados, aunque sea mínimamente,
a determinadas razones potenciales de supervivencia o fracaso y enseguida se ponen de
manifiesto que las causas de mutación y selección en la evolución cultural,
a diferencia de la genética, no son independientes.
Ahora bien, aunque la base biológica del carácter único del hombre nos conduce a rechazar esa clase de determinismo
biológico, algo habrá que decir precisamente
sobre la
misma constancia de personalidad y comportamiento (que sugieren también una uniformidad
mental) compartidos por los seres humanos de todas las culturas. Nos consta
que hay una
naturaleza humana biológicamente condicionada, siendo como ya anticipamos, la genética la que desempeña un papel determinante en el análisis de esa
naturaleza.
Claro que, un determinismo derivado de la genética, tomado así en consideración sin más
precisiones que lo aclaren, resultaría excesivamente vago y difuso. Implícitamente,
además, se estaría sugiriendo la idea de que todos los biólogos piensan en algún tipo de relación entre los genes y sus comportamientos
ontogenéticos, y eso puede no ser del todo cierto al
extrapolarlo a la
observación del comportamiento humano. Hemos de referirnos, pues, a un tipo de determinismo
que, aun existiendo, afiance en nosotros la suposición de que el ejercicio del libre albedrío por los comportamientos individuales de la especie humana es un hecho real. Esa "sensación" la podemos seguir manteniendo sin peligro de que se
inestabilice, aun contando con que ciertos acontecimientos propios de la selección natural,
establecieron o fijaron para siempre ciertos genes en un acervo mucho antes de
que los recibiesen los miembros de una generación concreta, cual pudo ser la nuestra. Las ventajas de este
tipo de determinismo son múltiples, pero la más importante quizás sea la fijación de pautas adquiridas en un remoto pasado que se
proyectan teleonómicamente sobre las ontogenias futuras.
A mediados del siglo pasado Waddington (véase el capitulo Termodinámica y
Autoorganización) propuso un modelo de desarrollo
embrionario, como exploración progresiva, en
el curso del cual crece el embrión siguiendo un desarrollo que podría estar canalizado en determinadas
vías, acotadas por leyes físicas de la construcción y el diseño. El mismo Waddington acuñó la expresión "mapa epigenético" para designar una analogía que
parece existir entre el desarrollo y movimiento a través de un paisaje montañoso y las limitaciones y restricciones que pueden observarse en la interacción de los productos génicos. En su metáfora describió el comportamiento de una pelota al rodar por un paisaje montañoso, advirtiendo que sólo podrá adoptar un limitado número de
trayectorias o posibilidades bifurcantes, a causa de la distinta forma de las montañas y los valles. Los elementos cardinales del desarrollo son, pues, la regularidad y la flexibilidad.
Tantas veces como una pelota se ponga en movimiento desde un mismo punto del paisaje, acabará por llegar
al mismo sitio
porque la
configuración del
terreno determina el punto de llegada, que se repetirá indefinidamente. El sistema es inmune a
perturbaciones de poca cuantía, y así, si desplazamos ligeramente la pelota mientras rueda
por la acanaladura
de un valle, en
seguida recobra su posición normal debido a la acción de la gravedad. Quiere decirse que la pelota no tiene una libertad ilimitada
para desplazarse por cualquier sitio, sino que su trayectoria está
estrechamente prefijada por la orografía del terreno. Sólo una fuerte
perturbación que incidiera sobre ella seria capaz de modificar su recorrido. Aunque también, algunos puntos son susceptibles de
imprimir una
evolución bifurcante bastando para ello que la fuerza aplicada sea exigua. En la cabecera común a dos valles contiguos,
un leve empujón
sería más que suficiente para determinar la diferencia entre rodar por uno o por otro.
Si imaginamos una analogía en la que el paisaje representa directamente los genes, y las montañas y los valles de apertura creciente, la interacción de los productos génicos junto con sus limitaciones y posibilidades, obtenemos
una imagen
muy clara de las propiedades de
plasticidad, orientación y regulación entre las que la acción selectiva se desenvuelve. La conclusión que
puede extraerse es que en razón de las propiedades físicas y químicas del embrión en desarrollo hay
una serie
de limitaciones que impiden el tránsito por ciertas zonas del paisaje y se encuentra regulado
en otras que sí son asequibles. Esto es, lejos del
modelo neodarwinista que propugna el
medio ambiente como único determinante de la
aptitud en un dominio muy grande de
posibilidades, el modelo
del mapa epigenético, establece
que no todos los
tipos posibles de células, de tejidos, de especies son igualmente probables;
muchos no surgirán nunca debido a las leyes físicas y químicas que condicionan el crecimiento. Aunque no
sabemos de qué manera la selección de la información genética que gobierna los ritmos y las regulaciones de las reacciones
metabólicas favorece ciertos caminos, como por ejemplo, aquellos cuyo
desarrollo parece tener una finalidad o ser la traducción de un mensaje, si que
parecen señalarse una serie de influencias coercitivas que actúan sobre el conjunto de
trayectorias posibles y que acotan el resultado de determinados procesos a causa de las leyes físico-químicas que gobiernan el desarrollo. En ese sentido, se puede definir la selección como una consecuencia de la reproducción diferencial de los genes de los individuos, llevada a cabo por las
diferentes expresiones (que constituyen la realización visible de otros tantos genotipos en un determinado ambiente) fenotípicas de dichos individuos, y es evolutivamente
significativa siempre que las diferencias de
expresión debidas a diferencias génicas estén correlacionadas con el éxito reproductor.
Ciertamente, no podríamos cuantificar grado alguno de
determinación, pero sí seriamos capaces de implicar, después de identificarlos a los auténticos caracteres relevantes, como son los genes, el medio ambiente y sus mapas epigenéticos. Paradójicamente el resultado de ese presupuesto es que todas las especies tienen su heredada
potencialidad biológica. Porque aun cuando la selección direccional
tiende a eliminar las variantes hereditarias,
no se sigue que la uniformidad y universalidad de los caracteres conlleve necesariamente que
éstos pierdan de uno u otro modo su ontogenia o potencial de variación. Es
decir, nada les
obliga a que, de alguna manera, se conviertan en innatos, instintivos o congénitos.
Lógicamente la especie humana también goza de su propia potencialidad
biológica. Estimamos por ello, que nuestra especie (como todas) es el fruto determinado de una selección natural
que liga y religa el medio ambiente con las frecuencias génicas. No negaremos que la potencialidad biológica obtenida es de una notoria capacidad de diversificación en múltiples
aspectos, pero eso no quiere decir que haya suplantado al determinismo evolutivo
que la
origina, sino que se sustenta en él, se apoya en él firmemente, pues, ¿como
podría ser de otro modo? Si un mapa epigenético favorece ciertos caminos evolutivos y dificulta otros,
quiere decirse que determina, en cierto modo, "todo
lo que se
puede hacer potencialmente" como todo "lo que no se puede hacer por determinadas clases de
restricciones", luego hay una clara complementariedad y
exclusión,
que nos acerca a las descripciones de la física, de aspectos
genéticos que intervienen en los procesos de selección natural.
En su estudio sobre La
falsa medida del
hombre el
impar paleontólogo Stephen Jay Gould, considera que, potencialidad biológica, va contra,
determinismo biológico (hoy en día, a este último se le mira con horror por sus
malévolas connotaciones eugenésicas de la historia reciente) y
así escribe: "Los humanos son animales, y en cierto sentido
todo lo
que hacen está regido por su biología. Algunas "exigencias" (el entrecomillado es
nuestro) biológicas están hasta tal punto integradas en nuestro ser, que rara
vez las
reconocemos, porque jamás imaginamos que la vida pudiera ser de otro modo. Pensemos en la limitada
variabilidad de la talla media del adulto y en las consecuencias de vivir en el mundo
gravitacional de los grandes organismos, y no en el mundo de las fuerzas superficiales en que habitan los insectos. O en el hecho de que nacemos indefensos (no ocurre lo mismo con muchos animales), o en varios otros
hechos: que maduramos lentamente; que debemos dormir gran parte del día; que no
practicamos la fotosíntesis; que podemos digerir
tanto carne como vegetales; que envejecemos y morimos. Todas esas
características son resultado de nuestra constitución genética, y todas ejercen enorme
influencia sobre la naturaleza y la sociedad humanas."
¿Por qué lo que Gould llama exigencias, no puede ser identificado con determinismos? El determinismo hizo hincapié en el pasado, en los hechos supuestamente
diferenciales de las sociedades humanas para justificar políticas de carácter
étnico o
racial, francamente aviesas e incluso exterminadoras. Pero
si se abandona esa concepción parcial y subjetiva, tanto da, exigencias de la naturaleza humana
como determinismos de la especie humana, en la medida que ambos contemplan
aspectos generales y objetivos y no restricciones de marcado carácter subjetivo. Podría decirse entonces, que sustituir un concepto relativamente
equívoco como el
de determinismo, reportaría más ventajas que inconvenientes, máxime cuando la argumentación biológica clave en la utilización
práctica con
ensañamiento del
término, además de ser falsa, le ha infligido un grave desprestigio moral.
En efecto, no hay
claras diferenciaciones genéticas entre los grupos humanos. No hay tampoco genes propios de
razas ni genes específicos de la debilidad mental, y eso era, entre otras
cosas, lo que el determinismo mal
entendido propugnaba en su apogeo. ¿Por qué, entonces, insistimos, no nos
decidimos a aceptar la expresión “exigencia biológica” en lugar del "espurio" determinismo, que sin base sólida
alguna culpa a las diferencias biológicas humanas del caos social imperante en todas las colectividades? ¿Es una cuestión
intrascendente que no vale siquiera la pena discutir?
El carácter muchas veces
inextricable de nuestras relaciones con la naturaleza no debe
impedirnos ver que, si ha de haber una adecuación a las propiedades
físico-químicas del mundo, el hombre no puede
"exigir" nada sobre cuáles deben ser sus características biológicas.
Ningún ser vivo puede exigir condiciones de existencia a su entorno cosmológico. Los seres condicionados no pueden exigir cuáles son las propiedades de sus condicionantes. Su realidad les viene impuesta desde fuera (e, incluso desde
dentro, por la interiorización fisiológica de propiedades externas) de su
biología, y
a ella deben obligadamente adaptarse por la fuerza de los hechos del mundo.
De todas formas, las
expresiones empleadas no tienen tanta importancia
siempre que el verdadero
concepto al que
se aplican sea captado como tal. El determinismo se ha visto obligado a defender su posición
frente a los creacionistas a
ultranza, los
causalistas, los
acausalistas
y los libertarios biológicos,
pero de los propios deterministas (lo cual es grave) aún no ha sido defendido por nadie.
Esto, que parece una salida estrambótica de tono, no lo es si se repara en que falsos deterministas quisieron
hacer pasar cierto tipo de aberrantes realidades sociales, como incardinadas en procesos evolutivos de carácter puramente biológico. Ideas spencerianas, frenológicas y de superioridad de
razas, todas
ellas seudocientíficas, pero
amparadas por grupos social y económicamente influyentes, tuvieron notorio auge entre las clases dominantes.
En su momento, las ideas de progreso ilimitado del filósofo británico
Herbert Spencer fueron muy populares debido a la contemplación de un evolucionismo en gran
medida independiente del de Darwin y basado en una concepción general de la realidad natural,
histórica y
social. Propugnaba la eliminación de cualquier dirigismo o intervención estatal,
aunque fuese por motivos humanitarios o de exigencia democrática. La escasez de recursos en la naturaleza, hace que la lucha de "todos contra todos" sea
inevitable, aunque los individuos no lo quieran. Así es como se produce la selección natural que
decía Darwin y
como se garantiza la supervivencia de los mejor adaptados. Esas lúgubres y egocéntricas ideas, como carecían de una elaboración
doctrinal fundamentada en la experiencia y la observación, entraron en franca decadencia filosófica,
pero en muchos aspectos de la práctica social todavía siguen vigentes bajo una forma de
"moderno" liberalismo.
Por su parte, la
frenología se ocupaba del cerebro y de su relación con la conducta humana. Su impulsor fue el anatomista Franz
Josef Gall, quien prefería denominarla craneoscopía. Hacia 1795 ya había
en algunos círculos centroeuropeos un gran interés por las facultades mentales y su supuesta
localización cerebral. En ese caldo de cultivo, el dogma frenológico, de que cada facultad mental y moral residía en alguna parte específica del cerebro se propagó con gran rapidez y aceptación popular.
Así, la supuesta ciencia frenológica como otras formas de craneología, fue
utilizada para "probar" la superioridad mental de la raza blanca
europea. El escocés George Combe,
por ejemplo, exponía frecuentemente y siguiendo los postulados frenológicos, la conocida cuestión
de la "inferioridad" de la raza negra utilizando para ello la absurda y perversa prueba del ángulo facial y de la estrechez del cráneo en su parte frontal. Y no solo eso, el extravagante
Spurzhein alumno y colega de Gall, "enriqueció" la teoría con la afirmación de la inferior capacidad
mental de las mujeres al observar un menor desarrollo
craneal deducible directamente de una marcada disminución de los lóbulos frontales, que los frenólogos asociaban
convencidamente con los procesos mentales superiores.
Ésas y otras ideas de parecida orientación obtuvieron el beneficio
de una
defensa médica de la tendenciosidad ideológica. Cosas tan dispares en apariencia y tan similares por sus
prejuicios de fondo, como la esclavitud a la que se sometía a la raza negra y la inferioridad innata de las mujeres, son atribuibles
a formas de determinismo biológico que tienen una escasa consistencia, pero
que llegaron a calar mucho en la mentalidad de la gente en la década de los años setenta del siglo XIX. En el caso de las mujeres es
particularmente ofensivo e injustificado que se atribuyese a su sistema reproductor
(especialmente el útero y los ovarios) un desmedido poder e influencia sobre su
comportamiento. De ese modo, poniendo
énfasis en los determinantes
biológicos que pesaban sobre las conductas de ciertas razas, minorías étnicas y el género femenino, se
ayudaba inconmensurablemente a mantener a esos grupos "en el lugar que les correspondía" en la jerarquía social
imperante. Como dice Sthepan L. Chorover: "Habida cuenta que una ley natural es por definición inviolable, el uso de esa ley
en ese sentido tiene el efecto de llevar la discusión de los problemas sociales del terreno de lo humano al determinismo
biológico."
¿Quiere decirse que el determinismo no existe, porque fuera mal interpretado y egoístamente utilizado un concepto que es en sí mismo de una total
"asepsia" científica? Estimamos que por determinismo se produce la estrategia
existente en la vida individual y colectiva para promocionarse y evitar en todo lo posible la muerte. El "ansia de
vivir" exponente de la psicología de Charles Sherrington y la "sed" de
Buda son la
misma cosa, y
que nosotros modernamente llamamos "instinto de conservación".
Todos los dispositivos de la potencialidad biológica están puestos al servicio del instinto de
conservación de las especies, pero es evidente que éste es de una existencia previa y genéticamente
determinada.
Probablemente, la sociobiología surgió con la idea de mitigar el desprestigio determinista
y aunque
nació con una moderna lectura de la selección natural
basada en el imperativo darwiniano,
es decir, en las diferencias en el éxito reproductivo de los individuos, no sólo no consiguió su fin primario, sino que en muchos
aspectos heredó sus taras deformantes de la realidad biológica. La sociobiología humana,
concretamente, es una teoría del origen y la conservación de las conductas adaptativas por selección natural. Los sociobiólogos piensan que esas conductas deben tener una base genética,
porque la selección
natural no podría funcionar sino hubiese variación genética. Las investigaciones
recientemente realizadas en sociobiología humana tienden a corregir la concepción de
nuestra naturaleza como una "tabla rasa" o ausencia de determinismo, en beneficio de una correspondencia
identificable entre genes y comportamientos. E. O. Wilson en su Sociobiología: la nueva síntesis (1975) ha intentado
descubrir los
fundamentos adaptativos y genéticos de la agresividad, la xenofobia, el conformismo, el odio, la homosexualidad e incluso hasta la ascensión social; en fin, cosas todas ellas que quizá tendrían mejor cabida en una "biología del comportamiento" tal
como nos dice Stephen Jay Gould. Éste
último, es quien, después de todo, también nos acaba confesando desde su escepticismo indeterminista
que, "si un
sociobiólogo es aquel que considera que la evolución biológica influye de alguna manera en el comportamiento humano,
entonces me parece que todo el mundo (salvo los creacionistas) es sociobiólogo."
Desde luego, son pocos los sociobiólogos que comparten hoy la idea de que las
formas de vida con tendencia a extinguirse debido a las presiones de la
selección natural pueden ser identificadas con "criterios
estéticos" y, seguramente, son
menos todavía los
que piensan desde un academicismo
tendenciosamente determinista, que no vale
la pena preservar de la extinción a individuos a quienes, por un sentido "humanitario" e
"higienista" sería mejor que
desaparecieran, pero no se excluye que, como en
el pasado, pueda haber tentaciones por parte de algunos a sostener que la raíz de los problemas
sociales sea atribuible a alguna determinada clase de deficiencia
biológica específica.
En cualquier caso, el análisis biológico del humano indica que genéticamente está menos determinado
en su naturaleza y el papel que desempeña esa determinación es distinto al que se creía antaño. Es
decir, el hombre
es un ser
sutil y
evolutivamente determinado y, lo que es muy importante, de forma "no
discriminada", aspecto este último
superador de un zafio (por falso e interesado) determinismo. La selección natural ejerció su dominio dirigiendo la construcción de
nuestros cerebros de manera que cuando el hombre "llegó
a pensar", se ocupó de sí mismo tan intensamente que aspiró a "seguir
siendo" en el futuro.
Hasta poder llegar a decir como Kant, que "toda vida es
incondicional e incondicionada", hubo que recorrer un largo camino de
determinismo evolutivo biológico, y aun así no estamos
convencidos de la veracidad absoluta de ese juicio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario