martes, 10 de enero de 2012

50- Potencialidad y determinismo biológicos






50-POTENCIALIDAD Y DETERMINISMO BIOLÓGICOS

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            "Nuestras ideas deben ser tan amplias como la naturaleza si aspiran a interpretarla"

Arthur Conan Doyle (por boca de Sherlock Holmes)



                   La independencia que ha llegado a alcanzar el ser humano en sus resoluciones volitivas inteligentes implica que cierto tipo de capacidades intencionales de las que carecían sus ancestros, han sido potenciadas muy notablemente, a la par que lo que en un principio se encuadraba dentro de un puro instinto genésico ha dejado de tener exclusivamente significación reproductiva. En efecto, una ley biológica como la de que las ontogenias idóneas, evolutivamente hablando, son las que llevan a una reproducción génica máxima, está tan desvirtuada por los hábitos culturales humanos, que prácticamente ha dejado de tener valor en las sociedades modernas.
                   No siempre es tan fácil de comprender como en este caso la diferencia que hay entre un fenómeno biológico-cultural, que, no nos cabe duda, se identifica con la potencialidad biológica de la especie humana, racionalmente administrada y unos comportamientos derivados de antecedentes fisiológicos, antropológicos, psicológicos e incluso etológicos, es decir, el compendio de todos aquellos factores que podrían considerarse incluidos dentro del acervo genético de la especie. Situar el comportamiento humano en su auténtico contexto evolutivo requiere cierto ejercicio de imaginación, si tenemos en cuenta la gran flexibilidad de que hacen gala las ontogenias de nuestra especie en sus variadas conductas. No debemos por eso arrojarnos en los brazos de un ciego determinismo génico, que supondría hacer abstracción excesivamente reductora. La evolución es un proceso indirecto en el que construir un carácter ventajoso requiere de la existencia previa de una variación genética, y luego, si ha de ser preservado, debe someterse a la selección natural. Como la variación genética se produce al azar, y no está dirigida con preferencia hacia ningún carácter ventajoso, el proceso avanza por lo general con lentitud y con una apariencia titubeante e indeterminada.
                   Los deterministas clásicos fracasaron en su intento de establecer diferencias entre grupos y sexos porque se basaron generalmente en criterios o productos que tenían que ver con la evolución cultural. Es cierto que buscaron pruebas en caracteres anatómicos creados por la evolución biológica, pero esas pruebas las emplearon para hacer inferencias acerca de unas capacidades y conductas que ellos vinculaban con la conformación anatómica erróneamente y que hoy sabemos perfectamente que tienen que ver con procesos culturales. Más adelante, otros deterministas reincidieron en el tratamiento del mismo tema desde una perspectiva más antropológica pero igualmente desligada de la realidad.
                   Así, cuando Morton y Broca analizaron la capacidad craneana de distintos individuos pertenecientes a otras tantas razas, sólo se interesaron por descubrir las supuestas características mentales asociadas con las diferencias en los tamaños cerebrales medios de los diferentes grupos. Morton publicó a mediados del siglo XIX tres obras importantes sobre el tamaño de los cráneos humanos: Crania Americana, Crania Aegyptiaca y el epítome de su colección, en 1849. En cada una de sus obras incluía una tabla que resumía sus resultados acerca de los diferentes volúmenes craneanos medios, ordenados por razas. Los datos resumidos en las tablas son un prolijo conjunto de tergiversaciones y acomodaciones destinadas a verificar determinadas creencias a priori. El resultado fue la confirmación de que la posición económica y la posibilidad de promoción y ascenso social de las diferentes razas en los Estados Unidos de su época, eran, como no podía ser de otro modo, fiel reflejo de las distintas aptitudes biológicas de dichos grupos raciales. Particularmente importantes fueron los trabajos de Broca, un extraordinario anatomista cerebral del siglo XIX que realizó investigaciones en la región límbica, zona que como sabemos en la actualidad, se halla estrechamente vinculada a las emociones humanas. Pero Broca era un humanista que nunca pudo desprenderse, al igual que Morton, de los prejuicios individuales y sociales que aquejaban a la humanidad de su tiempo. Mantenía, entre otras cosas, la hipótesis de la superioridad de los hombres frente a las mujeres y en la de los blancos frente a otras razas. Ahora sabemos, sin ningún género de dudas, que hay una base genética única del carácter que nos define como humanos y que las distintas actitudes y formas de pensamiento en los distintos individuos, por raras que puedan parecernos, son más que nada, productos no genéticos de la evolución cultural. A eso hay que añadir que la cultura una vez desarrollada, ha evolucionado y evoluciona con poca o ninguna referencia a la variación genética entre los diversos grupos humanos. No es baladí la circunstancia de que a diferencia de los genes, un carácter cultural se puede abolir súbitamente, y reimplantar no menos súbitamente, en toda una población. Pero eso sí, la mayoría de los focos de irradiación y mutación cultural están vinculados, aunque sea mínimamente, a determinadas razones potenciales de supervivencia o fracaso y enseguida se ponen de manifiesto que las causas de mutación y selección en la evolución cultural, a diferencia de la genética, no son independientes.
                   Ahora bien, aunque la base biológica del carácter único del hombre nos conduce a rechazar esa clase de determinismo biológico, algo habrá que decir precisamente sobre la misma constancia de personalidad y comportamiento (que sugieren también una uniformidad mental) compartidos por los seres humanos de todas las culturas. Nos consta que hay una naturaleza humana biológicamente condicionada, siendo como ya anticipamos, la genética la que desempeña un papel determinante en el análisis de esa naturaleza.
                   Claro que, un determinismo derivado de la genética, tomado así en consideración sin más precisiones que lo aclaren, resultaría excesivamente vago y difuso. Implícitamente, además, se estaría sugiriendo la idea de que todos los biólogos piensan en algún tipo de relación entre los genes y sus comportamientos ontogenéticos, y eso puede no ser del todo cierto al extrapolarlo a la observación del comportamiento humano. Hemos de referirnos, pues, a un tipo de determinismo que, aun existiendo, afiance en nosotros la suposición de que el ejercicio del libre albedrío por los comportamientos individuales de la especie humana es un hecho real. Esa "sensación" la podemos seguir manteniendo sin peligro de que se inestabilice, aun contando con que ciertos acontecimientos propios de la selección natural, establecieron o fijaron para siempre ciertos genes en un acervo mucho antes de que los recibiesen los miembros de una generación concreta, cual pudo ser la nuestra. Las ventajas de este tipo de determinismo son múltiples, pero la más importante quizás sea la fijación de pautas adquiridas en un remoto pasado que se proyectan teleonómicamente sobre las ontogenias futuras.
                   A mediados del siglo pasado Waddington (véase el capitulo Termodinámica y Autoorganización) propuso un modelo de desarrollo embrionario, como exploración progresiva, en el curso del cual crece el embrión siguiendo un desarrollo que podría estar canalizado en determinadas vías, acotadas por leyes físicas de la construcción y el diseño. El mismo Waddington acuñó la expresión "mapa epigenético" para designar una analogía que parece existir entre el desarrollo y movimiento a través de un paisaje montañoso y las limitaciones y restricciones que pueden observarse en la interacción de los productos génicos. En su metáfora describió el comportamiento de una pelota al rodar por un paisaje montañoso, advirtiendo que sólo podrá adoptar un limitado número de trayectorias o posibilidades bifurcantes, a causa de la distinta forma de las montañas y los valles. Los elementos cardinales del desarrollo son, pues, la regularidad y la flexibilidad.
                   Tantas veces como una pelota se ponga en movimiento desde un mismo punto del paisaje, acabará por llegar al mismo sitio porque la configuración del terreno determina el punto de llegada, que se repetirá indefinidamente. El sistema es inmune a perturbaciones de poca cuantía, y así, si desplazamos ligeramente la pelota mientras rueda por la acanaladura de un valle, en seguida recobra su posición normal debido a la acción de la gravedad. Quiere decirse que la pelota no tiene una libertad ilimitada para desplazarse por cualquier sitio, sino que su trayectoria está estrechamente prefijada por la orografía del terreno. Sólo una fuerte perturbación que incidiera sobre ella seria capaz de modificar su recorrido. Aunque también, algunos puntos son susceptibles de imprimir una evolución bifurcante bastando para ello que la fuerza aplicada sea exigua. En la cabecera común a dos valles contiguos, un leve empujón sería más que suficiente para determinar la diferencia entre rodar por uno o por otro.
                   Si imaginamos una analogía en la que el paisaje representa directamente los genes, y las montañas y los valles de apertura creciente, la interacción de los productos génicos junto con sus limitaciones y posibilidades, obtenemos una imagen muy clara de las propiedades de plasticidad, orientación y regulación entre las que la acción selectiva se desenvuelve. La conclusión que puede extraerse es que en razón de las propiedades físicas y químicas del embrión en desarrollo hay una serie de limitaciones que impiden el tránsito por ciertas zonas del paisaje y se encuentra regulado en otras que sí son asequibles. Esto es, lejos del modelo neodarwinista que propugna el medio ambiente como único determinante de la aptitud en un dominio muy grande de posibilidades, el modelo del mapa epigenético, establece que no todos los tipos posibles de células, de tejidos, de especies son igualmente probables; muchos no surgirán nunca debido a las leyes físicas y químicas que condicionan el crecimiento. Aunque no sabemos de qué manera la selección de la información genética que gobierna los ritmos y las regulaciones de las reacciones metabólicas favorece ciertos caminos, como por ejemplo, aquellos cuyo desarrollo parece tener una finalidad o ser la traducción de un mensaje, si que parecen señalarse una serie de influencias coercitivas que actúan sobre el conjunto de trayectorias posibles y que acotan el resultado de determinados procesos a causa de las leyes físico-químicas que gobiernan el desarrollo. En ese sentido, se puede definir la selección como una consecuencia de la reproducción diferencial de los genes de los individuos, llevada a cabo por las diferentes expresiones (que constituyen la realización visible de otros tantos genotipos en un determinado ambiente) fenotípicas de dichos individuos, y es evolutivamente significativa siempre que las diferencias de expresión debidas a diferencias génicas estén correlacionadas con el éxito reproductor.
                   Ciertamente, no podríamos cuantificar grado alguno de determinación, pero sí seriamos capaces de implicar, después de identificarlos a los auténticos caracteres relevantes, como son los genes, el medio ambiente y sus mapas epigenéticos. Paradójicamente el resultado de ese presupuesto es que todas las especies tienen su heredada potencialidad biológica. Porque aun cuando la selección direccional tiende a eliminar las variantes hereditarias, no se sigue que la uniformidad y universalidad de los caracteres conlleve necesariamente que éstos pierdan de uno u otro modo su ontogenia o potencial de variación. Es decir, nada les obliga a que, de alguna manera, se conviertan en innatos, instintivos o congénitos. Lógicamente la especie humana también goza de su propia potencialidad biológica. Estimamos por ello, que nuestra especie (como todas) es el fruto determinado de una selección natural que liga y religa el medio ambiente con las frecuencias génicas. No negaremos que la potencialidad biológica obtenida es de una notoria capacidad de diversificación en múltiples aspectos, pero eso no quiere decir que haya suplantado al determinismo evolutivo que la origina, sino que se sustenta en él, se apoya en él firmemente, pues, ¿como podría ser de otro modo? Si un mapa epigenético favorece ciertos caminos evolutivos y dificulta otros, quiere decirse que determina, en cierto modo, "todo lo que se puede hacer potencialmente" como todo "lo que no se puede hacer por determinadas clases de restricciones", luego hay una clara complementariedad y exclusión, que nos acerca a las descripciones de la física, de aspectos genéticos que intervienen en los procesos de selección natural.
                   En su estudio sobre La falsa medida del hombre el impar paleontólogo Stephen Jay Gould, considera que, potencialidad biológica, va contra, determinismo biológico (hoy en día, a este último se le mira con horror por sus malévolas connotaciones eugenésicas de la historia reciente) y así escribe: "Los humanos son animales, y en cierto sentido todo lo que hacen está regido por su biología. Algunas "exigencias" (el entrecomillado es nuestro) biológicas están hasta tal punto integradas en nuestro ser, que rara vez las reconocemos, porque jamás imaginamos que la vida pudiera ser de otro modo. Pensemos en la limitada variabilidad de la talla media del adulto y en las consecuencias de vivir en el mundo gravitacional de los grandes organismos, y no en el mundo de las fuerzas superficiales en que habitan los insectos. O en el hecho de que nacemos indefensos (no ocurre lo mismo con muchos animales), o en varios otros hechos: que maduramos lentamente; que debemos dormir gran parte del día; que no practicamos la fotosíntesis; que podemos digerir tanto carne como vegetales; que envejecemos y morimos. Todas esas características son resultado de nuestra constitución genética, y todas ejercen enorme influencia sobre la naturaleza y la sociedad humanas."
                   ¿Por qué lo que Gould llama exigencias, no puede ser identificado con determinismos? El determinismo hizo hincapié en el pasado, en los hechos supuestamente diferenciales de las sociedades humanas para justificar políticas de carácter étnico o racial, francamente aviesas e incluso exterminadoras. Pero si se abandona esa concepción parcial y subjetiva, tanto da, exigencias de la naturaleza humana como determinismos de la especie humana, en la medida que ambos contemplan aspectos generales y objetivos y no restricciones de marcado carácter subjetivo. Podría decirse entonces, que sustituir un concepto relativamente equívoco como el de determinismo, reportaría más ventajas que inconvenientes, máxime cuando la argumentación biológica clave en la utilización práctica con ensañamiento del término, además de ser falsa, le ha infligido un grave desprestigio moral.
                   En efecto, no hay claras diferenciaciones genéticas entre los grupos humanos. No hay tampoco genes propios de razas ni genes específicos de la debilidad mental, y eso era, entre otras cosas, lo que el determinismo mal entendido propugnaba en su apogeo. ¿Por qué, entonces, insistimos, no nos decidimos a aceptar la expresión exigencia biológica” en lugar del "espurio" determinismo, que sin base sólida alguna culpa a las diferencias biológicas humanas del caos social imperante en todas las colectividades? ¿Es una cuestión intrascendente que no vale siquiera la pena discutir?
                   El carácter muchas veces inextricable de nuestras relaciones con la naturaleza no debe impedirnos ver que, si ha de haber una adecuación a las propiedades físico-químicas del mundo, el hombre no puede "exigir" nada sobre cuáles deben ser sus características biológicas. Ningún ser vivo puede exigir condiciones de existencia  a su entorno cosmológico. Los seres condicionados no pueden exigir cuáles son las propiedades de sus condicionantes. Su realidad les viene impuesta desde fuera (e, incluso desde dentro, por la interiorización fisiológica de propiedades externas) de su biología, y a ella deben obligadamente adaptarse por la fuerza de los hechos del mundo.
                   De todas formas, las expresiones empleadas no tienen tanta importancia siempre que el verdadero concepto al que se aplican sea captado como tal. El determinismo se ha visto obligado a defender su posición frente a los creacionistas a ultranza, los causalistas, los acausalistas y los libertarios biológicos, pero de los propios deterministas (lo cual es grave) aún no ha sido defendido por nadie. Esto, que parece una salida estrambótica de tono, no lo es si se repara en que falsos deterministas quisieron hacer pasar cierto tipo de aberrantes realidades sociales, como incardinadas en procesos evolutivos de carácter puramente biológico. Ideas spencerianas, frenológicas y de superioridad de razas, todas ellas seudocientíficas, pero amparadas por grupos social y económicamente influyentes, tuvieron notorio auge entre las clases dominantes.
                   En su momento, las ideas de progreso ilimitado del filósofo británico Herbert Spencer fueron muy populares debido a la contemplación de un evolucionismo en gran medida independiente del de Darwin y basado en una concepción general de la realidad natural, histórica y social. Propugnaba la eliminación de cualquier dirigismo o intervención estatal, aunque fuese por motivos humanitarios o de exigencia democrática. La escasez de recursos en la naturaleza, hace que la lucha de "todos contra todos" sea inevitable, aunque los individuos no lo quieran. Así es como se produce la selección natural que decía Darwin y como se garantiza la supervivencia de los mejor adaptados. Esas lúgubres y egocéntricas ideas, como carecían de una elaboración doctrinal fundamentada en la experiencia y la observación, entraron en franca decadencia filosófica, pero en muchos aspectos de la práctica social todavía siguen vigentes bajo una forma de "moderno" liberalismo.
                   Por su parte, la frenología se ocupaba del cerebro y de su relación con la conducta humana. Su impulsor fue el anatomista Franz Josef Gall, quien prefería denominarla craneoscopía. Hacia 1795 ya había en algunos círculos centroeuropeos un gran interés por las facultades mentales y su supuesta localización cerebral. En ese caldo de cultivo, el dogma frenológico, de que cada facultad mental y moral residía en alguna parte específica del cerebro se propagó con gran rapidez y aceptación popular. Así, la supuesta ciencia frenológica como otras formas de craneología, fue utilizada para "probar" la superioridad mental de la raza blanca europea. El escocés George Combe, por ejemplo, exponía frecuentemente y siguiendo los postulados frenológicos, la conocida cuestión de la "inferioridad" de la raza negra utilizando para ello la absurda y perversa prueba del ángulo facial y de la estrechez del cráneo en su parte frontal. Y no solo eso, el extravagante Spurzhein alumno y colega de Gall, "enriqueció" la teoría con la afirmación de la inferior capacidad mental de las mujeres al observar un menor desarrollo craneal deducible directamente de una marcada disminución de los lóbulos frontales, que los frenólogos asociaban convencidamente con los procesos mentales superiores.
                   Ésas y otras ideas de parecida orientación obtuvieron el beneficio de una defensa médica de la tendenciosidad ideológica. Cosas tan dispares en apariencia y tan similares por sus prejuicios de fondo, como la esclavitud a la que se sometía a la raza negra y la inferioridad innata de las mujeres, son atribuibles a formas de determinismo biológico que tienen una escasa consistencia, pero que llegaron a calar mucho en la mentalidad de la gente en la década de los años setenta del siglo XIX. En el caso de las mujeres es particularmente ofensivo e injustificado que se atribuyese a su sistema reproductor (especialmente el útero y los ovarios) un desmedido poder e influencia sobre su comportamiento. De ese modo, poniendo énfasis en los determinantes biológicos que pesaban sobre las conductas de ciertas razas, minorías étnicas y el género femenino, se ayudaba inconmensurablemente a mantener a esos grupos "en el lugar que les correspondía" en la jerarquía social imperante. Como dice Sthepan L. Chorover: "Habida cuenta que una ley natural es por definición inviolable, el uso de esa ley en ese sentido tiene el efecto de llevar la discusión de los problemas sociales del terreno de lo humano al determinismo biológico."
                   ¿Quiere decirse que el determinismo no existe, porque fuera mal interpretado y egoístamente utilizado un concepto que es en sí mismo de una total "asepsia" científica? Estimamos que por determinismo se produce la estrategia existente en la vida individual y colectiva para promocionarse y evitar en todo lo posible la muerte. El "ansia de vivir" exponente de la psicología de Charles Sherrington y la "sed" de Buda son la misma cosa, y que nosotros modernamente llamamos "instinto de conservación". Todos los dispositivos de la potencialidad biológica están puestos al servicio del instinto de conservación de las especies, pero es evidente que éste es de una existencia previa y genéticamente determinada.
                   Probablemente, la sociobiología surgió con la idea de mitigar el desprestigio determinista y aunque nació con una moderna lectura de la selección natural basada en el imperativo darwiniano, es decir, en las diferencias en el éxito reproductivo de los individuos, no sólo no consiguió su fin primario, sino que en muchos aspectos heredó sus taras deformantes de la realidad biológica. La sociobiología humana, concretamente, es una teoría del origen y la conservación de las conductas adaptativas por selección natural. Los sociobiólogos piensan que esas conductas deben tener una base genética, porque la selección natural no podría funcionar sino hubiese variación genética. Las investigaciones recientemente realizadas en sociobiología humana tienden a corregir la concepción de nuestra naturaleza como una "tabla rasa" o ausencia de determinismo, en beneficio de una correspondencia identificable entre genes y comportamientos. E. O. Wilson en su Sociobiología: la nueva síntesis (1975) ha intentado descubrir los fundamentos adaptativos y genéticos de la agresividad, la xenofobia, el conformismo, el odio, la homosexualidad e incluso hasta la ascensión social; en fin, cosas todas ellas que quizá tendrían mejor cabida en una "biología del comportamiento" tal como nos dice Stephen Jay Gould. Éste último, es quien, después de todo, también nos acaba confesando desde su escepticismo indeterminista que, "si un sociobiólogo es aquel que considera que la evolución biológica influye de alguna manera en el comportamiento humano, entonces me parece que todo el mundo (salvo los creacionistas) es sociobiólogo."
                   Desde luego, son pocos los sociobiólogos que comparten hoy la idea de que las formas de vida con tendencia a extinguirse debido a las presiones de la selección natural pueden ser identificadas con "criterios estéticos" y, seguramente, son menos todavía los que piensan desde un academicismo tendenciosamente determinista, que no vale la pena preservar de la extinción a individuos a quienes, por un sentido "humanitario" e "higienista" sería mejor que desaparecieran, pero no se excluye que, como en el pasado, pueda haber tentaciones por parte de algunos a sostener que la raíz de los problemas sociales sea atribuible a alguna determinada clase de deficiencia biológica específica.
                   En cualquier caso, el análisis biológico del humano indica que genéticamente está menos determinado en su naturaleza y el papel que desempeña esa determinación es distinto al que se creía antaño. Es decir, el hombre es un ser sutil y evolutivamente determinado y, lo que es muy importante, de forma "no discriminada", aspecto este último superador de un zafio (por falso e interesado) determinismo. La selección natural ejerció su dominio dirigiendo la construcción de nuestros cerebros de manera que cuando el hombre  "llegó a pensar", se ocupó de sí mismo tan intensamente que aspiró a "seguir siendo" en el futuro.
                   Hasta poder llegar a decir como Kant, que "toda vida es incondicional e incondicionada", hubo que recorrer un largo camino de determinismo evolutivo biológico, y aun así no estamos convencidos de la veracidad absoluta de ese juicio.
 
          












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