"El autor de
estas líneas tiene sesenta y cinco años. Cuando era niño su madre le enseñaba
con un libro que ella tenía en gran estima, titulado Magnell's questions. Era
el mismo que ella había usado en la escuela. Ya estaba desfasado, pero se
seguía utilizando y se vendía aún. Era un volumen de preguntas y respuestas, a
la manera del siglo XVIII, en el que se enseñaba que existían cuatro elementos:
tierra, aire, fuego y agua. Estos cuatro elementos son tan viejos como
Aristóteles, por lo menos. Jamás se me ocurrió preguntar; en mis días de
calcetines blancos y bata a cuadros, en qué proporción estaban mezclados esos
ingredientes fundamentales en mi mismo, en el mantel o en el pan y la leche. Me
limité a tragármelos, igual que esos alimentos. Desde Aristóteles pase de un
salto al siglo XVIII, sin haber oído nunca hablar de los dos elementos de los
alquimistas árabes, el azufre y el mercurio, ni de Paracelso y su universo de
sal y azufre, mercurio, agua y elixir de vida. Nunca se me dijo nada de esto.
Fui a la escuela para niños y allí aprendí, inmediatamente, que yo estaba hecho
de moléculas sólidas y bien definidas, formadas por átomos sólidos, bien
definidos e indestructibles, de carbono, oxígeno, hidrógeno, nitrógeno,
fósforo, calcio, sodio, cloro y unos cuantos más. Estos eran los elementos
reales. Mi libro de texto los
mostraba claramente, como si fueran guisantes o bolas ordinarias, debidamente
agrupados. También esto lo acepté sin exhalar una queja durante algún tiempo.
No recuerdo haber dicho adiós a los cuatro elementos; sencillamente, se
perdieron y seguí adelante con el nuevo lote.
En otra escuela
después, y en el Royal College Of Science más adelante, tuve conocimiento de
una sencilla eternidad de átomos y fuerzas. Pero ahora los primeros empezaban a
ser menos sólidos y simples. En el Royal College hablábamos mucho del protilo y
el éter, pero los protones y electrones aún estaban por llegar, y los átomos, aún
cuando adoptaban extrañas formas y movimientos se mantenían intactos. Los
átomos no se podían transformar ni destruir, y las fuerzas, aunque tampoco
podían ser destruidas eran susceptibles de ser transformadas. Esta calidad de
indestructible camaleón de las fuerzas era la célebre Conservación de la
Energía, que ha perdido prestigio desde entonces aunque sigue siendo una eficaz
hipótesis de trabajo en la labor diaria del ingeniero.
Pero en aquellos
días en que se discutía y filosofaba con mis condiscípulos, se me hizo saber
rápidamente que estos átomos y moléculas no eran en absoluto realidades; eran
esencialmente, se me explicó, figuras mnemotécnicas, en la ordenación más
sencilla de modelos e imágenes materiales, satisfacían lo que se necesitaba
para ensamblar y reconciliar los fenómenos conocidos de la materia. Eso era todo, Y esto
lo acepté sin grandes dificultades. Por tanto, no sufrí el menor golpe cuando
en los tiempos presentes las nuevas observaciones obligaron a nuevas
elaboraciones del modelo. Mi maestro había sido un tanto rudo en sus
enseñanzas. No era un científico sino solo un profesor de ciencias. Era un
realista irredento que enseñaba ciencias de una forma realista y dogmática. La ciencia,
ahora lo entiendo, jamás se contradice absolutamente a si misma, sino que está
siempre ocupada en revisar sus clasificaciones y en retocar y formular de nuevo
los postulados más toscos de épocas anteriores. La ciencia no reconoce, en
ningún caso, que lo que presenta sea
otra cosa que un esquema de trabajo. La ciencia no explica, hace constar las
relaciones y asociaciones de los hechos de la manera más simple posible".
Herbert George Wells (1866-1946)
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