martes, 10 de enero de 2012

38- Necesidad y compulsión





38-NECESIDAD Y COMPULSIÓN
                                                                      
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         "La razón de ser y la condición contingente pasan a un nuevo estado inmediato en que lo que no estaba primero sino puesto, se disipa absorbiéndose en la realidad y así la cosa entra en su unidad. En ese regreso sobre si mismo lo necesario es la realidad que se ha libertado de toda condición. Lo necesario es así mediatizado por un círculo de circunstancias; es necesario porque las circunstancias lo son también y en la unidad es necesario sin mediación: es necesario porque es.

                                                                              Georg W. F. Hegel  (Lógica)


                   Todos los sucesos de la naturaleza se realizan con una gran sencillez, que a la larga acaba siendo casi milagrosa. A modo de ejemplo, consideremos la formación de los elementos en una estrella. Allí se cocinan, se preparan los constituyentes de todo lo que nos rodea, incluso de  nosotros mismos. Aunque la Gran Creación, ocurrida hace unos trece mil setecientos millones de años, fue un suceso singular que se puede considerar a grandes rasgos, como acabado, quedan flecos, creaciones menores, pero no mermadas en su importancia. La gran operación alquimista de transmutar los elementos en oro, (además de en muchas otras cosas) es algo que sucede  habitualmente en el seno de las estrellas. Allí, a partir del hidrógeno (éste es más que la harina para el  panadero o los ladrillos para el albañil, es la materia prima de todo lo existente), en el proceso de combustión nuclear se van formando sucesivamente los elementos de la Tabla Periódica. En dicho proceso van quedando residuos o cenizas, que, a su vez, forman el material combustible de la siguiente generación de elementos. Consecuentemente, la pauta de distribuciones relativas de los elementos es muy expresiva a  ese respecto. Las altísimas temperaturas de fusión permiten superar la repulsión eléctrica entre los núcleos, y los sucesivos estadios de fusión harían el resto.
                   Sin embargo, nuestros problemas no se resuelven porque sepamos que la materia procede de una "destilación" del hidrógeno. La existencia de los protones, los neutrones, los electrones, también debería ser explicada y aún así quedarían incógnitas, como la inmensidad de partículas subatómicas existentes. Centenares de ellas componen el átomo, y complican enormemente la elaboración de modelos de universo con un principio absolutamente definido.
                   Sabemos desde hace tiempo que la materia no es permanente en su configuración, que puede ser creada y destruida; incluso es algo rutinaria la creación de materia en el laboratorio concentrando energía en valor suficiente (en los aceleradores de partículas), pero siempre será dentro de un marco preexistente, real y determinado. De manera que eso no supone ningún misterio. Lo verdaderamente taumatúrgico del fenómeno de la creación es que la materia surgiera con esas propiedades troqueladas de manera indeleble. Un restringido cuadro de leyes naturales "codificadas", cuatro clases de fuerzas posiblemente reducibles a una, y sólo algunas constantes básicas, la velocidad de la luz, la constante de acción de Planck, los niveles energéticos atómicos. Esas virtualidades de la materia que nacieron con ella son las que posibilitan estadísticamente la presencia de todas las estructuras del universo.
                   El azar cuántico, en particular, y el cosmológico, en general, como elementos enriquecedores y excluyentes de la arbitrariedad, colaboradores fieles aunque insospechados del espacio-tiempo, contribuyen a que las potencialidades de la materia se manifiesten de una manera irrestricta. Éstas, que se concretan en una situación dada, tienen unos caracteres aditivos, no meramente acumulativos, sino que se encajan y se acoplan. Los elementos constituyentes se entrelazan funcionalmente unos con otros y en relación con la totalidad. Esto es siempre así, y no es una excepción el tránsito del nivel prebiótico físico-químico al biológico. Lo mismo da que se postulen ideas de aparición súbita de la vida o de gradualismo (como muy gráficamente explica Teilhard de Chardin en el ejemplo del enrojecimiento progresivo del hierro que se va calentado al fuego). La instantaneidad o progresión relativa sólo difieren en el establecimiento de la barrera entre lo animado y lo inanimado, siendo ostensible para unos y difuso para otros, aunque en definitiva eso es sólo una cuestión de detalle difícilmente precisable (como lo demuestra la existencia de los extraños virus y las raras ricketssias, que no pueden considerarse como típicos seres vivos ni tampoco admiten una definición que los incluya dentro de la materia inanimada).
                   Ahora bien, la materia en su conjunto no tiene unas capacidades innatas (parafraseando a Descartes, en su "innatismo" de las ideas) de evolución, sino inmanentes. Empezando en su desarrollo elemental y continuando por sus posibilidades moleculares, la evolución se va haciendo laberíntica al multiplicarse las interacciones. La materia manifiesta las cualidades que la definen porque la concreción de sus posibilidades se realiza en el seno de un ambiente material que ni le confiere, ni le transmite ninguna propiedad especial para lo que ella, de por sí, no esté ya dotada. La materia y un medio ambiente material son todo uno, es decir materia sin más. Una cualidad manifestada de la materia, no dimana de ningún estado especial preexistente y diferenciado, sino que dado un estado específico de la misma, ésta exhibe un conjunto de cualidades que le son inherentes, propias, específicas. La sucesión de estados materiales está configurada en todo momento por el complejo entramado de causas y efectos que se cruzan, se influyen, se interfieren, se anulan, etc., formando una densa maraña de acciones y reacciones, en las que, a pesar de todo, el hilo conductor de su inteligibilidad nunca se pierde. Laberíntico no es sinónimo de forzado ni tampoco de caprichoso; es paradójicamente el más corto, precisamente por no ser optativo. En la complejificación del proceso, la inteligibilidad no se acentúa al llegar al rango de los seres vivos; sólo se hace notoria a nuestros ojos.
                   Tampoco hay ninguna clase de estanqueidad. Paradas, detenciones y demoras son otras tantas respuestas coherentes a estímulos de carácter aleatorio, normativo o a una combinación de ambos. Por su parte, el fenómeno connatural o biogénico, para nosotros de carácter subjetivamente "milagroso", debe desempeñar consecuentemente un papel a escala cósmica de una relativa normalidad y no algo insólito. La diferencia cualitativa existente entre la materia inorgánica y los seres vivos pudo ser superada en una serie de etapas de complejidad creciente, y no en un único salto. Ahora bien, hecha esa salvedad, si la expresión connatural puede parecer una variante del materialismo aplicado a los seres vivos o cuando menos asimilable en sus resultados, hay que hacer la advertencia de que no es preciso adherirse a una idea pareja al necesitarismo materialista de Demócrito según el cual "los principios de todas las cosas son los átomos y el vacío" exclusivamente, sino a la importante corrección efectuada por Epicuro que introdujo un principio general de causalidad con la intención de dar cuenta como los átomos llegan a encontrarse, a agregarse e incluso a dispersarse por los espacios infinitos construyendo mundos y seres vivos. Además también puede incluirse en él la teoría biológica de Empédocles (que sufrió la critica de Aristóteles, pero fue rehabilitada mucho más tarde por Erasmus Darwin) según la cual, la vida después de haber surgido espontáneamente, comenzando por formas elementales, evolucionó mediante mutaciones casuales insertas en el discurrir de un proceso de selección natural que opera siguiendo pautas de cambio no mecánicas.
                   Así pues el desarrollo teleonómico que experimentan los sistemas biológicos está caracterizado en todos ellos preferentemente por la defensa del mantenimiento de su orden estructural, pero con una gran diversificación y diferenciación en el establecimiento de prioridades y actividades externas que garanticen precisamente la persistencia generacional de ese mismo orden estructural.
                   Ahora bien, si no hay prioridades definidas de antemano en el camino evolutivo que han de tomar los sistemas biológicos, excepto el de la conservación de su orden, ¿qué podemos decir del vectorialismo, que sin duda es observable en la sucesión teleonómica? El aparato teleonómico (cualquier sistema biológico) al que le "llueven" copiosamente las oportunidades azarosas  (fluctuaciones estadísticas) de cambio innovador repentino, dispone de mecanismos que permiten definir las condiciones iniciales básicas de la admisión (temporal o definitiva) o del rechazo rotundo a la inserción dentro de su acervo operante. ¿Cuando la innovación es realmente aceptada o seleccionada? Cuando es compatible con el conjunto de un sistema, entrelazado por muchas otras interacciones que deciden la ejecución de un proyecto (nunca cuando éste pueda verse erosionado o menoscabado), o más raramente (aquí aparece el sentido vectorial) si coadyuva a su reforzamiento. Una selección innovadora (o un rechazo de la misma) no obedece realmente a una necesidad manifestada del sistema teleonómico, sino a una posibilidad (de ahí la ventaja del método exploratorio de carácter estadístico que habitualmente se da en la naturaleza) que en el universo no se desaprovecha nunca si puede valer la pena.
                   Necesidad es un concepto cargado de psiquismo, no en balde la expresión necesidad, en psicología, es sinónimo de motivación. Pensemos que si los sucesos naturales carecen de finalidad, es irrelevante que los mismos se culminen o no. No hay propósitos en el alud de nieve que se despeña por la ladera de una montaña, ni cuando la nube descarga un aguacero, ni en el ciclón que arrasa cuanto encuentra a su paso. La materia inerte sólo está sujeta a compulsiones, que ampliamente pueden calificarse de cosmológicas. El azar, al provocar el advenimiento "casual" de la vida, no ensalzó lo necesario en detrimento de lo compulsivo, pues esto último además de ser complementario con aquello, es una modalidad de la causación (efficiens), a la que le fue fácil fluir o manifestarse a través de lo que la propia dinámica interna del organismo tuviera de necesitante. Si por necesidad entendemos que algo no puede ser de manera distinta a como es, es porque se trata de una proposición a posteriori. Pero hay que afirmar que las necesidades mecánicas de la materia no permiten definir necesidad absoluta alguna (a lo sumo, su perentoriedad) sino solo un entrecruzamiento de causas y efectos de carácter aleatorio. En ese sentido habría que decir que en la naturaleza se da la contingencia, es decir, lo que no es necesario. Por tanto, creer que lo compulsivo sigue siendo fundamental en los procesos biológicos no es un subterfugio de astutos mecanicistas, si se admite con humildad que muchas veces no se sabe en qué grado se puede hablar de determinantes. Compulsión  hay por la sencilla razón de que los sistemas no solo se mantienen, sino que también se ven obligados a evolucionar en respuesta a las variaciones del medio, pero eso no nos permite decir que, necesariamente lo han de hacer en tal sentido o en tal otro.
                   Sí parece, en cambio, que hay peligro de perder el horizonte en la inspección de los sucesos biológicos. Reconocer lo que es necesario en los seres vivos es más difícil de lo que parece. ¿Tiene una planta necesidades que cubrir para seguir existiendo, o son condiciones las que permiten que exista? Más bien parece lo segundo, ya que la planta no puede exigir la presencia de las determinaciones que posibilitan su subsistencia, sino que se amolda a ellas en todo momento. Puede que sea perentorio el riego de la misma para que no se seque. Pero este "para que no se seque" es de una categoría mental subjetiva (es decir, desfigurada por una perspectiva antropomórfica), que no dice nada de la necesidad de pervivencia de la planta. La materia, sea cual sea la naturaleza de su organización estructural, implica diversos modos de existencia, pero la única necesidad natural que la afecta es la condicional, es decir, aquella según la cual resultan necesarios una serie de medios en virtud de la presuposición de un fin. En este caso se habla de una determinación teleológica, es decir, se trata de una finalidad determinada que requiere de una condición de los procesos que llevan a ella. La falta de observancia de esas reglas, origina graves distorsiones epistémicas. Sin embargo, peores consecuencias en ese sentido acarrean todavía las diversas nociones tradicionales de necesidad, cuando se confunden con la incondicionalidad (que se concibe bajo cualquier circunstancia, inclusive aunque sea arbitraria y sin condiciones), el estado de sometimiento (a un poder externo que no reside en la naturaleza intrínseca de las cosas) o la carencia de un entorno apropiado (en un sentido parecido a las necesidades físicas y fisiológicas humanas) con sentido antropomórfico
                   ¿Por qué ha arraigado, pues, con tanta fortuna el término necesidad si se basa en consideraciones factuales a posteriori? Cuando la conclusión de un razonamiento se revela como necesaria, la causa de tal necesidad está fundamentada en las premisas. Justamente, éste es el sentido de la necesidad que se manifiesta en la ciencia matemática. Pero ni siquiera la necesidad matemática tiene un carácter absoluto porque las premisas de su demostración son también simples postulados o suposiciones. En geometría, que los ángulos de un triángulo sean iguales a dos rectos depende de las definiciones euclidianas de la recta, de las paralelas, del ángulo recto y del triángulo, con lo que la necesidad de la consecuencia es puramente condicional y estática. En cambio, cuando hablamos de las necesidades funcionales de los seres vivos desvirtuamos en cierto modo el significado de lo que son condiciones funcionales optimizadas. Importa menos la denominación que se utiliza que el que comprendamos que la evolución obedece a determinaciones de las que las compulsiones no forman un mundo aparte, sino que es difícil disociarlas. Eso sí, la finalidad sigue siendo inobservable y la única necesidad natural definible es la derivada de la necesidad condicional, según la cual los medios son necesarios en virtud del fin que se presupone. Podríamos decir, que la evolución se alimenta a sí misma de determinaciones y posibilidades, no de necesidades finalistas. Eso casa bien con la física más reciente, que contempla la necesidad puramente mecánica como una combinación de distintos tipos de azar que sólo cabe especificar como probabilidades.
                   Todo lo acontecido desde la Gran Explosión para acá, ha sido en condiciones de suficiencia para realizar ciertas cosas e insuficiencia para realizar otras cosas. La historia de este universo empezó por una causa efficiens que no puede generar compulsiones que sobrepasen la propia capacidad de estimulación originaria, por lo que no se pueden generar necesidades reales que superen las condiciones que el medio fija o impone. Por ejemplo, los cangrejos ciegos de algunas de las cuevas submarinas de las islas Canarias son conceptuados como ciegos no porque necesiten ver, sino porque el medio no les permite ver. Impropiamente decimos que son ciegos cuando en realidad es, sencillamente, que no ven porque el medio convierte en inservible tal cualidad. Consideremos, por otra parte, los organismos unicelulares. Éstos no se unieron a otros, también unicelulares, para (necesariamente) constituir organismos pluricelulares. Que no es así, lo demuestran la infinidad de seres vivos que siguen siendo hoy en día unicelulares. La unión fue debida a la posibilidad de delegación de funciones y asunción de especificidades. La necesidad en un sentido empírico (y es el único que debe tener en ciencia) aboga por la ausencia de excepciones.
                   La necesidad a la que aludieron Demócrito, Shakespeare, Lamarck, Monod,...es un concepto que Darwin no consiguió desterrar, pero que en evolución biológica significa más bien poco; si acaso cumple su papel en determinados aspectos del dominio de la zoología y, a juzgar por las apariencias, en el aprendizaje y evolución intelectual humanos.
                   Lamarck, en su Filosofía Zoológica de 1809, exponía que el medio influía en los seres vivos creándoles nuevas necesidades a las que aquellos responderían produciendo un órgano nuevo o modificándose de alguna manera el ya existente. Estas modificaciones, adquiridas por influjo del medio, se transmitirían a la descendencia y así se originarían especies nuevas. La idea básica era, pues, que el órgano usado al ser acusado por la necesidad experimentaría una "mejoría" funcional, transmisible por herencia.
                   La realidad es muy otra, y Darwin lo aclara: el órgano experimenta variaciones azarosas. Las beneficiosas o provechosas se acumulan, o como mínimo se acentúan por la selección. Un cúmulo de pequeñas variaciones así transmitidas de generación en generación constituyen las "pequeñas modificaciones seleccionadas" en una mejora perdurable, que produce por gradualidad la aparición de una especie nueva.
                   Desengañémonos, la necesidad no crea el órgano. La evolución biológica actúa justamente al revés, permitiendo que aparezca el órgano o favoreciendo adaptativamente al que existe, acorde con las condiciones imperantes en cada momento. Nunca el tenista con brazo hipertrófico por su actividad en el deporte de la raqueta transmitirá a su descendencia esa característica. Si los hijos emulan las hazañas deportivas de su progenitor es muy posible, en cambio, que hayan heredado sus aptitudes genéticas en ese sentido, cuyas claves son de más oscuro desciframiento.
                   Si nos remontamos a las ideas al respecto que tenían los antiguos griegos, vemos que Aristóteles, reproduciendo las palabras de Eveno, decía que "Toda necesidad es una cosa aflictiva". Sin embargo, aquél no piensa exactamente así, al menos, cuando asegura que "La necesidad es, por consiguiente, a nuestros ojos aquello en cuya virtud es imposible que una cosa sea de otra manera", lo cual supone ver las cosas con un notorio antropomorfismo consciente. Una idea algo más aproximada tiene Sófocles al poner el acento en la inevitabilidad de carácter extrínseco, que obliga a algo a ser necesario lo que no deja de ser una variante de la determinación causal: "La fuerza es la que me obliga necesariamente a obrar así". Qué cosa sea una fuerza, no ha de venir al caso (él, desde luego, no lo aclara) siempre que no se tenga sobre ella un prejuicio sobre su supuesta coactividad.
                   No hay que pasar por alto, que la generalización de las reglas (lo cual es una convención) sobre cómo suceden las cosas, no presupone que no haya razón alguna de que no puedan ser absolutamente diferentes a como suponemos deben ser necesariamente. Si se siguen los presupuestos fundamentales de las matemáticas, como se ha hecho con frecuencia en el pasado, las consecuencias se siguen infaliblemente, y por ello parecen dotadas de una "necesidad eterna", cuando la conclusión lo único que hace es afirmar total o parcialmente las premisas, aunque generalmente con diferentes palabras. Por eso el pensamiento físico de nuestros días habla, en cambio, de una "necesidad determinante"  (no de una "necesidad eterna matemática"), en virtud de la cual, y por obra de una causalidad conforme a leyes naturales, las cosas producidas tienen una existencia temporal, sin dejar de ser por eso necesarias, es decir, determinadas rigurosamente por causas que actúan precisa e ineluctablemente. Otra cuestión es que la "necesidad determinante" es un término complejo, que a su vez, requiere de ciertas explicaciones.


                   Necesidad determinante


                   Cuando se visita el museo antropológico de la ciudad de México D. F., el viajero no puede por menos que asombrarse, no solo de lo imponente del recinto, sino de la magnificencia y vastedad de las culturas mesoamericanas prehispánicas que hay representadas en él. No deja de ser curioso que las refinadas (en algunos aspectos) civilizaciones mayas, zapotecas, aztecas, toltecas, etc., no conocieran la rueda, y en cambio, elaborasen perfectos calendarios de formas circulares que eran labrados primorosamente en piedra. En algunos casos, sus dimensiones son enormes y, seguramente, durante su construcción siguieron ciertas directrices de carácter religioso-geométrico, impuestas por los sacerdotes, que eran los intérpretes cualificados de las supuestas voluntades de los dioses. Es muy posible también, que al desplazar los grandes bloques de piedra ya trabajados por los operarios, los hicieran rodar hasta colocarlos sobre algún ara o encajarlos en una hornacina. Sin embargo, de esa capacidad de "rodadura", derivada de la característica geométrica de su circularidad, no sacaron las conclusiones suficientes para llegar más lejos en su aplicación. Las culturas antiguas eran muy observadoras de la naturaleza, y ésta proporciona pocos ejemplos sobre actividades de rodadura. Todo lo más que puede distinguirse, es geológicamente en el esbozo de dicha actividad en algunos desprendimientos de rocas y piedras de las laderas de las montañas y algo más desarrollado, en los aludes de nieve. Quizás, el ejemplo de los cantos rodados en muchos tramos de los ríos de todo el mundo, pudieran ser lo máximo que, en autotransporte, nos recuerde de lejos el modo de desplazamiento que nos es tan familiar. Ocurre, sencillamente, que la naturaleza "no puede" inventar la rueda porque ésta es una máquina elemental cuya eficacia depende, sobre todo, de la composición de "piezas" sueltas y los sistemas biológicos, como ya sabemos, no se construyen de esa manera.
                   Es obvio, que la característica principal de la rueda es su circularidad. Posiblemente, ninguna de las propiedades de cualquier otro objeto inventado por el hombre se deriven de una utilización tan clara y directa de la "necesidad" geométrica que impone el circulo. En ese sentido, antes de que se conociera la rueda, digamos que, se encontraba en un estado de "posibilidad necesitante". "Posibilidad" de aprovechamiento de su configuración geométrica, y "necesitante" de que alguien (el hombre primitivo) se diera cuenta de que la fricción rodante era de un valor mucho menor que el de la fricción deslizante, y por tanto, de mucha mayor utilidad para acarrear materiales. La ventaja mecánica de la rueda reside en que la fuerza aplicada sobre su borde exterior queda multiplicada por la distancia en que actúa, es decir, por el radio. Hoy nos parecería muy simple descubrir la rueda de nuevo si no se conociera, pero tal vez esta presunción sería equivocada. Pensemos que los americanos precolombinos, los cuales lograron tener grandes conocimientos astronómicos hasta constituir magníficos calendarios, inventaron la metalurgia por su cuenta y organizaron inmensos imperios sin llegar nunca a conocer la rueda. Su invención no debió ser sencilla y seguramente se produjo por etapas. Podrían haber ido desde el arrastre de un tronco de árbol hasta la rueda libre de estilizados y firmes radios. El primer paso sería el invento del rodillo, y sobre rodillos pudieron transportarse grandes pesos. Luego se perfeccionaría el rodillo hasta constituir la rueda maciza con un eje de sección cuadrada, o sea la rueda rígida, y más tarde ya, la que gira alrededor de su eje, es decir, libre, que puede ser más o menos maciza, con radios transversales, y por último, con radios radiales.
                   Bien, pues entre siete o diez mil años atrás, media humanidad descubrió los beneficios de la utilización de la rueda. En efecto, se cree que en las llanuras centroasiáticas comenzó a utilizarse este medio de transporte y desplazamiento rápido y eficaz, que enseguida se propagó por Eurasia y en menor medida por África. ¿Qué había ocurrido con este hecho? Pues que mientras en América, la rueda seguía siendo una posibilidad necesitante (y lo siguió siendo durante más de cuatro mil años) en otra gran parte del mundo ya había pasado a ser una necesidad posibilitante. ¿Cual es la diferencia? Pues que, en el segundo caso, el idealismo (la necesidad eterna) de la figura geométrica circular, se ha descargado en una concreción física de la realidad real. La necesidad de rodadura de los objetos circulares, posibilita el descubrimiento de nuevas aplicaciones: ruedas de carro, ruedas de bicicleta, ruedas de automóvil, ruedas de molino, etc., incluso los engranajes de la industria, las manillas de las puertas, los volantes de los automóviles y los vehículos espaciales automáticos que exploran el planeta Marte, se basan en el principio de funcionamiento de la rueda.
                   En este ejemplo, es fácil desglosar a posteriori los dos componentes (lo necesario y lo posible) de la realidad conocida, pero en la realidad cognoscible, las cosas son mucho más enrevesadas. Einstein se pregunta asombrado por qué razón, Poincaré y otros investigadores rechazan la evidente equivalencia que hay entre los cuerpos de la geometría y los sólidos prácticamente rígidos de la experiencia. ¡Con lo fácil que es atenerse, por ejemplo, a la geometría euclidiana! Ahí estaban Descartes y Spinoza para quienes el mundo físico era res extensa, y la física, pura geometría. Además, la geometría es una ciencia de la naturaleza y puede ser considerada perfectamente la rama más antigua de la física... Ocurre sencillamente, y el mismo Einstein se rinde ante esta evidencia superior, que si se observa con exactitud, los sólidos realmente rígidos de la naturaleza no son rígidos y su comportamiento geométrico derivado, es decir, sus posibilidades de localización en el espacio dependen de otros factores como pueden ser la temperatura, las fuerzas exteriores, etc. Así, la relación originaria entre geometría y realidad se desvanece en gran parte y Einstein hace suyo el punto de vista (de Poincaré) que es resumido de la siguiente manera: "La geometría no dice nada acerca de los comportamientos de los objetos reales. Esto lo realiza únicamente la geometría, en unión con el contenido de las leyes de la física; simbólicamente podemos decir que sólo la suma + no resiste el control de la experiencia. Por tanto se puede escoger a arbitrariamente, así como a partes de ; todas estas leyes son convencionales. Para evitar contradicciones sólo es necesario escoger el resto de de tal manera que junto a la totalidad de corresponda a la realidad."
                   En honor a la verdad hay que decir que fue Leibniz quien puso la idea de fuerza en primer plano y convirtió la física de estática (rueda = circulo = calendario azteca)  en dinámica (rodadura: acción o efecto de rodar). De la res extensa se pasó a la vis o fuerza (tracción o empuje) como idea del mundo. 
                   Y es que las relaciones geométrico-matemáticas propias de la necesidad eterna, se entreveran con los productos derivados de la compulsividad general y del determinismo físico-químico que se encuentran dispersos en multitud de órdenes y sucediéndose en muy diversas formas, (mezclas y combinaciones) por el espacio-tiempo, constituyendo un conglomerado evolutivo con un conjunto de posibilidades mixtas por desarrollar.
                   La suposición de que una necesidad eterna gobierna automáticamente los hechos del mundo, bastando para ello que lo fortuito incida en un plexus de relaciones que "están ahí" también ya, dadas geométrica o matemáticamente, tal vez provenga de la inversión interpretativa de la idea errónea de "causa cesante, cessat effectus", que como dice Mario Bunge, es un simple escolasticismo no puesto al día. Fuera o más allá de toda consideración que podamos hacer sobre transformaciones, permutaciones o sustituciones de efectos, hay una impronta indeleble de la causa que los origina, ya que de algún modo, está eminentemente representada en las consecuencias subsiguientes derivativas.
                   La compulsión primaria, que para nosotros no es otra cosa que la Gran Explosión, dio origen a la necesidad determinante y es una "causa cesante" sólo a medias, pues en realidad está subsumida en todos los procesos cosmológicos y naturalmente dentro de la microfísica y del ámbito general de los principios genéticos que rigen la vida. Por eso no hay dificultad en admitir la necesidad determinante como una novedad muy relativa dentro de los límites que el universo permite. Posiblemente, se adicionó a las demás leyes (además de haber sido originada según ellas) existentes en una fase temprana del desarrollo cósmico, formando pautas para la materia inanimada, los seres vivos y el devenir de ambos.
                   Es cierto que algún filósofo (Spinoza) consideró la compulsión como un aspecto más de la necesidad; de hecho, la identificaba con ella, y que otro (Russell) por el contrario, aseguró que el concepto de compulsión es antropomórfico por dar una idea de "coacción" de las causas sobre los efectos, e incluso de los efectos sobre las causas al obligarlos a aquéllos a encajar con el resultado que estimamos pertinente. Pero a pesar de todo, el término es útil si conseguimos liberarnos de la impresión subjetiva de una supuesta coactividad entre causa y efecto. El concepto de necesidad es de origen (y ahí difiere del de compulsión) geométrico-matemático, y en el no se contemplan las posibilidades de acción y reacción del mundo real, sino que se descubre un mundo estático de axiomas, teoremas y postulados en el que las premisas confirman las conclusiones tanto como viceversa, por lo que es puramente tautológico.
                   Quien mejor ironiza sobre estas cuestiones es Chesterton, que en su lógica del País de las Hadas dice lo siguiente: "Podríamos exponerlo de la siguiente manera. Hay determinadas secuencias o desarrollos (casos en que una cosa sigue a otra) que, en el sentido auténtico de la palabra, son razonables; que en el sentido auténtico de la palabra son necesarios. Tal es el caso de las secuencias matemáticas o meramente lógicas. En el País de las Hadas (que son las más razonables de todas las criaturas) admitiríamos esa razón y esa necesidad. Por ejemplo, si las hermanas feas son mayores que Cenicienta, es preciso (en un sentido riguroso y tremendo) que ésta sea más joven que sus hermanas feas. No hay salida posible. Haeckel puede achacar a ese hecho todo el fatalismo que quiera: realmente ha de ser así. Si Juanito es el hijo del molinero, el molinero es su padre. La fría razón lo decreta desde su poderoso trono, y en el País de las Hadas nos sometemos a sus dictados. Si los tres hermanos cabalgan sendos corceles, tendremos seis animales y dieciocho extremidades entre piernas y patas; esto es puro racionalismo, y el País de las Hadas abunda en él. Pero cuando levanté la cabeza por encima del seto de los trasgos y comencé a cobrar conciencia del mundo natural observé algo extraordinario. Me di cuenta de que los hombres ilustrados que usaban gafas hablaban de acontecimientos reales: el alba, la muerte y cosas por el estilo, como si fuesen racionales e inevitables. Hablaban como si el hecho de que los árboles dieran frutos fuera igual de necesario que el que dos árboles y un árbol sumaran tres. Pero no es cierto. Si se hace la prueba del País de las Hadas, que es la de la imaginación, la diferencia es enorme. Uno no puede imaginarse que dos y uno no sean tres. Pero es de lo más sencillo suponer que los árboles no den frutos; podemos imaginarnos que lo que crece en ellos son candelabros de oro o tigres colgados por el rabo"...., y continúa su jugoso relato....:"Creemos en los milagros corporales, pero no en las imposibilidades mentales".
                   Evidentemente, en el País de las Hadas en el que nos quiere sumergir Chesterton, dos olmos y un olmo suman necesariamente tres olmos, y eso es absolutamente normal, pero de ahí no podemos pasar. Dar un valor a la imaginación, sí, pero magnificarla es válido sólo en el País de las Hadas. La experiencia nos enseña que el olmo no da manzanas, aunque para Chesterton no hay cosa más fácil de imaginar. Ahora bien, si el olmo no da manzanas por empírica y aparente imposibilidad, tampoco el manzano da manzanas por necesidad estricta. Primero, el manzano da manzanas, por una clase particular de causalidad eficiente y por unas determinadas compulsiones externas, y aquél no podría sobrevivir si alguna de estas últimas deja de tener las características adecuadas. Por ejemplo, el manzano se extinguirá indefectiblemente por falta de agua, si le corroe una plaga, si le destroza un rayo, si se quema en un incendio o simplemente, es talado. Y segundo, los principios, condiciones, impulsos, etc. de la propia naturaleza de ese ser vivo que componen una adición de determinantes intrínsecos (tales como las tensiones internas) podrían contarse, entre las causas o compulsiones internas, si no fuera porque convencionalmente y siguiendo la nomenclatura tradicional suelen describirse como no causales. Esta actitud es correcta, dado que la contravención de tal costumbre permitiría sugerir que puede realizarse una extrapolación de la causalidad hasta extenderla a todo el espacio útil de los tipos de determinación. No obstante, la variabilidad en las relaciones de dichos determinantes intrínsecos es tan considerable en sus manifestaciones que el manzano puede dar, por ejemplo, muchas manzanas y pocas hojas, muchas hojas y pocas manzanas, muchas manzanas pequeñas y pocas grandes, muchas manzanas ácidas y pocas dulces, muchas manzanas de piel suave y pocas manzanas de piel áspera, etc. La extensión del término geométrico-matemático necesidad a todos los componentes del mundo material es un simple intento de concreción de un ideal, un intento de volver a la situación psicológica anterior, caracterizada por la presencia de una abstracción mentalmente construida con presupuestos exclusivamente racionalistas, que son inaplicables a lo que constituyen las manifestaciones pragmáticas del mundo racional empirista (realista).
                   Es muy duro para el filósofo (y no digamos para el hombre de la calle) admitir que es un ser compulsivo. Lógico, nadie quiere ser o parecer un autómata. Pero además de que la parte compulsiva de nuestra corporeidad no tiene por qué invadir ningún área de nuestra capacidad volitiva, habría que explicar cómo la moderna sociedad de consumo, es capaz de descubrir nuevas necesidades, si éstas son verdades eternas e inamovibles. La precaución con la que esta palabra debe tomarse, es algo que ya Nietzsche sospechaba: "La necesidad que se siente de algo se tiene como la causa para que se origine. En verdad, muchas veces no es más que el efecto de lo originado".
                   Todavía alguien podría hacer la siguiente reflexión: si en el mundo que llamamos real, no podemos considerar la necesidad más que como un elemento desprendido del estudio de las relaciones geométrico-matemáticas y disponemos de uno más apropiado al caso, cual es el de la perentoriedad (más en un sentido determinante, que de urgencia) de los fenómenos, ¿por qué traemos a colación el término compulsividad? La respuesta debe contemplar dos matizaciones. En primer lugar, la perentoriedad, además de tener un carácter más subjetivo todavía, nos es sugerida empíricamente por una observación particular de carácter fenomenalista, mientras que si admitimos la presencia de las compulsiones en cualquier ámbito cósmico damos cobertura teórica a las contingencias que puedan presentarse, aunque no se disponga de antecedentes empíricos. En segundo lugar, porque si no acudimos en ayuda solícita del término perentoriedad con otro que describa el comportamiento (mundo de los hechos), inmediatamente se asociaría a la necesidad matemática recreando una y otra vez el dogma filosófico de la necesidad eterna (o necesidad absoluta de Leibniz), que se hace extensivo a muchas otras ciencias con la expresión derivada de necesidad condicional, que es un elemento imprescindible en la subjetiva idea de la presuposición de fines.
                   Dar a la necesidad determinante su justo valor supone al mismo tiempo desdramatizar el concepto de lo necesario (en sentido amplio) y contemplar la contingencia como algo que está ahí, como una posibilidad no desdeñable de opción cósmica. Superar ambas concepciones es, por ejemplo, la tarea que se ha impuesto Prigogine cuando en su descripción de las estructuras disipativas desestima la clásica diatriba entre necesidad y contingencia.        


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