martes, 10 de enero de 2012

35- La vida, ¿un hecho rutinario?






35-LA VIDA, ¿UN HECHO RUTINARIO?

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            "Como una lluvia de estrellas, los mundos giran, arrastrados por los vientos de los cielos, y son transportados a través de la inmensidad; soles, tierras, satélites, cometas, estrellas fugaces, humanidades, cunas, sepulturas, átomos del infinito, segundos de eternidad, transforman continuamente los seres y las cosas."


Camille  Flammarion (Astronomía popular)


                   Por lo visto hasta ahora se deduce que es estéril el debate teleonomismo-finalidad. Esa dualidad deja de tener sentido porque el factor azar irrumpe con fuerza, y con su omnipresencia pasa a ocupar un discreto pero siempre activo papel protagonista, exento de dirigismo. El azar interviene tanto en los sucesos prebióticos, que parece que lleva a conclusiones lógicas evidentes. Pero solo son conclusiones extrapoladas a posteriori y traídas al primer plano de la evidencia de lo sucedido, jerarquizando los acontecimientos en función de lo que se pretende demostrar. El "probarlo todo para llenarlo todo" de Theilard de Chardin no es más que una versión poética de lo contingente, de lo aleatorio. En ese caso es el proceso de llenado lo inexplicable, sobre todo para un Dios posibilista. Menos creíble es aún lo del "azar dirigido". El simple enunciado es un sinsentido.
                   Es evidente que cuando se habla de azar se manejan ideas muy diversas. Se dice, por ejemplo, que el juego de quinielas futbolísticas es de azar restringido, ya que, naturalmente, sólo puede ser premiado aquel que ha adquirido algún boleto y lo ha cumplimentado subsiguientemente. En realidad lo que ocurre es que nos sometemos gustosos a la inofensiva ficción de que el número de posibilidades que hay en la fuente de datos (los campos de juego, y las respectivas probabilidades de ganar o perder de los equipos participantes en él) se fijan independientemente de lo que uno pueda llegar a saber. Esa ficción, normalmente, ha de permitir desarrollar la estructura de la información sin consecuencias importantes capaces de distraer nuestra atención, dedicada normalmente a otras cosas más habituales. Es decir, lo que se sabe sobre las distintas posibilidades de los equipos participantes en un campeonato, son las mismas para todos los receptores que hacen al caso y como experiencia previa al relleno y presentación de sus boletos. El examen y comprobación posterior del desarrollo de las confrontaciones intergrupales, se realiza como si fueran absolutas y fijas. Cualquier persona que participe en el juego sabe lo mismo sobre las posibilidades que hay en la fuente, y de hecho, se hacen los cálculos como si se tratase con cantidades absolutas. Como los cambios en los sistemas de referencia (por ejemplo, la clasificación tabulada de partidos ganados y perdidos por cada equipo) son, por lo general, leves y progresivos, no suele surgir la necesidad de explicitar con brusquedad la naturaleza relativa de la cantidad (por ejemplo, muchos goles marcados por un nuevo jugador "estrella" de un equipo con comportamiento anodino y previsible hasta hacía poco tiempo atrás) que se hace preciso considerar. La predicción previsible y sin premios importantes, se deriva fundamentalmente del desprecio en el examen de las magnitudes relativas. Éstas, que por su naturaleza no azarosa, podrían y deberían ser tenidas en cuenta, son relegadas por considerar que no se gana nada (excepto una sobreexcitación mental) considerando esos puntos y que es más fácil adherirse al marco común de posibilidades informacionales, como por ejemplo, las derivadas de las clasificaciones de las ligas futbolísticas que se publican en todos los periódicos deportivos y de información general.
                   Sin embargo, los factores que podrían considerarse decisorios a la hora de rellenar un boleto quinielístico son tan variados e inclasificables como poco contemplados en el marco común de las posibilidades de información. Irían hipotéticamente, desde que uno de los mejores jugadores de uno de los dos equipos se ha roto una pierna poco antes de comenzar el partido, hasta que el arbitro de otro encuentro ha discutido con su esposa, por lo que descarga su malhumor pitando faltas en demasía al equipo al que ya tenía oculta ojeriza. Esto haría que los previsibles resultados de un aficionado con grandes conocimientos meramente futbolísticos fueran descabalados.
                   Si todos esos factores, junto con otros muchos imposibles de enumerar y hasta de imaginar, nimios o importantes, pero casi siempre admitidos como colaterales, fueran suministrados (además de los usuales) a un ordenador para que los computase, el porcentaje de aciertos aumentaría enormemente y el azar sería confinado a unos estrechos márgenes. En realidad, muchas veces se llama azar a la ausencia de información. Ésta depende de lo que podamos y cuanto podamos enterarnos a partir de una determinada señal, y precisamente no hay ningún límite a lo que se puede saber detectando determinadas señales sobre el estado de las cosas.
                   En cuanto al Azar (con mayúscula) cósmico no podemos hacernos una idea clara de cuál es su importancia (aunque sospechamos que es mucha) porque la información que nos envía el universo sobre su forma de comportarse, además de ser en cantidad abrumadora, se realiza de forma indeliberada y su modo de aceptación depende de los intereses, los valores y los supuestos propósitos de quiénes la reciben y la clasifican, que consecuentemente, influirá en que la misma se convierta o no en una cuestión pertinente y evaluable.
                   Conocemos una parte relativamente importante de las circunstancias que provocaron la creación de nuestro mundo, pero no tenemos forma convincente de comprobar si esas mismas circunstancias convenientemente barajadas podrían provocar de nuevo un mundo semejante al nuestro. Somos prisioneros de “la paradoja de la lotería". La lotería cósmica funcionó al menos una vez en esta parte de la galaxia. Sencillamente, a nosotros nos tocó la lotería de vivir en un mundo mediante un sorteo (o conjunción de posibilidades) en el que ni siquiera llevábamos número; éste nos fue regalado con el lote de nuestra existencia. Sin embargo, aunque tengamos en cuenta que por definición, no podemos observar un cosmos inhabitable, hay muchos científicos que opinan que no tiene sentido discutir los conceptos de probabilidad, azar y verosimilitud a posteriori. Según ellos, dado que el universo existe, su estructura particular no debería producir sorpresas y, lógicamente, tampoco la existencia o inexistencia de mundos habitados. Simplemente, el universo es así.
                   Un mundo “a priori” contingente como el nuestro, bien pudo haber tenido una réplica  alternativa en otro sistema solar de otra galaxia y con diferente configuración física. La evolución biológica podría haber tomado también otros derroteros. Imaginemos que los dinosaurios no se hubieran extinguido de forma abrupta, y que una línea evolutiva nos hubiera hecho sus emparentados descendientes. En ese caso, tendríamos probablemente cuatro dedos en cada mano. Otro ramal evolutivo, extravagante pero no imposible, podría haber originado a lo mejor, seres inteligentes, con un solo ojo en la frente, cual extraños cíclopes. Un mundo habitado, lo está porque es habitable, y su habitabilidad puede venir dada por condiciones dispares con las condiciones de habitabilidad de otro mundo posible. De acuerdo con este punto de vista debe haber un conjunto de universos del cual el nuestro no es sino un componente más. El universo que percibimos es uno más entre una colección enorme (quizá infinita) de universos, cada uno de los cuales difiere de los demás en unos y otros aspectos. Cada uno de ellos respondería a un modelo posible de disposición de la materia y la energía. Aunque la mayoría de esos universos no serían adecuados para la vida por encontrarse cercanos a condiciones totalmente caóticas (equilibrio termodinámico) existiría una pequeña fracción de ellos, en los que accidentalmente se darían condiciones precisas para el desarrollo de la vida.
                   Nos interesa mucho más que comparar las posibilidades de sustentar vida de supuestos universos paralelos existentes, el indagar sobre las posibilidades que tiene el nuestro de generar otra u otras formas de vida, se asemejen o no a las que conocemos.
                   Cuando el azar nos deja sumidos en las tinieblas del conocimiento debemos investigar sobre otras formas de legaliformidad habientes en la naturaleza. Superado cierto orden de magnitud, el azar nos desorienta, pero aferrarnos a la idea de la inexistencia de causas inidentificables es estéril y perturbadora. En el inmenso cosmos la ley de los grandes números nos permite adoptar la actitud de ignorar deliberadamente las fluctuaciones que puedan producirse, por lo que los valores medios son capaces de proporcionarnos una descripción bastante aceptable. Con tal propósito, podemos decidirnos por dos opciones alternativas. O partimos de la base de que en el sistema macroscópico de que se trate, las mismas fluctuaciones de diversa índole que puedan producirse no son capaces de definir su futuro ni arrastrarlo a regímenes diferentes coexistiendo en su seno. O viceversa, si las grandes fluctuaciones han de acabar por cambiar el sistema, suponemos que, él mismo lleva en su seno implícitas las condiciones capaces de generar fluctuaciones que lo transformen. Ante la tesitura de poder o no poder distinguir entre azar y causación definida, hay un nivel de teoría termodinámica que nos simplifica las cosas. En ella se funden ambos y desaparecen casi por entero como individualidades reconocibles, produciendo una teoría aplicable al cosmos, que trata de conceptos referidos a propiedades y procesos vinculados entre sí por relaciones consideradas funcionales y simétricas, que no pueden delimitarse de modo claro en una formulación puramente causal.
                   Hoy por hoy ya no se ve como posible afirmar de manera dogmática que el azar no es más que un nombre de la ignorancia humana, ni tampoco que al final se llegará a demostrar que todo puede reducirse a causación. Al azar se produce un tipo particular de determinación, según el cual, los sucesos se relacionan de manera compleja con otras categorías de determinación actuantes en todos los sistemas, cosa que podría ser extrapolable a todo el cosmos como campo de acción.
                   Amparándonos en esas consideraciones, hemos llegado a saber en los últimos decenios de investigaciones científicas muy intensas, sobre todo radioastronómicas, que los rudimentos de la vida están muy difundidos en el cosmos, aunque su distribución fluctúa ampliamente de unos lugares a otros. Los mundos habitados, que decía Giordano Bruno, son enormemente probables. Miríadas de ellos podría haber esparcidos por las inmensidades siderales.
                   Supongamos que la mayoría de las estrellas poseen sistemas planetarios y que muchos de sus planetas son similares al nuestro, en tamaño. Pues bien, se puede fijar un criterio que defina las características de habitabilidad de tales planetas.
                   El científico norteamericano Stephen H. Dole realizó un estudio sobre estas cuestiones en el libro "Habitable Planets for Man", en el que se manifestaban conclusiones muy razonables. Según Dole, dado que conocemos las propiedades de las estrellas y la probabilidad de que alguna de éstas tengan sistemas planetarios que las acompañen por el espacio, así como las condiciones necesarias para el origen y primitiva evolución de la vida, podremos tratar de especificar qué tipos estelares es probable que posean planetas habitados y cuál es el alcance de los entornos planetarios en el que cabe concebir procesos biológicos. Existen unos diecisiete mil millones de estrellas en nuestra galaxia que reúnen condiciones adecuadas para sostener sistemas planetarios habitables. Estas condiciones vendrían dadas en estrellas de mediano tamaño, pues las estrellas muy grandes son de vida muy corta, y un supuesto planeta que las orbitase estaría sometido a condiciones fugaces o cambiantes qué impedirían su recorrido por las prolongadas etapas de su evolución química. Una estrella pequeña, en cambio, no tiene capacidad suficiente para calentar adecuadamente un planeta, por lo que éste no llegaría a colmar su capacidad de vivificación. Aún así, es posible que estrellas con esas características idóneas no posean un planeta de masa conveniente y a la distancia precisa con una órbita regular y un apropiado período de rotación.
                   Introduciendo esas restricciones en sus cálculos, Dole llegó a una razonable estimación de unos seiscientos millones de planetas habitables, sólo en la Vía Láctea y conteniendo seguramente alguna forma primitiva o evolucionada de vida. A pesar de esa enorme cantidad de planetas existentes en nuestra galaxia, corresponde en el promedio de su escasa distribución, un planeta por cada ochenta mil años-luz cúbicos. Lo que quiere decir que debe haber un total de cincuenta planetas habitables en un radio de cien años-luz, moviéndose en torno al nuestro. El más cercano a la Tierra distaría unos ventisiete años-luz. Las cavilaciones de Dole al respecto le hacen suponer que los dos sistemas de estrellas más cercanos a nosotros, Alfa Centauro A y Alfa Centauro B (en total comprenden unas catorce estrellas), tienen una probabilidad en ese sentido de aproximadamente dos entre cinco.
                   Se puede ser más restrictivo todavía. Considerando que la vida inteligente en la Tierra es 1/3.500 del tiempo en el que ha poseído vida de alguna clase, deduciríamos que, aproximadamente, uno de cada tres mil quinientos planetas alberga vida inteligente y, por consiguiente, de los seiscientos millones de planetas en algún estadio de desarrollo vital, estarían habitados por seres inteligentes unos ciento ochenta mil.
                   Sin embargo, el mismo Dole, Asimov y Sagan son más optimistas. Por ejemplo, Sagan piensa que nuestro chauvinismo antropocéntrico, que es casi como decir finalismo, nos hace cortos de miras por lo que medimos las posibilidades de la vida con ojos terrestres. La evolución vital es un producto de acontecimientos azarosos, mutaciones casuales y etapas evolutivas en especies aisladas. La evolución propiamente dicha estuvo enormemente influida por las primeras y pequeñas diferencias que hubo en el arranque biótico. Si se comenzase a formar la Tierra nuevamente, operando los factores aleatorios no nos pareceríamos en absoluto a lo que somos actualmente los seres humanos (lo cual no quiere decir que no razonásemos de la misma manera). Se suele creer, influidos sin duda por nuestra mediatización terrestre, que el oxígeno es un factor decisivo para la aparición de la vida, y que un planeta en el que no exista ese elemento por fuerza ha de ser inhabitable. No se repara en que hay muchos organismos en la Tierra que no lo necesitan y otras varias clases de ellos que se intoxican con él. Las condiciones previtales en la Tierra excluían en principio la presencia de Oy no fue utilizado (como vimos en el capitulo correspondiente) por los primitivos organismos hasta que las adaptaciones evolutivas les permitieron sobrevivir en el seno de este gas fundamentalmente tóxico.
                   También se suele pensar que la temperatura es una limitación para la existencia de la vida medianamente organizada. En realidad, se trata de un prejuicio más de los que tenemos en relación con los sucesos vitales. Muy bien pudieran existir otras condiciones, en cuanto a temperaturas, composiciones gaseosas atmosféricas e incluso en lo que respecta a otros líquidos oceánicos (aunque bien es verdad que el agua es el de más amplio margen de temperatura para la fase líquida y el menos sensible a las variaciones térmicas en sus cualidades talasogénicas) lo cual implica otras bioquímicas desconocidas e incluso inimaginables. Pensemos en la posible existencia de los pirozoarios, animales fruto de la imaginación e inventados en el siglo XIX, cuyo metabolismo utilizaría la química del silicio. Hoy sabemos que no podría ser exactamente así, pues a pesar de parecerse mucho al carbono y tener la posibilidad de unirse a un máximo de cuatro átomos diferentes en cuatro direcciones distintas, su átomo es mayor que el del carbono. Esa circunstancia hace que las combinaciones silicio-silicio sean menos estables que las del carbono-carbono. Sin embargo, se ha podido constatar que la alternancia del silicio con el oxígeno es capaz de dar origen a largas y complicadas cadenas de siliconas, a las que pueden añadirse grupos de hidrocarburos, dando lugar a moléculas delicadas y versátiles capaces de sustentar vida.
                   Bioquímicas más raras son concebibles. Átomos escasos en el cosmos como el germanio, podrían jugar algún tipo de protagonismo en algunas de las reacciones en las que el carbono interviene normalmente. El amoníaco puede reemplazar al agua en una química basada en el carbono y compatible con la existencia de más bajas temperaturas que las de nuestro planeta. En cambio, la existencia de vida en el seno de estrellas, se considera poco probable, porque no hay posibilidades de reacciones químicas. Sólo se producen las nucleares y atómicas, de carácter exclusivamente aleatorio. No obstante, es mucho lo que desconocemos todavía, y en las profundidades del espacio interestelar o en otros objetos cósmicos pueden muy bien haber tenido lugar sucesos vivientes generalizados. Por carencia de planetas, desde luego, no será. Nuestra tecnología, que progresa a gran velocidad, ya permitió hace tiempo localizar a Alex Wolsczczan en una estrella (la B 1257 +12) de neutrones a 1.300 años-luz, dos planetas orbitando en torno a ella. Más tarde, se detectaron planetas que giran alrededor de las estrellas 51 Pegasi, 70 Virginis y 47 Ursae Majoris, en las constelaciones de Pegaso, Virgo y Osa Mayor respectivamente. Las dos últimas estrellas son visibles a simple vista en las noches despejadas de primavera, lo que indica que no están tan lejos como pudiera parecer, en términos astronómicos. Desde 1995 se vienen haciendo estudios radiométricos cada vez más exhaustivos en torno a estrellas cercanas al Sol para detectar dos, y posiblemente tres planetas como la Tierra girando alrededor de ellas. Es el caso de Lalande 21185 que parece tener un sistema planetario parecido al nuestro, dentro de las dos y quizá más categorías de sistemas planetarios que puede haber en el espacio interestelar inmediato al nuestro.
                   Divagaciones al margen, y basándonos preferentemente en lo que sabemos, podemos decir que todo parece indicar que la vida requiere agua en estado líquido, que a su vez necesita de planetas para su almacenamiento. Infinidad de observaciones astronómicas muestran que la existencia de sistemas planetarios debe ser bastante corriente. Estrellas jóvenes relativamente cercanas a nosotros, de masa parecida a la solar, están rodeadas de una masa de gas en forma de disco que se supone es necesario para explicar el origen de los planetas de cualquier sistema solar. Aunque son indicios indirectos, como en el caso de las estrellas antes descritas, sí parecen convincentes para explicar que en torno a otras estrellas existe una multitud de planetas generados en el seno de esa masa de gas circundante, y que algunos de ellos serán presumiblemente parecidos a la Tierra.
                   Se aportan toda clase de razones para creer que hay muchos mundos ricos en agua y parecidos al nuestro. Esas circunstancias permiten suponer que esos planetas pueden estar dotados con amplios desarrollos de moléculas orgánicas complejas. Es verosímil que en los próximos decenios se disponga de un generoso inventario de planetas situados en torno a las estrellas más cercanas a nosotros. Gracias al estudio de las fluctuaciones del periodo de los púlsares y de las velocidades radiales de las estrellas mediante el efecto Doppler, los interferómetros en tierra y en el espacio, y los telescopios espaciales, se obtendrán presumiblemente, resultados significativos en los próximos decenios. Millares de estrellas cercanas, pueden tener compañeros circundantes que, sin duda, serán buscados por los investigadores. Será más fácil encontrarlos entre aquellos soles que tengan un sistema planetario habitable, por lo que la radiación que emitan debe mantenerse aproximadamente constante durante miles de millones de años, ya que leves cambios porcentuales de luminosidad tendrían efectos muy relevantes en las temperaturas de la superficie de los planetas afectados. Por otra parte, su masa debe estar comprendida entre ciertos límites que permitan la aparición de vida y su desarrollo consolidado. Si la masa es pequeña, por ejemplo, de unas diez veces menor que la de la Tierra, podría dar como resultado una pérdida de la atmósfera en el espacio interplanetario durante los prolongados tiempos geológicos posteriores. Si la masa fuera decenas de veces mayor que antes, se retendrían cantidades de hidrógeno resultando la química planetaria altamente reductora. Y si la masa planetaria fuera aproximadamente la de dos mil veces la de la Tierra, el planeta sería más bien una estrella de pequeño tamaño que se queda a medio desarrollar, al estilo de Júpiter. Pero los límites de masa propiciadora de habitabilidad, como vemos, son muy amplios, lo que permite que llamemos planetas a objetos astronómicos muy dispares.
                   Tan dispares son los planetas y sus características acompañantes, que necesariamente deben producir sistemas biológicos muy diversos. Pero ¿qué es en realidad un sistema biológico? Si consideramos por tal sistema la definición de Sagan, que es "la de cualquier cosa que sea capaz de reproducirse y mutarse, que reproduce sus mutaciones y que ejerce cierta influencia sobre el medio ambiente", es fácil pensar que es una propiedad cósmica de la materia. Algo más restrictivo es el concepto de Oparin, en la medida que lo considera un complejo metabólico altamente regulado para el intercambio de materia con el medio. En ese caso, la dificultad en la generación del fenómeno estriba en que no sabemos si el metabolismo fue algo que llevó al surgimiento de los procesos vitales o al revés. Se plantean nuevas dificultades propias de la planetología, tales como: características o propiedades de un proceso metabólico en otro planeta, semejanzas y diferencias al que se desarrolla en la Tierra, etc.
                   En términos cibernéticos, que tal vez sean más apropiados, el matemático Liapunov asegura que el control es la propiedad de la vida más universal, independientemente de las diversas formas que pueda adoptar. Las moléculas individuales, compuestas por un amplio número de átomos, posiblemente actúen como portadoras estables de información física. De acuerdo con los principios de la termodinámica, un sistema biológico tiene que ser abierto, de manera que las moléculas formadoras de sistemas cuánticos puedan ser elevadas a otro nivel de energía con otro estado de información, suficientemente distante del original, para que tengan lugar pocas transiciones debidas al movimiento térmico aleatorio. Es posible que la biología molecular, ayudada por esta comprensión cibernética de la vida, llegue a establecer definitivamente cuáles fueron sus orígenes y la muy probable generalización de la misma por todo el universo.                                 


                                                          























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