31-ESTRUCTURAS
PREBIOLÓGICAS
õ
"En el agua bebemos recuerdos de paisajes"
"En la magnesia efervescente hay un poco de ola de mar
dormida"
Ramón Gómez de la Serna (Greguerías)
Las fuerzas electroquímicas que
unen los átomos en las moléculas puramente minerales, actúan también en los cuerpos vivos
como un elemento de contención que supera la fuerza
vital. Si en este juego de fuerzas,
se produjera una suma de valor
"cero", no habría efecto, no habría ni crecimiento ni reproducción. Si la fuerza electroquímica
saliera triunfante, el ser moriría. Por tanto, el organismo estará vivo, siempre y cuando la intensidad
vital conserve su predominio. Pero esa
vitalidad difusa y autorregulada no es atribuible a ninguna molécula en
particular, ni
siquiera a ningún tejido u órgano. Es una característica de un todo (sistema)
biológico que se singulariza en una propiedad del ser en su conjunto. Como
diría Justus Von Liebig, químico y fisiólogo alemán
y uno de los fundadores de la
química orgánica, de la
"reunión de ciertas moléculas bajo ciertas
formas" depende la organización misma
de los seres
vivos. Siguiendo su lema podemos añadir que:
de la reunión de ciertas moléculas bajo ciertas formas y en determinadas
condiciones en el
pasado remoto, depende que algunos seres vivos hagamos reflexiones,
precisamente, sobre tal eventualidad.
En el punto en que se encuentran nuestros conocimientos sobre el origen de los procesos vitales, se hace
necesario, pues, buscar una estructura que sea capaz de agrupar compuestos moleculares muy
específicos, y cuya evolución
permita desembocar en los sistemas vivos más primitivos, los eobiontes.
Básicamente, como muy bien afirma Christian Léurier, hay tres
teorías explicativas al respecto: los coacervados, de Oparin; la gelatina vital, de
Dauvillier y las microsferas, de
W. Fox.
Un coacervado es un intermedio entre un coloide y un soluto, originado cuando las sustancias presentes
poseen una solubilidad algo
precaria o limitada. En el seno de una solución coloidal, las partículas ligadas al medio dispersante se separan y se aglomeran en tramas o urdimbres, más o menos voluminosas. El coacervado es, por tanto, un precipitado líquido en el que las gotitas coloidales compuestas por micelas, con sus respectivas envolturas
líquidas de aspecto vesicular, tienen un diámetro que oscila entre dos y seiscientas setenta micras. Los coacervados poseen una estructura
satisfactoria en el sentido de que son capaces de aglomerar compuestos
multimoleculares, más pequeños y más específicos, cuya evolución general pudo desembocar en los eobiontes, antecesores
de todo lo
vivo existente en la actualidad. Son,
indudablemente, potentes factores para la concentración de sustancias de elevado peso molecular que se
encuentran en suspensión en la hidrosfera.
Según Bugenberg de Jong, que investigó con especial interés los coacervados (es
importante hacer notar que su obra inspiró la de Oparin), supuso que
la célula
deriva de un
coacervado autocomplejo, aunque no hay
realmente ninguna semejanza en cuanto a funcionamiento interno, pues las complejas y sincronizadas
interacciones de los organismos celulares distan mucho de la simplicidad
coacervática, además de que los coacervados artificiales son racémicos (constan a partes
iguales de moléculas dextrógiras y levógiras), mientras que el protoplasma celular está regido por una clara asimetría
axial.
A pesar de todo, los coacervados que son una especie de saquitos rellenos de moléculas orgánicas, presentan
notables capacidades para formar complejos multimoleculares, aunque el mecanismo de paso a la delimitación o separación de medios, externo
e interno, no está aclarado.
Fenómenos nuevos se producen en el interior de la gota del coacervado, como es el caso de una absorción selectiva
propiciada por la diferente solubilidad de sustancias en el agua de hidratación
coacervática y
en el seno del medio soluble. La gota coacervática, de
estructura interna definida, posee una superficie de contacto con el medio exterior muy importante, lo que facilita los cambios. La composición en los coacervados complejos
puede constar de varias partes delimitadas, de lo que se deriva una intensificación de las
posibles relaciones internas, siendo
suficiente para ello que las micelas posean cargas de signos opuestos, dado un grado (pH) de
alcalinidad-acidez determinado. También pueden alcanzar un segundo grado de
complejidad estructural cuando se absorben iones de carga, formando una doble capa en torno
a las
partículas coloidales que se encuentran en el interior de la vesícula coacervática misma.
Por otra parte, y siguiendo una analogía de reminiscencias celulares, el coacervado se escinde, engendrando gotas de
estructura semejante a la suya, que evolucionan independientemente y que evidencian una especie de rudimentaria
autorreproducción. El problema principal es, sin duda, el estatismo del coacervado artificial, ya que cualquier inestabilidad
termodinámica del medio le destruye, mientras que el protoplasma celular no sólo lucha frente a la entropía en aumento, sino
que prospera en un medio de acusada metaestabilidad.
No es suficiente, como decimos, que haya semejanzas notables
entre los proteicos y artificiales coacervados de
laboratorio y el protoplasma celular. Es cierto que hay enormes
similitudes en cuanto a viscosidad, desarrollo de las reacciones según la variación en el grado de alcalinidad del medio o según la variación en la temperatura y otras condiciones ecológicas que pudieran darse. También es
cierto que tienen un comportamiento análogo en presencia de sales químicamente
neutras, o en su tendencia a
formar estructuras y, en fin, que poseen similares capacidades de adsorción y absorción selectivas.
La diferencia fundamental es que el paso del coacervado
autocomplejo estático al sistema abierto adolece de la falta de eslabón necesario en toda cadena evolutiva.
El coacervado no
puede metabolizar sustancias y en él no hay actividad bioquímica alguna. El materialismo de Oparin lleva implícito una superposición de un determinismo biológico a una orientación físico-química
dada, que,
hipotéticamente, habría de desembocar en
capacidades autoconservantes y autorreproductivas.
Para ello se apoya en tres axiomas o postulados fundamentales que se pueden describir así:
periodo prebiológico de marcado carácter heterótrofo
en médico anóxico, en el que los precursores de los seres vivos encontraban
disueltos en
el medio
acuático los
constituyentes que precisaban para su libre actividad; aparición progresiva de sistemas físico-químicos
estacionarios, termodinámicamente abiertos (los coacervados); y, por fin, intervención de
la selección
natural en algún nivel de la evolución coacervática. Pero no queda nada clara la intervención de la selección natural a favor de
los coacervados
ni como fue
la
transformación que hubo de haberse producido (salvo el de recurrir a una solución
momentánea, que después se ha convertido en fija, de eclosión
"emergente") que culminó con la puesta en marcha de mecanismos que denotan una organización más
compleja.
En el año 1939, Desguín y Dauvillier propusieron una teoría fotoquímica para el origen de la vida, según la cual, aunque las sustancias orgánicas se formaron previamente en una síntesis térmica, luego el papel energético exclusivo
de la biopoyesis (quizá
fuera más adecuada la expresión autopoiesis -que da idea de que la biosfera se mantiene a si
misma- como nos sugieren Margulis, Maturana y Varela) quedó reservado a los rayos ultravioleta. Apoyando su hipótesis en el hecho de que la vida depende hoy, en gran parte, de la luz solar y contando con que las emanaciones
volcánicas suministran agua, anhídrido carbónico y nitrógeno, así como sulfuros y sales de amoníaco,
(que son compuestos todos ellos capaces de originar productos heterocíclicos púricos y pirimidínicos en
ausencia de oxígeno libre) reemplazan la energía suministrada vía vulcanismo por ser demasiado
agresiva en la génesis de la materia viva, por la energía lumínica. Las emanaciones volcánicas
quedarían así descartadas, debido a su excesiva intensidad energética. Dauvillier presupone desde el mismo instante de arranque de la evolución química la presencia de una cantidad de
oxígeno suficiente interviniendo en la génesis de la vida. Sin embargo, la originalidad fundamental de este investigador es la consideración de la presencia de gas
carbónico, nitrógeno, vapor de agua y algunos gases nobles en una atmósfera carente de amoniaco (pero sí, presente en la hidrosfera). Las propiedades físicas de esta atmósfera, la harían muy apta para permitir el paso de rayos ultravioleta
hasta una
longitud de onda de 1800-1850 angströns. De esta
forma, se propiciaría la tamización atmosférica de la luz en proporciones energéticas adecuadas y susceptibles de provocar
la lisis del
CO₂y el agua, liberando radicales químicos
muy activos capaces de formar hidratos de carbono en una primera instancia, y otros compuestos cuaternarios
derivados, en presencia del amoníaco disuelto
en el agua.
En un océano
primitivo, enriquecido en sales por fenómenos de vulcanismo, tendría gran
importancia el fosfato soluble en formas de
iones PO₄.Estima que
podrían constituirse por aglomeración (gracias al movimiento browniano de las moléculas) una especie de bancos gelatinosos de carácter endotérmico, que
flotarían en la superficie de la hidrosfera. En el seno de esos previvientes bancos gelatinosos (y de ahí el nombre de gelatina vital) se podrían aglomerar
algunas macromoléculas, que llevaron a la formación de un sistema con unas propiedades y una
estructura similares a las de un virus. El problema que se nos
presenta en este caso es que se tiene un relativo desconocimiento de la naturaleza de un virus.
Un ensamblaje casual de macromoléculas podría
haber provocado la síntesis de un virus, es decir, un protoorganismo constituido por una cadena de ácido
nucleico y rodeado
de una
envoltura protídica. Los virus se multiplican siguiendo una progresión
geométrica y
con enorme
rapidez. Según eso, un virus primitivo habría podido tener numerosa
descendencia. Pero el virus necesita los elementos y los catalizadores del protoplasma de una célula-huésped a
fin de inducir la reproducción de otros virus, y entonces, no había células
huésped. Ahí sería, precisamente,
cuando intervendría la gelatina endotérmica cumpliendo con su papel de
acogida. La cuestión es que carecemos
de experimentación sobre la gelatina vital, y todavía mucho más sobre la
supuesta existencia de un virus ancestral,
carencias ambas, que constituyen un gran
inconveniente para la aceptación de la teoría fotoquímica.
Dauvillier, consciente de las debilidades epistémicas de su modelo insiste en la importancia del azar, sobre todo por el carácter aleatorio del movimiento browniano, pero no cree que el primer eobionte emergiera de manera espontánea de
materias primas orgánicas, reunidas gracias a circunstancias desconocidas. Solo estaríamos habilitados para constatar, al menos de momento, que
algunos procesos primitivos de catálisis, en los que intervinieron cristales asimétricos o se produjeron
polimerizaciones circulares de la luz, determinaron la adopción de una sola variedad de isómeros en los constituyentes de los primitivos eobiontes.
En el estadio más elaborado de su teoría, el ensamblaje orgánico se
realiza siguiendo principios físico-químicos precisos, cuales son los que guiaron la aparición de las uniones peptídicas.
Pero no postula la
teoría de un azar creador, según la cual, ciertas materias orgánicas reunidas gracias a
circunstancias que no conocemos, hubieron dado lugar al primer eobionte. En su lugar, propone
intercalar como paso previo el eslabón de la gelatina vital, que esta vez, sí, dará lugar a un sistema vivo, sobre el que la selección natural
comenzó su modelado. Esta gradualidad previviente, posibilita que la teoría considere la aparición de la vida sobre la Tierra en varias
ocasiones, siempre que se reunieran las condiciones mínimas para ello.
Oparin juzga muy severamente la solución de Dauvillier. Los argumentos de la hipótesis del gas
carbónico como compuesto carbonado originario le parecen erróneos, por que
suponen, además de una
transposición inadmisible de las condiciones atmosférico-hidrosféricas actuales al pasado remoto,
obviar completamente los cambios ocurridos en la superficie de nuestro planeta a partir del momento en que fue
habitado por organismos. En una composición
atmosférica como la propuesta, la cantidad de formaldehído y otros productos que se podrían obtener por fotólisis del gas
carbónico seria muy deficitaria, a parte que la ozonosfera que se formase según el modelo, en una etapa muy temprana del
desarrollo atmosférico, carecería de la posibilidad de alcanzar la entidad suficiente por la escasez de tiempo para su consolidación. Además, también le
parece reprochable el fundamento de la teoría en el principio de una combinación única más o menos aleatoria, porque provoca la exclusión de la posibilidad del estudio
científico del tema.
Sin embargo, es importante recalcar que,
en su conjunto, la teoría no cuestiona la hipótesis de Oparin (aunque éste
ejerza su crítica sobre aquella, en el fondo no son tan distintas) como tampoco lo hace Sydney W. Fox, en la
enunciación de sus ideas al respecto. Este
último científico tan sólo rechaza los coacervados, y los reemplaza por
otras estructuras: las microsferas. Según él, la energía térmica desempeñaría un destacado papel en la síntesis y
polimerización de los aminoácidos. En el instituto de Evolución Molecular de Miami, logró
demostrar que, a alta temperatura, se producen una serie de encadenamientos de aminoácidos con carácter
aleatorio que generan proteinoides con propiedades físico-químicas parecidas a las de las proteínas
naturales, como por ejemplo, propiedades catalíticas con relación a las reacciones químicas
corrientes. La formación de péptidos por la acción calorífica permitiría soslayar el problema de la hidrólisis
espontánea, más fácil de producir que la polimerización.
Consecuentemente, Fox realiza dos
objeciones a la teoría de los coacervados. Primero, su inestabilidad, debido
a su extremada dependencia del medio, y segundo, que en el laboratorio sólo se han creado
coacervados a partir de materiales biogenéticos, quedando por resolver la cuestión de como se
originaron los primeros a partir de material abiótico. Se necesitaría, por tanto, una estructura estable y cuya formación
pudiera realizarse a partir de proteinoides. Tal estructura es fácil de lograr
si se sumergen los proteinoides en agua. Entonces, las uniones peptídicas resisten
consistentemente no sólo cuando la molécula llega a ser lo suficientemente
larga, sino también cuando el polímero se concentra en forma de bola, es decir, en lo que Fox denomina microsfera,
que guarda una estrecha semejanza en su configuración microscópica con la de una bacteria.
Es difícil
la elección entre coacervados o microsferas, dado el
estado de los conocimientos en este momento,
aunque la solución sugerida por Fox parece
más satisfactoria por su simplicidad y su
interés teórico. Si bien es cierto, que la
formación espontánea de microgotas ha podido ser evidenciada experimentalmente (mientras, que la de coacervados
requiere, como hemos dicho, un material previo biogenético), no por ello ha podido observarse el paso de algún sistema a un ser vivo por simple y primitivo que sea.
Para Gerald E. Joyce, del instituto de
investigaciones de la clínica Scripps, una vez que se han producido los proteinoides, ya no se puede continuar. No pueden
reproducirse o evolucionar. En realidad, lo que ocurre es que siendo la vida una propiedad de la materia, no sabemos con exactitud en que consiste. Comúnmente entendemos que un ser vivo es aquel que tiene los poderes de
autoconservarse, autorreproducirse y autorregularse, pero
hay seres en la naturaleza que no encajan en esa definición, como, por
ejemplo, los
virus y las rickettsias. En
cierto sentido, su mayor simplicidad (sólo en "cierto sentido") y teniendo en cuenta que
los
científicos siempre van en la búsqueda de las soluciones tanteando las
opciones más sencillas, han solido considerar
a los primeros
eobiontes como unos genes perfeccionados rodeados de protección protídica y capaces de resistir el medio (como un virus), o alternativamente, como
el resultado
de una
evolución regresiva de una bacteria, que en su momento, no fue bien acogida en su
biótopo y al segregarse, adquirió
ciertas cualidades.
Pero precisar a que
estado de complejificación un sistema debe ser calificado de vivo, requiere de una definición
previa de la vida, que contemple precisamente, como está siendo lo que es propio de ese
estado o
su resultante inmediata. Es decir, donde concluye la evolución físico-química y donde arranca la
evolución macroscópica basada en la transmisión hereditaria y la selección natural.
Sólo así el
paso a la vida podría ser localizado en términos reales. Lo que ocurre es que
estamos esperando a ver un fenómeno significativo en ese transito que nos
permita realizar una definición, con lo que el circulo vicioso es evidente. Mientras tanto, hablamos
más o menos vagamente sin establecer un umbral, de una sucesión de estados,
que van de lo menos
vivo a lo más
vivo. En definitiva, todos los experimentos biogenéticos
que se multiplicaron a partir de los años sesenta han permitido demostrar que era perfectamente
posible fabricar macromoléculas, proteínas y ácidos nucleicos a partir de componentes elementales, en unas condiciones
formalmente desprovistas de vida. Pero suponiendo que la vida no apareciera de golpe (y es la creencia que se
abre paso, cada vez con mayor verosimilitud) sino
en diversas etapas, ya no estaríamos en
presencia de un
fenómeno súbito, indivisible y casi unidimensional. Las tan asumidas
funciones de autoconservación, autorregulación y autorreproducción es muy probable que aparecieran en
momentos diferentes y se diseminasen funcionalmente gracias a la operatividad de
diversos mecanismos. Parece que la autoconservación pudo ser la primera de ellas, puesto que
tanto los
coacervados como las microsferas (en éstas, más marcadamente) presentan esbozos de esa tendencia. En cambio, es más difícil
conjeturar cual pudo ser la siguiente en adquirir relevancia, tanto porque no
debemos dejarnos influir por los procesos reproductivos actuales que al utilizar informaciones,
dependen de una cierta capacidad de autorregulación, como porque esta
última, pone en funcionamiento procedimientos complejos que de ningún modo cabe
asimilar a reacciones sencillas.
Una aproximación constructivista, que
consiste en idear entornos de origen y en tratar de imitarlos en el laboratorio, nos condena a padecer ciertas limitaciones. Está claro que en la Tierra primitiva podían existir aminoácidos, azucares,
bases nucleicas e incluso lípidos. Es
probable que en el seno de las grandes masas de agua del primitivo planeta se desarrollasen reacciones químicas
muy variadas, que tuvieran importantes relaciones con los depósitos minerales
(actuando como catalizadores selectivos) y en conjunción con variaciones en la temperatura y la luminosidad solar. La producción de proteinoides capaces de manifestar
actividad catalítica pudo permitir asignarles un papel relevante en la elección y selección de moléculas biológicas apropiadas, por
ejemplo, eliminando las sustancias susceptibles de envenenar su medio o a su propia
organización. Así,
actualmente, es posible hacer que moléculas abióticas produzcan reacciones
catalíticas específicas, cuando antes se consideraba que eran propiedades
exclusivas de los
enzimas extraídos de los seres vivos. En resumen, es una hipótesis plausible, que la selectividad y la catálisis puedan perfectamente haber aparecido en el comienzo de los procesos vitales,
incluso fuera o al
margen de las
células vivas.
Ahora bien, si consideramos la evolución vía mundo de ARN, podemos
decir que ésta se formó con ribosa y otros cuerpos orgánicos. A medida que las moléculas de ARN evolucionaron, debieron ser capaces de
aprender a autocopiarse y a sintetizar
proteínas que pudieran actuar de catalizadores. Las proteínas o cualesquiera otras
sustancias que se parezcan a ellas, elaboradas de otro modo, no hubieran alcanzado la relevancia que
tienen porque no habrían estado sujetas a la elaboración a través de la selección natural. En otras palabras: habrían estado
desconectadas (no implicadas) de las secuencias de mensajes que son decisivos si se ha de
mantener la
continuidad a largo plazo. No hay nada que
evolucione si no está, de alguna forma, ligado a secuencias de mensajes. Ese
potencial de las proteínas les permitió, a su vez, ayudar al ARN a replicarse y sintetizar proteínas
más eficazmente. También debieron contribuir a la fabricación junto con el ARN, una versión
bicatenaria que acabó evolucionando hacia el ADN. Cuando el ADN tuvo la consistencia
precisa, se erigió en director del proceso utilizando el ARN para fabricar proteínas que, a su vez, ayudaron al ADN a autorreplicarse y transferir su
información genética al ARN.
Una vez desbrozado el camino, ya siempre se sigue la misma ruta: El ADN con enzimas y nucleótidos activados de ADN hace más ADN; el ADN con nucleótidos activados de ARN y más enzimas hace también ARN; y por fin, el ARN propiamente dicho (que incluye, los mensajes de ARN, los adaptadores del ARN y el ARN de ese complejo
mecanismo) elabora las proteínas (que llevan en su lote
correspondiente, aminoácidos, los medios
para activarlos y las ubicuas enzimas). Luego, las proteínas (y en particular las enzimas)
hacen todo lo demás.
Sin embargo, a pesar de que
el proceso
está condensado en pocas líneas, el desarrollo global evolutivo del mismo, a nivel
molecular, dista mucho de estar perfectamente determinado, debido a que el problema fundamental del origen de las pequeñas moléculas
que constituyen los ácidos nucleicos no ha podido todavía resolverse. La estructura de
abastecimiento del núcleo central de los organismos está todavía por descubrir en las complejas fases
metabólicas primarias. Estas son, las secuencias de procesos que unen y separan los componentes
microscópicos moleculares, como son los aminoácidos, los nucleótidos, los lípidos, etc., es decir las moléculas que componen la
vida, actualmente tan populares.
En cuanto a posibles estructuras físicas reconocibles en las investigaciones de campo, la mayoría de los investigadores dan por
cierta la
hipótesis de que la vida se inició cuando ciertos compuestos relativamente
sencillos, adquirieron la capacidad de autorreplicarse en alguna solución, pero el abogado y químico orgánico alemán Wächtershäuser nos sugiere, de forma
más o menos original, que la vida empezó siendo un proceso metabólico, o, dicho de otro modo, una reacción química cíclica regida por alguna fuente
energética que tuvo lugar sobre una superficie sólida. Esa superficie aludida podría
tratarse de la pirita, un mineral metálico formado por una molécula de hierro
y dos de
azufre. Dado
que la
pirita se halla por todas partes, sobre todo en las
surgencias, y
que posee una
superficie cargada positivamente donde pueden
generarse compuestos orgánicos sencillos, la hipótesis ofrece
ciertos visos de realidad. Si, además, consideramos que una continuada
formación de pirita a partir de hierro y azufre suministra energía en forma de electrones que
propicia que los
compuestos orgánicos reaccionen unos con otros y aumenten su complejidad,
tenemos un nuevo enfoque a la hora de ver las cosas.
Según esa hipótesis, la estructura de la primera célula pudo haber estado constituida por un grano de pirita muy pequeño
recubierto por una membrana de compuestos orgánicos. La célula
podría ser capaz de producir brotes cristalinos, que una vez englobados en su correspondiente membrana, quedaron libres y, por tanto, reproducidos. Aunque es una teoría muy especulativa, cosa
que, por otra parte, admite su promotor, algunos
experimentos realizados en la universidad alemana de Regensburg apoyan en cierta medida
ese papel generador de la pirita. Woese, Pace y Karl Popper han quedado subyugados por esta teoría basada
en un
protometabolismo sobre superficie dura, que
podría arrinconar el viejo paradigma de la
autorreplicación generada en algún tipo de
soluciones.
Hay más modelos similares al descrito. Así, por ejemplo, Christian R. de Duve, de la universidad Rockefeller y premio Nobel en 1974 por sus
trabajos sobre estructura celular, sostiene que los compuestos azufrados denominados
tioésteres jugaron un destacado papel
en el desencadenamiento de reacciones
químicas parecidas a las que se
producen en el moderno metabolismo celular. Algunos científicos opinan que esa clase de compuestos,
pudieron constituir la fuente de energía en las células primitivas. Según eso, las reacciones habrían
sido catalizadas por protoenzimas, formadas también a partir de los tioésteres. El ambiente cálido y acidificante de surgencias hidrotermales propició una serie de
reacciones que pudieron acabar en la síntesis de ácidos nucleicos, es decir, en el mundo del ARN.
G. Cairns-Smith, de la universidad de
Glasgow en Escocia, pone de manifiesto que
algunas de las moléculas presentes en las células son demasiado complejas como para haber aparecido en un corto período de tiempo
en la naturaleza, y en una sola etapa. Reprocha
a Duve que no tenga en cuenta que en una reacción química en la que intervinieron hierro y agua, debió de haber enriquecido de hidrógeno la atmósfera
primordial, y,
en consecuencia, los océanos serían lugares poco apropiados para la síntesis de
moléculas orgánicas. Dado que la síntesis
prebiótica de los nucleótidos sigue siendo hoy por
hoy un misterio, Cairns
Smith sugiere el
seguimiento de una línea de investigación común capaz de explicar al mismo tiempo el origen del metabolismo
intermedio, la síntesis de las macromoléculas y la aparición de sus características replicativas. Al igual que
Wächtershäuser, sostiene que la vida surgió sobre un sustrato sólido, muy habitual en las surgencias y otros muchos sitios,
pero él
prefiere los
cristales de arcilla al mineral de pirita.
Los materiales
semicristalinos como las arcillas, dadas sus características, pudieron constituir las estructuras básicas que hicieron posible la fabricación de pequeñas moléculas
orgánicas. Los cristales, en
general, están formados por unidades autorreplicativas, pero los cristales de arcilla (resalta
Cairns-Smith), en particular, tienen una complejidad lo suficientemente importante como para poder experimentar
mutaciones y evolucionar de forma parecida a
como lo hace la vida. Es más, podría haber
ocurrido que las pequeñas moléculas fundamentales al interaccionar con la arcilla, formasen
cadenas, originando edificios estructurales más complejos, es decir, los ancestros de nuestras
conocidas macromoléculas. Debido a las
propiedades catalíticas de las arcillas, las moléculas precursoras habrían adquirido, poco a poco, la capacidad de
reproducirse por sí mismas, hasta que, finalmente, se hicieron autónomas.
Para ello, algunas arcillas debieron mejorar selectivamente su
potencial reproductor, desarrollando la capacidad de atraer o sintetizar los compuestos orgánicos propios de la vida, como las proteínas o los ácidos nucleicos.
Estos últimos, debido a su carácter de polímero
cargado negativamente, habrían podido beneficiarse además de una estrecha asociación con esa matriz mineral que les traspasaría sus monómeros o nucleótidos activados, además de
sus catalizadores inorgánicos.
Los ácidos nucleicos lograron,
hipotéticamente, su emancipación de la
matriz arcillosa, cuando
fueron capaces de dirigir la síntesis de los encadenamientos de nucleótidos actuando como catalizadores
de las
copias de los
ácidos nucleicos ya formados. El relevo genético
caracterizado por la replicación de los ácidos nucleicos, independientemente de su origen
orgánico original, surgió con la capacidad de
gobernar la síntesis de
proteínas, especialmente la de las enzimas.
Las ideas de Cairns-Smith tienen
algunos puntos débiles y él lo admite sin reparos. No sólo se presenta una enorme dificultad de ese relevo
genético en el paso de una
replicación en dos dimensiones (la de las arcillas es de tipo laminar) a una replicación en una
dimensión, como la de los ácidos nucleicos, que son moléculas lineales, sino
que tampoco nadie ha detectado nunca en una arcilla
algo que pudiera tener algún rasgo evolutivo. Eso en
cuanto a pruebas de laboratorio, porque en la naturaleza no se ha detectado ni el más mínimo rastro de un hipotético organismo
arcilloso...De todas formas, hay que
reconocer que es una teoría muy original dentro
del grupo de las que se basan en la existencia de
compuestos inorgánicos que se organizan y replican sin ayuda externa.
En
resumen, lo que puede decirse es que no se
sabe -aunque sí se sospecha- si hay algo
intrínseco en las moléculas que no se
detecta en los experimentos simples que hemos
citado, y que se vuelve evidente sólo en el transcurso de un
largo proceso evolutivo. Quizá fuera menos
importante lo que quedó relativamente encerrado, por primera vez, dentro
de una célula
viva, que el que pudiera estar a salvo del entorno y desarrollar una bioquímica activa y relativamente independiente de aquél. Los métodos actuales de la bioquímica dependen
excesivamente de la realidad actual de nuestro planeta; pero no sólo se
desconocen exactamente las condiciones que imperaban en el pasado, sino que
tampoco se tienen ideas nuevas provenientes de posibles bioquímicas
extraterrestres diferentes que proporcionasen luz al esclarecimiento de los hechos.
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