martes, 10 de enero de 2012

58- Signatura cromática



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58-Signatura cromática-


            “La simbolización nace primeramente, porque todo hombre tiene contenidos  inconscientes y segundo, porque toda cosa tiene en si algo desconocido. Miremos por ejemplo el reloj. ¿Quién que no sea relojero se atreverá a asegurar que conoce el mecanismo de su reloj de bolsillo? ¿Y qué relojero que no sea al mismo tiempo geólogo o físico conoce la estructura molecular del acero del que están hechos los muelles de un reloj? ¿Y qué geólogo sabe reparar su reloj de bolsillo? Y una vez que se reúnen dos cosas desconocidas ya no es posible separarlas. Lo desconocido en el hombre y lo desconocido en la cosa se identifican. De allí resulta una identidad psíquica que puede tomar formas grotescas.”

Carl Gustav Jung

                        Lema: Una rosa es una rosa….y….otra flor es otra flor

                  El blanqueamiento


                  La alquimia ha permitido tradicionalmente describir procesos químicos y psicológicos de transmutación y dado innumerables y desdibujadas instrucciones para llevarlos a cabo. Desde tiempos muy lejanos, se distinguieron cuatro fases en la evolución de la materia prima, caracterizadas por colores pictóricos, mencionados incluso por Heráclito. Estos eran: la melanosis (ennegrecimiento), la leukosis  (emblanquecimiento), la citrinitas (amarillamiento) y la iosis  (enrojecimiento).  Esta disposición del proceso en cuatro partes era identificable con la primitiva correspondencia exacta de la cuaternidad de los elementos. Es decir, había cuatro propiedades (caliente, frío, húmedo y seco) adaptadas o relacionadas de una manera variable con los cuatro elementos de siempre (tierra, agua, aire y fuego).
                  Ahora bien, como las teorías relativas a la generación de los metales y sus correlatos psicológicos, no se apoyaban, evidentemente, en una experiencia directa, evolucionaban con el tiempo. Entre los siglos XV y XVI  los colores utilizados quedan reducidos a tres, con lo que la citrinitas (o xantosis) entra en decadencia y se menciona directamente en muy pocas ocasiones. En su lugar aparece, aunque no generalizadamente, el viriditas (verdecimiento) después de haber alcanzado la melanosis y la nigredo (la negritud absoluta) respectivamente. 
                  A finales del siglo XVI se había llegado al convencimiento de que con el proceso no se había alcanzado “nunca antes” la meta soñada (la leukosis como preludio de la iosis) y tampoco había sido realizada en sus partes individuales debido a razones puramente psíquicas. Es decir, algo se perdía y algo se ganaba cuando lo que tenía que intervenir hacía referencia al significado interno y simbólico de la cuaternidad y la trinidad. La propia cuaternidad (o elemento cuádruple) era una idea extraña y difícil de aceptar, que, sin embargo, desempeñaba un papel muy importante en muchas filosofías de la Naturaleza. 
                  En consecuencia, para eludir inconvenientes, ya no se hacía hincapié en la realización de una “mezcla perfecta”  como efecto de una cocción prolongada, sino más bien  en una evolución natural a partir de una semilla, por analogía con la multiplicación de los vegetales y los animales.  La creación de la semilla no estaba al alcance del filósofo pero si su utilización. Para crear las semillas, Dios utilizaba una entidad especial: la naturaleza. Esta palabra significaba para los antiguos filósofos, no lo que significa para nosotros ahora, si no una especie de órgano espiritual  por medio del cual actuaba Dios sobre el mundo material.
                  De acuerdo con estas extendidas ideas, se instauró una tradición que es descrita por C. G. Jung de la siguiente manera: “El negro, nigredo, es el estado inicial, o como propiedad de la prima materia, del caos o de la massa confusa, de antemano existente o creada por descomposición (solutio, separatio, divisio, putrefactio) de los elementos. Presupuesto el estado de descomposición, como sucede en ocasiones, entonces se produce una unión de las contraposiciones mediante la unión de lo masculino con lo femenino (coniugium, matrimonium, coniunctio, coito) y aparece la muerte del producto de la unión (mortificatio, calcinatio, putrefactio) con el ennegrecimiento correspondiente. Desde el nigredo, el lavado (ablutio, baptista) conduce o directamente al emblanquecimiento, o el alma, (anima) que ha salido del cuerpo a causa de la muerte para dar vida a éste, o los muchos colores (omnes colores, cauda pavones) conducen a uno sólo, el blanco, que contiene todos los demás. Con esto se alcanza la primera meta principal del proceso, concretamente el albedo, tinctura alba, terra alba, foliata, lapis albus, etc., que ha sido tan sumamente elogiado por muchos como si la meta se hubiera alcanzado en realidad. Es el estado plateado o lunar, el cual, sin embargo, debe ser elevado hasta el estado solar. El  albedo es, en cierto modo, el crepúsculo, el rubedo  es ya la salida del Sol.  La transición al rubedo  constituye el  amarillamiento (citrinitas), el cual, como se ha mencionado, decae con posterioridad. Después sale el rubedo  directamente del albedo, mediante aumento del fuego hasta el grado máximo. Lo blanco y lo rojo, son reina y rey, que también pueden celebrar en esta fase su nuptiae chymicae. 


                  El mercurio y el azufre


                  Se puede hacer, pues, un símil entre la evolución de las sustancias contenidas en el “matraz de los filósofos” y el cultivo de un vegetal. Sin duda, por esto hablan los artistas de su jardín y comparan la fabricación de la piedra filosofal a una clase de agricultura. De la misma forma suelen llamar <<vegetal>> a la sustancia que hay que preparar para confinarla en el matraz. En ese jardín, puede representar el Azufre el papel de germen (estado o cualidad de ser impulsado),  y el Mercurio Filosófico, el de materia nutritiva. La energía impulsora parece coincidir con el nombre devida ya que en eso consiste la preparación del Mercurio, precisamente en su animación, para transmutarlo en el Mercurio de los Sabios. En ese trance aparece realmente la Piedra Filosofal, que se eleva por encima de los  campos de la Física y la Química.
                  Algunos autores sostienen la idea de que, al llamarse <<vegetal>> la sustancia que hay que preparar para ser encerrada en el matraz, debe captarse la energía desconocida antes de la fase de confinamiento. En concordancia con los tres reinos de la naturaleza, establecen diversas fases que pueden describirse así: 1º) Operación de siete u ocho meses en ese matraz que permite obtener una piedra de Primer orden, también denominada azufre blanco o rojo, que no parece lo suficientemente enérgica para producir transmutaciones, pero en la cual parece mucho más concentrada la energía desconocida. 2º) Utilización de este azufre, mezclado con una nueva dosis de Mercurio Filosófico y comienzo de nuevo el ciclo que se desarrolla más rápidamente. En unos dos meses, el producto obtenido es una Piedra de segundo orden, que ya es más activa. 3º) Se vuelve a empezar con nuevo Mercurio y, en unos pocos días (normalmente en siete si se han seguido bien los pasos) se obtiene una Piedra del tercer orden, o Elixir, que es ya capaz de trasmutar, pero a la que aún hay que perfilar de alguna forma. A ese respecto es esclarecedor lo que se dice en El triunfo Hermético de Limojon de Saint-Didier: “Verán que este mismo Mercurio, como un Fénix que renace en el fuego, llega gracias al Magisterio a la última perfección del azufre fijo de los Filósofos, que le da un poder soberano sobre los tres géneros de la naturaleza, cuya triple corona, sobre la cual se posa con este objeto el Jeroglífico del mundo, es su carácter más esencial.”  
                  Pero no todos los filósofos están de acuerdo con la existencia de una sola vía. Hay pocos (sin embargo, los hay) que se avienen a admitir la posibilidad de dos caminos, uno breve y fácil llamado vía seca, y otro más largo y dificultoso, llamado vía húmeda. Así Philalèthe, en el capítulo XIX del Introitus, nos dice después de hacer consideraciones sobre el sendero largo, que asegura es costoso y adecuado para personas ricas: “Pero, siguiendo nuestro camino, no se necesita más de una semana; Dios ha reservado esta vía rara y fácil para los pobres despreciados  y para sus santos cubiertos de abyección.” Este camino abreviado pero cubierto por tupido velo, ha sido llamado por los sabios Régimen de Saturno (aunque a nosotros no nos molestaría lo más mínimo que se llamase Régimen de Cronos). También se dice que la cocción de la Obra, en vez del empleo de un vaso de vidrio, requiere únicamente la utilización de un simple crisol. “Revolveré tu cuerpo en un vaso de tierra donde lo enterraré” escribe Salomón Trismosin  en su obra El toisón de Oro, quién añade: “Haz un fuego en tu vaso, es decir en la tierra que lo tiene encerrado. Este breve método sobre el cual te hemos liberalmente instruido, me parece el camino más corto y la verdadera sublimación filosófica para alcanzar la perfección de esta grave labor.” De este modo (nos recuerda Fulcanelli) podría explicarse esta máxima fundamental de la Ciencia: un solo vaso, una sola materia, un solo hornillo“. Por su parte, Cyliani en su libro Hermes desvelado relata los dos caminos en estos términos: “Creo que debo advertir aquí que jamás hay que olvidar que sólo se necesitan dos materias del mismo origen, una volátil y la otra fija; que hay dos caminos, la vía seca y la vía húmeda. Yo sigo este último preferentemente, por deber, aunque el primero me sea muy conocido: se hace con una materia única.” 
                  En cualquier caso, es siempre el filósofo quien lo lleva a cabo con su arte particular, y en líneas generales, fue Geber quien definió el modus operandi como la consecución de una mezcla adecuada de azogue y azufre, es decir, de lo volátil y lo fijo, que actuando el uno sobre el otro, se volatilizan y se fijan recíprocamente hasta una perfecta fijeza. Considerad el ejemplo de la naturaleza, y veréis que la naturaleza no produciría jamás fruto, si no estuviese empapada de su humedad, y que la humedad sería siempre estéril, si no fuese retenida, y fijada por la sequedad de la tierra.”  Para ello, del hidrargiro normal (sulfuro de hidrargiro) hay que aprender a hacer un Mercurio blanco y un Mercurio citrino; hay que fijar ese Mercurio, alimentarlo con su propio destilado a fin de que se convierta en Azufre fijo (el azul fijado en su rojo) de los filósofos. Un ejemplo muy visual y adecuado al caso, lo tenemos en la química de nuestros días con los indicadores o sustancias coloreadas  que permiten detectar la acidez o la basicidad de las soluciones. Precisamente, uno de esos indicadores, el papel de tornasol se muestra rojo en un medio ácido, es violáceo en neutro y vira al azul en alcalino.
                  Hay que destacar el papel que jugaba en todo momento el azufre,  que es una de las materias básicas más importantes en el proceso alquímico. Es una sustancia activa, una sustancia corrosiva y peligrosa a causa de su mal olor. Sin embargo, produce todos los colores y es el amante de la figura alquímica de la novia que ha de participar en su nuptiae chymicae.
También el olor de los cadáveres y los muertos es sumamente desagradable para el olfato y el espíritu. Pero el olor nauseabundo indica, a los Filósofos, la fijación; en cambio el olor agradable denota volatilidad, porque se acerca a la vida y al calor. El azufre presenta el doble aspecto de proporcionar el ímpetu original (la materia masculina) y es al mismo tiempo positivo y negativo. El color rojo se refiere al fuego (cualidad emocional). Si representamos el juego de tensiones, como hace Marie-Lousie von Franz, mediante dos pájaros (uno con alas y otro sin ellas) que participan en un cortejo, tenemos que el pájaro sin alas es el azufre rojo y también se hace referencia a él como la hembra, de modo que estamos ante una paradoja, porque aún siendo arrastrado o llevado, se lo considera la cualidad masculina activa pero proyectado en una doble dirección sobre  (y desde) el pájaro hembra.  Se podría decir que el pájaro sin alas o azufre rojo es una prima materia (que impresionó mucho a Freud) y también un factor subyacente en la vida psíquica que es lo primero que hay que desenterrar para cocinarlo adecuadamente, a fin de que despida el vapor que <<vuele>> por sobre la materia. En esencia lo que se persigue es que la transformación del Mercurio en cuanto auténtica prima materia, dentro de la vasija sellada que se calienta y es comparable a mortificar y calcinar los elementos originales en sus propios jugos químicos, hasta obtener un Azufre purificado sin mácula alguna.  
                  Así pues, nos encontramos una reacción que se produce en un recipiente cerrado, inmóvil, con una temperatura sostenida y superior a la del medio ambiente. En todo momento solo rige la luz lunar o la luz solar, y según las descripciones casi unánimes de todos los tratados antiguos, ocurren en ese recipiente fenómenos que, insisten, van más allá de las posibilidades de la química.
                  Que la materia actúe sola o no, es una cuestión discutible cifrada en actitudes dispares. Así, Geber en su obra Suma de Perfección nos asegura que: “No somos nosotros quienes transmutamos los metales, sino la Naturaleza, a la cual, con nuestro artificio, preparamos la materia y disponemos, los caminos, pues ella actúa siempre e indefectiblemente por sí misma y nosotros somos solamente sus ministros”…y a propósito de la influencia de los astros: “Nosotros no nos preocupamos de la posición ni del movimiento de los Astros, y este conocimiento no nos serviría de nada en nuestro Arte… Así pues, si preparáis como es debido vuestro artificio para la Naturaleza, y cuidáis muy bien de que esté  bien dispuesto todo lo que debe hacerse en el Magisterio, no cabe duda alguna de que recibirá su perfección de la Naturaleza, en una posición en la que sea conveniente sin que sea necesario que vosotros observéis esta posición”…y agrega “La posición de los Astros es todos los días muy adecuada, tanto para la producción como para la destrucción de las cosas particulares, en toda clase de especies.”    
                  Pero si nos atenemos a los diálogos (en el Triunfo Hermético) de Pirófilo y Eudoxio, vemos que este último, necesita hacer una aclaración o más bien un contraste de pareceres: “Varios filósofos señalaron la estación del año, más propicia para esta operación. Unos no hicieron misterio alguno de ello; otros más reservados sólo explicaron este punto con parábolas. Los primeros nombraron el mes de marzo, y la primavera. Zacharie, y algunos otros Filósofos dicen que empezaron la obra en Pascua, y que la terminaron felizmente en el curso del año. Otros se limitan a presentar el jardín de las Hespérides esmaltado de flores, y particularmente de violetas y jacintos, que son los primeros productos de la primavera. El Cosmopolita más ingenioso que los demás dice, para indicar que la estación más propicia para el trabajo Filosófico, es aquella en que todos los seres vivos, sensitivos, y vegetales, parecen animados por un fuego nuevo, que los empuja recíprocamente al amor y a la multiplicación de su especie, que Venus es la diosa de la Isla encantadora, en la cual descubrió él muy pronto todos los misterios de la naturaleza: pero para señalar más exactamente esta estación, dice que se veían pacer corderos y toros, en el prado, acompañados de dos jóvenes pastores, expresando claramente, con esta alegoría espiritual, los tres meses de la Primavera, mediante los tres signos celestes que le corresponden: Aries, Tauro y Géminis.” En este diálogo parece plantearse claramente (al menos, así lo vemos nosotros) y sin ambages, la existencia posible de una piedra Vegetal, aunque Ranque se ve obligado a hacer las correspondientes matizaciones: Pongamos un ejemplo. Eudoxio dice: “Que los Astros de Venus y Diana creciente te sean propicios.” Se puede entender, como nos sugiere Ranque, que se trata de una operación a realizar en primavera (Venus –diosa latina equivalente a la griega Afrodita-), cuando la luna está en su primer cuarto (Diana creciente). “Pero también puede tratarse de algo completamente distinto: ya que los Astros de Venus pueden significar la estrella del antimonio. Y la corniculata Diana puede traducirse también por Diana cornuda, o, dicho en otras palabras, la Luna córnea, el cloruro de plata. Limojon pudo indicar pues, sencillamente, una reacción de preparación del cloruro de antimonio.”  Hay una tercera posibilidad, y es que la corniculata Diana pueda hacer (o no) mención velada a Normalized Manuscript, Chymistry de Isaac Newton: “Columbae Veneris sunt Columbae Dianae Veneri adjuntae seu Leoni viridi quem vincunt, Intro., apert. P.6, 16, 52”…”ideoque sunt Diana corniculata ib p.54, 63 & Arcan”.  Evidentemente, las conclusiones deberá sacarlas el propio lector, pero conviene tener en cuenta que hasta ahora no se había sugerido de una manera tan clara una sal concreta. Adicionalmente, pues, se presenta la cuestión temática de la sal y sus relaciones con la Sal de los filósofos.


                  La sustancia, el agua y la sal


                  La mayoría de los Filósofos han sido poco explícitos en lo que respecta al secreto de los pesos. Así, el Cosmopolita en su célebre Tratado de la Sal nos dice que: “El peso del agua debe ser plural, y el de la tierra rameada de blanco o de rojo debe ser singular.”. No mucho más nos sugiere Huginus de Barma en su Sigillum Sapientum en el que el Filósofo sostiene una balanza, uno de cuyos platillos se inclina en una aparente proporción de dos a uno con respecto al otro. Otros hablan más de partes proporcionadas entre sí, que incluyen o excluyen a otras partes terceras o cuartas según sea conveniente. Al menos eso es lo que parece pretender Sabine Stuart de Chevalier cuando dice en su obra Llave del Santuario filosófico que: “Para obtener el mercurio filosófico hay que disolver el mercurio vulgar sin que este pierda nada de su peso, pues toda la sustancia debe ser convertida en agua filosófica. Los Filósofos conocen un fuego natural que penetra hasta el corazón del mercurio y que lo apaga interiormente; conocen también un disolvente que lo convierte en agua argentina pura y natural; esta no contiene ni debe contener ningún corrosivo. En cuanto el mercurio se ha librado de sus ligaduras y es vencido por el calor, toma la forma de agua y esta misma agua es la cosa más valiosa que puede haber en el mundo. Se necesita muy poco tiempo para hacer tomar esta forma al mercurio vulgar.
                  Pero Fulcanelli se opone con vehemencia a esta pretensión alegando que: “Se nos perdonará que no seamos de la misma opinión, pues tenemos buenas razones, apoyadas en la experiencia, para no creer que el mercurio vulgar, desprovisto de agente propio, pueda convertirse en agua útil para la Obra.” El celebre autor de las Moradas Filosófales y otros muchos, no creen que haya epitaxis en los templos de Hera. Es más partidario de las teselas ideográficas ajustadas al modelo de las grandiosas catedrales, que se traduce en sus opiniones  sobre el agua y la piedra  “El servís fugitivus que nos hace falta es un agua mineral y metálica, sólida, cortante, con el aspecto de una piedra y de fácil licuefacción”. Este agua coagulada, en forma de masa pétrea, que propone Fulcanelli, es el Alkahest (anagrama que oculta el secreto del gran elixir o alcaloide de álcali y el sufijo oide-) y el Disolvente universal. Además nos dice que: “Si conviene leer los Filósofos –según el consejo de Philalèthe- con un grano de sal, tendríamos que utilizar la salina entera para el estudio de Stuart de Chevalier.”  Sin duda, el Disolvente Universal esta relacionado con el misterio de RERE, que Fulcanelli hace equivaler con el enigma de REBIS, RERE  y  REBIS (enantiodromía y enantiotropía), pero como a él, se nos permitirá que no desgarremos el velo del misterio que encubre.
                  Ciertamente los textos citados son bastante oscuros y quizá esclarezcamos algunas dudas citando largamente a Basilio Valentín en su Tratado Químico-Filosófico a cerca de tan enigmática triada: “Tienes que saber ahora que en todos los metales y minerales de la tierra no hay más que una sustancia, y también una sola madre, de las que han recibido todas las cosas, cada cuál en su género, su naturaleza entera y su esencia corporal. A decir verdad la sustancia de que se trata, emanando del centro, se extiende inicialmente en tres partes, a base de las cuales funda la realidad corporal, al mismo tiempo que la forma determinada de cada metal. Y bajo tierra, por el solo medio de los tres elementos, estas tres partes son alimentadas a base del cuerpo del metal mismo, hasta que hayan adquirido su perfección. Y en verdad la sustancia descendente del centro fue concebida por los astros, producida por los elementos y formada por una sola cosa terrestre, sustancia ciertamente bien conocida y sin embargo, madre verdadera de los metales y de los minerales; y es en todos los puntos la sustancia y la madre, de donde el propio hombre ha sido concebido, traído al mundo, conservado y revestido de un cuerpo, sustancia equivalente de todas maneras con el centro, ya que todo lo que está contenido en el macrocosmos, lo está igualmente en el microcosmos y viceversa.
                  Ahora bien, las cosas que existen al mismo tiempo en el macrocosmos y el microcosmos se manifiestan también en el centro del mundo, ya que lo que compone el macrocosmos con el microcosmos es una cierta alma que une y empareja el espíritu con el cuerpo. Este alma, es comparable con el agua, y sin duda es un agua absolutamente verdadera, aunque no moja como la otra, sino que es un agua celeste, seca en cierto estado líquido y metálico, un agua animada, amiga de todos los espíritus, que se une al cuerpo y forma una vida perfecta.
                  Con esto se demuestra justamente que un agua pare todos los metales, un agua que ha sido calentada por un ardiente fuego aéreo como por un espíritu del azufre, de suerte que por su propia cocción introdujo un alma en el cuerpo terrestre; en éste, y para que no sea destruido por la corrupción, la sal representa evidentemente el papel de un preservativo contra la corrupción.
                  Así al principio de la generación está en primer lugar el hidrargiro que es producido, y hasta este punto aparece con su coagulación sutil, porque se le ha comunicado en propiedad poca sal; por esto manifiesta un cuerpo más espiritual que terrestre. Vienen después los otros metales, todos sacan crecimiento de la sustancia de este mismo hidrargiro, y gozan de una sal más abundante, de donde procede su animación.”  
                  Según nuestra interpretación, podría decirse que el agua mercurialis es el espíritu omnipresente que comunica sus particularidades a todos los metales a través de todas las transformaciones a que se ve sometida. La Tierra (como materia prima) no es un cuerpo muerto. En ella está la imagen de Dios que aparece en el oro (o su ánima áurea), el cual al insuflarse en el mercurio normal convierte a este completamente en oro, que a su vez anima al agua mercurialis. Además, todas las criaturas, incluidos los minerales, reciben sus fuerzas de ese espíritu de la Tierra que los penetra y que es alimentado por las estrellas continuamente, nutriendo a todo lo viviente que hay en su seno.
                  En el plano psicológico, Jung establece un paralelismo por el que la prima materia (no la materia prima) surge de la esfera inicial sobre la que Dios bienaventuradísimo, proyecta una luz especial sobre la esencia perfecta, redonda, de la lapis (así se denomina a la prima materia con frecuencia). “Por ese motivo, la prima materia coincide, en ocasiones, con el concepto del estado inicial del proceso, concretamente el nigredo (el negro). Es entonces la tierra negra, en la que se puede sembrar el oro o la lapis  como el trigo. Es la tierra negra, mágicamente fértil, que Adán se llevó con él del Paraíso, llamada también antimonio y que se denomina <<negra, más negra que lo negro>> (nigrium nigrius nigro)”. De ahí, que muchos filósofos buscasen con ahínco la consecución de la ya mencionada estrella del antimonio, preparando reacciones de cloruro de antimonio.
                  El cloruro de antimonio es una sal muy conocida por los Filósofos antiguos y de aceptación generalizada dentro del grupo de los cloruros, que son generalmente fusibles y volátiles. También era importante la obtención del cloruro mercúrico, llamado mercurio sublimado corrosivo que se obtenía por sublimación, calentando diferentes mezclas o disolviendo mercurio en ácido sulfúrico (espíritu de vitriolo) que mezclado y sublimado después de la evaporación en seco, el sulfato mercúrico así obtenido con sal común (sal gema), provocaba una doble reacción de descomposición, con liberación de cloruro mercúrico por volatilización. Estas dos clases de cloruros eran elegidas por sus características propias y definidas. En efecto, y como nos dice Georges Ranque, primero se eliminaban los cloruros líquidos a temperatura ordinaria: tricloruros de arsénico, tetracloruro de estaño y pentacloruro de antimonio. Después se descartaban los que no podían destilarse o volatilizarse por debajo de 500º o que no son fusibles sin correr riesgos de disociarse: cloruros… de oro, plata, cuproso, cúprico, de mercurio, ferroso, de cinc, de cadmio y bicloruros y tetracloruros de plomo. Igualmente se eliminaban los que son coloreados en estado sólido o después de la fusión: cloruro férrico y tricloruro de bismuto. Después de esa criba por supuestos motivos operacionales, tanto químicos como alquímicos, solo quedaban el cloruro mercúrico y el tricloruro de antimonio.        
                  Para evitar corrosiones del matraz, de vidrio blanco, por el hidrargiro, en el transcurso de la ebullición que podría durar varios meses había que excluir los álcalis, y sólo se podía actuar con productos anhidros. Dentro de las sales conocidas (que eran muchas) las condiciones de fusibilidad por debajo de 45 en estado anhídrido y las condiciones de volatilidad permitían descartar los carbonatos, sulfatos, alumbres y boratos (en el primer caso) y los acetatos, tartratos y nitratos (en el segundo caso). Sólo quedaban los cloruros, que son generalmente volátiles y fusibles. Más antiguamente, pero siempre con idéntico objetivo (químico y alquímico) se partía de la sal marina impura que contenía toda clase de cloruros, o, seguramente, residuos salinos de parecida clase (silvita, silvina, silvinita, yeso, nitros diversos, anhidrita,  halita, carnalita., etc.) de aguas de las marismas saladas, que se machacaban con mercurio metálico, en presencia de vinagre destilado que facilitaba la dispersión. La intención era conseguir, después de la sublimación y eliminación de los vapores acuosos y que se disociase el cloruro de magnesio, liberando el ácido clorhídrico, que se combinaba con el hidrargiro, produciendo la sublimación del cloruro mercúrico. En el aspecto alquímico, es fácilmente explicable la intención de producir esta sal, que es conservar vivo el espíritu salino del mercurio y el espíritu mercurial de la sal y en su trance, efectuar la correspondiente proyección psicológica sobre el operador.
                   Presumiblemente, ocurre algo parecido en el caso del tricloruro de antimonio que atrae fuertemente la humedad del aire, y se descompone en contacto con el agua, (con formación de un oxicloruro de antimonio). Es probable que los antiguos Filósofos quedaran subyugados por las características del Antimonio (éste se encuentra libre en la naturaleza y también combinado en forma de minerales oxigenados y sulfurados). Es destacable por su naturaleza dual o hermafrodita (Hermes y Afrodita) ya que su hidróxido de antimonio Sb (OH) tiene carácter anfótero y puede actuar como base frente a un ácido, o como ácido frente a una base, según que casos. Por todo ello, el espíritu antimonioso era muy apreciado espagíricamente por algunos filósofos, desde su descubrimiento por Basilio Valentín


                  Elazufre rojo y el Rejalgar    


                  La toma de conciencia del individuo humano ante el mundo que le rodea, hace que éste se vea amenazado en medida creciente por la separación, que ciertamente es una condición indispensable de la diferenciación del yo individual. A nivel social, cuanto más crece el peligro, más se compensa la amenaza mediante la producción de abundantes símbolos colectivos o arquetípicos a los que acogerse. Pero el alquimista, conforme a sus propios supuestos reduce tan amplio material simbólico a la materia química que manipula, incluyéndose a si mismo. No es una reducción a sus propias vivencias personales como hace instintiva y desordenadamente el hombre moderno. Así, cuando se parte del dragón rojo (hidrargirus) como motivo de experiencias psico-químicas es porque en torno a él se compone todo un mitologema. No solo es demonio, sino también persona, cosa, e incluso Dios. Es también, lo oculto en lo más profundo del individuo, tanto en lo psíquico como en lo somático.
                  La esencia del arte consiste en no reducir lo desconocido a lo ya conocido y consciente, en no eliminar la disociación entre este último y lo inconsciente, y reconocerlos a ambos como tales. Lo importante, incluso, es amplificar el contenido del símbolo por medio del contexto que suministra el propio artista y lograr advertir a que aspira el inconsciente con sus actos. De esa forma es cuando se podría llegar a la integración y dar por superada tan  perturbadora disociación. La conciencia activa es esencial para el inconsciente, pues sin ella este no puede vivir. Pero la conciencia como nos dice Marie-Louise von Franz: “No es más que un canal de comunicación a través del cual el inconsciente puede fluir si tiene una actitud doble, paradójica. Entonces el inconsciente puede manifestarse, y se puede evitar el endurecimiento de la actitud consciente en contra del inconsciente, que significa una escisión en la personalidad...y en la civilización.”   
                  Los Filósofos, con sus intentos por desvelar los secretos de la materia, habían penetrado en el inconsciente, convirtiéndose en descubridores accidentales del proceso en que se basan la mayoría de los simbolismos modernos. La problemática de los opuestos (en realidad, complementarios) que allí se manifestaban les conducía, no sin notables esfuerzos y peligros, a una constelación de contenidos arquetípicos armonizados. El alquimista no podía ni quería distinguir entre las cosas mismas y las representaciones que hacía de ellas, sino la “unión” de la sombra con su ánima, para ello solo disponía de la comprensión como método de defensa. Ante la aparición súbita de la Lapis, un texto de Ostanes nos dice que ellos solo disponían de “tres armas”: ante todo la “resignación”, luego como “caballo de batalla”, la “ciencia” y  como escudo el “entendimiento”.  Los alquimistas se enfrentaban con este proceso a base de divisio, separatio y solutio que pueden entenderse como discriminación y autoconocimiento. Este proceso psicológico, como nos dice Jung es manifiestamente penoso y  para muchas personas llega a ser como un tormento, pues cada paso adelante en el camino de concienciación debe ser pagado con padecimientos.                                           
                  De la peligrosidad del arte no puede dudarse. En la alquimia, el enemigo aparece en todas partes como león verde o dragón ponzoñoso que también suele escupir fuego (Allegoriae Sapientun). Al primero es preciso cortarle las patas y al segundo o bien se lo mata, o él se mata a si mismo o se devora a sí mismo de acuerdo con el principio de Demócrito (El Alquimista): La Naturaleza domina a la Naturaleza
                  Dada la clase de sustancias utilizadas, los alquimistas se exponían no solo al peligro de envenenamientos y explosiones, sino también al enorme riesgo de graves complicaciones espirituales. Tengamos por seguro que gran número de alquimistas fallecieron por explosiones, envenenamientos o quedaron definitivamente locos, al fallar sus experimentos psicóquímicos. Porque era muy importante el enfoque que se diera a la aparición del azufre rojo, que es cuando el alma estaba exaltada (en situación esquizoide) y el opus químico en su apogeo.  Una vez que se tenía la prima materia, o lo que es lo mismo, los impulsos instintivos básicos de la personalidad, eso había que cocinarlo y al hacerlo se desprendían aguas secas que se subliman en vapores y vahos que vuelan por encima de la materia. Muchos alquimistas llamaron ese vapor que vuela el alma de la materia. El fogoso azufre rojo es adorado por ellos como parte activa de la psique y tiene un objeto definido. Una representación apropiada es la que nos expone Senior en su obra De chemia. Simbólicamente, la situación esquizoide se representa, como ya anticipamos, por dos pájaros que pueden asimilarse al sol y la luna respectivamente. O también el ave sin alas es el azufre rojo y el alma exaltada es el pájaro alado. Cada uno le come la cola al otro, de modo que nos presenta una variante de la serpiente Ouroboros (o peligroso e inestable equilibrio) que se come su propia cola. 
                  Si el Artista se había encomendado previamente a todas las potencias celestes, actuaba con corrección espiritual y material en todo el proceso, podía sortear todas las dificultades. Para cumplir con esos requisitos, el filósofo hermético consideraba sus precondiciones psíquicas o arquetipos como partes integrantes e inalienables de la imagen empírica del mundo, es decir, no prescindía en absoluto de sus ideas sobre lo eterno que eran sentidas como reales. En la filosofía racional, el pensamiento se convierte en una íntima y última condición del conocimiento como nos dice expresamente Spinoza: Per ideam intelligo mentis conceptum, quem mens format.
                  Pero el observador espagírico no podía nunca ser descartado con lo que la precondición psíquica seguía siempre actuando. Y lo hacía sin la búsqueda consciente o expresa de estados alterados de conciencia (aunque muchas veces, estos estados se producían), sino de acomodación a las propias dinámicas exigidas por el opus. Manteniéndose, pues, fiel a si mismo a lo largo de todo el proceso, desde la misma nigredo, las materias ya preparadas y unidas en un solo compuesto debían sufrir la última sublimación o purificación ígnea. En esta operación, las partes consumidas por el fuego quedaban definitivamente destruidas, los materiales terrosos se disgregaban y los principios puros y alados se elevaban de una forma muy diferente de la que presentaba el compuesto original. Entonces llegaba el cuarto efecto o iluminación. Se le llamaba también la coloración y el blanqueado, porque las cosas experimentaban una aclaración y la vida empezaba nuevamente a fluir. El espíritu se encontraba purificado de modo que todas las cosas accidentales que le oprimían desaparecían. Por fin, el Rey coronado de gloria (el alquimista) había conseguido la Sal de los Filósofos. El residuo que quedaba después de la elevación de los principios coloreados y puros del compuesto psico-químico, se hallaba ya en condiciones de proporcionar la volátil y fusible Sal Mercurial, a la cual dieron los antiguos el calificativo de Dragón de Babilonia. En la representación que se hacía del fabuloso y alado animal, símbolo de la rubedo, emergía de las llamas y su cola parecía salir de un ser humano cuya cabeza estaba envuelta por el propio dragón. En un significativo movimiento de torsión, éste estiraba sus poderosas garras para sujetar el atanor del alquimista.   
                  La Piedra o Lapis, en su doble significación de prima y ultima materia, es un símbolo central de la alquimia. Pero lo cierto es que la Piedra nunca llegó a ser producida como un “hecho físico” concreto y por lo tanto nadie supo explicar en que consistía. Lo más probable es que fuera una vivencia psíquica sumamente intensa, lo que explicaría el miedo ante la posibilidad de perturbaciones espirituales. El encuentro del Filósofo con el si mismo podría estar caracterizado por el choque sin previa preparación o advertencia con su inesperada “otra parte”. El enorme riesgo consistiría en una irrupción súbita del inconsciente a modo de inundación, cuyos resultados en el caso inapropiado de que no se produjese un desarrollo afortunado, serían de naturaleza psicótica. Como en una erupción volcánica, el desarrollo negativo sobrevendría cuando la conciencia se veía completamente desbordada intelectual y anímicamente por los contenidos invasores. Sus efectos indeseados de excesiva exaltación pueden ser combatidos en la actualidad con el suministro de cloropromazina. Pero entonces, el adepto sólo se podría salvar exclusivamente con la aparición de un factor compensatorio y ordenador que fuera independiente de su conciencia. En su ayuda acudirían los instintos y los arquetipos de la intuición que constituyen el inconsciente colectivo de la especie. Solo así, el artista podría llegar a tener un conocimiento consciente y reflexivo de ese proceso oculto tan apreciado, la coniunctio oppositorum.
                  Posiblemente la mejor alegoría de la prima y ultima materia y del proceso intermedio (fase del azufre rojo) acompañante lo constituya el viejo Rejalgar, auténtica Piedra de Toque de lo que podría constituir un paradigmático proceso alquímico. Su nombre proviene del árabe “Rajh al ghar”, que significa polvo de mina y se altera fácilmente por la luz transformándose en Oropimente. Es un mineral raro, que acostumbra a presentarse frecuentemente  formando costras pequeñas que rellenan hendiduras, junto con arsénico en estado nativo. Sus cristales son escasos y de pequeño tamaño pero de gran belleza y fuerte color rojo. Desde los comienzos de la alquimia en el antiguo Egipto se le considera relacionado con el misterio de la piedra, el misterio de la viuda, la piedra de la viuda, la piedra del huérfano, o el misterio de Seth (dios protector del antiguo Egipto, que fue considerado posteriormente como una divinidad malefica y suprimido su culto durante la dinastía XXII) que apunta al culto de Isis (esposa y hermana al mismo tiempo de otro dios egipcio de ultratumba, Osiris).
                  Incluso se conocen recetas derivativas, pero relacionadas con ese culto, que, supuestamente, podían servir como rito alquímico para la afirmación o afianzamiento del espíritu el con-firmamentum” del Enochdianus, el hombre dotado con lo eterno”. Toma arsénico, cuécelo en agua, mézclalo con aceite de oliva, déjalo en una botella y ponle ascuas encima hasta que desprenda vapores y lo mismo se puede hacer también con Realgar (Marie-Louise von Franz citando uno de los varios libros apócrifos atribuidos a Enoch, que se escribieron entre el 200 aC. Y 50dC.
                  En un contexto hermético, se llega a vislumbrar que en su camino hacia el conocimiento supremo, el ser humano necesitaba elevarse, o dominar, el estadio intermedio que es el mundo, la Tierra. Este mundo como hijo directo de Dios, contenía saberes que el ser humano, identificaba con la búsqueda de la prima materia o, en otras palabras, la reducción de las sustancias a un estado precosmológico. Como dice Mircea Eliade: “Sabía que no podía obtener la transmutación partiendo de formas ya <<gastadas>> por el Tiempo; había que <<disolver>> esas <<formas>>. En el contexto de la iniciación, la <<disolución>> significaba que el futuro <<místico>> moría a su existencia profana, gastada, decaída.”  La perseguida <<disolución de formas>>, no sería otra cosa que la cocción adecuada del azufre rojo o la obtención del arsénico filosofal que obraran el prodigio de transformar las piedras muertas en piedras vivas” como nos dice Dorn. El propio adepto debía transformarse, así mismo, en Piedra filosofal.
                  Hay que aclarar que la palabra “arsénico”, alquímicamente tiene el significado de  másculino (eso es lo que significa la palabra griega arsenikon) y que no es por tanto el arsénico que conocemos, sino que se refiere a todas las sustancias que llevan en sí un impulso dinámico que interacciona con otras sustancias complementarias. Todo lo que parecía afectar a las otras sustancias terrestres (de la madre Tierra) era masculino porque era activo, de forma, que no hay que confundirlo con lo que hoy llamamos al elemento químico “arsénico”. Todo lo que provenía del macho era lo mismo que suponer como “hipótesis psíquica” interiorizada que lo hacia del agua arsenical. Mientras el elemento femenino siguiera estando dividido, seguiría habiendo una escisión entre lo que llamaríamos el inconsciente, o el anima y lo que se podría llamar el mundo terrestre. En cada sucesión de experiencias, el alquimista experimentaba a Dios en una forma determinada y específica y eso incluía hasta el azufre rojo o el arsénico prefilosófico, que venturosamente (si no había graves errores de procedimiento) debería terminar en una boda alquímica. En otras palabras, la operación alquímica consistía principalmente en una separación de la prima materia del caos, de la activa alma y del pasivo cuerpo, que más tarde volverían a reunirse personificados en la figura de la llamada coniunctio, oboda química”, que a su vez estaba ritualizada en torno a dos contrayentes, el Sol y la Luna (o el oro y la plata).
                  Destaquemos que desde la perspectiva de la ciencia química de nuestros días, para obtener el aqua mercurialis hay infinidad de formulas distintas y dispersas en otra infinidad de tratados de alquimia de todas las épocas, con lo que es muy difícil reconstruir que hubo de cierto o de palabrería hueca en la consecución de tal aqua permanens. Pero en cambio, si que puede concebirse como fue la manera de proceder en el tratamiento psico-químico del mágico rejalgar. Ciertamente, podría utilizarse cualquier material minero que fuese adecuado alquímicamente: la galena, mineral de plomo muy conocido, el cinabrio que es rojo, la galena gris, la estibina gris negra o las piritas amarillas.  Como diría Flamel, todos estos minerales contienen el mismo germen: están en el mismo estado primitivo y oscuro en el que se encontraban bajo la tierra, sin haber experimentado reacciones químicas reconocibles, o alteraciones provenientes de la exposición a la luz lunar o solar ni tampoco a fusión alguna. Todas esos requisitos, los cumple sobradamente el rejalgar sin que por otra parte y como ocurre en cualquier otra prima materia de las mencionadas, corramos un riesgo excesivo de perdernos en los tortuosos laberintos del discurrir espagírico. Por ello, le dedicamos un apartado especial.
                  Observemos que el arsénico vulgar es un sólido cristalino, frágil, que a presión normal sublima a 615º C. y funde a 814º C. a la presión de 36 atmósferas. Lo que llama más la atención es que no es venenoso, pero lo son la mayoría de sus compuestos. Algunos de ellos han tenido mucha importancia en medicina durante siglos, pero en la actualidad han sido sustituidos por otros compuestos, que siendo activos contra muchas clases de microbios, no son tóxicos para el hombre, por ejemplo los antibióticos. Pero como decimos, lo normal es que la mayoría de los compuestos de arsénico, sean tremendamente tóxicos. Por ejemplo, la lewisita, bicloruro de β-clorovinilarsina se ha utilizado como agente tóxico en las guerras químicas. Muchos minerales metálicos sulfurados contienen cantidades mínimas de arsénico que sublima durante la tostación, y se recoge en las chimeneas naturales, en forma de trióxido de arsénico El arsénico común, hoy en día se produce normalmente tostando el mispíquel (S As Fe) que sublima, dejando como residuo el sulfuro ferroso: S Fe As S Fe + As. Pero si se quiere obtenerlo puro, se reduce el trióxido con carbón, obteniéndose 4 moléculas de As por cada 3 de anhídrido carbónico que se libera. El mismo trióxido de arsénico para uso medicinal se obtiene por la sublimación de la arsenolita o por tostado y sublimación de alguno de los minerales que contienen arsénico combinado.
                  La constatación por parte de los antiguos Filósofos, de que los minerales del arsénico y el arsénico mismo, tenían propiedades medicinales en unos casos y tóxicas o francamente letales en otros, les hicieron creer que según se manipulasen de formas psíquica y químicamente adecuadas o no, se obtendrían resultados espirituales satisfactorios (Lapis) o graves envenenamientos que podrían provocar, quizá, incluso la muerte. Sus alambiques, matraces y retortas eran rudimentarios y poco asépticos (de todos ellos podían desprenderse vapores mortales y contaminarse imprevistamente con otros compuestos) pero su fe en la obra superaba todos los obstáculos. Se encomendaban a Dios para que en su feroz batalla contra las sombras de la materia, la proyección espiritual fuera idónea y salieran indemnes y fortalecidos, obteniendo además el botín del ansiado Arsénico Filosofal. Su propia transformación anímica estaba en juego. Bien valía la pena, incluso, en arriesgar la vida.
                  Para ello no había atajos posibles. Era preciso comenzar por el mismísimo Rejalgar (un auténtico daimon rojo). Para que la proyección se desarrollara eficazmente, había que ser testigos implicados de su transformación en oropimente al alterarse con la luz solar a la que ellos exponían a propósito. Después, disolver, coagular, tostar, sublimarsin saltarse ni un paso, de principio a fin, (de la Nigredo a el Albedo) siempre con el máximo cuidado, con expresa dedicación, noche y día, sin descansohasta la transmutación final de la materia y del espíritu (la rubedo). El aspecto del arsénico obtenido era vulgar, pero no era vulgar, era el auténtico Arsénico Filosofal (la Piedra del adepto, la Lapis, incluso el origen de su aqua permanens).
                  Pero, ¿por qué no acortar un camino tan arduo? ¿Por qué no partir de algún mineral sino menos peligroso, al menos, del que fuera más sencillo extraer el ansiado arsénico? Se disponen de varios en la naturaleza. Ya hemos mencionado la arsenolita, (por ejemplo.) Pero disponemos también de la (bien hallada) claudetita, que además es un verdadero óxido de carácter salino.
                  Eudoxio, en el ya citado diálogo con Pirófilo indica que el fuego secreto, considerado como sustancia química es de la naturaleza de la cal. Pero no nos engañemos, actualmente quien tenga conocimientos de química, podría deducir que se trataba de una sal de calcio. Pues bien, estaría completamente equivocado. A finales del siglo XVI (aunque ya se les conocía mucho antes) se llamaban cales a todos los óxidos metálicos. Además, la cal propiamente dicha, no se creía que fuera de origen metálico, sino como una piedra que había absorbido fuego en el transcurso de su cocción o calcinación y que lo expulsaba en forma de calor cuando se la ponía en contacto con el agua, es decir, en concordancia con la oposición entre los elementos Agua y Fuego.  
                  Si el adepto siguiera esos pasos indicados, por ejemplo, a partir de la claudetita, (trióxido de arsénico, monoclínico, incoloro o blanco) que se encuentra en forma de cristales tubulares, flexibles y alargados, en yacimientos (considerada como una cal, no negamos que llegara a conocer algún fuego secreto misterioso y desconocido para nosotros, pero, desde luego, hubiera quedado “perdido” por el camino el espíritu del azufre, pues este no es el mismo que el espíritu del arsénico. Una pretendida nuptiae chymicae al elegir la claudetita (que es un mineral de génesis secundaria) como materia experimental no podría dar lugar a una coniunctio oppositorum en la psique del adepto, siguiendo los cánones clásicos alquímicos. Consecuentemente, juzgamos que aquí sería correcto plantear nuestra siguiente proposición que es también una antítesis en un sentido clásico: la de tesaurizar…de dama, damascena, de data –de pernigón-, de Malabar -de pomarrosa, jambosero o jambolero-, negra, pasa, porcal, regañada, verde…etc.,hasta llegar a la pertinente… conclusión.
                  Sin embargo, el Rejalgar no requiere de simbolizaciones post-filosóficas, forma parte de la prima materia espagírica sin discusión, y el Arsénico Filosofal sí constituye la materia que ultima. En el transcurso de las operaciones psico-químicas, la idea de la unidad de la materia (la prima y la que ultima) de lo que disuelve y lo que ha de disolverse es fundamental en la alquimia desde su comienzo hasta su final. La clave del lenguaje cifrado alquimista es Unus est lapis, una medicina, unum vas, unum regimen, unaque dispositio”. Lo cierto es que encontraron esas propiedades en la idea de un cuerpo compuesto de los cuatro elementos, gracias al cual se unían los opuestos más contrarios. Ante ese descubrimiento quedaron asombrados al descubrir una significación simbólica que desconocían pero que, de algún modo, coincidía con el tema de sus sueños o intensas vivencias. Era el dios oscuro, que en el misterio de la transformación alquímica, volvía a su primitivo estado luminoso y que ya no les abandonaría jamás.


Corolario: Los cuatro Príncipes de las bodas de Mar y Sol…

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