õ
58-Signatura
cromática-
“La simbolización
nace primeramente, porque todo hombre tiene contenidos inconscientes y segundo, porque toda cosa
tiene en si algo desconocido. Miremos por ejemplo el reloj. ¿Quién que no sea
relojero se atreverá a asegurar que conoce el mecanismo de su reloj de
bolsillo? ¿Y qué relojero que no sea al mismo tiempo geólogo o físico conoce la
estructura molecular del acero del que están hechos los muelles de un reloj? ¿Y
qué geólogo sabe reparar su reloj de bolsillo? Y una vez que se reúnen dos
cosas desconocidas ya no es posible separarlas. Lo desconocido en el hombre y
lo desconocido en la cosa se identifican. De allí resulta una identidad
psíquica que puede tomar formas grotescas.”
Carl Gustav Jung
Lema: Una rosa es una rosa….y….otra flor es otra flor
El blanqueamiento
La alquimia ha permitido tradicionalmente describir
procesos químicos y psicológicos
de transmutación y dado innumerables y
desdibujadas instrucciones para llevarlos a
cabo. Desde tiempos muy lejanos, se distinguieron cuatro fases en la evolución
de la materia prima, caracterizadas por
colores pictóricos, mencionados incluso por Heráclito. Estos eran:
la melanosis (ennegrecimiento),
la leukosis (emblanquecimiento),
la citrinitas (amarillamiento) y
la iosis (enrojecimiento).
Esta
disposición del proceso en cuatro partes era
identificable con la
primitiva correspondencia
exacta de la cuaternidad de los elementos.
Es decir, había cuatro propiedades (caliente, frío, húmedo y seco) adaptadas
o relacionadas de una manera variable con
los cuatro elementos de siempre (tierra,
agua, aire y fuego).
Ahora bien, como las teorías relativas a
la generación de
los metales y sus
correlatos psicológicos,
no se apoyaban,
evidentemente, en
una experiencia directa,
evolucionaban
con el tiempo. Entre los siglos
XV y XVI los colores utilizados quedan reducidos a
tres, con lo
que la citrinitas (o xantosis) entra en decadencia y
se menciona directamente en muy pocas ocasiones. En su lugar aparece, aunque no generalizadamente, el
viriditas
(verdecimiento) después de haber alcanzado la
melanosis
y
la nigredo (la
negritud absoluta) respectivamente.
A finales del siglo
XVI se había llegado al convencimiento
de que con el
proceso no se había alcanzado “nunca antes” la
meta soñada
(la leukosis como preludio de la
iosis) y tampoco
había sido realizada en sus partes individuales debido a razones puramente
psíquicas. Es
decir, algo
se perdía y algo se ganaba cuando lo que
tenía que intervenir hacía referencia
al significado interno
y simbólico de
la cuaternidad
y la trinidad. La propia cuaternidad (o elemento cuádruple) era
una idea extraña y
difícil de
aceptar, que, sin
embargo, desempeñaba un
papel muy importante en muchas filosofías de la
Naturaleza.
En consecuencia, para eludir inconvenientes, ya no se hacía hincapié
en la realización de una
“mezcla perfecta” como efecto de una
cocción prolongada,
sino más bien
en una
evolución natural a partir de una
semilla, por analogía
con la multiplicación de
los vegetales y los animales.
La
creación de
la semilla no estaba al alcance
del filósofo pero si su utilización. Para crear
las semillas, Dios utilizaba una entidad especial:
la naturaleza. Esta palabra significaba para los antiguos
filósofos, no lo que significa para nosotros ahora, si no
una especie de órgano espiritual por medio
del cual actuaba Dios sobre
el mundo material.
De acuerdo
con estas extendidas ideas, se instauró una
tradición que es descrita por C. G. Jung de la
siguiente manera:
“El negro, nigredo, es
el estado inicial,
o como propiedad de
la prima materia,
del caos o de la massa confusa,
de antemano existente o creada
por descomposición (solutio, separatio, divisio, putrefactio) de los
elementos.
Presupuesto
el estado de descomposición, como sucede en ocasiones, entonces se
produce una unión de
las contraposiciones mediante
la unión de lo masculino con lo femenino (coniugium, matrimonium, coniunctio,
coito) y aparece
la muerte del producto
de la unión (mortificatio, calcinatio,
putrefactio) con el
ennegrecimiento correspondiente. Desde el nigredo, el lavado (ablutio, baptista) conduce
o directamente
al emblanquecimiento, o el alma, (anima) que ha salido del
cuerpo a causa de
la muerte para dar vida a éste,
o los muchos colores (omnes colores, cauda pavones) conducen a
uno sólo, el blanco,
que contiene todos
los demás. Con
esto se alcanza
la primera meta principal del
proceso, concretamente
el albedo, tinctura alba, terra alba, foliata, lapis albus,
etc.,
que ha sido tan sumamente elogiado por
muchos como si la meta se hubiera alcanzado en realidad. Es el
estado plateado
o lunar, el
cual, sin embargo, debe ser elevado hasta
el estado solar. El
albedo
es,
en cierto modo,
el crepúsculo, el
rubedo es ya la
salida del
Sol.
La
transición
al rubedo
constituye el amarillamiento (citrinitas), el
cual, como se ha mencionado, decae con posterioridad. Después sale
el rubedo
directamente del albedo, mediante
aumento del fuego hasta el grado máximo.
Lo blanco y lo rojo, son reina y
rey, que también pueden celebrar en esta fase su
nuptiae chymicae.”
El mercurio y el
azufre
Se
puede hacer, pues, un símil entre
la evolución de
las sustancias contenidas en el “matraz de los filósofos” y el cultivo de
un vegetal. Sin
duda, por esto hablan los artistas de su
jardín y comparan
la fabricación de
la piedra filosofal a una clase de agricultura.
De la misma forma suelen llamar
<<vegetal>>
a la sustancia que hay que preparar para confinarla en el
matraz. En ese
jardín, puede
representar el Azufre el papel de germen (estado o cualidad de ser impulsado), y el
Mercurio Filosófico, el de
materia nutritiva. La energía impulsora parece coincidir con el
nombre de”vida” ya que en eso consiste
la preparación del Mercurio,
precisamente en su animación, para transmutarlo en el
Mercurio de
los Sabios. En ese trance aparece realmente
la Piedra Filosofal, que se
eleva por encima de
los campos de la
Física y la Química.
Algunos autores
sostienen la idea de que,
al llamarse <<vegetal>> la
sustancia que hay que preparar para ser encerrada en el
matraz, debe captarse la
energía desconocida antes
de la fase de confinamiento. En concordancia con los tres reinos de la naturaleza,
establecen diversas fases que pueden describirse
así: 1º)
Operación de siete u ocho meses en ese matraz que permite
obtener una piedra de Primer orden, también denominada azufre
blanco o rojo,
que no parece
lo suficientemente enérgica para
producir transmutaciones,
pero en la cual parece mucho
más concentrada
la energía desconocida. 2º) Utilización de este azufre, mezclado
con una
nueva dosis de Mercurio Filosófico y
comienzo de nuevo
el ciclo que se desarrolla más rápidamente.
En unos dos
meses, el producto obtenido es una
Piedra de segundo orden,
que ya es más activa.
3º) Se vuelve a empezar
con nuevo Mercurio y, en
unos pocos días (normalmente en siete si se han seguido bien los
pasos) se obtiene una Piedra del tercer orden, o Elixir, que es ya capaz de trasmutar, pero a la
que aún hay que perfilar de alguna forma. A ese respecto es esclarecedor lo
que se dice en
El
triunfo Hermético de Limojon de Saint-Didier: “Verán que este mismo Mercurio,
como un Fénix que renace en
el fuego, llega
gracias al Magisterio a
la última perfección del azufre fijo
de los Filósofos, que
le da un
poder soberano sobre
los tres géneros de la naturaleza, cuya
triple corona, sobre la cual
se posa con este objeto
el Jeroglífico del mundo,
es su carácter más esencial.”
Pero no todos los filósofos
están de acuerdo con la
existencia de
una sola vía. Hay pocos (sin
embargo, los hay) que se avienen a admitir la posibilidad
de dos caminos, uno breve
y fácil llamado vía seca, y otro
más largo y dificultoso,
llamado vía
húmeda. Así Philalèthe, en el
capítulo XIX
del Introitus, nos dice después de
hacer consideraciones sobre el sendero largo, que asegura es costoso y
adecuado para
personas ricas:
“Pero, siguiendo
nuestro camino, no se necesita más de una
semana; Dios ha reservado esta vía rara y
fácil para
los pobres despreciados y para sus santos cubiertos de abyección.” Este camino
abreviado pero cubierto por tupido velo, ha sido llamado por los
sabios Régimen
de Saturno (aunque a nosotros no nos
molestaría lo más mínimo que se llamase Régimen de Cronos). También
se dice que la
cocción de la
Obra, en
vez del empleo de
un vaso de vidrio,
requiere únicamente
la utilización de
un simple crisol.
“Revolveré tu cuerpo en
un vaso de tierra donde lo enterraré” escribe Salomón Trismosin en su obra
El
toisón de Oro, quién añade: “Haz
un fuego en tu vaso, es decir en
la tierra que lo
tiene encerrado. Este breve
método sobre el
cual te hemos liberalmente
instruido,
me parece el
camino más corto y
la verdadera sublimación
filosófica
para alcanzar la
perfección
de esta grave labor.” De este modo (nos recuerda
Fulcanelli) podría explicarse esta máxima
fundamental de la
Ciencia: “un solo vaso, una sola materia, un solo hornillo“. Por su parte, Cyliani en su libro Hermes desvelado relata los
dos caminos en estos términos: “Creo que
debo advertir aquí que jamás hay que olvidar que sólo se necesitan dos materias del mismo origen, una volátil
y la otra fija; que hay dos caminos,
la vía seca y la vía
húmeda. Yo sigo este
último preferentemente, por deber, aunque el
primero me sea muy conocido: se hace con una materia única.”
En cualquier caso,
es siempre el
filósofo quien lo
lleva a cabo con
su arte particular,
y en líneas generales, fue Geber quien definió el modus operandi como la consecución
de una
mezcla adecuada de azogue y
azufre, es decir, de lo volátil
y lo fijo,
que actuando el
uno sobre el otro, se volatilizan y se
fijan recíprocamente hasta una perfecta fijeza. “Considerad
el ejemplo de la naturaleza, y veréis que la naturaleza no produciría jamás fruto, si no estuviese empapada de su humedad, y que la humedad sería siempre
estéril, si no fuese retenida, y fijada
por la
sequedad de la tierra.” Para ello, del hidrargiro
normal (sulfuro
de hidrargiro)
hay que aprender a hacer un Mercurio
blanco y un
Mercurio citrino; hay que fijar ese Mercurio, alimentarlo con
su propio destilado a fin de que se convierta en Azufre fijo (el
azul fijado en
su rojo) de los filósofos. Un ejemplo
muy visual
y adecuado al caso,
lo tenemos en la química de nuestros días con los indicadores
o sustancias coloreadas que
permiten detectar la acidez o la
basicidad de las soluciones. Precisamente, uno de esos indicadores, el
papel de tornasol se muestra
rojo en un medio ácido, es violáceo en neutro y vira al azul en alcalino.
Hay
que destacar el papel que jugaba en todo momento el
azufre, que es una de las
materias básicas más importantes en el
proceso alquímico.
Es una sustancia activa, una
sustancia corrosiva y peligrosa a causa de su mal
olor. Sin embargo, produce todos los colores
y es el amante de
la figura alquímica de la
novia que
ha de participar en su nuptiae
chymicae.
También el
olor de los cadáveres y
los muertos es sumamente desagradable para
el olfato y el espíritu. Pero el
olor nauseabundo indica,
a los
Filósofos, la
fijación; en cambio el olor agradable denota
volatilidad,
porque se acerca a
la vida y al calor.
El azufre presenta el doble aspecto de proporcionar el ímpetu original (la materia masculina) y
es al mismo
tiempo positivo
y negativo. El color rojo se refiere al fuego
(cualidad emocional). Si representamos el juego de tensiones, como hace
Marie-Lousie von Franz, mediante dos pájaros (uno con
alas y otro sin
ellas)
que participan en un
cortejo, tenemos que el pájaro sin alas es
el azufre
rojo y también se hace
referencia a
él como la
hembra, de modo que estamos
ante una
paradoja, porque aún
siendo arrastrado o llevado, se lo considera la cualidad masculina
activa pero proyectado
en una
doble dirección sobre (y desde) el pájaro
hembra. Se podría decir que “el pájaro sin
alas” o azufre
rojo es una prima materia (que
impresionó mucho a Freud) y
también un
factor subyacente en la vida psíquica que es lo primero que hay que desenterrar para cocinarlo adecuadamente, a fin de que despida el vapor que <<vuele>> por sobre la materia. En esencia lo
que se persigue es que
la transformación del Mercurio en cuanto auténtica prima materia, dentro de la vasija sellada
que se calienta y
es comparable a mortificar y calcinar los elementos originales en sus propios jugos
químicos, hasta obtener un Azufre purificado sin mácula alguna.
Así pues, nos
encontramos una
reacción que se produce en un recipiente cerrado, inmóvil, con una
temperatura sostenida y superior a la del
medio ambiente. En todo momento solo rige la luz lunar o la luz solar,
y según las descripciones casi unánimes de todos los tratados antiguos, ocurren en ese
recipiente fenómenos que, insisten, van más
allá de las
posibilidades
de la química.
Que la materia actúe sola o no, es una cuestión discutible cifrada en actitudes dispares. Así, Geber en su obra Suma de Perfección nos
asegura que: “No somos nosotros quienes
transmutamos los
metales, sino la Naturaleza, a
la cual, con nuestro artificio, preparamos la materia y disponemos, los caminos, pues
ella actúa siempre e indefectiblemente por sí misma
y nosotros somos solamente sus ministros”…y a propósito de la influencia de los astros: “Nosotros no nos preocupamos de la posición ni del movimiento de los Astros, y este conocimiento no nos serviría de
nada en nuestro Arte… Así pues, si
preparáis como es debido vuestro artificio para la Naturaleza,
y cuidáis muy bien de que esté bien dispuesto todo lo que debe hacerse en el Magisterio, no cabe duda alguna de que recibirá su perfección de la Naturaleza,
en una
posición en la
que sea conveniente sin que sea
necesario que vosotros
observéis esta posición”…y agrega “La
posición de los
Astros es todos los días muy adecuada, tanto para
la producción como
para la destrucción
de las
cosas particulares, en toda clase de especies.”
Pero
si nos atenemos a los
diálogos (en el
Triunfo Hermético) de Pirófilo y Eudoxio, vemos que este último,
necesita hacer
una aclaración o más
bien un contraste de
pareceres: “Varios
filósofos señalaron la estación del año, más propicia para esta operación. Unos
no hicieron misterio alguno de ello;
otros más reservados sólo explicaron este punto con parábolas.
Los primeros nombraron el mes de marzo, y la
primavera. Zacharie, y
algunos otros Filósofos
dicen que empezaron
la obra en Pascua, y que la
terminaron felizmente en
el curso del año.
Otros se limitan a
presentar el
jardín de las Hespérides
esmaltado de flores,
y particularmente
de violetas y jacintos, que
son los
primeros productos de la
primavera. El
Cosmopolita más ingenioso que los
demás dice, para indicar que la
estación más propicia para
el trabajo Filosófico, es aquella en que todos
los seres vivos, sensitivos, y vegetales,
parecen animados por un fuego nuevo,
que los empuja
recíprocamente al amor
y a la multiplicación de su especie, que Venus es
la diosa de la Isla encantadora, en la
cual descubrió
él muy pronto todos
los misterios de la naturaleza: pero para señalar más exactamente esta
estación, dice
que se veían pacer corderos y toros,
en el prado, acompañados de dos jóvenes
pastores, expresando
claramente, con esta alegoría
espiritual, los
tres meses de la Primavera, mediante los tres signos celestes
que le corresponden: Aries, Tauro y Géminis.” En este diálogo parece plantearse
claramente (al
menos, así
lo vemos nosotros)
y sin ambages, la existencia posible de
una piedra Vegetal, aunque
Ranque se ve obligado a hacer las correspondientes matizaciones: Pongamos
un ejemplo. Eudoxio dice: “Que los Astros de Venus
y Diana creciente te sean propicios.”
Se puede entender, como nos sugiere Ranque, que se
trata de una operación a realizar en primavera
(Venus –diosa latina equivalente
a la griega
Afrodita-),
cuando la luna está en su
primer cuarto (Diana creciente). “Pero también puede tratarse de algo
completamente distinto: ya que los Astros
de Venus pueden significar la
estrella del antimonio. Y
la corniculata
Diana
puede traducirse también por Diana cornuda, o,
dicho en otras palabras, la Luna
córnea, el cloruro
de plata. Limojon pudo indicar pues, sencillamente, una
reacción de preparación
del cloruro de antimonio.” Hay una
tercera posibilidad, y es que
la corniculata Diana
pueda hacer (o no) mención velada a Normalized Manuscript, Chymistry de Isaac
Newton: “Columbae Veneris sunt Columbae Dianae Veneri adjuntae seu Leoni
viridi quem vincunt, Intro., apert. P.6, 16, 52”…”ideoque
sunt Diana corniculata ib p.54, 63 & Arcan”. Evidentemente, las
conclusiones deberá sacarlas el
propio lector,
pero conviene tener en cuenta que hasta ahora no se había
sugerido de una manera tan clara una
sal concreta. Adicionalmente,
pues, se presenta la
cuestión temática de
la sal y
sus relaciones
con la Sal de los filósofos.
La sustancia, el agua y la sal
La mayoría de los Filósofos han sido poco explícitos
en lo que
respecta al
secreto de los
pesos. Así, el Cosmopolita
en su célebre Tratado de la Sal nos dice que: “El peso del
agua debe ser plural, y el de
la tierra rameada de blanco o
de rojo debe
ser singular.”.
No mucho más nos sugiere Huginus de Barma en su Sigillum
Sapientum en el que el
Filósofo sostiene una balanza, uno
de cuyos platillos se inclina en una aparente proporción de dos a uno con respecto al otro.
Otros hablan más de partes proporcionadas entre
sí,
que incluyen
o excluyen a otras partes
terceras o cuartas según sea conveniente. Al menos eso es lo que parece pretender Sabine Stuart de Chevalier cuando dice en su
obra Llave
del
Santuario filosófico
que: “Para obtener el
mercurio filosófico
hay que disolver el mercurio vulgar sin que este pierda nada de su peso, pues
toda la
sustancia debe ser convertida en agua filosófica.
Los Filósofos conocen un fuego natural
que penetra hasta el corazón
del mercurio y que lo apaga
interiormente; conocen también un disolvente que lo convierte en agua argentina pura y natural; esta no contiene ni debe contener ningún corrosivo.
En cuanto el
mercurio se ha librado
de sus ligaduras y
es vencido por el
calor, toma la forma de agua y esta
misma agua es la cosa más valiosa que puede haber en el
mundo. Se necesita muy poco tiempo para hacer tomar esta forma al mercurio vulgar.”
Pero Fulcanelli
se opone con vehemencia
a esta pretensión alegando que: “Se nos perdonará que no seamos de
la misma opinión, pues tenemos buenas razones, apoyadas en la
experiencia,
para no creer que el
mercurio vulgar, desprovisto
de agente propio,
pueda convertirse
en agua útil para la Obra.” El
celebre autor de
las Moradas Filosófales y otros
muchos, no
creen que haya epitaxis
en los templos de Hera. Es más partidario de
las teselas ideográficas ajustadas al modelo de
las grandiosas
catedrales,
que se traduce en sus opiniones sobre el agua y la piedra “El servís fugitivus que nos hace falta es un agua mineral y metálica, sólida, cortante, con el aspecto de una
piedra y de fácil
licuefacción”.
Este agua coagulada,
en forma de masa pétrea, que propone Fulcanelli,
es el Alkahest
(anagrama que oculta el
secreto del gran elixir
o alcaloide –de álcali y el sufijo
oide-) y el
Disolvente universal.
Además nos dice que: “Si conviene leer los
Filósofos –según
el consejo de Philalèthe-
con un grano de sal,
tendríamos que utilizar la salina entera para el
estudio de
Stuart de Chevalier.” Sin duda, el Disolvente Universal esta
relacionado con el misterio de RERE, que Fulcanelli hace
equivaler con el enigma de REBIS, RERE
y REBIS (enantiodromía y enantiotropía), pero como a él, se nos permitirá que no desgarremos
el velo del misterio que encubre.
Ciertamente los textos
citados son bastante oscuros y quizá
esclarezcamos algunas dudas citando largamente a Basilio Valentín en su Tratado
Químico-Filosófico a cerca de tan
enigmática
triada: “Tienes que saber ahora que en todos los metales y minerales
de la tierra no hay más que
una sustancia, y también una
sola madre, de
las que han recibido todas las cosas, cada cuál en su género, su naturaleza entera y su
esencia corporal. A decir verdad la sustancia de que se trata, emanando del
centro, se extiende
inicialmente
en tres partes, a base de las cuales funda
la realidad corporal, al mismo
tiempo que la forma determinada de cada metal.
Y bajo tierra, por el
solo medio de
los tres elementos, estas tres partes
son alimentadas a base del cuerpo del metal mismo,
hasta que hayan adquirido su perfección. Y
en verdad la sustancia descendente del centro
fue concebida
por los astros, producida por
los elementos y
formada por
una sola cosa terrestre,
sustancia ciertamente bien conocida y sin
embargo, madre
verdadera de los
metales y de
los minerales; y es
en todos los
puntos la sustancia y la
madre, de donde
el propio hombre ha sido concebido, traído
al mundo, conservado y revestido de
un cuerpo, sustancia
equivalente de todas maneras con
el centro, ya que todo lo que está contenido en
el macrocosmos, lo está igualmente en
el microcosmos y viceversa.
Ahora bien, las cosas que existen al mismo
tiempo en el macrocosmos
y el microcosmos se manifiestan también en el
centro del mundo, ya que lo que compone
el macrocosmos con
el microcosmos es una cierta alma
que une y empareja
el espíritu con
el cuerpo. Este alma, es comparable
con el agua, y
sin duda es
un agua absolutamente verdadera, aunque no
moja como la otra, sino que es un agua celeste,
seca en cierto estado
líquido y metálico,
un agua animada,
amiga de todos
los espíritus, que se une al cuerpo
y forma una vida perfecta.
Con esto
se demuestra justamente que un agua
pare todos
los metales, un
agua que
ha sido calentada por un ardiente fuego
aéreo como por un espíritu
del azufre, de
suerte que por su propia cocción introdujo un alma
en el cuerpo terrestre; en éste, y
para que no sea destruido por la
corrupción, la
sal representa
evidentemente
el papel de un preservativo
contra la corrupción.
Así al
principio de la generación
está en primer lugar
el hidrargiro que es producido, y hasta
este punto aparece con su coagulación
sutil, porque
se le ha comunicado en propiedad poca sal;
por esto manifiesta
un cuerpo más espiritual
que terrestre.
Vienen después
los otros metales, todos sacan
crecimiento de
la sustancia de este mismo hidrargiro, y gozan de
una sal más abundante,
de donde procede su
animación.”
Según nuestra interpretación, podría decirse que el agua mercurialis es
el espíritu omnipresente que
comunica sus particularidades a todos los
metales a través de todas
las transformaciones a que
se ve sometida. La Tierra (como materia prima) no
es un
cuerpo muerto. En ella
está la
imagen de Dios
que aparece en el oro
(o su ánima
áurea),
el cual al insuflarse en el
mercurio normal convierte
a este completamente en
oro, que a su vez anima al
agua mercurialis.
Además, todas
las criaturas, incluidos los minerales,
reciben sus fuerzas de ese espíritu de la
Tierra que
los penetra y
que es alimentado
por las
estrellas continuamente, nutriendo a todo lo viviente que hay en su seno.
En el plano psicológico, Jung establece un
paralelismo por
el que la
prima materia (no
la materia prima) surge de la
esfera inicial sobre
la que Dios
bienaventuradísimo, proyecta una luz especial
sobre la esencia perfecta, redonda, de la
lapis
(así se denomina a
la prima materia con frecuencia). “Por ese motivo, la
prima materia coincide, en ocasiones, con
el concepto del
estado inicial
del proceso, concretamente el nigredo (el
negro). Es entonces
la tierra negra, en
la que se puede sembrar el oro
o la lapis como
el trigo. Es la tierra
negra, mágicamente
fértil, que Adán
se llevó con él del
Paraíso, llamada
también antimonio y que
se denomina <<negra, más negra que lo
negro>> (nigrium nigrius nigro)”. De
ahí, que muchos
filósofos buscasen con
ahínco la consecución de la ya mencionada estrella del antimonio,
preparando reacciones de
cloruro de antimonio.
El cloruro de antimonio
es una sal muy conocida por los
Filósofos antiguos
y de aceptación generalizada dentro del
grupo de los cloruros,
que son generalmente
fusibles y volátiles.
También era importante
la obtención del cloruro mercúrico,
llamado mercurio sublimado corrosivo que se obtenía por sublimación,
calentando
diferentes mezclas
o disolviendo mercurio
en ácido sulfúrico
(espíritu de vitriolo) que mezclado
y sublimado después
de la evaporación
en seco, el sulfato mercúrico
así obtenido
con sal común (sal gema),
provocaba una doble reacción de descomposición, con
liberación de
cloruro mercúrico por
volatilización.
Estas dos clases de
cloruros eran elegidas por sus
características propias y definidas. En efecto, y
como nos dice
Georges Ranque, primero se
eliminaban
los cloruros líquidos
a temperatura ordinaria:
tricloruros
de arsénico,
tetracloruro
de estaño y pentacloruro de antimonio. Después se descartaban los que
no podían destilarse o volatilizarse
por debajo de 500º o
que no son fusibles sin correr riesgos de
disociarse: cloruros… de oro, plata, cuproso, cúprico, de
mercurio, ferroso, de cinc, de cadmio
y bicloruros y
tetracloruros
de plomo. Igualmente se eliminaban los que son coloreados en estado sólido
o después de la fusión: cloruro férrico y tricloruro de bismuto.
Después de esa criba por
supuestos motivos operacionales, tanto químicos como alquímicos, solo quedaban el cloruro mercúrico
y el tricloruro
de antimonio.
Para evitar corrosiones
del matraz, de vidrio blanco, por el
hidrargiro, en
el transcurso de la
ebullición que podría durar varios meses había que
excluir los álcalis,
y sólo se podía actuar con productos anhidros. Dentro
de las sales
conocidas (que eran muchas)
las condiciones de fusibilidad
por debajo de 450º en estado anhídrido y
las condiciones de
volatilidad
permitían descartar
los carbonatos, sulfatos, alumbres y boratos (en el
primer caso)
y los acetatos,
tartratos y
nitratos (en el segundo
caso). Sólo quedaban los cloruros, que son generalmente volátiles
y fusibles. Más antiguamente,
pero siempre con idéntico objetivo (químico
y alquímico) se partía de
la sal marina impura que contenía toda clase de
cloruros, o, seguramente, residuos salinos de parecida clase (silvita, silvina, silvinita, yeso, nitros diversos, anhidrita, halita, carnalita., etc.) de aguas de
las marismas saladas, que se
machacaban
con mercurio metálico, en
presencia de
vinagre destilado que facilitaba la
dispersión. La intención era conseguir, después de la
sublimación
y eliminación de
los vapores acuosos
y que se disociase el
cloruro de magnesio, liberando
el ácido clorhídrico, que se combinaba con
el hidrargiro, produciendo
la sublimación del cloruro mercúrico.
En el aspecto
alquímico, es fácilmente explicable la intención de producir esta
sal, que es conservar vivo
el espíritu salino
del mercurio y el
espíritu mercurial de la sal y en su trance,
efectuar la correspondiente proyección
psicológica
sobre el operador.
Presumiblemente,
ocurre algo
parecido en el caso del
tricloruro
de antimonio que atrae fuertemente la humedad
del aire, y se descompone
en contacto
con el agua, (con formación
de un oxicloruro
de antimonio). Es
probable que los antiguos Filósofos quedaran subyugados por las
características
del Antimonio (éste se encuentra libre en la
naturaleza
y también combinado en forma de minerales oxigenados y
sulfurados). Es destacable por su naturaleza dual
o hermafrodita (Hermes y Afrodita) ya que su hidróxido de antimonio Sb (OH)₆ tiene carácter
anfótero y puede
actuar como base
frente a un ácido,
o como ácido frente a una base, según que casos. Por todo ello, el espíritu
antimonioso era
muy apreciado espagíricamente por
algunos filósofos, desde
su descubrimiento por Basilio Valentín
El “azufre
rojo” y
el
Rejalgar
La toma de conciencia del
individuo humano ante
el mundo que le rodea,
hace que éste se vea amenazado en medida creciente por la
separación, que ciertamente es una condición
indispensable de la diferenciación del
yo individual. A
nivel social, cuanto más crece el peligro,
más se compensa la amenaza mediante la
producción de abundantes
símbolos colectivos o arquetípicos
a los que
acogerse. Pero el
alquimista, conforme a sus propios supuestos reduce
tan amplio material simbólico
a la materia química que
manipula, incluyéndose a si mismo. No es una reducción a sus propias vivencias personales como
hace instintiva
y desordenadamente el
hombre moderno. Así, cuando se parte
del dragón rojo (hidrargirus) como motivo de experiencias
psico-químicas es porque en torno a él se
compone todo un mitologema. No solo es demonio, sino también persona,
cosa, e
incluso Dios. Es
también, lo oculto
en lo más
profundo del individuo,
tanto en lo psíquico como en
lo somático.
La esencia del arte consiste en no reducir lo
desconocido a
lo ya conocido y consciente, en no
eliminar la disociación
entre este último
y lo inconsciente, y
reconocerlos a ambos como tales. Lo
importante, incluso, es
amplificar
el contenido del símbolo
por medio del contexto que suministra el
propio artista
y lograr advertir a que aspira el
inconsciente
con sus actos. De esa forma es cuando se podría llegar a la
integración
y dar por superada tan
perturbadora
disociación. La
conciencia activa es esencial para el inconsciente,
pues sin ella este no puede
vivir. Pero la conciencia como nos dice Marie-Louise
von Franz: “No es más que un canal de comunicación a través
del cual el inconsciente puede fluir
si tiene una actitud doble,
paradójica. Entonces el
inconsciente
puede manifestarse,
y se puede evitar
el endurecimiento de
la actitud consciente
en contra del inconsciente,
que significa
una escisión en
la personalidad...y en
la civilización.”
Los Filósofos, con sus intentos por desvelar los
secretos de
la materia, habían penetrado en
el inconsciente, convirtiéndose en
descubridores accidentales
del proceso en que se basan
la mayoría de
los simbolismos modernos.
La problemática de los
opuestos (en
realidad, complementarios) que allí se manifestaban
les conducía, no sin notables
esfuerzos y
peligros, a una
constelación de contenidos arquetípicos armonizados.
El alquimista no podía ni quería distinguir entre las cosas mismas y
las representaciones
que hacía de ellas,
sino la “unión” de
la sombra
con su ánima,
para ello solo
disponía de la comprensión
como método
de defensa. Ante la aparición súbita de
la Lapis, un
texto de Ostanes nos dice que ellos solo
disponían de “tres
armas”: ante
todo la “resignación”, luego
como “caballo
de batalla”, la “ciencia” y “como
escudo” el “entendimiento”.
Los alquimistas
se enfrentaban con este proceso a base de divisio,
separatio y solutio que pueden entenderse como
discriminación y autoconocimiento. Este proceso
psicológico, como nos dice Jung es
manifiestamente penoso y
para
muchas personas llega a ser como un
tormento, pues
cada paso adelante en el camino de concienciación
debe ser pagado con
padecimientos.
De la peligrosidad del
arte no puede
dudarse. En la
alquimia, el enemigo
aparece en todas partes como león verde o
dragón ponzoñoso
que también suele
escupir fuego
(Allegoriae Sapientun).
Al primero es preciso
cortarle las
patas y al
segundo o bien se lo
mata, o él se mata
a si mismo
o se devora a sí mismo
de acuerdo
con el principio de Demócrito (El Alquimista): “La Naturaleza domina a la Naturaleza”
Dada la clase de sustancias
utilizadas, los alquimistas se
exponían no solo al
peligro de
envenenamientos y
explosiones, sino también al
enorme riesgo de graves
complicaciones espirituales.
Tengamos por seguro
que gran número de alquimistas fallecieron por
explosiones, envenenamientos o quedaron definitivamente locos, al fallar sus experimentos psicóquímicos.
Porque era muy importante
el enfoque que se diera a
la aparición del azufre rojo, que
es cuando el alma estaba
exaltada (en situación esquizoide)
y el opus
químico en su apogeo.
Una vez que se tenía
la prima
materia, o lo que es
lo mismo, los impulsos instintivos básicos de la personalidad,
eso había que cocinarlo y al hacerlo se desprendían aguas secas
que se subliman en
vapores y
vahos que vuelan por encima de
la materia. Muchos alquimistas llamaron ese vapor
que vuela el alma
de la materia. El
fogoso azufre rojo es adorado por ellos
como parte
activa de la psique y tiene
un objeto definido.
Una representación apropiada es la que
nos expone Senior en su obra De chemia. Simbólicamente, la situación
esquizoide se
representa, como ya anticipamos, por dos pájaros que pueden asimilarse al
sol y la
luna respectivamente. O
también el
ave sin alas es el azufre rojo
y el alma
exaltada es el pájaro alado. Cada uno
le come la
cola al otro, de modo que nos presenta una
variante de
la serpiente Ouroboros
(o peligroso e
inestable equilibrio) que se
come su propia cola.
Si el Artista se había encomendado previamente
a todas las potencias celestes, actuaba
con corrección espiritual
y material en todo el proceso, podía sortear todas las dificultades.
Para cumplir con esos requisitos, el filósofo hermético
consideraba sus precondiciones psíquicas o arquetipos como partes integrantes e
inalienables de
la imagen empírica del mundo,
es decir, no prescindía en absoluto de sus ideas
sobre lo eterno que eran
sentidas como reales.
En la filosofía racional, el pensamiento
se convierte en una íntima y última condición del conocimiento como nos dice expresamente
Spinoza: “Per ideam
intelligo
mentis
conceptum, quem
mens
format”.
Pero el observador espagírico
no podía nunca ser
descartado con lo
que la precondición
psíquica seguía
siempre actuando. Y lo
hacía sin la búsqueda consciente
o expresa de estados
alterados de conciencia (aunque muchas veces,
estos estados se producían), sino de acomodación a las propias dinámicas
exigidas por el
opus.
Manteniéndose, pues, fiel a si mismo a
lo largo de todo
el proceso, desde
la misma nigredo, las materias ya preparadas
y unidas en un solo compuesto debían sufrir la última sublimación
o purificación ígnea. En
esta operación, las partes
consumidas por
el fuego quedaban definitivamente destruidas, los
materiales
terrosos se disgregaban y los principios
puros y alados
se elevaban
de una forma muy diferente de
la que presentaba el
compuesto original. Entonces llegaba el
cuarto efecto
o iluminación. Se
le llamaba también
la coloración y el blanqueado, porque las
cosas experimentaban
una aclaración
y la vida empezaba nuevamente a fluir. El
espíritu se encontraba purificado de modo que todas las
cosas accidentales
que le oprimían desaparecían.
Por fin, el Rey
coronado de
gloria (el
alquimista) había
conseguido la Sal de los Filósofos.
El residuo que quedaba
después de la elevación
de los principios coloreados
y puros del compuesto
psico-químico, se hallaba ya en condiciones de proporcionar la
volátil y fusible
Sal
Mercurial, a la
cual dieron
los antiguos el calificativo
de Dragón de Babilonia. En la representación que se hacía del
fabuloso y alado animal, símbolo de
la rubedo, emergía de
las llamas y su cola
parecía salir de
un ser humano cuya
cabeza estaba envuelta por el propio
dragón. En un
significativo movimiento de torsión, éste estiraba sus poderosas
garras para sujetar el atanor
del alquimista.
La Piedra
o
Lapis, en su doble significación de prima
y
ultima
materia,
es un símbolo central de la
alquimia. Pero
lo cierto es que la
Piedra nunca llegó a ser producida como un
“hecho físico”
concreto y por lo
tanto nadie supo explicar en que consistía. Lo
más probable es que fuera
una vivencia psíquica sumamente intensa, lo que
explicaría el miedo ante
la posibilidad de
perturbaciones espirituales.
El encuentro del Filósofo con el si mismo podría estar caracterizado por
el choque sin previa preparación o
advertencia
con su inesperada
“otra parte”.
El enorme riesgo consistiría en una
irrupción súbita del inconsciente a modo de inundación, cuyos resultados en el
caso inapropiado de que no se produjese un desarrollo
afortunado, serían de naturaleza psicótica. Como en
una erupción
volcánica, el
desarrollo negativo sobrevendría cuando la
conciencia se veía completamente desbordada intelectual
y anímicamente
por los contenidos
invasores. Sus
efectos indeseados de excesiva exaltación pueden
ser combatidos en
la actualidad
con el suministro de cloropromazina. Pero entonces, el adepto sólo se podría salvar exclusivamente con
la aparición de
un factor compensatorio y ordenador que fuera
independiente de su conciencia. En su ayuda acudirían los
instintos y los
arquetipos
de la intuición que constituyen
el inconsciente colectivo
de la especie. Solo así,
el artista
podría llegar a tener un conocimiento consciente
y reflexivo de
ese proceso oculto tan
apreciado, la coniunctio oppositorum.
Posiblemente la mejor alegoría de la prima y ultima materia y del proceso intermedio
(fase del azufre rojo) acompañante lo constituya el viejo Rejalgar, auténtica Piedra de Toque de lo que podría constituir un paradigmático proceso
alquímico. Su nombre proviene del árabe “Rajh al ghar”, que significa polvo de mina y se altera fácilmente por la luz transformándose en Oropimente. Es un mineral raro, que acostumbra a presentarse frecuentemente formando costras pequeñas que rellenan hendiduras, junto con arsénico en estado
nativo. Sus cristales son escasos y de pequeño tamaño pero de gran belleza y fuerte color rojo. Desde los comienzos de la alquimia en el antiguo Egipto se le considera relacionado con el misterio de la piedra, el misterio de la viuda, la piedra de la viuda, la piedra del huérfano, o el misterio de Seth (dios protector del antiguo Egipto, que fue considerado posteriormente como una divinidad malefica y suprimido su culto durante la dinastía XXII) que apunta al culto de Isis (esposa y hermana al mismo tiempo de otro dios egipcio de ultratumba, Osiris).
Incluso se conocen recetas derivativas, pero relacionadas con ese culto, que, supuestamente, podían servir como
rito alquímico para la afirmación o afianzamiento del espíritu “el con-firmamentum” del Enochdianus, el “hombre dotado con lo eterno”. “Toma arsénico, cuécelo en agua, mézclalo con aceite de oliva, déjalo en una botella y ponle ascuas encima hasta que
desprenda vapores y lo mismo se puede hacer también con Realgar” (Marie-Louise von Franz citando uno de los varios libros apócrifos atribuidos a Enoch, que se escribieron
entre
el
200 aC. Y 50dC.)
En un
contexto hermético, se llega a vislumbrar
que en su camino hacia el conocimiento supremo, el ser humano necesitaba elevarse, o dominar, el estadio intermedio que es el mundo, la Tierra. Este mundo como hijo directo de Dios, contenía saberes que el ser humano, identificaba con la búsqueda de la prima materia o, en otras palabras, la reducción de las sustancias a un estado precosmológico. Como dice Mircea
Eliade: “Sabía que no podía obtener la transmutación partiendo de formas ya <<gastadas>> por el Tiempo; había que <<disolver>> esas <<formas>>. En el contexto de la iniciación, la <<disolución>> significaba que el futuro <<místico>> moría a su existencia profana, gastada,
decaída.” La perseguida <<disolución de formas>>, no sería otra cosa que la cocción adecuada del azufre rojo o la obtención del arsénico filosofal que obraran el prodigio de transformar “las piedras muertas en piedras vivas” como nos dice Dorn. El propio adepto debía
transformarse, así mismo, en Piedra filosofal.
Hay que aclarar que la palabra “arsénico”, alquímicamente tiene el
significado de másculino (eso es lo que significa la palabra griega arsenikon) y que no es por tanto el arsénico que conocemos, sino que se refiere a
todas las sustancias que llevan en sí un impulso dinámico que interacciona con otras sustancias complementarias. Todo lo que parecía afectar a las otras sustancias
terrestres (de la madre Tierra) era masculino porque era activo, de forma, que no hay que confundirlo con lo que hoy llamamos al elemento químico “arsénico”. Todo lo que provenía del macho era lo mismo que suponer como “hipótesis psíquica” interiorizada que lo
hacia del agua arsenical. Mientras el elemento femenino siguiera estando dividido, seguiría habiendo una escisión entre lo que llamaríamos el inconsciente, o el anima y lo que se podría llamar el mundo terrestre. En cada sucesión de
experiencias,
el alquimista
experimentaba a Dios en una forma determinada y específica y eso incluía hasta el
azufre rojo o el arsénico prefilosófico, que venturosamente (si
no había graves errores de procedimiento) debería terminar en una boda alquímica. En otras palabras, la operación alquímica
consistía principalmente en una separación de la prima materia del caos, de la activa alma y del pasivo cuerpo, que más tarde volverían
a reunirse personificados en la figura de la llamada coniunctio, o “boda química”, que a su vez estaba ritualizada en torno a dos contrayentes, el Sol y la Luna (o el oro y la plata).
Destaquemos que desde la perspectiva de la ciencia química de
nuestros días, para obtener el aqua mercurialis hay infinidad de formulas distintas y dispersas en otra infinidad de tratados de alquimia de
todas las épocas, con lo que es muy difícil reconstruir que hubo de cierto o de palabrería hueca en la consecución de tal aqua permanens. Pero en cambio, si que puede concebirse
como fue la manera de proceder en el tratamiento
psico-químico
del “mágico” rejalgar. Ciertamente, podría utilizarse
cualquier material minero que fuese adecuado alquímicamente: la
galena, mineral
de plomo muy conocido, el cinabrio que es rojo, la
galena gris, la
estibina gris negra o
las piritas amarillas. Como diría
Flamel, todos estos minerales contienen
el mismo germen:
están en el mismo
estado primitivo
y oscuro en el que se encontraban bajo la tierra, sin haber experimentado reacciones químicas reconocibles,
o alteraciones
provenientes de la exposición a
la luz lunar o solar ni
tampoco a fusión alguna. Todas esos requisitos, los cumple
sobradamente el rejalgar sin
que por otra parte y como ocurre en cualquier otra prima materia de
las mencionadas, corramos un riesgo excesivo de perdernos en los
tortuosos laberintos del discurrir
espagírico. Por ello,
le dedicamos un apartado especial.
Observemos que el arsénico vulgar es
un sólido cristalino, frágil, que a presión normal sublima a 615º C. y
funde a 814º C. a
la presión de 36 atmósferas. Lo que
llama más la atención es que no es
venenoso, pero lo son la mayoría
de sus compuestos. Algunos de ellos han tenido mucha importancia en medicina
durante siglos,
pero en la actualidad han sido sustituidos por otros compuestos, que
siendo activos contra muchas clases de microbios, no son tóxicos para
el hombre, por ejemplo los antibióticos. Pero como decimos, lo normal
es que la mayoría de
los compuestos de arsénico, sean tremendamente tóxicos.
Por ejemplo,
la lewisita, bicloruro
de β-clorovinilarsina se ha utilizado como agente tóxico
en las
guerras químicas. Muchos minerales metálicos
sulfurados
contienen cantidades
mínimas de arsénico que
sublima
durante la tostación, y se
recoge en las chimeneas naturales, en forma de
trióxido de arsénico El arsénico común, hoy en día se
produce normalmente tostando el mispíquel (S As Fe) que sublima, dejando
como residuo el sulfuro ferroso: S Fe As → S Fe + As. Pero si se quiere obtenerlo puro, se reduce el trióxido con carbón,
obteniéndose →
4 moléculas de As por cada 3 de anhídrido
carbónico que se libera. El mismo trióxido de arsénico para uso medicinal se obtiene por la sublimación de la arsenolita o por tostado y sublimación de alguno de los minerales que contienen arsénico combinado.
La constatación por parte de los antiguos Filósofos, de que los minerales del arsénico y el arsénico mismo, tenían propiedades medicinales en unos casos y tóxicas o francamente
letales en otros, les hicieron creer que según se manipulasen de formas psíquica y químicamente adecuadas o no, se obtendrían resultados espirituales satisfactorios (Lapis) o graves envenenamientos que podrían provocar, quizá, incluso la muerte. Sus alambiques, matraces y retortas eran rudimentarios y poco asépticos (de todos ellos podían desprenderse vapores mortales y contaminarse imprevistamente con otros compuestos) pero su fe en la obra superaba todos los obstáculos. Se encomendaban a Dios para que en su feroz batalla contra las sombras de la materia, la proyección espiritual fuera idónea y salieran indemnes y fortalecidos, obteniendo además el botín del ansiado Arsénico Filosofal. Su propia transformación anímica estaba en juego. Bien valía la pena, incluso, en arriesgar la vida.
Para ello no había atajos posibles. Era preciso comenzar por el mismísimo Rejalgar (un auténtico daimon rojo). Para que
la proyección se desarrollara eficazmente, había que ser
testigos implicados de su transformación en oropimente al alterarse con
la luz solar a la
que ellos exponían a propósito. Después, disolver, coagular,
tostar, sublimar…sin
saltarse ni
un paso, de principio a
fin, (de la Nigredo a el
Albedo)
siempre con el
máximo cuidado,
con expresa dedicación, noche y día,
sin descanso…hasta la transmutación final de
la materia y del espíritu
(la rubedo). El
aspecto del arsénico
obtenido era
vulgar, pero no era vulgar, era
el auténtico Arsénico Filosofal (la
Piedra
del
adepto, la
Lapis, incluso
el origen de su aqua
permanens).
Pero, ¿por qué no acortar un camino tan arduo? ¿Por
qué no partir de algún mineral sino menos peligroso,
al menos, del
que fuera más sencillo extraer
el ansiado arsénico?
Se disponen de varios en
la naturaleza. Ya hemos mencionado
la arsenolita, (por ejemplo.)
Pero disponemos también de
la (bien hallada) claudetita, que además es un
verdadero óxido de
carácter salino.
Eudoxio, en el ya
citado diálogo con Pirófilo
indica que el fuego secreto,
considerado como
sustancia química es de la naturaleza de
la cal. Pero no
nos engañemos, actualmente
quien tenga conocimientos de química,
podría deducir
que se trataba de
una sal de calcio.
Pues bien,
estaría completamente equivocado.
A finales del siglo XVI (aunque ya se les
conocía mucho antes) se llamaban cales a todos
los óxidos metálicos. Además, la cal propiamente dicha, no se creía que fuera de origen metálico, sino como
una piedra
que había absorbido fuego
en el transcurso de su cocción o calcinación y que lo
expulsaba en forma de calor cuando se la
ponía en contacto
con el agua, es decir, en
concordancia con la
oposición entre
los elementos Agua y
Fuego.
Si el
adepto siguiera esos pasos indicados, por ejemplo, a
partir de la claudetita,
(trióxido de arsénico, monoclínico, incoloro o
blanco) que se encuentra en forma de cristales tubulares, flexibles y
alargados, en yacimientos (considerada como una cal, no negamos que llegara a conocer algún
fuego secreto
misterioso
y desconocido para
nosotros, pero, desde luego, hubiera quedado “perdido” por
el camino el espíritu del
azufre, pues
este no
es el mismo que el
espíritu del arsénico. Una
pretendida nuptiae chymicae al
elegir la claudetita (que es un
mineral de génesis secundaria) como materia experimental
no podría dar lugar a
una coniunctio oppositorum en la
psique del adepto, siguiendo los
cánones clásicos alquímicos. Consecuentemente, juzgamos que aquí sería correcto plantear nuestra siguiente
proposición que es también una antítesis en un
sentido clásico:
la de tesaurizar…de
dama, damascena, de data –de pernigón-, de Malabar -de pomarrosa, jambosero o
jambolero-, negra,
pasa, porcal, regañada, verde…etc.,hasta llegar a la pertinente… conclusión.
Sin embargo, el Rejalgar no requiere de simbolizaciones post-filosóficas, forma parte de la
prima materia espagírica sin discusión, y el Arsénico Filosofal sí constituye
la materia que ultima.
En
el
transcurso de
las operaciones psico-químicas, la idea de la
unidad de la materia (la prima y
la que ultima) de lo
que disuelve
y lo que ha de disolverse es fundamental en la alquimia desde su
comienzo hasta su final. La clave del lenguaje cifrado alquimista es “Unus est lapis, una medicina, unum
vas, unum
regimen, unaque dispositio”. Lo cierto es que
encontraron esas propiedades en
la idea de un cuerpo
compuesto de los cuatro elementos, gracias
al cual se unían los opuestos
más contrarios.
Ante ese descubrimiento quedaron asombrados al descubrir una
significación simbólica que desconocían pero que, de algún modo, coincidía con el
tema de sus
sueños o intensas vivencias. Era el
dios oscuro,
que en el misterio
de la transformación alquímica,
volvía a su primitivo
estado luminoso y que ya no
les abandonaría jamás.
Corolario: Los cuatro Príncipes de las bodas de Mar y Sol…
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