14-NUESTRA
GALAXIA
õ
"Que el número de mundos sea indeterminado es una cosa
comprensible, y también que un mundo semejante pueda nacer o en otro mundo o en
un intermundo -éste es el nombre que damos al espacio entre los mundos-,
en un lugar muy vacío, pero no en un gran espacio absolutamente puro y vacío, como afirman algunos. Y se forma por
la confluencia de ciertos átomos apropiados a partir de un solo mundo, o de
más, o de un intermundo, los cuales se unen poco a poco, se conectan y
se desplazan de un lugar a otro, según los casos, afluyendo desde los lugares
apropiados y mientras las bases admiten nueva aportación de materia hasta
alcanzar el final de su proceso de crecimiento."
Epicuro (Samos,
341a.C.-Atenas, 271 a.C.)
Hace más de un siglo que muchos cuerpos celestes similares a
nuestra galaxia han sido estudiados por los científicos con sus telescopios. Desde las primeras décadas del siglo XX sabemos que se trata de galaxias, agrupaciones increíblemente
densas de estrellas que pueblan todo el universo. Cada uno de esos conjuntos puede llegar a tener cien mil millones de
estrellas y algunos de ellos incluso rebasan los doscientos cincuenta mil millones
de individuos. Pero no sabemos tanto sobre cuando surgieron las agrupaciones estelares que
conocemos por galaxias. Antes se creía que el universo, en su primera octava parte de existencia no contó con la historia de nuestra galaxia,
ni tampoco con la de ninguna otra. Sin embargo, las teorías más recientes del
"universo inflacionario", en el que, después de la Gran Explosión se produjo una repentina y ultrarrápida expansión, parecen significar que las galaxias
existieron casi desde el principio. La homogeneidad a gran
escala del
universo actual, vendría a dar la razón a Alan Guth, Andrei Linde y sus seguidores, que
fueron quienes primero dedujeron que la regularidad con que se distribuyen las estructuras,
cúmulos y supercúmulos
de galaxias en la inmensidad del espacio se explica por que el universo era ya muy homogéneo en sus
comienzos. Y
lo que es más importante, esa homogeneidad, se conservó sustancialmente como lo
demuestra una
contrastada predicción crítica de la teoría inflacionaria: se reparten a partes iguales el número de puntos fríos y calientes en el mapa de la radiación de fondo.
La generación actual de galaxias
se puede producir en los puntos calientes del universo. Pero un punto
"caliente" del universo, lo es por referencia a uno "frío". Eso no parece
proporcionarnos una idea precisa de lo que supone la palabra homogeneidad. Bien, aclaremos que en el universo todo hay
que considerarlo a gran escala. Desde esa perspectiva es más fácil comprender
que las galaxias se puedan
formar (y se formaron en el
pasado) muy repartidamente por los espacios abiertos, no solo porque así es
también como se distribuyen ambas clases de puntos, sino porque la diferencia
de temperatura entre
puntos fríos y calientes es, como máximo, de una millonésima de grado. Si
contemplamos como burbujea la sopa hirviente en un puchero puesto al fuego, no reparamos en que
puede haber uno, dos o más grados de diferencia de temperatura entre todas las partes de la masa grumosa por considerarlo
irrelevante. Pues hagamos un esfuerzo por imaginar como será de homogéneo
térmicamente el universo, (y las consecuencias que eso
tiene) sin pasar por alto que la cartografía de su radiación de fondo, registra como máximo una diferencia de una millonésima de grado en su
mapa de temperaturas.
Centrándonos en la forma más corriente de presentarse las
galaxias en su configuración estructural, observamos que es la de una elipse
más o menos alargada. Generalmente y dentro de esa clase, las más abundantes son las galaxias en
forma de balón de rugby. Algunas son más alargadas, acercándose más a la forma
de pelota esférica. Y, en fin, otras parecen gruesos cigarros habanos.
Independientemente de la forma, cada galaxia elíptica engloba los consabidos cien mil
millones de estrellas, dispersos en extensiones de centenares de miles de años
luz.
Otros autores dicen que
el predominio en la distribución cósmica corresponde a las
galaxias espirales, siendo éstas un ochenta por cien
del total, el diecisiete por cien elípticas y el restante tres por cien irregulares. Pero parece ser que el
supuesto predominio de las galaxias espirales se debe a que sus formas, muy visiblemente arremolinadas,
se detectan más fácilmente que otros tipos de emisiones de luz en las observaciones nocturnas del
cielo. Las numerosas morfologías de
las galaxias persisten
durante gran parte de la vida de las mismas y eso se debe, según el astrónomo Bertil Lindbad, a las características intrínsecas y fundamentalmente a su
composición, sin olvidar tampoco las interacciones que existen entre el gas interestelar y las estrellas que se generan en su seno.
Nuestra galaxia, como una más de las que pueblan el universo, tiene una forma discoidal plana, siendo muy gruesa en el centro y con un adelgazamiento progresivo hacia sus bordes. Su
diámetro aproximado es de unos cien mil años luz y su espesor máximo en el mismo centro de la galaxia es de mil años luz. Los cien mil millones de estrellas que la componen no están
uniformemente distribuidos por ella. Su densidad disminuye del centro a los bordes. Seguramente en sus comienzos genéticos la forma era esferoidal, como
corresponde a la sencillez del proceso gradualmente contractivo de una nube de gas ionizado.
Lenta pero inexorablemente se contrajo lo suficiente como para alcanzar una densidad que la hizo inestable. A consecuencia de ello se desprendieron nubes más
pequeñas, que a su vez siguieron condensándose. En un momento determinado de ese proceso comenzaron a
formarse las primeras estrellas,
compuestas de hidrógeno y helio. El único combustible que se quemaba era, pues, el hidrógeno, y lo hacía hasta quedar agotado en sus reservas.
Un fenómeno de singular importancia lo constituyó el que las estrellas de mayor masa no
pudieran resistir las tensiones habidas en su interior y explotaron en forma de supernovas, con lo que el gas interestelar se enriqueció en su composición con los elementos pesados que
dejaron como herencia. Así se
explica que la esfera centrada en el disco de la galaxia, lo
que denominamos su halo, contenga las
estrellas más viejas, pues nacieron antes de que la Vía Láctea adquiriera su
forma discoidal. Las estrellas del halo de la galaxia, que por lo general suelen ser
escasas individualmente, se aprietan en grupos frecuentemente cerrados.
Entonces, decenas de miles de estrellas se arraciman, formando cúmulos
globulares.
Pero las cosas no se quedaron estáticas en el tiempo. El sistema siguió
evolucionando. Los núcleos escapados de estrellas más antiguas propiciaron la condensación de granos de
polvo, a la par que el gas
interestelar se nutrió de componentes pesados. Las masas, en un principio informes, de gas y polvo, adquirieron un movimiento
de giro cada vez más claramente aplanado. En la parte más estrecha del disco se formaron las nuevas estrellas a partir de la materia anteriormente
enriquecida en elementos pesados. Poco a poco las reservas de gas interestelar se fueron agotando y las estrellas ya no pudieron formarse. Resumiendo, podemos
decir que las
estrellas más antiguas, o también llamadas de población II, pobres en elementos
pesados, se sitúan en el halo de simetría esférica y son las más abundantes. Las más jóvenes o de población I, en cambio, se generaron y se generan
actualmente en la parte más delgada, donde aún quedan reservas suficientes
de gas para alimentar el proceso. Estas
estrellas, aunque minoritarias cuantitativamente son de mucho mayor interés, no
sólo por presentar un cuadro evolutivo completo (las hay viejas, de mediana edad y nuevas) sino porque
son estrellas con sistemas planetarios completos, algunos de los cuales pueden albergar
planetas con
condiciones favorables a la sustentación de fenómenos vitales. Son relativamente más
ricas en metales que las de población II, aunque eso no significa más, que en el mejor de los casos, los átomos pesados no
exceden el
dos por cien de la masa total de la estrella. De todo esto
se deduce una conclusión muy interesante. La trama entera del universo que está formada por átomos y moléculas,
identificados con la estructura de todos los cuerpos que aquél contiene, (el Sol, los planetas, los satélites, los mares, los animales, las personas, etc.) tuvo su origen alguna vez, hace miles de millones
de años, en alguna estrella que lució en todo su esplendor.
La posición más o menos
excéntrica del Sol en el disco galáctico puede ser
deducida estudiando la distribución aparente de los objetos del halo en el cielo. Se supone que en los alrededores del centro de la galaxia los cerrados grupos de forma esférica llamados cúmulos globulares,
guardan también estadísticamente simetría esférica en torno al centro de las galaxias. Parece que
nuestro Sol ocupa una posición bastante excéntrica en el plano lenticular de la galaxia, pues si su posición fuera central, la distribución estadística
aparente alrededor de la dirección perpendicular a la galaxia sería de revolución, y eso es precisamente lo que no ocurre. La posición del Sol y sus sistema solar asociado, está, en términos aproximados,
distante del centro galáctico unos trescientos mil años luz.
La región central de nuestra
galaxia, alrededor de cuyo eje perpendicular al disco orbitan en torno a cien mil millones de estrellas que
componen el conjunto galáctico,
es en primer lugar, una extraordinaria acumulación de materia. En sólo la milésima parte del volumen total de la galaxia se concentran diez
mil millones de estrellas. En una concentración de
masa y
energía como ésta no pueden dejar de producirse fenómenos poco corrientes. Por el mecanismo de giro, en
teoría, queda salvaguardada la identidad de las estrellas y su propia individualidad, no precipitándose hacia el centro de las galaxias impelidas
por la
acción gravitatoria interestelar. Un equilibrio no estable, es el resultado de las tensiones habidas
entre las
fuerzas centrífugas y las gravitatorias. La galaxia no gira con velocidad angular constante como lo haría un cuerpo sólido normal.
La parte central
emplea mucho menos tiempo en dar una vuelta completa alrededor del eje perpendicular al centro, que la parte exterior.
Este fenómeno conocido con el nombre de rotación diferencial, es el que da cuenta de por
qué el Sol, por ejemplo,
tarda unos
doscientos cuarenta millones de años en dar una vuelta completa, mientras que una estrella que esté
situada a mitad de distancia que el mismo Sol, del centro del disco, lo realiza en casi la mitad de tiempo, ya que la velocidad lineal y el diámetro y, consiguientemente, la longitud de la vuelta es dos veces más pequeña. Esto explica por qué
nuestra galaxia tiene solo tres brazos espirales, en vez de muchos más. Debido
a la
coexistencia de polvo y estrellas en los brazos, aunque éstas últimas revolucionen en órbitas
fijas diferentes alrededor del núcleo de la galaxia, el gas y el polvo acompañantes se acumulan en espirales formadas por
ondas de densidad, generadas por el propio movimiento de rotación en el que están inmersos.
Además, los
físicos Fermi y Chandrasekhar demostraron que los débiles campos magnéticos propios de las galaxias,
favorecen la
estabilidad en el
tiempo de los
brazos espirales, que adquieren rigidez frente a las posibles fragmentaciones
laterales propiciadas por su movimiento giratorio.
En el centro galáctico, la distribución de gas y polvo es tan densa que es imposible ver a su través. Lejos de
ser una simple acumulación
de estrellas y gas, el núcleo de nuestra galaxia
ha revelado que posee unas características sorprendentes y aun contradictorias con los modelos teóricos elaborados anteriormente. Alrededor de una intensa fuente de emisión
de radio se producen movimientos aparentemente desordenados de materia. Las nubes de gas, unas veces se arremolinan y hunden en el centro, mientras que otras parece como si huyeran de él.
Mediante emisiones de radiación infrarroja y radio ha podido estudiarse
la distribución de las estrellas y el gas interestelares. En la región central de nuestra
galaxia están agrupadas miles de millones de estrellas, pero, en vez de aparecer
como la parte más brillante del cielo, a simple vista sólo
se distingue una simple franja
blanquecina. Incluso mediante telescopios ópticos, más bien aparece como una zona más oscura que las otras.
Pero, como decimos, los potentes radiotelescopios
permiten explorar las nubes de polvo que absorben las radiaciones ultravioleta y visible de las estrellas y las reemiten a mayor longitud
de onda en el infrarrojo. La distribución de las estrellas y del gas permite estimar el tamaño característico del núcleo galáctico. Se trata
de una región de unos mil quinientos años luz,
es decir, que sólo supone una sesentava parte del diámetro de la galaxia. No se sabe muy bien si allí se apiña un cúmulo especial de estrellas o algún otro objeto más
insólito. Las observaciones han
permitido descubrir una región central compleja que se extiende en prolongaciones
ionizadas en diferentes direcciones. Se supone que una fuente ionizante tan
intensa podría estar generada por un cúmulo compacto de estrellas de gran masa. Eso daría idea
apropiada de una enorme luminosidad del centro galáctico que
debería ser alrededor de los diez mil millones de luminosidades solares.
No obstante, se podría postular la existencia de un objeto mucho más exótico en
el centro mismo de la galaxia; un astro hundido sobre sí mismo, cuya gravitación
retiene la luz. Tal vez
formadas todas las estrellas de la galaxia hace unos 10¹⁰ (10 elevado a diez) años, ya
hayan desaparecido siendo sustituidas por una fuente de radio sumamente compacta. La dinámica del gas y las estrellas alrededor del centro galáctico permite
sugerir una enorme concentración
de materia en un
pequeño volumen. Algo que viene a apoyar esta hipótesis, es que no se ha detectado
ninguna expansión zonal, lo que excluye la hipótesis de la generación de una supernova joven. Quizás un inmenso agujero negro de un millón de masas solares ocupe el lugar de esa fuente de radio compacta. Parece delatarlo un disco de acreción, masivo e inclinado, de apariencia
elíptica, constituido por nubes moleculares en rotación rápida (aproximadamente,
cien kilómetros por segundo) alrededor del centro.
Hay tantos testimonios de actividad violenta en
el interior de
la Vía Láctea,
que se ha llegado a suponer que en el pasado, alguna vez, fue
un cuásar. Que la región central contenga
nubes ricas en todas las clases de moléculas que proliferan en el espacio
interestelar, y que haya una radiofuente en esa misma región central, podría muy bien
significar la
existencia de un lento pero continuo flujo de materia en acreción hacia un
agujero negro central. Sin embargo, hay que precisar que en el centro de la galaxia figura una fuente infrarroja,
denominada IRS16, de muy alta resolución pero no excesivamente compacta y sí, en cambio,
múltiple. Todo ello hace muy difícil conciliarlo con el supuesto disco de
acreción alrededor de un agujero negro muy desarrollado. En ese caso, podría
tratarse de un
agujero negro de pequeñas dimensiones, es decir de sólo unas cien masas
solares. Ese volumen explicaría no sólo la luminosidad sino también las
propiedades radioemisoras de la región. De
todas formas sea cierta la hipótesis del cúmulo denso de estrellas o sea cierta la del agujero negro másico, la distribución de
velocidades del
gas alrededor del centro galáctico, indicaría una concentración casi puntual de materia de varios millones
de masas solares que, debido a su atracción gravitatoria, condicionaría
decisivamente esos movimientos de gas. Tampoco son despreciables las posibilidades de
influencias de otras fuerzas no gravitatorias. Tales pueden ser: las fuerzas magnéticas
y la presión de
radiación. Ambas serían capaces de influir considerablemente en los movimientos de las masas de gas en las zonas centrales de
la
galaxia.
En definitiva, aunque se postula ampliamente la existencia de agujeros negros
para explicar los fenómenos explosivos y la muy alta luminosidad del
núcleo de algunas galaxias activas y cuásares, es un poco más difícil de asegurar para el caso de nuestra propia galaxia, puesto que la
interpretación en un
sentido o en otro depende de la
variación de la densidad de estrellas a partir del centro, cosa que es bastante complicada de medir.
Sería preciso, pues, medir directamente
las velocidades
de las estrellas
y no las del gas interestelar, ya que están sometidas a distintas
influencias.
En cuanto a la propia formación galáctica, podemos decir que es un problema bastante serio, puesto que no hay pruebas
concluyentes de que se estén formando galaxias en la actualidad. Si ocurriese, se
observarían cuerpos situados morfológicamente entre galaxias bien definidas y el simple espacio vacío, pero no conocemos de la existencia de cuerpos amorfos o totalmente indefinidos. De las observaciones del espacio se deduce que es casi seguro que en la actualidad se estén formando
estrellas, pero para las galaxias que son fenómenos incomparablemente más complejos en
todos los sentidos, sólo se admiten ciertas posibilidades de formación. De ahí que no dispongamos de modelos contrastados de creación de
otras galaxias ni, en consecuencia, de la nuestra propia. Aunque hay muchas opiniones heterodoxas, la mayoría de argumentos contemporáneos y los datos aportados por las modernas observaciones
apuntan hacia la idea de que la formación de las galaxias ocurrió en primer lugar, y que fue seguida de la formación de estrellas y planetas dentro de las galaxias.
En lo que se refiere a la Vía Láctea, estudios recientes parecen indicar que es casi tan
antigua como el universo. En efecto,
astrónomos del Observatorio Europeo Austral (ESO) situado en Paranal (Chile)
han podido deducir que la edad de las estrellas más antiguas que empezaron a lucir en nuestra galaxia
es la mayor posible.
Esto indica que la Vía Láctea fue una de las primeras galaxias que se formaron tras la Gran Explosión que dio origen al universo hace unos trece mil setecientos millones de
años. Los científicos
se han servido del elemento químico berilio utilizándolo como fiable reloj cosmológico.
Gracias a la
precisión de avanzados espectrómetros, los astrofísicos han podido detectar berilio en dos estrellas
del cúmulo NGC
6397, a siete mil doscientos años luz de distancia. Con un margen de error de
ochocientos millones de años la edad estimada del cúmulo se cifra en unos trece mil
cuatrocientos millones de años.
Lo interesante del berilio en su forma más común y estable, que es el berilio 9, es que el núcleo contiene cuatro
protones y cinco neutrones. Sólo el hidrógeno, el helio y el litio son más ligeros, pero éstos se produjeron
durante la Gran Explosión,
mientras que el berilio sólo se puede
producir en el medio interestelar.
Al contrario que
elementos más pesados, que se han ido produciendo desde el inicio en el interior de las estrellas, el escaso berilio es un indicador cosmológico
que permite fijar la edad de las estrellas observadas. Dado
que este elemento se destruye a altas temperaturas cuando las estrellas que lo contienen
evolucionan hacia una mayor luminosidad, sólo
se puede detectar en estrellas de poca masa y escaso brillo. Como los astrónomos de ESO lo detectaron en las estrellas del cúmulo mencionado,
dedujeron que éstas nacieron entre unos doscientos o trescientos millones de años después que las primeras estrellas
de la
galaxia, que debieron estallar muy pronto como supernovas, esparciendo los elementos químicos que nutrieron generaciones posteriores
de estrellas.
Se puede, pues,
establecer una estrecha asociación entre las dataciones de las primeras estrellas que se formaron, a partir de nubes de
polvo y
gas, en nuestra galaxia, y la edad mínima de ésta. Como
dice Danielle Galli, uno de los astrónomos
participantes en las observaciones, "ahora
sabemos que la edad de la Vía Láctea es entre doscientos y trescientos millones
de años superior a la del cúmulo; nuestra galaxia debe tener entonces trece mil
seiscientos millones de años, más-menos ochocientos millones de años".
Si se tiene en cuenta este pequeño margen de error, la edad de nuestra galaxia se aproxima mucho (es casi
coincidente) a la estimada actualmente del universo, que es de
trece mil setecientos millones de años, e indica la precisión de las observaciones.
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