martes, 10 de enero de 2012

44- La búsqueda de los antecedentes





     
44-LA BÚSQUEDA DE LOS ANTECEDENTES


õ
"¿Existe una serie de diez sietes consecutivos en algún lugar de la siguiente expansión:
π= 3,141592653589793...........7777777777........ o no existe tal serie?

L .E. J. Brouver (1924)

"¿Hay cinco sietes consecutivos en alguna parte del desarrollo de p ?

Ludwig Wittgenstein (1930)


                   Según la hipótesis del mundo exterior, la naturaleza guarda en su comportamiento ciertas regularidades que apreciadas por la mente ordenada de un observador, le han de permitir después de muchas observaciones y mediciones particulares las respuestas adecuadas a su modo y manera de indagación. Esa operación de objetivación se fundamenta en una suposición de inteligibilidad del acontecer natural y en una omisión implicatoria deliberada del sujeto cognoscente que limita su papel a la de ser un observador desde el exterior del complejo que se quiere entender.
                   Las convulsiones que se provocaron en el mundo de la física durante el siglo pasado, afectaron especialmente a ese "todo" que forman la hipótesis de inteligibilidad y la objetivación. Aquélla se logra al precio de sustraer el sujeto del escenario de los hechos, con el fin de lograr un cierto distanciamiento intelectivo con respecto al objeto analizado, que haga posible un dictamen objetivo sobre sus propiedades y las características de sus relaciones con otros objetos. Pero eso no es tan fácil de lograr. Previamente, se hizo necesario considerar que determinadas series finitas de proposiciones sobre datos sensoriales, son equivalentes a descripciones aisladas de sucesos cósmicos. Así, con la ayuda de un principio retórico de compatibilidad-incompatibilidad, de extracción empírico-lógica se posibilita aparentemente la realización de buenas descripciones estructurales. Según éste, el mundo real, que incluye forcejeo y conflicto (e incluso antagonismo, si se consigue eliminar de esta expresión las connotaciones propias de los fundamentos dialécticos) puede muy bien ser explicado, incluyéndolo en el dominio unívoco de la retórica de la representación fenomenalista. Dicha representación, se refiere a los objetos físicos como construcciones lógicas elaboradas a partir de datos sensoriales. Tiene de ventajoso sobre la utilización de la dialéctica de los cambios, de extracción exclusiva o preferentemente racionalista, que hay una mayor economía de medios, puesto que, de entrada, en muchos casos nos ahorramos los juicios de valor. Ahora bien, si hubiera necesidad de atenerse a las subjetividades de los juicios de valor, nos veríamos obligados a realizar una descripción de ellos que fuese, al mismo tiempo, apropiada en si misma (es decir, lo más ajustadamente posible a los hechos) y coherente con los principios empiristas generales utilizados.
                   Además, las representaciones fenomenalistas que aspiran a constituir proclamaciones de leyes generales, aunque no puedan ser verificadas concluyentemente, tienen el estatus de hipótesis probables y no sólo sintonizan también con el principio de comprensibilidad del universo, sino que se adecuan perfectamente a la lógica del mismo. Porque, efectivamente, es posible la comprensión del mundo, tanto, que hasta asombraba al mismo Einstein: "lo incomprensible del mundo, es que es tan comprensible". No siempre se creyó que la realidad circundante lo fuera. Es ésta una conquista relativamente reciente del espíritu. La comprensibilidad es posible porque tiene mucho que ver con trasuntos  logicistas (en el sentido que les dio Leibniz) entre las verdades de la razón y las verdades de hecho (incluidas en los sucesos naturales).
                   Ya hubo precedentes en los atomistas griegos, que hicieron de la inteligibilidad del mundo su dogma fundamental. A su juicio, eso les permitía una comprensión profunda de la naturaleza y lograban de paso una gran sabiduría y serenidad, cosas ambas, propias de los hombres felices. En consonancia con esas ideas, el panorama físico que creyeron divisar las teorías establecidas, como la mecánica clásica, la electrodinámica, la teoría de la gravitación de Einstein, conservaba esa índole de carácter determinista, que en principio debería posibilitar una predicción bastante segura de acontecimientos futuros. Aunque la predicción era "bastante" segura, no llegaba a alcanzar el grado de certeza absoluta, debido a circunstancias secundarias relacionadas con dificultades en el establecimiento de la ligazón objetiva del mundo empírico y los datos sensoriales. La imposibilidad de realizar mediciones ilimitadas particulares, la imprecisión de las mismas, etc., eran consideradas defectos instrumentales pero no formales. Es cierto que desde el primer momento los físicos se dieron cuenta que con unos medios limitados como de los que usualmente se dispone, no hay capacidad efectiva, por mucho que se afine en las mediciones, y por mucho cuidado que se ponga en la justificación de la inducción invocando la uniformidad de la naturaleza, para verificar con precisión absoluta la condición de un sistema físico. Pero a pesar de saber que el número de mediciones realizadas es limitado y el de las posibles, infinito, había tanta necesidad de sostener que los datos sensoriales son capaces de identificarse con las entidades físicas, como obligación de pensar que también es significativo afirmar eso de los datos sensoriales. En consecuencia, se construyó un cuadro físico consistente porque dentro de una previsión determinista de acontecimientos futuros se tuvo por fidedigna (en nombre de aquella identificación de datos sensoriales y entidades físicas), al menos al considerar un ilimitado cúmulo de observaciones detalladas en un caso ideal de perfección teórica.
                   Sin embargo, una descripción puramente objetiva de la realidad que fuera un compendio de innumerables clarificaciones de los estados de cada punto del espacio, es algo que, en definitiva, sólo se puede concebir, construyendo una representación de la relación entre objeto y sujeto que es ultimada mentalmente. Así no puede esperarse que el curso ordenado (como nosotros lo vemos) de los acontecimientos represente el objeto de la naturaleza en si misma. Es cierto, que en múltiples aspectos observamos y discriminamos entre una <<lógica física>>, una <<lógica química>>, una <<lógica bioquímica>>.....y que además no son independientes, no están escindidas, "conviven" objetivamente. Así, por ejemplo, la vida de una bacteria en el momento presente, depende en cierto modo, de los avatares de la combustión del hidrógeno en el interior del Sol en los ocho minutos y medio anteriores, y eso tiene su lógica: La de que la radiación luminosa derivada de dicha combustión, cuando abandona la superficie del astro, no puede viajar más aprisa y llegar a caldear la Tierra, pongamos, en cinco minutos, o en tres. Hasta aquí, la representación conserva y permite reproducir mentalmente sin fisuras, su objetividad traslaticia. Pero, al propio tiempo, se ha visto con cierto desencanto que las nuevas ondas de materia y las ya muy conocidas ondas electromagnéticas no son muy útiles para ayudarnos a dar una descripción objetiva de la realidad. Las funciones de onda sólo nos dan una idea o conocimiento aproximados, teniendo como base exclusiva las observaciones realmente efectuadas. Por si fuera poco, tampoco nos proporcionan seguridad y precisión suficientes sobre los resultados de las futuras observaciones que puedan hacerse. Así, pues, de observaciones efectuadas realmente, obtendremos un grado de certidumbre que irá en función de nuestra pericia y del criterio comúnmente aceptado de elucidación al respecto.
                   Cuando se realiza una observación experimental lo primero que hay que aceptar es que el mero hecho de observar una cosa la cambia y que el observador forma parte del experimento; o, con otras palabras, no hay por qué suponer que hay un dispositivo que funcione independientemente de si es observada o no. Si como axioma, toda la información, es la información disponible (o sea, la obtenida mediante experimentos) será la propia "calidad" de dicha información la que pasa a un primer plano. Así, los malditos saltos cuánticos que tanto molestaban a Schrödinger, son simplemente una interpretación subjetiva sobre el modo en que se obtienen dos resultados diferentes en un mismo experimento y eso tiene todas las trazas de ser una mala o falsa interpretación. Se puede observar un átomo y ver un electrón en el estado de energía A, después volver a observar y ver un electrón en el estado de energía B. Pues bien, todo lo que podemos decir al respecto es que a veces las cosas se observan en el estado A y a veces en el estado B, y la cuestión de qué hay en ese intervalo de observaciones o de cómo pasan de un estado a otro carece de sentido. Los datos sensoriales y la entidad física de la que nos informan, están tan indisociablemente unidos en algún nivel de la observación, que se supone que el electrón saltó de A, a B quizás a causa de ésta última. Es más, ni siquiera se puede asegurar que se trate del mismo electrón y, en consecuencia, no se puede elaborar ninguna hipótesis sobre lo que pasaba cuando no se le observaba. Únicamente se puede deducir de los experimentos, o de las ecuaciones de la teoría cuántica, cuál es la probabilidad de que si al observar el sistema se tiene el resultado A, otra observación nos proporcionará el resultado B. En cambio, no podemos afirmar nada sobre lo que pasa cuando no se observa, ni de cómo pasa el sistema de la situación A, a la situación B, si es que realmente pasa.
                   Los incondicionales defensores de la teoría cuántica creyeron atisbar una pronta destrucción del principio de antecedencia, basando su optimismo en los logros de la misma. Una vez que la causalidad estaba seriamente en “entredicho”, la futura "victima" de tan revolucionaria teoría debería ser la antecedencia, lo que dejaría en muy mal lugar a las mentes "ordenadas", que realizan sus pesquisas lógicas en la naturaleza siguiendo la supuesta ilación existente entre causas y efectos, considerando que éstos están precedidos de aquéllas.
                   A ese respecto, hay que resaltar que la noción filosófica de causalidad generalmente aceptada, implica la idea de un rezago del efecto en relación con la causa que lo provoca. Russell nos dice que "si hay causas y efectos, deben estar separados por un intervalo finito de tiempo" y N. Hartmann aplicando la lógica de los sucesos consecutivos, sostiene que "la causación sólo significa que en el curso de los sucesos, los posteriores son determinados por los anteriores". Sin embargo, el principio de antecedencia y el principio causal, son independientes entre sí y si nos fijamos en la definición empirista de la causación como una conjunción constante, vemos que el concepto de tiempo está excluido y trata sólo del aspecto de las relaciones lógicas al margen de la duración. Y si centramos nuestra atención en la definición de la causación como una producción determinante, (o como aquello que deba producir tal o cual efecto) tampoco podemos extraer más conclusión que la de que hay una relación genética implicada en los procesos de cambio. En lo que hay acuerdo es que es exigible una precedencia existencial de la causa sobre el efecto, pero eso no implica necesariamente una sucesión en el tiempo. Porque los vínculos instantáneos que puedan darse en un punto del espacio, (por ejemplo, el caso de una fuerza con la que imprimimos aceleración a nuestro carrito de la compra) son compatibles con la noción de causalidad.
                   Es importante destacar que ni las definiciones explicitas de la causación implican la contigüidad como se creía antaño, ni las de la antecedencia implican la precedencia. En el primer caso porque es un tipo muy restrictivo de causación propia de tiempos pasados. Hoy sabemos que la causación y la acción próxima son dos categorías lógicas independientes que obedecen a principios distintos. La causación es compatible con la contigüidad pero no es preciso que la implique. Además cualquier referencia que se hiciera a ésta última en su carácter espacial y dentro de la formulación del principio causal, lo haría prácticamente inaplicable fuera del ámbito de la física.
                   Por otra parte, el inconveniente de reducir la determinación a la precedencia se manifestaría en la dificultad de distinguir los escasos antecedentes relevantes en medio de la masa de precedentes. Si alguna vez se desvelase el interrogante planteado por Wittgenstein y se descubriera que hay cinco sietes consecutivos en algún lugar del desarrollo del llamado π (el cociente entre la longitud de la circunferencia y el diámetro del circulo) se vería que la quinta aparición del número siete ha sido precedida de la cuarta, la tercera, la segunda y la primera sin que necesariamente tuvieran conexión genética entre sí. Pero ese orden si que podría estar influido significativamente por la antecedencia de otro u otros números, cuya distribución no sólo fuese precursora de la secuencia específica de sietes, sino que la determinase de algún modo, no necesariamente causal. Puede que deba pensarse simplemente en términos de las reglas por las que se pueda determinar su pertenencia a ese conjunto infinito y anticipe la aparición ordenada y grupal de la misma en algún lugar del desarrollo de esa serie numérica referida a tan destacado número (π). Como dice Penrose, aludiendo a un trabajo anterior de Brouwer que plantea una serie todavía más audaz de diez sietes consecutivos: "es mucho más probable que, antes que por computación directa, la existencia de dicha serie sea establecida matemáticamente (probablemente como un corolario de algún resultado mucho más poderoso e interesante)".
                   Volviendo a la física, tenemos que el principio de acción retardada, o de antecedencia, es de aceptación bastante reciente (a mediados del siglo XIX), ya que antes, en las teorías gravitatoria y electromagnética la hipótesis que prevalecía, debido a una interpretación restrictiva e inmediata de los datos sensoriales, era la de la de acción física instantánea. Todavía los seguidores de Descartes, debido a una concepción radical de su programa de conversión de la física en geometría, permanecían fieles al principio de contigüidad, al estar firmemente persuadidos de la propagación instantánea de la luz.
                   El principio fue reconocido cuando la concepción cartesiana de la mecánica analítica en la que la propagación de las interacciones era una función exclusiva de las coordenadas espaciales de las partículas que interactúan  (es decir, que solo dependían de las configuraciones geométricas), fue modificada por Cauchy, quién estudió las deformaciones (influidas por el concurso de la duración, que al igual que la masa, no es un concepto geométrico) de los medios continuos. A ese proceso de aceptación contribuyó en gran medida Faraday, que al introducir el concepto de campo electromagnético, se comenzó a considerar seriamente que en el dominio de la física, el principio de antecedencia es una restricción necesariamente aplicable al principio de causación.
                   Pero apenas habían transcurrido tres cuartos de siglo, cuando el frágil asentamiento del principio de antecedencia pareció empezar a ponerse en duda con la aparición de las nuevas teorías de campo. En efecto, al proceder a la medida de cualquiera de los atributos dinámicos de un sistema físico se produce el colapso instantáneo del paquete de ondas vinculado con él y, consecuentemente, por ese motivo muchos científicos consideran que hay acciones a distancia en la mecánica cuántica. Sin embargo, muchos otros científicos estiman, ortodoxamente, que ese colapso no es atribuible a un proceso físico en sí, sino a una mera información acerca de la función de onda que no representa situación física real alguna y correspondería, más bien, a una contracción en un campo de conocimiento referido a un espacio abstracto definido por Hilbert.
                   En 1945, Feynman y Wheeler construyeron una teoría fundamentada en la suposición de que si las leyes de la electrodinámica no descartan la radiación invertida en el concurso de la duración, e incluso la admiten, semejante radiación ha de existir en la naturaleza. Según ellos, el que no veamos esa radiación se debe a que los procesos de emisión y radiación se anulan. Es decir, en la teoría electrodinámica la propagación instantánea del campo se origina al superponerse las ondas ordinarias retardadas y las ondas avanzadas: como las primeras se propagan convencionalmente desde el pasado hacia el futuro y las segundas desde el futuro hacia el pasado, se produce un desfase nulo en el concurso de la duración al compensarse ambos fenómenos. A esa conclusión llegaron planteando el caso de que la radiación emitida en el sentido habitual, es decir, hacia el futuro convencional, fuera a toparse con algún tipo de materia que por fin la absorbiera. Imaginaron que, de suceder esto, las partículas constituyentes de esa materia reemitirían la radiación, la cual también se propagaría en ambas direcciones concursales y convencionales de la duración. La mitad seguiría su camino normal hacia  lo que vulgarmente entendemos por futuro, pero la otra mitad empezaría a recorrer el camino inverso, hacia el pasado convencional. De este modo, cuando la onda proveniente del elemento de absorción en el futuro hipotético se acercase al presente convergería en el emisor inicial e interferiría constructivamente anulando el cincuenta por cien que se dirige al pasado convencional, en un caso, y destructivamente, añadiendo el cincuenta por cien que le falta a la onda que se dirige al futuro hipotético, en el otro caso. El resultado neto es que solamente vemos una onda normal que se dirige hacia el futuro convencional.
                   Es cierto que la interferencia destructiva es un fenómeno que se observa en óptica desde hace bastante tiempo. Cuando las ondas luminosas se juntan de tal forma que coinciden las crestas de una onda con los senos de otra, se produce una oscuridad a consecuencia de su anulación mutua. Pero la teoría de Wheeler y Feynman sólo puede funcionar si existe un elemento de absorción en el futuro convencional. Si han de anularse todas las ondas invertidas en el tiempo, es requisito imprescindible que existan elementos en el futuro supuesto capaces de absorber toda la radiación dirigida hacia el mismo. Hay que decir, que la argumentación de ambos físicos aunque es muy brillante y espectacular, no propone ninguna conexión entre la flecha de la duración electrodinámica y la expansión actual del universo y sí indica que "puede haberla" teniendo en perspectiva un esperable futuro contractivo (si llegase a confirmarse alguna vez) del mismo.
                   Los astrónomos y los cosmólogos son partidarios, por lo general, de creer que el universo seguirá expandiéndose indefinidamente, y consecuentemente con esas ideas no reconocen que pueda haber elementos de absorción en el futuro esperable que reemitan ondas hacia el pasado convencional, pero si se descubre que el universo se contrae finalmente, la materia estaría abocada a un estado de mayor compresión de lo que está hoy en día, es decir, en el infinito actual. En tal caso, toda la radiación que se dirige al futuro convencional acabaría por cruzarse con la materia que viniese de vuelta y fuera capaz de absorberla. Aún así, si se recogieran datos que ayudasen a probar concluyentemente la suposición del inicio de una fase de contracción dentro de miles de millones de años en el futuro convencional, no quedaría validada automáticamente la teoría de Wheeler-Feynman. Al menos en un principio, se demostraría solamente que su teoría no entra en contradicción con los datos astronómicos. Según las leyes del movimiento de ondas, no hay nada que impida que esto ocurra. Así, por ejemplo, las ecuaciones matemáticas que permiten definir el movimiento hacia adelante (es decir, en el futuro convencional) de las ondas producidas cuando arrojamos una piedra en el agua tranquila de un estanque, admiten la posibilidad de que ese movimiento se produzca también hacia atrás (es decir, en el pasado convencional o psicológicamente consuetudinario). Se da, pues, una situación exactamente igual a la que se observa en electrodinámica. En otras palabras, las leyes de la naturaleza nos sugieren que es posible imaginar tipos de movimientos que no se observan en la misma, al menos, en una primera impresión.
                   Pero John Wheeler siguió dando rienda suelta a su imaginación y conjeturó que se podría suponer a todos los electrones del universo conectados interactivamente y formando un tapiz zigzagueante enormemente complejo que oscila continuamente hacia adelante y hacia atrás en el espacio-tiempo convencional. Su visión influyó decisivamente en Feynman para quién se impuso definitivamente la imagen de un único electrón que va de aquí para allá en el espacio-tiempo convencional, tejiendo una inmensa red que quizá contenga todos los electrones y positrones del mundo. Un electrón en cualquier estado no sería más, según esa idea, que un segmento diferente de una única línea universo formada por el único electrón existente. En la visión espacio-temporal de Feynman, las antipartículas son consideradas como las partículas que retrogradan en el tiempo convencional durante fracciones de milisegundo. Así, cuando se produce la creación del par formado por un electrón y su antipartícula, el positrón o electrón de carga positiva tiene una vida extraordinariamente efímera, colisiona inmediatamente con otro electrón, ambos se aniquilan y se produce una emisión de rayos gamma. Pues bien, según esa teoría, lo que se puede observar como positrón es meramente un electrón que retrograda momentáneamente en el tiempo convencional. Como nuestro tiempo en el cual observamos el acontecimiento, va uniformemente hacia el futuro convencional, vemos al electrón cronorretrógrado como si fuera un positrón. Podría suceder que el positrón cuando parece que es aniquilado al chocar con otro electrón, lo que en realidad ocurre es que hay un punto en la duración, en el que el electrón se sumerge en el pasado convencional. El electrón realiza una diminuta y rapidísima danza en zigzag a través del espacio-tiempo, saltando hipotéticamente al pasado durante un tiempo muy escaso, pero suficiente para que se pueda ver su rastro en una cámara de burbujas y ser susceptible de identificarlo con la trayectoria de un positrón avanzando en el sentido progresivo del tiempo.
                   Evidentemente, con estas concepciones cosmológicas el principio de antecedencia no es simplemente que dejase de tener validez, es que no tendría sentido siquiera plantearlo con seriedad. Pero esa idea no parece estar razonablemente aplicada al funcionamiento de nuestro universo. Si lo estuviera habría que localizar tantos segmentos invertidos de la línea universo, es decir, tantos positrones como segmentos en el sentido que estamos acostumbrados, o sea electrones, cosa que no sucede. De todas formas, el conjunto de estas ideas supone una mejor comprensión de la naturaleza de la duración que la producida por la experiencia convencional y su atractivo, está precisamente en que intentan dar respuesta a una cuestión tan desconcertante como la posible relación que hay entre las diferentes flechas representativas de la duración. El aparente flujo psicológico del tiempo (en el sentido ordinario del término) en el mundo corriente se deriva de que los hechos que en el se producen tienen una componente colectiva (también llamada estadística), y en gran parte se debe a la expansión del universo desde un estado más caliente, hasta otro más frío. Ahora bien, si hemos de referirnos a un posible mundo contractivo, sí que habría que contar con una conexión inesperada entre esa nueva cualidad, el desacoplamiento del principio de antecedencia y la flecha electrodinámica.
                   Según parece, no se encuentran más que despropósitos y absurdos lógicos cuando tratamos de aplicar al mundo macroscópico de una mente individual, ordenada con arreglo a la flecha de la duración que nos es familiar, otra con la flecha del tiempo invertida. Sin embargo, si descendemos al nivel microcósmico de la mecánica cuántica, no parece tan descabellado hablar de partículas que retrogradan en el tiempo.
                   Volviendo a la psicología contemporánea del transcurso del tiempo convencional, la relatividad restringida postula que sea cual sea su naturaleza, no es una substancia que fluya de manera uniforme por el universo. Si ya la enunciación conjunta de los principios de causación y acción retardada (o antecedencia) restringe notablemente el número de posibles vinculaciones físicas, la física relativista que no pierde de vista esa circunstancia, admite que un movimiento en el espacio pueda ocurrir en cualesquiera direcciones y en sus opuestas, pero el aparente movimiento en la duración sólo puede tener lugar en una dirección, tanto en el mundo ordinario como al nivel de las partículas.
                   La relatividad restringida postula que las series temporales convencionales son relativas, es decir, dependen del sistema de referencia. Si tenemos dos acontecimientos separados por el espacio, a los que podemos llamar A y B, y unos observadores en diferentes estados de movimiento, algunos de ellos llegarán a la conclusión de que A sucedió en primer lugar, mientras que otros insistirán en que B precedió a, A. En tal caso, ocurriría que el mismo hecho sería un suceso del "pasado convencional" de un observador y del "futuro hipotético" de otro. Ese es el sentido que tiene cuando se afirma desde el punto de vista del relativismo, que el "orden durable convencional" de ciertos sucesos puede invertirse. Esto solo es posible en aquellos pares de sucesos que, estando separados por una distancia, no mantienen entre sí una relación causal, o, en otras palabras, que son físicamente inconexos. Como se parte de la base de que cualquier acción física (al menos de la clase que conocemos) se propaga con una velocidad finita, dos puntos cualesquiera del espacio, se considerará que están desvinculados desde el punto de vista causal, siempre que sea posible descartar su conexión mediante el encadenamiento más rápido conocido de sucesos, que es el mismo que el de la velocidad de la luz. En ese sentido, la duración (subspecie aeternitatis) no es totalmente relativista a efectos prácticos. Antes de que Einstein lo descubriera, se suponía que si A y B son sucesos simultáneos, y por su parte B y C también lo son, entonces A y C siempre deberían guardar simultaneidad. Pero Einstein demostró que esto es válido para los sucesos distantes sólo si A y B, por un lado, y B y C, por otro, son simultáneos en el seno del mismo marco inercial, o en otras palabras, la simultaneidad tiene que estar remitida a un llamado "marco inercial" de todos los cuerpos que están en reposo dentro de ese marco. La simultaneidad de sucesos distantes, es transitiva únicamente, dentro de un marco de esa clase. Siempre que se trate de dos acontecimientos lo suficientemente próximos, un par de observadores espacialmente situados cerca el uno del otro, estarán siempre de acuerdo en el significado de la expresión "el presente". No solo tienen sincronizados sus relojes, sino que comparten el mismo "ahora" factual. Sin embargo, cuando se trata de acontecimientos lo suficientemente distantes entre sí, la idea de que el "ahora" es también la del "aquí", puede estar erróneamente aplicada.
                   No obstante, la teoría restringida no transforma en totalmente arbitrarias las nociones "de pasado y de futuro", ni tampoco está en contradicción con las nociones habituales de causalidad. De hecho, la relatividad admite la inversión de las series temporales convencionales de sucesos sin conexión; pero excluye la inversión de los vínculos causales, es decir, niega que puedan originarse efectos antes de haberse producido, y por lo tanto, tampoco implica que pueda modificarse el pasado. Puede asegurarse taxativamente que ningún observador, cualquiera que sea su estado de movimiento, verá nunca arribar un buque a un puerto antes de haber zarpado de otro. Dicho de otra forma, el orden temporal comúnmente admitido por la psicología causal es relativo al sistema de referencia, mientras que las conexiones causales no admiten variación alguna.
                   Sucede, que a pesar de que la relatividad restringida se basa en que una cantidad que abarca a la vez el espacio y el tiempo convencional, como es la velocidad de la luz, es siempre una constante, a los observadores que se encuentran en estados de movimiento distintos, les parecen diferentes tanto las distancias en el espacio como los intervalos en el tiempo hipotético. Esto parece sugerir que quizá ese espacio y ese tiempo (como subspecie aeternitatis) hipotético no son unas entidades absolutamente discernibles, sino que, en cierto sentido, estarían ligadas profundamente una a la otra. Por eso los físicos suelen juzgar conveniente sustituir por una geometría tetradimensional llamada espacio-duración, las tres dimensiones del espacio tradicionales y la dimensión única del tiempo.
                   En nuestro mundo cotidiano la flecha durable que orienta gran parte de nuestro pensamiento señala en igual dirección que la flecha durable del exterior. Es algo que parece que va implícito en las células de nuestro cerebro. El lenguaje objetivo de la ciencia asegura que esa concordancia (a la que se adhiere la teoría de la relatividad) se debe a que nuestros cerebros están formados de la misma sustancia que el universo, y por lo tanto las interrelaciones y movimientos de las partículas que los componen se articulan con arreglo a las mismas leyes. Se supone que el cosmos impone a nuestros pequeños cerebros su flecha temporal, y no a la inversa. Nuestra conciencia de la duración depende de los recuerdos que son una especie no desentrañada de registros del "paso" del tiempo hipotético (o convencional), sin los cuales no podríamos vivir en el mundo. Gracias a la memoria podemos llegar a conclusiones sobre la antecedencia. Porque si sabemos que la antecedencia tiene algún valor absoluto en relación con sucesos causalmente vinculados en la duración, es debido únicamente a que "recordamos" muchos sucesos ligados genéticamente entre sí y eso nos permite generalizar y, por tanto, acuñar el concepto mismo.
                   Hay que recalcar además, que la enunciación de la antecedencia no está estrictamente adscrita a la causalidad, sino que es compatible con categorías no causales de determinación. Podemos recordar a ese respecto, a Brouver y Wittgenstein en el caso teórico del desarrollo del llamado número π. Pero también hay ejemplos de casos prácticos: en la teoría termodinámica de los sistemas aislados, al observar los sucesivos estados que espontáneamente van desarrollándose (con ausencia de determinación externa), se nos muestra que no tiene por qué haber causalidad en las pautas intrínsecas de la sucesión uniforme. Es decir, el estado de un sistema material aunque es en si mismo la consecuencia de un conjunto de determinantes tanto causales como no causales, debe considerarse por lo común como un sistema de cualidades que no puede ejercer acciones como tal sobre otro estado de un sistema dado que le suceda, por tanto no puede haber vínculos causales entre estados ni tampoco entre otros sistemas cualesquiera que sean sus cualidades. Esto quiere decir, que determinados estados son antecedentes de otros estados pero no causa de ellos. También en la ley newtoniana del movimiento, tenemos otro ejemplo, a saber: si fuerza = masa x aceleración, en el caso práctico de un objeto redondo (una bola de billar es un buen exponente de ello) que rueda por una pendiente, su estado final de movimiento se sigue de forma unívoca, de su (antecedente) estado inicial por la acción combinada de la inercia, las fuerzas externas y los vínculos inter-estados, sin que dichos vínculos estén especificados en el estado inicial.
                   Dado que las leyes fundamentales de la física son reversibles con respecto al tiempo convencional (si se exceptúan unas cuantas interacciones débiles jamás halladas fuera del laboratorio) la cuestión de por qué en la naturaleza son tantos los acontecimientos que se verifican en un sólo sentido y tantos los hechos que anteceden a otros hechos tiene que tener respuesta, al menos parcialmente, en las leyes de la probabilidad. A propósito del ejemplo de la piedra arrojada a un estanque de aguas tranquilas, nunca vemos que las ondas circulares producidas por su impacto se contraigan, converjan en la piedra y la impulsen fuera del agua. Sin embargo, tan sólo se debe a que el proceso es improbable. En principio, dado el conjunto adecuado de condiciones iniciales, tal acontecimiento podría ocurrir realmente pero es tremendamente improbable que se reproduzcan todos los movimientos moleculares del agua, hasta invertir el proceso y llevar hacia arriba a la piedra hundida. Ni siquiera sería imposible el rejuvenecimiento de una persona si se consiguiese invertir su proceso de deterioro celular y regenerar paso a paso sus desgastados órganos vitales. No hay un impedimento físico que evite que la materia pueda estar moviéndose en sentido opuesto al habitual, pero no ha podido ser observado porque las condiciones necesarias que hicieran al caso, son demasiado improbables debido seguramente a la flecha termodinámica del universo.
                   En años recientes, algunos físicos y autores científicos jóvenes e innovadores han investigado en las religiones orientales y el intuicionismo, creyendo descubrir un paralelismo entre ellas y la teoría cuántica y, en ocasiones, una auténtica convergencia. Su posición, que algunos físicos denominan "solipsismo cuántico", se ha hecho muy popular y tiene cierto parecido con las teorías de nuestros conocidos Wheeler y Feynman y, sobre todo con las de Fritjof Capra. El solipsismo cuántico es una respuesta extremada al hecho de que las danzantes partículas de la mecánica cuántica están plagadas de sorprendentes paradojas, que parecen indicar que el mundo externo no tiene una estructura bien definida hasta que no se le observa. Pero la analogía, tal como nos sugiere Martin Gardner, sólo es aplicable a propiedades de partículas, no a la realidad que está detrás de esas propiedades. Es cierto que una partícula puede carecer de posición o momento precisos hasta que es medida. Incluso puede tener un camino impreciso en el pasado. Pero no podemos adoptar una postura de "solipsismo macroscópico" por las cosas que suceden en el mundo microscópico cuando se combinan con filosofías orientales de origen extático. Lo propio de la mecánica cuántica son las ondas abstractas de probabilidad en espacios multidimensionales, que a modo de útiles ficciones matemáticas, se construyen mentalmente con el propósito de definir sistemas cuánticos. Sin embargo, nadie sabe cómo es la realidad que está detrás de esas ondas ni como está estructurada. Los misterios del micromundo no son trasladables al mundo en que nos movemos habitualmente, porque una vez que la información sobre el mundo cuántico se traduce en consecuencias irreversibles en el nuestro, podemos atribuir a este último una significación objetiva. Debemos creer, pues, en algún tipo de realidad estructurada en el que tenga cabida el principio de antecedencia, permita dotar de consistencia a las propiedades y, al mismo tiempo, sea tan independiente de la mente como las estrellas o las rocas que nadie observa pero que se supone, que "ahí" están.
                   El caso del solipsismo cuántico es muy curioso porque tiene su fundamento en la realidad. Pero es una realidad subvertida, en la que, al dar prioridad a los sucesos de la microfísica, el mundo macroscópico pasa a ser una realidad fantasmal. Es preciso en este caso, como en muchos otros, ocuparse de las abandonadas "razones lógicas", que siendo obvias se encuentran postergadas. Para ello nos vemos obligados a ir en busca de los antecedentes. Y los antecedentes en el mundo material macroscópico sólo pueden ser encontrados en su propio nivel de aplicación. Otra cosa sería si nos planteásemos la cuestión de las relaciones entre microfísica y macrofísica. En ese caso sería conveniente considerar qué aspectos de esas relaciones son de contemplación prioritaria a la hora de establecer la propia naturaleza de las mismas.
                   Así que, como decimos, nos vemos obligados a ir en busca de los antecedentes. Antecedentes suficientes y con carácter relevante nos informan de las razones lógicas de los sucesos naturales. Cierto que la búsqueda de los antecedentes nos sirve para descubrir, en muchos casos, (incluso sorpresivamente) nuevas causas no previstas por la razón real. Está claro que en este caso la razón lógica es la auténtica razón real. Pero constatar, no obstante, suele ser inútil para convencer. La obstinación inconmovible ante los hechos evidentes, siempre alegará la supuesta existencia de otras razones reales que invalidan la realidad. La tozudez de la razón y la tozudez de los hechos frente a frente. La discusión es ociosa porque el método se ha revelado como eficaz y a él procuraremos atenernos en todo momento.









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