42-DESVIACIONES
EN SEMÁNTICA E INDAGACIÓN CIENTÍFICA
õ
"También las representaciones son una vida y un
mundo."
Georg C. Lichtenberg (Aforismos)
Las cualidades
primordiales que Descartes atribuía a las ideas eran las de claridad y distinción, y justamente, esas eran o deberían ser, también, las mismas que nos permitirían buscar las mejores
definiciones. En realidad, el ilustre filósofo quería
seguir ese método con el fin de elaborar su metafísica, pero en nuestros días, el científico, el ingeniero e incluso el artista y el hombre de la calle, tienen que usar
cada vez mayor número de expresiones novedosas que necesitan ese rigor
significante y
esa exactitud cartesiana, si se quiere que el lenguaje destierre el confusionismo y las imprecisiones al tratar de los temas que le son propios.
Siguiendo esa tendencia, en el lenguaje científico se procura
sistemáticamente, que el significado de las palabras sea lo más preciso y concreto posible. El objetivo de la terminología que se utiliza es hacer entender las ideas que se
manejan mediante el empleo de palabras, que en unos casos serán adaptaciones del habla común y en otros, científicas
propiamente dichas o elaboradas ad hoc, según las necesidades de
descripción de las nuevas realidades que surgen con el progreso de las investigaciones y descubrimientos en todos los ordenes.
A la evolución constante de los idiomas y el enriquecimiento en contenidos de su léxico tradicional,
hay que añadir el
intercambio de vocablos que se producen con otras lenguas, y los trasvases de palabras vulgares y las de uso más
restringido a los
campos específicos del pensamiento científico y filosófico. Así, es como
se produce un
continuo y creciente
progreso y revitalización
del lenguaje
científico, pero también, en ocasiones, una barbarización o desnaturalización
excesivas que pueden alterar o desvirtuar el significado de aquello que se quiere expresar. El académico Darío Maravall
nos pone muchos ejemplos de palabras científicas que son idénticas a otras
vulgares, pero cuyos significados son muy distintos entre sí. Estos son los más destacados: en física,
campo; en matemáticas, grupo, anillo, cuerpo (en inglés, campo), ideal, matriz,
etc.
Es cierto que las ideas crecen en número y dificultad de
explicación, y que para desarrollarlas y exponerlas, se necesitan cada vez más
palabras que deberían estar más matizadas en sus significados y mejor adaptadas a las
definiciones. Pero con ser esto muy
importante, no es tanto, quizá, como la impregnación general de
la ciencia y la técnica (ésta de una manera más consciente y deliberada) de las diversas versiones
mecanicistas derivadas de un principio dialéctico, que tomando como base la naturaleza
supuestamente contradictoria de todos los existentes concretos, es igualmente
generadora de supuestos cambios radicales cualitativos. Según esa clase de pensamiento, presentado en brillantes
metáforas por Heráclito y mucho más sistemáticamente por Hegel, todo objeto
material por muy homogéneo que pueda parecernos, es en realidad heterogéneo en
algún aspecto; y no sólo eso; puede y debe considerarse compuesto de características o partes que se oponen con reciprocidad o que son contrarias y enfrentadas entre sí,
perturbándose mutuamente. Como resultado de esa "lucha" o tensión interna,
ayudada eventualmente por otras circunstancias externas, el objeto en cuestión es
sometido a algún tipo de cambio radical en sus aspectos cualitativos.
Sin embargo, el supuesto cambio cualitativo que es la noción básica que
inspira el principio
dialéctico, es causa de errores muy frecuentes en el ámbito científico,
puesto que no se puede asimilar a la lucha de los elementos intervinientes en cualquier proceso de la naturaleza, así
como tampoco, es identificable la oposición que puedan ejercerse entre sí dichos
elementos, con
algún tipo de contradicción lógica. Tenemos
muchos ejemplos de distorsiones creadas por la
contradicción interna que encierra el avance (que no es tal) dialéctico de la ciencia. De nuevo
Darío Maravall nos pone unos cuantos: la desintegración nuclear comprende
también una integración nuclear; el choque en mecánica cuántica,
no es un auténtico choque; en
física, un proceso irreversible, no es
irreversible de verdad, sino solo
condicionalmente; en física un átomo ya no es un
átomo (en griego, significa indivisible)
sino el germen de una increíble cantidad de partículas, mientras que en matemáticas reaparece en escena el verdadero átomo, al considerarlo como aquello que
menor que él,
sólo cabe concebir el vacío.
Es posible que a los científicos con espíritu riguroso de análisis les inquieten esos abusos del lenguaje, pero en general y en los tiempos que corren, cuando vivimos en un mundo cultural y tecnológicamente
cambiante a un
ritmo acelerado casi no nos fijamos en ello.
El cambio implica
como mínimo la mutación, la disolución, la conversión y el afloramiento de propiedades y vinculaciones entre los elementos (eso, si no
son ellos
mismos los que
se alteran) sometidos a su acción. La observación de los cambios nos permite reorganizar en esquemas mentales,
diversas categorías con un carácter trascendental.
Si nos fijamos en Kant, vemos que según él, las categorías son conceptos puros del entendimiento que
permiten reunir y ordenar propiedades y fenómenos que se nos presentan a la experiencia, siendo
solo aplicables si existen representaciones
intermedias de una doble naturaleza material e intelectual, es decir,
cuando pueden aparecen los esquemas trascendentales.
Dado que la
manera de existir el objeto comprende
aquello que persiste, o sea, el mismo objeto y lo que cambia, como
mera determinación del mismo, puede suceder que, episódicamente o de manera sistemática
se observen cambios que aparenten exceder trascendentalmente
la naturaleza del objeto, propiciando que las expresiones lingüísticas referidas a ella se manifiesten como si estuvieran dotadas de capacidad
traslaticia influyente en el orden ontológico. Así, con
demasiada ligereza decimos que un hecho es contrario
a otro. El día
es contrario a la noche, la luz a la oscuridad, lo bajo a lo alto, lo grueso a lo delgado. Sólo algunas
veces y de
manera coloquial, designamos aproximadamente lo que queremos expresar. En la naturaleza, si
queremos ser fieles al postulado de objetividad, no hay contrarios; como mucho,
sólo opuestos, e incluso estos últimos no son más que meras apariencias de la realidad. Hay que destacar que el combate entre fuerzas o elementos dispares, o simplemente la oposición interna que
se ejercen entre sí, no debe inducir a pensar que sean identificables con la contradicción
lógica.
Las razones que llevan
a hacernos creer que los cambios y la supuesta estructura polar de los existentes concretos
son incompatibles con el principio lógico de contradicción, tienen una motivación psicológica cuyo germen fundamental lo aporta la teoría dialéctica del cambio, o lo que es lo mismo, un sesgo indebido en la elaboración de los esquemas trascendentales, que
diría Kant. Lo vacío no es lo contrario de lo
lleno, pero es que además ni siquiera es su opuesto, porque
cuando se da una de las dos situaciones hay una ausencia-presencia entitativa mutua y tácticamente
excluyente. En la botella de vino medio llena o
medio vacía, cuando señalamos esa circunstancia
ponemos de relieve con una situación fáctica de "ahora
trascendental" la posibilidad
psicológica de un
cambio futuro, que podría ser la de rellenar la botella o vaciarla del todo. Pero la única apreciación correctamente científica que habría
que hacer es la de que la botella contiene en su interior un volumen determinado de
líquido porque la naturaleza no opone lo lleno a lo vacío; sólo lo colma o
no. La noche
no es contraria ni opuesta al día; sólo es incompatible con la presencia de la luz del Sol. Que esto es así lo prueban los eclipses totales de ese astro. ¡En pleno día puede ser de
noche! De la misma forma podemos razonar sobre lo negro y lo blanco, el reposo y el movimiento, etc.
Una de las tesis esenciales
de la
dialéctica del
cambio sostiene que la forma y el contenido, además de ser inseparables a lo largo de todo el proceso de su
desarrollo, mantienen relaciones que son cada vez singulares y originales. Pero, si de antemano, se define un proceso como contrario
a otro, por mucho que se singularice y manifieste su originalidad a lo largo de su evolución, siempre
llevará el estigma sobre sí, de la conceptuación previa, con lo que se cuestiona la propia capacidad de cambio. Hegel,
uno de los más conspicuos
representantes de la moderna dialéctica sostiene que todo lo que existe, está
compuesto de entes, procesos o propiedades que se contradicen o luchan entre sí,
hasta que se forma una nueva síntesis o unidad. Esta unidad se escindirá en dos nuevos opuestos,
que a su vez lucharán hasta que se origine una nueva síntesis, y así sucesivamente. Esta tesis no parece estar
nada clara, y mezcla elementos dispares. A nuestro juicio, el principal defecto de la dialéctica es que facilita la confusión entre
oposición y
contradicción y
entre unidad de opuestos con su identidad,
debido seguramente a la mala costumbre de llamar opuesto a lo que es diferente y de denominar dialéctico a cualquier proceso de
cambio, especialmente si se carecen de ideas para describirlo con precisión.
El principio de la unidad y lucha de los opuestos, núcleo de la dialéctica, o no se entiende muchas veces,
o si se
entiende no es universalmente verdadero. Citemos el ejemplo del "grano de cebada", de Engels, que Jacques Monod retoma
para su discurso en el Azar y la Necesidad.
Ya Paracelso había apuntado antes esa discusión,
citando (no expresamente) la Epístola de San Pablo a los Corintios y/o el Evangelio de San Juan. "Un grano de cebada, en condiciones
apropiadas de terreno, humedad y temperatura, experimenta una transformación
en la cual el grano desaparece como
tal, es negado, viéndose reemplazado
progresivamente por la planta que germina en su seno. La planta, a su vez, crece,
florece, fructifica y produce nuevos granos de cebada, tras de lo cual la planta se seca y se niega por su parte. El resultado de esta negación de la negación es que tenemos el grano de cebada del comienzo multiplicado por diez, veinte, treinta, etc.".
Las consecuencias del proceso de cambio y del desarrollo de la negación están
explicadas por un
mecanismo concebido según el método dialéctico de la inseparabilidad del contenido y la forma. Dada su estrecha
relación, si por cualquier circunstancia ambos se esfuman primero, y reaparecen después,
como no se observa variación en las realidades cualitativas, necesariamente lo han de hacer en las cuantitativas, es
decir, multiplicándose la cantidad de granos. Fijémonos
en que la explicación intuitivo-dialéctica es bastante más confusa que la explicación racional
(que aspira a ser real), y sin embargo, la primera se ha impuesto durante siglos y siglos de forma
dogmática. Como diría Bradley: "Por
donde la
negación tiene que empezar es por un tanteo de la realidad, por el acercamiento frustrado de una cualificación". En
su lenguaje alquímico, Paracelso acierta a realizar esa cualificación y matiza
concienzudamente la diferencia entre muerte y putrefacción en
una época histórica, en la que las
persecuciones religiosas estaban en su apogeo y
había que ser extremadamente cauto, siendo preciso
para ello la utilización de un lenguaje bastante críptico
y farragoso.
En el proceso de desaparición de grano
y planta, se da por equivalente el "ser negado" y el "negarse a si mismo", cuando son dos conceptos totalmente diferentes. En el primer caso habría que especificar "qué o quién" niega a uno
o a otra (cuestión que queda indeterminada), y en el segundo se
sugiere que hay una capacidad implícita en
ambos de negar su propia existencia. Pero
"poder no existir", no es una cualidad reseñable, si
no simple impotencia. Así que, lo que niega el grano (desde un punto de vista
filosófico) al desaparecer y reaparecer en forma de planta, es la posibilidad
entitativa de autoextinguirse absolutamente. Es decir, su germinación indica
que es imposible que pueda dejar de existir exclusivamente por su propia falta
de potencia, lo cual es una afirmación (desde un punto de vista biológico) de que su capacidad
generativa queda siempre a salvo. Lo
expresado es absolutamente compatible con la germinación simultánea de la planta a que da lugar, que
a su vez, desarrolla su capacidad de confirmarse, originando otras plantas (el hecho de que pueda secarse
la planta en
cualquier momento de su ciclo vegetativo es una
extinción de potencia, que no detrae efectividad a
la cadena causal
que analizamos ) mediante la generación previa de granos que negarán su capacidad
entitativa de autoextinción (o su impotencia), germinando
de ellos nuevas
plantas, y así, por siempre.
Si se admite que ciertas proposiciones afirmativas
y negativas son
lógicamente equivalentes, estas dos mencionadas pueden constituir un ejemplo palmario de ello, puesto que, como
dice Ayer, "en donde se dice que una proposición es una función de verdad de
otra es que su verdad (o falsedad) depende de la verdad o falsedad de la otra".
En definitiva, que
la verdad
de lo que
acontece al grano es función de la verdad que acontece
a la planta
y viceversa.
El dispositivo
teleonómico de grano y planta (que conforman una
unidad biológica) está organizado de tal
manera que no sólo satisface las necesidades funcionales de ambos, sino que incluso es
capaz de propiciar sus posibilidades multiplicativas, como lo demuestra la existencia de espigas con muchos granos. No
hay espigas de un
solo grano, ni
grano que origine plantas sin espigas, con lo que al reforzar mutuamente su potencial de difusión, refuerzan el suyo propio, y además, el del sistema orgánico que integran.
Es verdad que la dialéctica ha sido expresada en los conceptos de un lenguaje filosófico
preciso que se singulariza del de las lenguas naturales. Pero
eso no quiere decir que no siga influyendo en las mencionadas lenguas, que por otra parte, usan los científicos con profusión. Muchos dialécticos se han esforzado en formalizar la negación hegeliana,
de modo que la negación de la negación no nos lleve irremisiblemente a la identidad
involutiva de la lógica ordinaria. Por
ejemplo, D. Dubarle se apoya en un análisis riguroso y cerrado de los textos de Hegel, en particular en lo concerniente a los conceptos de lo universal, lo particular y lo singular e incorpora junto a la negación usual, dos
nuevas operaciones, la de deposición y la de rehabilitación. Estas
dos operaciones mantienen entre ellas la misma relación que lo necesario y lo posible en la lógica modal. Pero a
nosotros nos parece tal cosa el "rizar el rizo" del hegelianismo y alargar en demasía el proceso de seguimiento lógico de los fenómenos naturales.
Si continuamos a vueltas con un grano de cebada y observamos su proceso de "desaparición", veremos que donde los antiguos apreciaban la doble operación (aunque no la formalizasen así)
dialéctica de deposición y rehabilitación
del grano en forma de plántula, influidos
sin duda, por el
aparente corte óntico o fisura entitativa de carácter cuasimágico que se produce,
nosotros hoy en día, auxiliados por microscopios
vemos un
proceso de transmisión de la vida de lo más normal. El grano llega a desaparecer
porque la naturaleza obra también por omisión, aunque un cientifista no lo crea así. Ocurre simplemente que la omisión causal, genera de modo automático la ocupación por otras
cadenas causales del lugar dejado vacante, y la sustitución no es notada. Así
vemos que, en principio, la formación geológica de un desierto se produce, entre otras cosas, por la ausencia más
o menos acusada de precipitaciones meteorológicas, pero luego evoluciona
también con
arreglo a otras referencias climáticas, edafológicas, orográficas, etc. De manera análoga, podemos decir que la sofisticación
teleonómica de la planta incluye en sus capacidades al grano, la planta, las ausencias y presencias intermitentes
de ambos, y
las
posibilidades de existencia de otros muchos otros granos y plantas. La explicación es algo
parecida a la
del huevo y la gallina. ¿Es
negado el huevo por
algo o alguien,
durante su proceso de evolución genética? ¿Se niega a si mismo cuando
eclosiona el polluelo? o
¿cumple su misión reproductiva siguiendo el
desarrollo del proyecto trazado? La opción es clara.
El pollo no es el resultado de ninguna
tensión dialéctica entre el huevo y la gallina que lo puso, sino que aquél es una prolongación generativa de la biología de esta
última y de la especie que representa,
manifestándose en una escisión sexual o individuación espaciotemporal que se repite
indefinidamente.
La confusión dialéctica,
sin embargo,
se sigue poniendo de relieve en muchos ámbitos. Así,
según Hegel, la síntesis es el resultado necesario en orden a la elaboración de un tercer punto de vista,
dentro del
cual, la
tesis y la antítesis, formuladas de antemano queden en
unidad. ¿Sería, por tanto, la síntesis el
sincretismo de la tesis y la antítesis? Podría decirse que es factible en la medida que podamos
manejar con
cierta soltura cosas heterogéneas pero no radicalmente incompatibles entre sí.
Por eso mismo, Dubarle ya apreció la
extremada dificultad de tal logro. Pero no fue el único. En opinión de
Werner Heisenberg, premio Nobel de Física que formuló el denominado Principio
de Incertidumbre, en la realización siempre
sucede algo "nuevo", a saber: la llamada síntesis supone la aparición de algo peculiar. No es una mera mezcolanza de
elementos, sino que la dualidad se integra en una nueva unidad. Pero la teoría dialéctica del cambio, cuyo núcleo es
la
hipótesis de que el cambio radical es producido por la tensión y síntesis final de
tendencias opuestas, se apoyó en los descubrimientos realizados en la evolución biológica
de pautas de cambio no mecánicas. Por consiguiente, la dialéctica del cambio hegeliana, no
sólo no dispone de la capacidad de uso de todos los recursos que propone el lenguaje actual de las estructuras, sino
que ignora la
propia capacidad de cambio del mundo de la físico-química. Si nos
fijamos, por ejemplo, en las leyes de las combinaciones químicas, nos damos cuenta de que no tienen
aplicación alguna fuera de cierto intervalo de temperaturas. Eso quiere decir
que en una
masa de materia, dentro de unos límites particulares de temperatura, sólo se pueden
producir cambios mecánicos, termodinámicos y electrodinámicos. Más allá de una temperatura crítica
pueden producirse fenómenos termonucleares; y por debajo de otra temperatura dada pueden comenzar a
actuar otras ciertas clases de leyes químicas.
Dentro de un rango de temperaturas que nos es bastante habitual se
pueden producir reacciones químicas en las que, particularizando el caso, intervengan ácidos y bases. Químicamente, una sal es el resultado de la combinación de un par de representantes
de ambos intervinientes. La síntesis de una sal sería el producto de una contradicción y anulación mutua de los existentes con presencia previa. Ese combate nulo puede ser interpretado como la condena de la argucia dialéctica.
Centremos nuestra atención al efecto, en alguna
combinación química apropiada: la sosa
cáustica que es una base fuerte, vemos que es capaz de reaccionar con algunos metales (el cinc y el aluminio) en caliente
de manera análoga a como los citados metales lo hacen con los ácidos, es decir,
desprendiendo hidrógeno y formando sales sódicas de aluminio y cinc. Para nuestro asombro, los
hidróxidos de aluminio y cinc pueden actuar (¡!) como si fueran ácidos frente a las bases muy enérgicas,
recibiendo el nombre de hidróxidos anfóteros. Quiere decirse con esto, que
la contradicción
química que parecía haberse observado en el "tenso" comportamiento de ácidos y bases hasta que se
culmina la
elaboración sintética de una sal, se desperdiga y diluye por un intervalo de temperaturas. Se da la paradoja de que varían los fenómenos químicos, sin que varíen las leyes físicas.
En consecuencia, ya
no tenemos derecho a afirmar que si ocurre tal cosa, siempre se tiene que
producir tal otra, sino que tendríamos que agregar una condición relativa al intervalo de temperaturas
(en nuestro ejemplo) dentro del cual podría comprobarse "aproximadamente" tal
fenómeno. Y
es que la contradicción, si fuese real, impondría tales limitaciones
(como nos dice Wittgenstein), que ninguna libertad
podría existir en ella.
Sin embargo, algunos científicos por su
idiosincrasia dialéctica piensan que la
contradicción existe incluso en microfísica. Así, el
físico y matemático Stéphane Lupasco nos dice
que: "Los acontecimientos energéticos se
quedan en el mismo nivel de actualización, en un antagonismo equilibrado y
en una contradicción del mismo grado de su homogeneidad y
heterogeneidad". Según él, lo psíquico sería, pues, como una especie de zona fronteriza entre lo homogéneo y lo heterogéneo, un
campo de batalla en el cual el ser humano se ofrece como exponente máximo de este
permanente antagonismo.
El psiquismo humano, ese
es el origen
de la
explicación muchas veces meramente subjetiva de la existencia de los fantasmas de la contradicción.
Una cosa puede tener una propiedad que no
implique nada más con relación a otra cosa; a eso lo podemos llamar una cualidad. También
puede ocurrir que una cosa tenga una propiedad que implique a otra cosa o a varias otras cosas.
Pero solo sí una cosa tiene una determinada cantidad de cualidades en exclusiva, estamos
autorizados a decir que esa cosa tiene determinadas cualidades por definición.
Es verdad que algunos sistemas están compuestos de
procesos o cosas que se oponen entre sí en algunos aspectos. Es sabido que un átomo está compuesto por un núcleo cargado
positivamente que está circundado por un cortejo de electrones cargados negativamente. Sin embargo, en esas
condiciones no se produce cambio cualitativo alguno: el átomo en un estado estacionario no
cambia. El
cambio cualitativo del átomo requiere del fin de la unidad de opuestos, y solo puede suceder perdiendo o ganando un electrón o un nucleón. Aquí puede
verse que la
contradicción pretendidamente planteada, no tiene por qué ser una fuente de cambio
cualitativo como sostiene la dialéctica, sino que es garantía de estabilidad. Y es que de la posesión de
determinadas cualidades en el electrón no puede deducirse, lógicamente, nada de sus
propiedades relacionales con otro electrón o con un protón. No es muy
adecuado, y
si frecuente causa de error, inferir las propiedades de una cosa porque supongamos que sabemos lo suficiente de ella como para distinguirla de las demás. Es cierto, que algunos sistemas pueden estar compuestos
por elementos que se oponen mutuamente en algún aspecto, pero esa oposición
puede originar inestabilidad en unos casos y estabilidad en otros. En realidad, se producen toda clase
de variantes, pues del hecho de que algunos procesos resulten de oposiciones, no
se sigue que todo proceso tenga su origen en una oposición. Igualmente, del hecho de que algunos sistemas estén afectados de contradicciones lógicas internas (a parte de que no tienen por que ser contradicciones
absolutas) o de incompatibilidades físicas
parciales, no quiere decir que todos lo estén. En
un sistema
atómico (o
de cualquier otra clase) el psiquismo dialéctico es capaz de ver animosidad
en las partículas
y pensar
que la
cooperación es una anomalía dentro de los procesos generales de lucha o competencia. Es como cuando decimos que dos partículas se repelen por que
son de signo contrario. Pero si invirtiéramos el razonamiento anterior, podríamos preguntarnos si acaso hay un sentimiento amistoso entre
las
partículas que se atraen.
En toda complejidad energética se ponen en juego multitud
de interacciones con valor sustantivo exclusivamente, por lo que sólo podemos
hablar de "atracción" y "repulsión". No hay partículas atractivas o repulsivas, sino
que unas
se atraen y
otras se repelen, no manifestándose ninguna contradicción en el plano ontológico. En la repulsión de dos
electrones vecinos, no puede inferirse ningún vínculo unidireccional
causa-efecto. Cada uno de ellos se mueve en el campo del otro sin que haya campo externo. Tampoco hay un campo común a ambas
partículas cuyas variaciones sean independientes de la evolución de las mismas. La aproximación causal
no es válida en este caso ya que las ecuaciones mecánica y electromagnética están perfectamente acopladas en justa
correspondencia con el carácter simétrico de la interacción. Pero
además, cualquier partícula una vez emitida, se
mueve por si misma. Tanto si son electrones, como neutrinos e incluso fotones,
constituyen ejemplos de automovimiento, es decir, no están impelidos por
fuerzas, lo
cual invalida una vez más, la tesis de la dialéctica de que todo cambio tiene origen en alguna
oposición.
Pero
dejemos a Goethe con sus contradicciones
psicológicas del bien y
del mal. Que las tendencias pueden ser
psíquicas o
físicas nos parecen fenómenos evidentes. Sin
embargo, hay que aclarar las cosas
suficientemente. La física ignora lo que son pretendencias o postendencias, y eso precisamente
debería ser no solo inspirador, sino hasta conformador del psiquismo. Un mundo con propiedades
conflictivas, como es el nuestro, no poseería la capacidad de llegar a ser lo que es, si fuera
esencialmente contradictorio. En
ese sentido, es decir el de la contradicción, tampoco se comprende la afirmación de Anaxágoras de que los opuestos surgen de un
Absoluto carente de forma, y que finalmente
acabarán regresando a él". La complejidad
estructural del universo
hace que entren en fricción (eso supone la aparición o visión subjetiva del antagonismo) sus
realidades componentes con otras también pertenecientes a él. Pero en definitiva, perdura, no el existente que de forma supuesta engloba la tesis dialéctica, sino el fenómeno que excluye a los demás por su incontrovertible presencia fáctica, lo cual, por cierto, no
implica la
emisión de un juicio de valor, a pesar
de que se suele recurrir a él muy a menudo. La
carencia de moralidad de la naturaleza dota
a todos los acontecimientos posibles, exclusivamente
de factibilidad. Así lo vieron en la escuela de Copenhague, que introdujo en la ciencia el "principio de incertidumbre", no el de "contradicción", por
lo que nos
inclinamos por ser más cartesianos que hegelianos.
La teoría de que todo
envuelve su propia negación y la de que si se sabe lo suficiente de una cosa para distinguirla de todas las demás, entonces todas
sus propiedades pueden ser inferidas por lógica, parecen decididamente hegelianas. Así,
según Hegel, cuando una cosa se niega, una nueva cosa comienza en un nivel superior, mientras
que, por ejemplo, según Lao Tse y los "Apéndices" del Libro de las Mutaciones, cuando una cosa se niega, la cosa nueva repite la anterior. Ambas
posturas filosóficas (occidental y oriental, respectivamente) pecan en nuestra opinión de
estar fundamentadas en concepciones del mundo "destructivistas" (la primera) y
"retornantes" (la segunda) o "circularistas", que dejan escaso margen, o nulo, a la emergencia y a la innovación. En cualquier
caso, creemos, con Popper, aunque esto no tenga que ver con las dos clases de
tradición, que hay novedades bajo el Sol.
Siguiendo con lo opuesto, que es un aceptado modo convencional de asignación de intensidad de
aquello que pudiera darse como contradicción interpretativa de la realidad,
¿que podemos decir de ello? Pues que esto,
soslayando a Platón, existe como una
convención científica moderna de origen newtoniano. Aplicable a la mecánica de los
sistemas de puntos, el "principio
de la acción y la reacción"
fue enunciado por Newton, y con arreglo al cual todas las fuerzas que se
presentan en la naturaleza van emparejadas dos a dos. Dice así: siempre que un cuerpo ejerce una fuerza sobre otro, éste determina a su vez sobre el primero una fuerza igual y opuesta. Este
principio permite explicar con suma facilidad desde un choque de efectos devastadores de dos trenes que circulan
por la misma
vía, encaminados el uno hacia el otro (y viceversa), hasta la opresión que ejerce un objeto colocado sobre una mesa gracias a su peso y a la respuesta en forma de opresión que ejerce la mesa sobre el cuerpo con una fuerza igual y opuesta al peso del cuerpo. Esta descripción de las fuerzas les da un marcado carácter vectorial, y por eso se representan
mediante vectores con una intensidad, dirección, sentido y recta de acción
definidos. La
utilidad de esta convención es evidente en todos los campos de la ciencia y no admite discusión.
Sin embargo, un "choque de trenes" puede verse de una manera muy diferente
a la de esa
convención. Aplicando un principio neutro de "compatibilidad-incompatibilidad"
de fenómenos, podemos
decir que el
descarrilamiento de dos convoyes que chocan, se debe, no al enfrentamiento de dos fuerzas opuestas, si no a la incompatibilidad de su presencia simultánea en el mismo tramo de vía, dada la elevada energía cinética con la que están dotados y a la resistencia a la penetración que ambos cuerpos se
ejercen mutuamente.
No
necesitamos dudarlo ni
un segundo. Esa definición de
"descarrilamiento" es muy complicada y no
serviría ni como crónica de sucesos. Su utilidad en física es absolutamente
nula. Es por eso por lo que hubo que inventar un término apropiado pero
de connotaciones dialécticas, como es el de fuerzas que se oponen, lo que confiere a ese concepto un tono de cierta
beligerancia ontológica que, lógicamente, en la
naturaleza no se contempla. Incluso, si somos más críticos aún, podemos percatarnos de que la misma noción de
fuerzas es también una cuestión de "conveniencias" (en palabras de
Bertrand Russell), siendo de origen fisiológico.
En nuestro ejemplo la fuerza puede ser considerada más bien como uno de los dos polos de la interacción.
En ese sentido, nos adherimos a la explicación que nos da
Maxwell sobre ese punto: "La acción recíproca entre dos porciones de materia recibe
distintos nombres según el aspecto que se estudie, dependiendo el mismo de la extensión del sistema material que
constituye el objeto
de la
atención. Si se toma en cuenta la integridad del fenómeno de la acción entre dos porciones de materia, se puede llamar
Tensión, pero si se limita la atención a una de las porciones de materia en cuestión, se diría que es posible
ver sólo un
aspecto del intercambio
(el que afecta a
la porción
de materia considerada) y se da a ese aspecto del fenómeno, con referencia a su efecto, el nombre de Fuerza Exterior, que es el que actúa sobre esa
porción de materia. El otro aspecto de la tensión recibe el nombre de reacción sobre la otra porción de materia."
Pero mientras que en un físico como Maxwell, los polos de la interacción se resuelven bien en Tensión, bien en
Reacción, en un plano pretendidamente más amplio de la determinación
dialéctica o
autodeterminación cualitativa, es la totalidad de un proceso de construcción de la materia la que se debe a la lucha interna y eventual síntesis
subsiguiente de sus componentes esencialmente opuestos. Así vemos que, siguiendo esa línea Hegel alaba a Kant por
haber completado la concepción de la materia, considerándola como la unidad de la repulsión y de la atracción. Según él, Kant nos ha enseñado
expresamente que no hay materia en sí misma y después de haber dotado, si se puede decir así, a la materia de estas
dos fuerzas ha enseñado también que se debe tener su unidad exclusivamente en ellas. Paradójicamente, el
mayor reproche que hace Hegel a los físicos que
honran la atomística, es que desvían la naturaleza de su pensamiento ("porque el átomo es también un
pensamiento") a una concepción de la materia como compuesta de átomos (que él la supone
metafísica). A eso hay que añadir el defecto que
presenta su construcción de la materia que
se llama dinámica. En esa construcción se toma la repulsión y la atracción (haciendo
suyas las
ideas de Kant) como un postulado, y no se les deduce cuando esa deducción debiera explicar el cómo y el por qué de su unidad en un orden supuesto y gratuitamente superior.
Si continuáramos con nuestro análisis, seguramente hallaríamos otras formas
de objeción a las pretendidas razones lógicas de los dialécticos, aunque algunas se nos
ocurren inmediatamente. La primera de ellas es que hay muchas físicas de posible elaboración y, sin embargo, todas
pueden ser verídicas, precisamente porque, como diría Ortega, "ninguna es
necesaria". Eso sí, si quieren ser creíbles deberán ser consistentes con la realidad. Otra réplica que podemos hacer a la excesiva ambición cognoscitiva de Hegel, se desprende de lo dicho anteriormente. La física se contenta con una primera
aproximación cognoscitiva a la realidad y por eso parte del postulado de atracción-repulsión con un espíritu puramente
pragmático. El método físico se da por bueno cuando su construcción
simbólica se proyecta sobre los fenómenos con un apreciable grado de utilidad, es decir, cuando da ocasión
a que se ejecuten ciertas operaciones de medida y a realizar determinadas predicciones.
Quizá debamos aclarar que una síntesis de opuestos (en el sentido que le da la dialéctica), no es lo mismo que una resolución del conflicto que se da entre dos tendencias opuestas.
Recurramos, como es nuestra costumbre a otro ejemplo físico. Los motores a reacción más
utilizados en la propulsión de aeroplanos son los turborreactores. Ese tipo de motor
absorbe aire por una o varias aberturas frontales, lo comprime en un soplador accionado por una turbina de gas y lo impulsa a una cámara, donde se mezcla con el carburante, produciéndose la combustión. Al expansionarse los gases, presionan (con una fuerza determinada) por igual sobre todos los puntos de la cámara, y ésta a su vez responde con una fuerza opuesta igual
a la presión
ejercida por la masa gaseosa. Como encuentran resistencia mínima en la parte posterior, donde
se encuentran las toberas, escapan por ellas, y su reacción sobre la pared opuesta impulsa el aparato hacia adelante. En
un primer
nivel de explicación se aprecia un movimiento de avance como efecto de la presión uniforme en
todas direcciones por los gases generados en la combustión. En un segundo nivel de explicación,
el avance del aeroplano se asimila a
un mero caso de
la ley
newtoniana de la igualdad de la acción y la reacción. Ambas
explicaciones se complementan, puesto que el primero invoca una causa eficiente, a saber, la presión de los gases; y en lo que se refiere al segundo nos permitimos
llamarlo
explicación racional, pues consiste abiertamente en una aplicación
práctica obtenida previamente por una deducción de un principio general. En
la
explicación racional, se hace referencia indirecta a la amplia clase de
hechos que se pueden encuadrar en el tercer axioma de Newton, que es un claro principio físico y no tiene nada de
formal.
Dado que una explicación racional de hechos es una versión sobre la supuesta realidad de
los mismos, no creemos como hacen los dialécticos que puedan
ser cosas identificables. Además, tampoco
podemos estar de acuerdo en que el pensamiento racional consista en contener a los contrarios como
momentos ideales. Tal como nosotros lo concebimos, el pensamiento racional contiene
a los
contrarios como momentos convencionales. Y no se trata de una síntesis de los dos, de una síntesis de uno y dos (acción y reacción en el caso del aeroplano) sino de un tercero que siempre
procede de otro sitio y descompone la biniariedad de los dos, puesto que no se afianza ni en oposición ni en complementariedad con respecto a ellos.
En
nuestro ejemplo, ¿dónde está el elemento
sintético? ¿Es acaso el avión? Ocurre únicamente que se han armonizado los opuestos
convencionales de "acción y reacción", consiguiéndose un efecto congruente, no
sólo con una interpretación
racional de los
hechos, sino también con las consecuencias pragmáticas logradas mediante un artilugio de
características aerodinámicas precisas que rompe la dualidad antedicha por donde, en
principio, menos podría esperarse, es decir, surcando los cielos.
El hombre cuando sintetiza o fabrica algo se
convierte en un artífice (palabra que proviene del latín artifex y ficis; que a su vez tienen origen respectivo en ars, arte y facere hacer) que se descubre
a si mismo como constructor o reordenador de materiales. El "arte de hacer" aflorar cualidades emergentes en la materia es un hallazgo en verdad
sorprendente que la industrialización en masa ha desprovisto de aquel halo de
misterio que tenía en el
pasado. En
el siglo XIX, dominado por
las ciencias
físico-químicas, el
impulso industrial y las revoluciones ideológicas de inspiración en el materialismo
dialéctico, es cuando el
ser humano consiguió acelerar los ritmos temporales en proporciones inimaginables hasta ese
momento. Mediante una explotación cada vez más rápida y eficaz de las minas, los yacimientos de carbón y petróleo y las nuevas técnicas agrícolas,
las organizaciones
industriales se proponen la "transmutación" total de la naturaleza, su
transformación en energía y elementos consumibles.
Pero es sobre todo la química orgánica, la que, como nos dice Mircea Eliade, "es movilizada
para buscar el
modo de forzar el secreto de las bases minerales de la vida, abre el camino a los innumerables productos sintéticos; y no es posible dejar
de advertir que los productos sintéticos demuestran por vez primera la posibilidad de
abolir el
tiempo, de preparar en el laboratorio y el taller sustancias en cantidades tales que la naturaleza hubiera
necesitado milenios para obtenerlas. Y sabido es hasta qué
punto la
preparación sintética de la vida, aunque fuera bajo la humilde forma de algunas células de protoplasma, fue el sueño supremo de la ciencia durante toda la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX; pues bien, todo esto
constituía aún un
sueño alquímico: el del homúnculo."
Sin dudar de la importancia de lo que nos dice Mircea Eliade, hay otro
aspecto relevante en torno a esta cuestión que queremos destacar. No es ya que el hombre haya asumido el duro y ambicioso trabajo de
hacer las
cosas "mejor y más aprisa que la naturaleza", pretensión
que es harto discutible, sino que cree haber encontrado toda una clase de atajos
científico-tecnológicos para conseguirlo.
De alguna manera, cuando se habla de síntesis o de
procesos fabriles se sobreentiende que se dan situaciones de progreso, en las que la cantidad provechosa
obtenida está afectada de una cierta cualidad suprimida, siendo la intervención de la dialéctica de la cualidad la que realiza esa
supresión. Así la noción de la cantidad se plantea como encerrando una contradicción y ésta constituye la dialéctica de la cantidad. Pero a nosotros nos parece que la idea de la "cualidad
suprimida" es meramente de carácter técnico y está relacionada con ese desarrollo de la industria a finales
del siglo XIX
ya mencionado, que iba en busca de la consecución rápida de nuevas cualidades en las ingentes masas de
materias primas que transformaba.
Como las leyes emergentes no tienen por qué ser independientes de
los contextos
dados, sino que sólo tienen que ser nuevas respecto a las leyes a que
obedecen los objetos
en cuestión (que evolucionan o se desarrollan hasta un punto en que aparecen nuevos modelos de comportamiento) no es lícito suponer
que las
leyes físicas sean variables. Por cada
cualidad extinguida hay una cualidad aflorada y eso se produce en el ámbito de los fenómenos relativos, que no vulneran la uniformidad de la naturaleza. De manera que cuando desestimamos la "cualidad
suprimida" de la dialéctica en
beneficio de la "cualidad extinguida o sustituida" de la lógica científica,
expresamos nuestra convicción de que las leyes físicas son
constantes y sólo los fenómenos son
susceptibles de cambiar con el tiempo. El que algunas emergencias de nuevos sistemas de cualidades,
se produzcan acompañadas por la emergencia de nuevas leyes en la historia del universo no significa
que haya una supresión de las anteriormente vigentes, sino que surgen de ellas, y en cierto modo, o se suman a las que ya existían, o bien, éstas se subsumen en las de nueva
aparición. Por consiguiente, ya no
podríamos afirmar a la ligera que si
"ocurre tal cosa entonces tal otra siempre será producida por ella", pues, como
sabemos, los
sucesos son relativos al contexto espacio-temporal en el que se originan los sistemas estructurales. Así,
habría que puntualizar que la agregación de una condición relativa al rango dentro del cual podría comprobarse el cumplimiento de tal regularidad, es también una condición
necesaria y
suficiente para explicar el surgimiento de la novedad genuina.
Descubrir nuevas emergencias allí donde algunos ven las consecuencias dialécticas implícitas en un proceso que culmina
en una síntesis
que adquiere vida propia, puede constituir un pasatiempo inofensivo y esclarecedor.
Si alguien dijera, por ejemplo, que una casa
se puede construir con "ladrillos de agua", todo el mundo le tomaría por
loco. En cambio, los esquimales construyen
sus iglús con esa clase de material
y no le dan ni la más mínima
importancia. Incluso se permiten el lujo de
conservar el calor en el interior de sus viviendas edificadas con un material tan frío como el hielo. Han conseguido aprisionar el calor de tal modo que logran un efecto propiciatorio de
su desenvolvimiento vital, en un medio o contexto climático francamente hostil, que, sin embargo, permite
tan insólita solución. ¿Quiere decirse que las cualidades del agua helada, son
emergentes con
relación a las del agua líquida? A primera vista y para los habitantes de las zonas árticas, es difícil asegurarlo, puesto que tan
familiarizados están con la congelación del agua líquida como con la licuefacción del agua helada. Digamos que el agua, según un rango de temperaturas,
se presentará de una forma u otra en la naturaleza y aún de otra tercera, como es la del vapor. Sin embargo, todo el mundo estaría de acuerdo
en admitir que su refrigerador casero fabrica o
sintetiza cubitos de hielo. Ese es un ejemplo muy simple, pero tenemos muchos otros. Las empresas químicas
sintetizan fertilizantes, pesticidas, plásticos, fibras textiles, pasta de
papel, etc. Aprovechando que la materia goza de múltiples cualidades en variados
contextos, parece como si fuéramos nosotros quienes la dirigimos, la orientamos bajo un perfeccionamiento que no
podría alcanzar sin nuestra presencia.
Pero a pesar de todas las consideraciones que se hagan en ese sentido, siempre la exacerbación
idealista de la razón hegeliana (de la que Hegel no es tan
culpable, ya que la cosa viene de muy atrás)
ha impulsado de forma inconsciente a primar en exceso el protagonismo psíquico.
En la medida en que se considera la razón el valor absoluto y todo lo demás meros fenómenos y manifestaciones de ella, el germen de la realidad será la razón misma, con lo que el riesgo de la fenomenologización de los procesos naturales está siempre latente. Si en Carnap, se
buscan los
procedimientos por medio de los cuales toda afirmación pueda ser traducida a una oración de un lenguaje fenomenalista,
es decir, a enunciados que mencionen únicamente cosas físicas; en Hegel los fenómenos han sido desprovistos de conexión con la realidad física y pasan a convertirse
en la
"materia de la ciencia del devenir". Así pues, los
"fenómenos" de que habla Hegel no son ni
siquiera apariencias del conocimiento sensible, sino
objetos de una compleja ciencia del espíritu que se refiere de una manera cambiante a las
manifestaciones históricas concretas del desarrollo
del saber humano.
La simbología racionalista categoriza
sistemáticamente en opuestos y contrarios los fenómenos naturales, hasta convertirlos en un puro reflejo revestido de finalismo idealista. Si a
eso añadimos el atavismo de lo supuestamente necesario, la naturaleza, ahora efectivamente, acaba teniendo
"finalidad", pero de otra manera. A modo de ejemplo veamos lo que nos dice Hegel al respecto,
"según la antigua metafísica, se admitía primeramente que, cuando el conocimiento cae en la contradicción, no
hay sino un
error accidental que procede de la imperfección subjetiva de la facultad de razonar. Según Kant, al contrario, está en la misma naturaleza del pensamiento caer en la contradicción (las antinomias) cuando
quiere conocer lo infinito". Pero a nosotros nos parece que la alabada (por Hegel)
enunciación de las antinomias kantianas no constituye en si la presentación de un catálogo cerrado de
contradicciones, sino un muestrario abierto de ideas dubitativas o dudas semimetódicas
de origen cartesiano, que indica las insuficiencias o el desinterés empíricos de ambos filósofos en la construcción lógica del mundo.
El afán de incondicionalidad
que nos transmite Kant es, sin duda, loable pero no se va a conseguir como
se hace habitualmente, suplantando la lógica científica por
una pseudoontología,
de tal manera que haya una "conveniencia" en determinar contradicciones que
puedan ser superadas. Cuando la dialéctica encuentra una contradicción en su camino, dirá con absoluto
convencimiento (¡!) que ése es el origen de todos los cambios cualitativos, como si hubiera procesos que se
autodeterminan por arte de prestidigitación.
En prevención de esa eventualidad, nos permitimos sugerir
que las
propiedades de una cosa no sean descritas utilizando palabras o frases que den la impresión de
referirnos a ella con términos incompatibles con algo que pueda decirse acerca de la misma cosa, dado
que cuando nos adherimos (o postulamos) a una ontología es porque creemos poder estar en condiciones
de asegurar que algo existe. Pero no debe
olvidarse que de premisas puramente empíricas, no puede, en puridad científica,
inferirse nada acerca de las propiedades transaccionales de las cosas y mucho menos a la existencia de algo
supraempírico (que diría Ayer). Las confusiones lingüísticas sistematizadas, tanto de la metafísica como de la dialéctica, provienen
tanto de un uso significativamente distinto de las palabras aplicadas
acerca de las
cosas y de
las
palabras acerca de las propiedades de las cosas, como el enmascaramiento y la suplantación significante de las palabras en la descripción de las propiedades
ontológicas y
cualquier referencia directa que se haga a ellas.
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