55-¿INSTINTO DE LA MUERTE O PERSEVERANCIA EN EL SER?
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Ubi dubium ibi libertas: Donde hay duda hay
libertad
Proverbio Latino
Cuando emergieron las estructuras profundas de la conciencia de nuestros antepasados, lo hicieron con una carga de elementos
ahistóricos, colectivos, invariables y dogmáticos, a la par que sus estructuras superficiales
asociadas, destacaban notablemente por su variabilidad en todas partes, debido
a su condicionamiento histórico y su moldeamiento cultural. Entre esas estructuras
profundas es de resaltar el impulso numénico que, a su vez, tiene
mucho que ver con la tendencia a perseverar en el ser de los individuos humanos. Dado que las estructuras o formas superficiales de la mente, es decir, sus
sistemas particulares de creencias, lenguas, ideologías, costumbres, etc., están
en gran medida conformadas por la cultura en la que estas mentes se desarrollan
y son diferentes en todas partes, no definen las "reglas del juego". Son, por el contrario, las estructuras profundas las que lo definen. Como dice Ken Wilber
estableciendo un símil entre los juegos de ajedrez y de damas, "es posible alterar
las estructuras superficiales, fabricar las piezas de arcilla, plástico o
madera, y el juego básico seguirá
siendo el
mismo. Incluso es posible utilizar piedras; lo único que se debe hacer es transcribir las piezas de
acuerdo con las reglas básicas, es decir, mostrar como cada pieza encaja en las
reglas de la estructura profunda. Esa relación de las estructuras profundas
con las
superficiales es la trascripción. Finalmente, el movimiento de las piezas sobre el tablero, o la ejecución de una jugada es la traslación.
Si cambiamos ahora la estructura profunda, cambiamos las reglas básicas del juego y entonces, evidentemente,
ya no se
trata del mismo juego. Lo hemos transformado en algo distinto, quizás
otro buen juego o tal vez un lío. Si uno desea comprar un juego de ajedrez, pero dispone de un tablero de damas, con sus piezas correspondientes,
puede transformarlo en un
juego de ajedrez, mediante una serie de pasos: primero, cambiar las reglas, o transformar la estructura profunda en la del ajedrez; luego
transcribir las damas, de acuerdo con sus
funciones en el
ajedrez, lo
cual significa señalarlas como torre, rey, peón, etc., y finalmente trasladar estas
estructuras superficiales de
acuerdo con las reglas profundas del ajedrez".
Entonces ¿estamos ante un juego de ajedrez o ante un juego de damas? El "tablero de la vida" (un campo que permite el uso de tácticas y estrategias diversas)
es el mismo,
pero los
movimientos, el
valor y las funciones de las fichas difieren
muy considerablemente. ¿Cómo podríamos
compaginar las reglas del impulso de perseverancia
en el ser de la
consciencia, con
las
reglas del
"instinto de la muerte", paradigma de estructura profunda, que
propugnaba Freud? A nuestro modo de ver, es una tarea imposible en
la medida
en que en el
primer caso hablamos de una tendencia enraizada realmente en una estructura
profunda, mientras
que para Freud la naturaleza de los instintos es adquirida
"históricamente". Según esta última tesis, el hombre actual en lo que respecta a sus
instintos es una mera construcción histórica que arranca en los umbrales mismos de la civilización.
Es curioso que Freud dé tanta importancia al influjo de la historia sobre el
hombre y sus instintos cuando, a nuestro parecer, es mucho más importante el
fenómeno inverso. Los hombres forjan la historia y sin ellos no la habría. Ningún otro animal "hace historia", porque
es un efecto que no puede derivarse de una capacidad que no tiene. Bien; ¿pero que es un hecho
histórico? ¿Es acaso un hecho registrado en los anales de la historia? Que los
hechos históricos se pierden en la noche de los tiempos es evidente; por tanto, nada nos impide
asegurar que hubo muchos hechos "registrables" no registrados por la historia. ¿Acaso los
hechos registrables no registrados por la historia no deben considerarse como hechos históricos?
Imaginamos que Freud no quiso insinuar semejante cosa. Además, el primer hecho
histórico digno de ser calificado así tuvo lugar en el seno de un grupo humano
tan reducido en componentes como queramos imaginar, pero era un grupo
"humano". De ahí se desprende que el hombre es anterior a la historia, aunque
parezca que hay establecida una relación fenomenal intensa entre ambos desde el
primer momento. Los grupúsculos aislados que
formaban las tribus de cazadores, de los primeros Homos estaban muy dispersos
geográficamente y todavía no tenían capacidad de hacer historia. Sin
embargo, por otra parte, hay que señalar que ningún hombre escapa al influjo
psicológico de otros hombres. Por tanto, es razonable pensar que los de personalidad más
acusada convencieron de sus ideas a los más influenciables o menos capaces de tener las suyas
propias. Esto nos lleva a colegir que, preferentemente, las convicciones
prerreligiosas o religiosas tuvieron que ver más con procesos
psicológicos que históricos. Otra cosa es que a lo largo de la historia, las guerras, los desplazamientos de
poblaciones, las invasiones, etc., provocasen convulsiones sociales e imposiciones de
nuevas ideas religiosas, que luego suelen sustentar durante periodos muy
dilatados de tiempo, las nuevas culturas creadas.
Ahora bien, es cierto que las culturas que se suceden a lo largo de la historia ejercen
fuerte presión para uniformar las conciencias individuales a ese respecto, pero no tanta
como para incrustarse genéticamente en la personalidad humana. No puede negarse que toda evolución
social e histórica
ejerce una
fuerte influencia en los individuos que sufren esa transformación, pero también
es verdad que no hay una ley de la evolución histórica, según la cual pueda
predecirse cuáles van a ser las creencias individuales que, por ejemplo, en el aspecto religioso van a
adoptar los
miembros de una sociedad.
Considerando una eventual aparición histórica de los instintos, Freud, sin
embargo, singulariza uno de ellos como de capital importancia en la elaboración de su
concepto del hombre.
Sabemos lo
que quiso
dejar patente el
ilustre creador del psicoanálisis moderno cuando emitió su teoría del "instinto de la muerte". Tampoco
nos son desconocidas, ni mucho menos, las profundas repercusiones sociales y
psicológicas de toda índole que han tenido la divulgación de sus ideas. Pero
¿cómo opera ese instinto? Según él, es "una
tendencia regresiva que existe como expresión de la inercia de la vida
orgánica"... "Cuando la vida se originó en la materia inorgánica, se
desarrolló una fuerte tensión, de la que el joven organismo procuró zafarse, regresando a
la
condición inanimada".
La objeción que
podemos hacer a ese juicio se comprende fácilmente, si nos fijamos en que, ni la ciencia lo
corrobora ni deja
de haber un componente dialéctico que enturbia el contenido del aserto. De él se desprende una vaga idea de que la naturaleza crea
seres mediante proyectos que esconden en su interior tendencias, no ya incompatibles, sino francamente
contradictorias.
La pauta de lo vivo es, claramente, la de seguir siéndolo. Los primeros microorganismos
que hubo sobre la Tierra no morían; se multiplicaban por escisión de los individuos unicelulares
indefinidamente. Sólo un accidente o circunstancias muy
adversas originadas en su medio ambiente podían matarlos. Su vocación era la permanencia vital, luego no hay razones para hablar de
ninguna inercia regresiva. Si acaso habría que
hacer hincapié en una inercia expansiva, difusora y de autoprotección de todas las formas de vida. Hay seres vivos que desde el punto de vista de la "normalidad"
(si puede entenderse así la reproducción
sexuada) están claramente diferenciados, como
por ejemplo, una planta similar a la mostaza llamada Arabidopsis, que es el organismo habitual de
trabajo para los
genetistas botánicos y que se autofertiliza. También podemos mencionar el curioso organismo conocido
como Rotifera Bdelloidea que no ha "practicado" sexo durante millones de
años, una
"abstinencia" de la que cabría pensar, amenazase gravemente su "salud
darwiniana" pero que, sin embargo, parece gozar de una robusta implantación.
¿Además, cómo el fenómeno que nos ocupa en nuestro análisis tiene tras de
sí una
historia biológica de más de tres mil millones de años, si está lastrado por una tendencia regresiva hacia lo que "no" era,
anteriormente?
No era desconocido por Freud que en los estudios hechos sobre los infusorios que se
reproducen por escisiparidad, se suceden sin problemas generaciones y generaciones de los mismos, a menos que se
envenene la solución
en que se encuentran, con los productos de su metabolismo. A ese respecto manifiesta con un tono desdeñoso: "Más aún en el caso de que los protozoarios demuestren
ser inmortales, en el sentido de Weismann, (biólogo alemán considerado uno de
los padres de la genética) la afirmación de que la muerte es una adquisición posterior no es valedera más que para las
exteriorizaciones manifiestas de la muerte, y no hace imposible ninguna
hipótesis sobre los procesos que hacia ella tienden." Ni por un momento reconsidera su postura de que, quizás, las
fuerzas instintivas no quieren llevar la vida a
la muerte, sino que pudiera haber implícita una ley, según la cual
el deterioro y el cambio es a lo que están abocadas
todas las cosas por el funcionamiento entrópico de nuestro mundo. Por
eso, a pesar de su falta de evidencia, vuelve a
insistir en que en los microorganismos, las fuerzas instintivas que llevan de la vida a la muerte podían actuar en
ellos desde un principio, aunque su efecto quede encubierto de tal modo por las fuerzas conservadoras
de la vida,
que sea muy difícil su descubrimiento.
Pero nosotros no tenemos por qué suponer que el joven organismo
debía estar "magnetizado" por su vuelta hacia atrás, a lo inorgánico, cuando de una manera efectiva "huía" hacia adelante. Es más, incluso
suponiendo la mortalidad real de todos los seres, independientemente de la forma en
que se reproducen, las causas del "cortocircuito mortal" habría que buscarlas en otro lado. Porque la forma en que se desnaturalizan las proteínas de los cuerpos de los seres vivos, no tienen por qué
constituir una variante freudiana de cómo las fuerzas
instintivas llevan la vida a la muerte, sino
simplemente de cómo la vida es incapaz de
seguir organizada eficazmente. Si todas las cosas acaban
arruinándose o convertidas en escombros y cadáveres por la tendencia entrópica al desorden que posee el mundo, y el proceso es visto psicológicamente como una catástrofe que deviene
a "cámara lenta" pero siempre de forma amenazadora, ¿cómo es que se admite que hay un instinto de muerte que de manera
indemostradamente esotérica actúa en paridad
de fuerzas con los instintos de la vida?
Pero prosigamos de momento con las proposiciones y juicios freudianos: "La meta original de los instintos permanece y es el regreso a la vida inorgánica, a la materia muerta." El fenómeno de la vida orgánica hay que atribuirlo a "influencias
externas y
perturbadoras y capaces de desviarlo".
En lugar de decir influencias "estimulantes", Freud las denomina "perturbadoras". ¿No es esto pesimismo a ultranza? La vida surgió sin que en
un principio tuviera su "contrapartida", lo cual quiere decir que no hay una oposición entre vida y muerte porque, como
hicimos notar en su momento, no hay una dialéctica de los procesos naturales, tal y como se empeñaron en
establecer la
mayor parte de los filósofos griegos, principalmente Platón. La muerte es una opción biológica, no
el desenlace obligado del acontecer vital. En los organismos formados por
muchas células, como una mosca o una ballena, la muerte llega cuando maduran o se desintegran, como una fase más del
curso normal del desarrollo.
La programación de la vida con desenlace mortal tiene
lugar a muchos niveles. Pensemos en las células que mueren de
manera regular en los flujos menstruales de las
hembras mamíferas. También sirve de ejemplo el de los árboles de hoja caduca que, al llegar el otoño en las zonas templadas del norte y el sur, pierden las hojas por la muerte de las células de su base. Si no hubiera un fenómeno cíclico de acortamiento de los días y descenso de
temperaturas al
llegar el invierno,
probablemente no morirían esas finas capas de células y las hojas no caerían.
Esos ejemplos de muerte no tienen que ver con la reproducción sexual sino con un programa de organización que se adapta a las circunstancias
concretas del
ambiente. La
apoptosis o proceso
de suicidio celular programado es
consustancial a numerosos fenómenos fisiológicos cuyo correcto desarrollo
depende de ese proceso. Así tenemos que es normal que se produzca en la metamorfosis, la embriogénesis, la ya mencionada caída
estacional de las hojas en los vegetales, en la ontogenia del sistema nervioso o en el desarrollo de la tolerancia por parte del sistema inmune adquirido. Eso en cuanto a lo que hace la naturaleza por si
misma, porque artificialmente, en la universidad de Massachussets, U. S. A., algunos investigadores
utilizando técnicas de ingeniería genética consiguieron insertar "genes de la muerte" en
células cultivadas en laboratorio que no
estaban programadas para morir. Al introducir ese ADN,
todas las
células potencialmente inmortales que estaban en el tubo de ensayo murieron de repente con una brusca detención de su metabolismo.
La muerte fue elegida durante un ensayo evolutivo exitoso, como una clave cierta en la
organización de estructuras más complejas, nada acordes con una supuesta
existencia de compulsiones regresivas hacia lo inorgánico. Al revés, eso es compatible con la
estrategia adoptada por la vida, no para evitar la muerte, sino para
seguir existiendo. Charles Myers nos dice que: "La propia conservación
es un principio en psicología tan real e importante como el principio físico de la
conservación de la energía." La tendencia regresiva hacia lo inorgánico es algo
que Freud probablemente infiere por la efectiva muerte
corporal de todos (a la corta o a la larga) los seres vivos, pero no por el inconsciente psíquico que posee auténtica ansia de vivir. El punto de vista de Sherrington es también esclarecedor:
"La mente, en su evolución, sanciona este punto de vista tradicionalmente
innato. La evolución salvaguarda y conserva este gusto de vivir característico
por parte del
yo. El egoísmo
inconsciente cobra ahora mayor eficacia al reforzarse por el efecto de la mente consciente."
La afirmación de
Nietzsche, a la que suponemos Freud se adheriría gustosamente, de que
"todo lo
que condujo
en tiempos primitivos a pensar en otro mundo no fue, por lo general, un impulso o necesidad, sino un error
en la
interpretación de determinados procesos naturales, una confusión del
intelecto", no parece convincente, pues un error intelectual siempre puede reconocerse, pero un impulso de una tendencia global a la persistencia, como es
el de la vida
nunca puede llegar a dominarse del todo. ¿Por qué habría de hacerse además? Quien lo autorreprime considera el impulso un voluntarismo enfermizo que
hay que erradicar con la fuerza de la voluntad racional y, de alguna manera alternativa, se adhiere a determinadas
proposiciones dogmáticas que, según él, deben regir su vida plenamente mortal. Su credo, de alguna
forma, le suministra el medio de sublimar la tendencia instintiva de modo indirecto. Siempre se hará, en
cualquier caso, aprovechando el impulso numénico
del
individuo y canalizándolo hacia otros fines.
Pero no nos desviemos del análisis realizado por Freud. Éste siguió diciendo: "El desarrollo del animal hombre no permanece encerrado en la historia geológica; el hombre llega a ser sobre
la base de
la
historia natural el sujeto y el objeto de su propia historia." ¿En qué quedamos? ¿No había una tendencia regresiva hacia lo inorgánico? La geología se aplica a lo inorgánico por excelencia. ¿Cómo es que ahora el hombre se hace tan "libre" que después de
"cortar amarras" con el pasado ancestral, se
apresta a ser el sujeto
y objeto de
su propio acontecer histórico?
El hombre tiene una amplia
potencialidad biológica que él desarrolla con su inteligencia, pero hay un sustrato determinista
biológico que no podemos rechazar. Y más profundamente aún, un
pasado geológico o inorgánico apegado a la física que lo forman los átomos, las moléculas, las proteínas de
nuestras vísceras, de nuestro cerebro, de nuestras neuronas... El hombre tiene raíces
biológicas y geológicas
tan hundidas en la Tierra (aunque dé paseos espaciales) como el árbol que busca con las
suyas el
acuífero vivificante. Freud niega en la práctica los "primeros principios"
para nosotros, y a continuación se contradice, manteniendo el hilo de conexión regresiva
con un pasado que no admite ya
como condicionante del hacer histórico humano.
Lo que puede observarse en
una
secuencia cronológica es el despliegue de diversos órdenes, que es también el que sirve de hilo
conductor en el que
se desarrollan los sucesos. Su enumeración es: geología
(física natural), biología (inteligencia e instintos, sin orden
de prelación) y, por último, historia y cultura (con inclusiones dogmáticas variadas). Este orden no tiene ningún significado, simplemente es
así, y
debemos suponer tácitamente la existencia de leyes universales de cuyo análisis o explicación causal
podemos decir de forma esquemática lo siguiente: tratamos de sucesos que son causa de otros
sucesos que llamamos "efectos" en relación con ciertas leyes
universales. Queremos
expresar que una relación íntima sin concesiones a algún tipo de fisuras
epifenoménicas rige el conjunto. Es cierto que, como dice Karl R. Popper, no hay leyes históricas
universales pero la historia es un eslabón (el último) de la cadena, cuyos precedentes entran dentro de las ciencias generalistas
que sí pueden ser objeto de aproximación hipotética, o sea, que nos
posibilitan la suposición de la existencia de ciertas condiciones generales que permitan
hacer predicciones susceptibles de ser contrastadas con los hechos.
Tomemos como hipótesis la relación causal entre dos ciencias generalistas: si
hubiera una
tendencia regresiva de lo orgánico a lo inorgánico debería darse por cierto algún
grado de vinculación bidireccional entre la geología y la biología, pero eso no ha podido verificarse de ninguna manera.
Los procesos geológicos no
prefiguran los
de orden biológico, únicamente los condicionan en la medida en que todos ellos tienen propiedades físico-químicas. Además los materiales propios de la geología que tienen un
carácter biófilo son como los elementos que componen la
estructura de una casa. Sin ellos no hay estructuras biológicas, de la misma manera que sin
ladrillos no hay casas, pero no hay nada que
nos indique que, en compensación, se produce una especie
de animismo en dirección opuesta, según el cual, los edificios tienden a ser ladrillos y las estructuras biológicas a recuperar su condición de materiales
inorgánicos desagregados.
Prosiguiendo
con Freud, vemos que éste escribe: "Si
originariamente la diferencia real entre el instinto de la vida y
el instinto de la muerte era muy
pequeña, en la historia del animal hombre crece hasta llegar a ser una característica
esencial del proceso histórico mismo." En
nuestra opinión, Freud está convencido de que la
vida se encamina a la muerte por una
especie de animismo deletéreo de carácter inmanente y retrogresivo, algo
así como un
muelle cuando lo estiramos y, al soltarlo, vuelve a su posición original. Pero no hay por qué identificar los materiales inorgánicos previos a la conformación de la vida, como
materiales muertos (cual supondría la creencia en una retrogresión animista), ya que sólo pueden ser
conceptuados como elementos o materiales desagregados que poseen determinadas
propiedades físico-químicas.
El instinto de la muerte no sólo no es
explicado por Freud mediante una adecuación a las características que admisiblemente rigen en la génesis y consolidación de todo
instinto, es decir, siguiendo unas leyes de individuación, confluencia y supervivencia,
sino que, además, sus supuestas manifestaciones son
harto erráticas y confusas. El instinto de la muerte tiene, seguramente, como fundamento teórico la agresividad y la destructividad en la conducta observada del Homo Sapiens. Esas tendencias, patológicamente consideradas, tal vez
pesaron demasiado a la hora de emitir un diagnóstico sobre el animal humano. Pero otros
autores suponen que la destructividad representa una forma de huir de un obsesivo sentimiento de impotencia, y se dirige sobre
aquellos objetos u obstáculos (incluido el propio individuo) que impiden la autorrealización personal.
Así,
Erich Fromm considera que no es aceptable una explicación de
corte biológico, ya que el grado de destructividad varía mucho entre distintos individuos y entre los grupos sociales,
y dice: "Si la hipótesis de Freud
fuera correcta, deberíamos admitir que la intensidad de los impulsos destructivos (en contra de uno mismo o de los demás) permanece aproximadamente constante. Los estudios antropológicos nos han familiarizado con determinados
pueblos que se caracterizan por cierto grado de destructividad, mientras que en otros faltan tales impulsos, ya sea en forma de hostilidades contra los demás o bien contra uno mismo."
Freud
sostiene, en cambio, que "las consecuencias del instinto de la muerte operan junto con los instintos sexuales; en tanto crezca la vida, el instinto de la muerte permanece
subordinado a éstos. La actividad del destructor depende de la líbido. Si se produce
un cambio cualitativo en el desarrollo de la sexualidad se ocasionará necesariamente un cambio en las manifestaciones del
instinto de la muerte". Consiguientemente, una
sexualidad libre dará como resultado una conformidad a nuestro inconsciente
mental y, por tanto, una adecuación al instinto de la muerte. Claro que habría que preguntarse
primero por qué el hombre dejó de ser promiscuo (como suponemos eran
nuestros ancestros) y si su impulso numénico se desarrolló precisamente en plena promiscuidad, cuando
es teóricamente imaginable que no habría represión de su líbido.
El hombre aprehendió lo que es la muerte, sus consecuencias e implicaciones, debido a su grado de inteligencia.
Fue un proceso de formación de conceptos derivado del desarrollo de la consciencia y el pensamiento. Los
instintos suponen la ceguera intelectual por antonomasia. El hombre cuando llegó a
saber lo que era la muerte, decidió instintivamente que no
quería morir.
Los
"aparatos" culturales y religiosos vinieron después y evolucionaron a lo largo de la historia
a medida que la imaginación desatada en la especie le llevó a creer en la posibilidad
de pensar en un
"salto" trascendente.
Podríamos pasar revista a infinidad de culturas primitivas
que todavía hoy, en los inicios del siglo XXI, subsisten en los más apartados rincones del planeta. Sus costumbres sexuales
son de lo más
variado y pintoresco,
pero no nos proporcionan una información que nos permita deducir como el instinto de la muerte se ha acomodado a
esas situaciones tan diversas. Los hombres primitivos, o para ser más exactos, los hombres de las culturas primitivas,
están aquejados de las mismas "insanas" fantasías que el impulso numénico adopta en sus variadas
manifestaciones. ¿Es que acaso todas las culturas están neurotizadas? Se ve que la historia, con la represión instintiva,
no sólo jugó una mala pasada a las culturas que hoy llamamos civilizadas, sino que también se la juega a los "buenos
salvajes" actuales.
En
nuestra opinión, la
acusada primacía de la instintividad sexual en pugna con el instinto de la muerte, lleva a Freud
sin más consideraciones, a negar cualquier otra tendencia de la naturaleza humana,
por mucho que pueda observarse su extensión y
desarrollo objetivo en las sociedades más
diversas de todo el mundo. De acuerdo con esa única y exclusiva idea,
aspira a la
implantación de una vida intensamente erótica en la que los instintos no fueran reprimidos culturalmente. Así las fantasías dejarían
de desempeñar papel alguno en la dinámica mental, porque la represión es un asunto del inconsciente, de un pasado subhistórico e incluso subhumano en el que se produjeron procesos primarios biológicos y mentales de marcado
carácter anómalo".
Freud traza un esquema de como fue la realidad, y a continuación elabora un "modelo" de "como debería haber
sido". En consecuencia, propugna el ensalzamiento de un instinto
"adecuadamente natural" que hiciese "olvidar" otros que no
tenían razón de ser. Su idea no es nueva, puesto que ya Bacon sugería que sólo
es posible dominar a la naturaleza "obedeciéndola". Pero a nosotros nos parece que una ciega obediencia a los impulsos sexuales sería una simple imitación de la naturaleza, y ni siquiera hay una
ley natural que prescriba lo que es imitable en aquélla. En el ser humano la naturaleza se
diversifica, que diría Pascal. El hombre es, de por sí, naturaleza, y aunque la razón humana es un producto de ésta, no se
puede conformar con ejercer una mera y ciega obediencia, ya que es su propia "punta de
lanza" en un sentido diversificador.
Si tenemos una obsesión es la de no ser reduccionistas y, precisamente, al hablar de la historia del ser humano se simplifican demasiado las cosas. Cuando
mencionamos la civilización nos referimos a la nuestra, a la del llamado mundo moderno, casi asimilable al estilo de vida
occidental; nos importa mucho cómo evolucionó y cuál fue su pasado. Pero no sería justo que las midiéramos a todas
por el mismo
rasero del
fracaso de la
historia. Según esa teoría, por el hecho de pertenecer a
nuestra cultura hay unas consecuencias represoras de los individuos, que reaccionan elaborando insanas fantasías
desprovistas de sentido. Pero todos los seres humanos de todas las culturas, descienden sin excepción de aquellos ancestros
comunes que no tuvieron un pasado "subhumano" (ésa es una idea mecanicista)
generador de una "subhistoria".
El hombre fue
condicionado y
determinado por sus antecesores "prehumanos", llegándose así a forjar
la
"protohistoria". Mas allá de la utilización correcta del término en el desarrollo de las "industrias líticas", puede negarse la existencia de la prehistoria humana
como algo que nos sea medianamente asequible. En
cuanto a la aparición
del instinto de la muerte se argumenta que
pudo aparecer en esa transición "subhistoria-historia" que no
logramos vislumbrar. Más bien parece que desde la protohistoria el inconsciente y el consciente mental ya estaban perfectamente conformados. Antes de que las hordas
humanas tuvieran suficiente consistencia como para desplazarse en masa de unos lugares a otros, los hombres primitivos ya
eran marcadamente prerreligiosos, lo que quiere decir que su imaginación funcionaba. Además, los procesos mentales del razonamiento y la imaginación se
superpusieron y complementaron, sirviendo de base fundamental a los pensamientos. No
podemos acusar a los hombres primitivos de tener imaginación fantasiosa, al mismo tiempo que
nosotros fantaseamos sobre como debería haber sido el uso correcto de esa misma
imaginación. Demos valor el carácter fáctico de la historia.
La necesidad y el dolor subjetivos fueron
provocados por un
encadenamiento de sucesos geológico-biológicos, a los que se añadieron los ingredientes derivados
de una
lucha por la existencia
en los
umbrales de la civilización. En un escenario con esas características aparecen los primeros seres humanos,
pero por los
efectos de retroactividad y retroalimentación del proceso de selección evolutiva, la misma naturaleza
respondió a sus demandas genéticas dotándoles de unas capacidades adecuadas a la
necesaria adaptación que habría de producirse.
El dispositivo de la evolución dejó al animal hombre en
disposición de valerse por si mismo, aun en su indefensión relativa. ¿Por qué la naturaleza compuso
un marco de origen tan peculiar y no otro? La selección, multimillonaria en años de actuación no pudo
equivocarse. Los
seres humanos están adaptados intrínsecamente de una manera perfecta, aunque
funcionalmente presenten "deficiencias" achacables a las necesarias
participaciones en las que se hallan inmersos, contribuyendo a sostener un nivel de orden
estructural del mundo, que quizá nunca podamos imaginar. La capacidad de
raciocinio, muy probablemente (aun con sus insuficiencias) contribuyó directa y principalmente a ser una forma más de expresión
del orden estructural del mundo. Según eso, el instinto y la razón, aunque de forma
un tanto vacilante, se ayudaron mutuamente. El primero, singularizado
específicamente en el de la propia conservación, forzó al raciocinio en su elementalidad,
empujándole a conjeturar con una lógica, si se quiere, primitiva pero absolutamente humana.
El medio humanizó
genética y culturalmente
al hombre, y éste procuró utilizar
a aquél en su beneficio dejándonos los restos de su intento de humanización del mismo, con abundantes e incipientes señales
de ceremonias religiosas y rituales desconocidos. Esto es tanto más digno de
mención, si se considera de cuan distintos datos ha partido la fantasía capaz de
crear las
figuras de los
númenes, de los
dioses, y entre que diferencias de razas, de medio ambiente, de relaciones
sociales y de
otros tipos se ha realizado su evolución.
Bien mirado, pues, ¿qué
podía importarle al hombre primitivo que existiese un mundo de ultratumba o no si no hubiese sido, básicamente, porque "no quiso morir", al entender lo que suponía para su
propio futuro la desintegración y el hedor de los cuerpos muertos de sus congéneres al descomponerse? La estrecha asociación
de ideas entre la existencia de divinidades y alguna forma de trascendencia
espiritual se dio al ser posible concebir un mundo desconocido y muy diferente a éste, poblado de seres que pudieran
invocarse en momentos de peligro, de súplica, de favor, etc. En esas
circunstancias arraiga profundamente el culto a la naturaleza y divinización de los objetos naturales. Después, poco a poco, debido a la presión del mismo sentimiento numénico, esas asociaciones se desmaterializan, o más bien, se espiritualizan.
Es entonces cuando los oscuros contenidos sentimentales (que en un primer momento pueden
ser incluso de apariencia demoníaca) que se refieren a entes supraempíricos salen a la luz viviendo de si
propios. En consecuencia, sus dioses eran imponentes, caprichosos y con poderes compartidos
o en disputa, reflejo sin duda del carácter antropomórfico que les atribuían. Su
existencia garantizaba no sólo una ayuda para soportar los sinsabores y penalidades de la vida, sino también la de otra futura de
ultratumba, siguiendo los rituales y normas autoimpuestos que suponían debían agradarles.
Todavía falta el proceso de racionalización, refinamiento y moralización que más
tarde ha de manifestarse progresivamente. El primitivismo de esas asociaciones mentales consiste en la forma entusiasta, desmesurada
e incluso fanática en que queda prendido el ánimo. Pero el estrecho emparejamiento de ideas entre la existencia de seres
espirituales o
divinidades y
su aspiración a la trascendencia, se comprende fácilmente si se piensa que
sólo mediante la intercesión de alguien muy poderoso podría conseguirse.
En cierto modo, el deseo de trascendencia, condiciona el carácter de la creencia y no al revés. No fue la voluntad de creencia la
que generó el
desarrollo de su vida prerreligiosa, sino su
deseo de elevación espiritual hacia otras dimensiones distintas de las que componen la realidad
circundante.
Combatir un tipo de deseos primarios y "poco razonables" como los que generaron nuestra psiquis colectiva actual,
con una anteposición relevante de otra clase de tendencias que los desplacen e incluso anulen del todo es la idea sugerida por Freud. Pero
la propuesta
alternativa de un intenso erotismo a lo largo de la vida no haría al ser humano desistir en su interés por alguna forma de
elevación o trascendencia espiritual no reducible a lo material, pues,
simplemente basándonos en la propia argumentación freudiana, hay muchos motivos de sufrimiento
en la existencia
del hombre como
para que la mente desista en su
rechazo a someterse a la realidad de su entorno inmediato. Un motivo de intenso
sufrimiento es, paradójicamente, (y en esto tampoco parece reparar Freud) que la mente también sabe
que el placer
siempre se acaba. Esa perspectiva desasosiega. Sobre toda felicidad (y no se nos
malinterprete, no identificamos felicidad con placer) flota la "nube oscura" de una posible desgracia. El principio de realidad
impone siempre su primacía sobre un supuesto "principio del placer" y la hace valer de una
manera efectiva. La realidad es "sufriente", incluso para la criatura más
dadivada por la naturaleza. ¿Qué hay
de las
enfermedades, los
accidentes, las fricciones sociales, las guerras, el hambre, las muertes de otros seres queridos? Todos ellos son motivos más que
suficientes para que el principio de realidad y el del placer (si es que el placer es reducible a un principio) estén siempre
descompensados en detrimento del segundo.
Como
dice Deleuze, "La vida biopsíquica implica un campo de
individualización en el que las diferencias de
intensidad se distribuyen por aquí y por allá, bajo la forma de excitaciones. Se denomina
placer al proceso,
a la vez cuantitativo y cualitativo, que resuelve la diferencia. Semejante
conjunto, reparto móvil de diferencias y resoluciones locales en un campo intensivo, se corresponde con lo que Freud denominaba el Ello. La palabra <<ello>> no designa únicamente
en este sentido a un
pronombre temible y desconocido, sino también a un adverbio de lugar móvil <<aquí y allá>> de las excitaciones y de sus resoluciones. Y es aquí donde el problema de Freud
recomienza: se trata de saber de qué modo el placer va a dejar de ser un proceso para convertirse en un principio, deja de
ser un proceso local para convertirse en un principio empírico que tiende a
organizar la vida biopsíquica en el Ello. Es evidente que el placer forma placer,
pero no hay ninguna razón para que adopte un
valor sistemático de acuerdo con el cual se lo busque como <<principio>>".
Por otra parte, que
"algo" vaya en detrimento del principio del placer no deja de ser
bastante impreciso ontológica y psicológicamente, pues el mismo Freud se confiesa: "Nos
agregaríamos gustosos a una teoría filosófica o psicológica que supiera decirnos cuál es el significado de las sensaciones de placer y displacer, para nosotros
tan imperativo; pero desgraciadamente, no existe ninguna teoría de este género
que sea totalmente admisible". Es cierto que son relativamente fáciles de
localizar las fuentes de displacer. En cambio, son mucho más difusos los
factores que actúan sobre las sensaciones de placer. ¿Cómo encima vamos a sacar significaciones
de los mismos? Los displaceres son
genéricos, mientras que los placeres están individualizados. Identificar éstos, por tanto, con la sexualidad, parece
cuando menos excesivo. El monolitismo de la interpretación psicoanalítica trata de establecer un monismo
del instinto al representarlo en la unidad del instinto sexual cuando en la estructura del sistema
nervioso hay fijados diversos circuitos de reacciones condicionadas.
Pero aún hemos de hacer
la suprema objeción a Freud sobre el método utilizado para
su análisis del animal humano, y es la "dialectización"
(en un sentido hegeliano) del mismo. La dialéctica, un juego de ideas griego que consistía en enfrentar el "ser" con el "no ser" sin
saber por qué ni para qué, ha llegado en su dinámica hasta nuestros días,
pero con una diferencia
fundamental. La dialéctica, en el sentido platónico, requería el sacrificio del principio clásico de
no contradicción si se quería pensar realmente en la unidad de los opuestos. Sin embargo,
en Freud, al igual
que en
Hegel, la contradicción
ya no es un
error esporádico de razonamiento, sino esencialmente un concepto estructurado
objetivamente, frente al cual la razón no debe retroceder. Bajo el subterfugio de la unidad de los contrarios o la síntesis de múltiples
determinaciones se articulan verdaderos contenidos dogmáticos en transito hacia una supuesta
objetividad con autonomía propia.
Es desde esa perspectiva como se analiza todo en la actualidad. Así,
tenemos placer contra realidad, instinto contra religión, deseo consciente contra tendencia regresiva del inconsciente, sentimiento contra error intelectual,
realidad lógica contra realidad real... En fin, es la guerra de todos contra todos, utilizando los "arsenales" dialécticos, llenos a rebosar de contradicciones superadas
por una
estructuración racional de carácter objetivo.
A nosotros se nos ocurre que es mucho más sencillo pensar que el instinto sanciona positivamente
la vida, y viceversa. La vida humana quiere la felicidad sin
restricciones, y la mente recoge el mensaje reelaborándolo conscientemente. Hacerlo de forma inteligente
requirió volverse más y más compleja, agrupándose los "inmortales" organismos unicelulares. Después de aproximadamente dos
mil millones de años de existencia "no
mortal" y, por tanto, sin tendencias regresivas hacia lo inorgánico, de forma "voluntaria" muchas clases de células consintieron en su propia
autodestrucción con tal de que el mensaje llegase a ser transmitido a los nuevos seres, con probada eficacia
sexual.
Aparentemente, si la vida eligió el procedimiento autoelusivo de la muerte como fórmula de acceso a la construcción y desarrollo de poderosas estructuras biológicas después de
tan larga "meditación" geológico-biológica, es porque no
hay dualidad contradictoria entre ambas. En ese caso, una tensión dialéctica vida-muerte puede ser sólo
algo imaginado, como todo lo que en la naturaleza es considerado una contraposición. Las limitaciones de orden cuántico, atómico y molecular que acotan las especificidades de la materia, determinan la existencia de un
espectro agregativo estructural biológico, es decir, lo que al menos en nuestro planeta
viene a constituir la "franja vital" biosférica. Los organismos unicelulares
no tuvieron acceso a toda la franja vital o, lo que es lo mismo, a la difusión por todo el espectro que la complejidad asociativa permite, hasta que no "aceptaron" morir. De alguna manera, su programa genético "decidió" seguir esa vía en
beneficio de un
desarrollo estructural que, quizás, de otra manera no hubiera podido producirse.
Diacrónicamente, la transmisión sexual se reveló como un método excelente (aunque no único ni alternativo) para la difusión del mensaje que posibilitara la concreta estructuración primaria, relativamente invariante y directa, de las ontogenias. Dado que los "objetivos" de difusión y estructuración carecen
de propiedades causales mutuas, aunque se suceda el uno al otro, es harto aventurado tratar de establecer entre ellos una conexión de carácter
biunívoco condicionante del psiquismo humano.
Con el sexo no debió comenzar la historia del placer sobre la Tierra. La vida era anterior a esa
forma "tardía" de propagación de si misma, lo que parece sugerir que lo vital no se embriaga sensualmente,
sino vitalmente. La vida es de por sí al perseverar en su existir cuánto y cómo le es posible, una confirmación de que el estímulo originario fue un hecho placentero de "producción" que precedió en mucho cronológicamente al primer hecho placentero
de "reproducción". La sexualidad no tiene por qué ser una especie de
descarga del
peso de la existencia
ni una "compensación" vital por la aparición de la muerte en el horizonte evolutivo de las especies, sino que más bien debe ser una estrategia de la naturaleza, diseñada (podría pensarse incluso que hasta arteramente) de forma que la vida a pesar de la presencia de la muerte y el sufrimiento existencial,
llega a difundirse profusamente.
El pansexualismo de Freud se
manifiesta de manera muy firme y con gran convicción, lo que no quita para que en
algunos pasajes exprese dudas o vacilaciones al respecto, como cuando escribe: "Es tan poco lo que la ciencia nos dice sobre la génesis de la sexualidad, que puede compararse este problema con unas profundísimas tinieblas en las que no ha penetrado aún el rayo de luz de las hipótesis." Llegado ese punto en sus
investigaciones, replantea la cuestión de que tal vez haya concedido "excesiva" importancia
a esas clases de hechos, y es que, desgraciadamente, "pocas veces se es imparcial cuando se
trata de las
últimas causas, de los grandes problemas de la ciencia y de la vida". Pero que
Freud haga autocrítica no quiere decir ni mucho menos que se vuelva tolerante con opiniones distintas a la suya. Bien es
verdad que tampoco se pueden encontrar "hipótesis sobre el hombre" (que además son siempre hipótesis cosmológicas) que concilien algunos rasgos siquiera tangencialmente con la hipótesis
freudiana, y
que no
deban ser calificadas de absolutamente alternativas.
Un cierto grado de
erotización social podría constituir una "válvula de escape" o un instrumento de mitigación de las tensiones dolorosas de la existencia, ya que ambas cosas son susceptibles de
alcanzar un
grado de intensidad relativo, pero un nivel de erotización tan
alto como para proporcionar "conformidad inconsciente" ante la perspectiva de la mortalidad (prescindiendo de la supuesta capacidad de verificación
de la
existencia del instinto de la muerte) es mucho más difícil de creer, ya que un fenómeno caracterizado por
su relativismo nos parece poco cualificado para contrarrestar los efectos psíquicos de otro, caracterizado por su rotundidad o absolutismo totalizador
como es la muerte.
La vida es, pues, un "placer" de carácter extensivo y consolidado, muy anterior a la fórmula sexual de reproducción que conlleva aparejado el "placer" de carácter intensivo, fugaz y errático.
Uno de los enfrentamientos dialécticos de nuestro tiempo
surge al mostrar adhesión incondicional o repudio del contenido de este
sencillo enunciado: "Eros, el aplacador de Tanatos" Si nos llevamos
bien con el "mensajero", es decir el sexo, y desvalorizamos el
"mensaje", o sea considerando la
vida un paréntesis fugaz del existente, que se
diluye en la nada, Freud está
"contento" y algunos dogmas "disgustados". Si,
alternativamente, amamos el "mensaje" y despreciamos al "mensajero", algunos dogmas tradicionales se ven ampliamente satisfechos y Freud piensa que eso
es oscurantismo. Pero si por casualidad a alguien se le ocurre la
"descabellada" idea de que es bueno aprovechar lo mejor de ambas cosas, tanto Freud
como los
dogmas corporativos se indignan porque según ellos, "no casa" con sus esquemas. Hasta
ese punto están "dialectizadas" las relaciones entre el psicoanálisis freudiano y los dogmas. En otras
palabras, el
"dogma" moderno va directamente contra los dogmas tradicionales y viceversa. Dogma
contra dogmas, o
la vida como
argumento contra la vida como argumento,
pero, eso sí, todos intentando exorcizar la muerte. Al defender la vuelta a una instintividad natural, se
olvida el
principal instinto que tenemos el de "seguir siendo".
Se rastrea tanto en el inconsciente mental persiguiendo el rastro del instinto de la muerte, que se desecha el consciente por "malformado". La consecuencia a la vista está: todo el mundo dice que la realidad no es real. Seguramente tendremos que ir pensando en llamarla de otra manera.
El pensamiento de Ortega es
verdaderamente revelador y de una coherencia
que se aparta de
todo extremismo dogmático. Para él, la cultura es un instrumento biológico y nada más. Situada frente y contra
la vida, representa
una subversión
de la parte contra el todo. "Urge reducirla
a su puesto y oficio. Dentro de pocos años parecerá absurdo que se haya exigido a la vida ponerse al servicio de la cultura." Como
se ve, el concepto de
vida orteguiano además de no ser cerrado y dejarlo libre para
contemplar posibles interpretaciones intersubjetivas, es más amplio que en Freud. En el tienen cabida el principio de realidad, la vida instintiva en general y también, como es lógico presidiéndolo todo, la "razón vital".
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