martes, 10 de enero de 2012

55- ¿Instinto de la muerte o perseverancia en el Ser?





55-¿INSTINTO DE LA MUERTE O PERSEVERANCIA EN EL SER?

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Ubi dubium ibi libertas: Donde hay duda hay libertad

Proverbio Latino


                   Cuando emergieron las estructuras profundas de la conciencia de nuestros antepasados, lo hicieron con una carga de elementos ahistóricos, colectivos, invariables y dogmáticos, a la par que sus estructuras superficiales asociadas, destacaban notablemente por su variabilidad en todas partes, debido a su condicionamiento histórico y su moldeamiento cultural. Entre esas estructuras profundas es de resaltar el impulso numénico que, a su vez, tiene mucho que ver con la tendencia a perseverar en el ser de los individuos humanos. Dado que las estructuras o formas superficiales de la mente, es decir, sus sistemas particulares de creencias, lenguas, ideologías, costumbres, etc., están en gran medida conformadas por la cultura en la que estas mentes se desarrollan y son diferentes en todas partes, no definen las "reglas del juego". Son, por el contrario, las estructuras profundas las que lo definen. Como dice Ken Wilber estableciendo un símil entre los juegos de ajedrez y de damas, "es posible alterar las estructuras superficiales, fabricar las piezas de arcilla, plástico o madera, y el juego básico seguirá siendo el mismo. Incluso es posible utilizar piedras; lo único que se debe hacer es transcribir las piezas de acuerdo con las reglas básicas, es decir, mostrar como cada pieza encaja en las reglas de la estructura profunda. Esa relación de las estructuras profundas con las superficiales es la trascripción. Finalmente, el movimiento de las piezas sobre el tablero, o la ejecución de una jugada es la traslación.
                   Si cambiamos ahora la estructura profunda, cambiamos las reglas básicas del juego y entonces, evidentemente, ya no se trata del mismo juego. Lo hemos transformado en algo distinto, quizás otro buen juego o tal vez un lío. Si uno desea comprar un juego de ajedrez, pero dispone de un tablero de damas, con sus piezas correspondientes, puede transformarlo en un juego de ajedrez, mediante una serie de pasos: primero, cambiar las reglas, o transformar la estructura profunda en la del ajedrez; luego transcribir las damas, de acuerdo con sus funciones en el ajedrez, lo cual significa señalarlas como torre, rey, peón, etc., y finalmente trasladar estas estructuras superficiales de acuerdo con las reglas profundas del ajedrez".
                   Entonces ¿estamos ante un juego de ajedrez o ante un juego de damas? El "tablero de la vida" (un campo que permite el uso de tácticas y estrategias diversas) es el mismo, pero los movimientos, el valor y las funciones de las fichas difieren muy considerablemente. ¿Cómo podríamos compaginar las reglas del impulso de perseverancia en el ser de la consciencia, con las reglas del "instinto de la muerte", paradigma de estructura profunda, que propugnaba Freud? A nuestro modo de ver, es una tarea imposible en la medida en que en el primer caso hablamos de una tendencia enraizada realmente en una estructura profunda, mientras que para Freud la naturaleza de los instintos es adquirida "históricamente". Según esta última tesis, el hombre actual en lo que respecta a sus instintos es una mera construcción histórica que arranca en los umbrales mismos de la civilización.
                   Es curioso que Freud dé tanta importancia al influjo de la historia sobre el hombre y sus instintos cuando, a nuestro parecer, es mucho más importante el fenómeno inverso. Los hombres forjan la historia y sin ellos no la habría. Ningún otro animal "hace historia", porque es un efecto que no puede derivarse de una capacidad que no tiene. Bien; ¿pero que es un hecho histórico? ¿Es acaso un hecho registrado en los anales de la historia? Que los hechos históricos se pierden en la noche de los tiempos es evidente; por tanto, nada nos impide asegurar que hubo muchos hechos "registrables" no registrados por la historia. ¿Acaso los hechos registrables no registrados por la historia no deben considerarse como hechos históricos? Imaginamos que Freud no quiso insinuar semejante cosa. Además, el primer hecho histórico digno de ser calificado así tuvo lugar en el seno de un grupo humano tan reducido en componentes como queramos imaginar, pero era un grupo "humano". De ahí se desprende que el hombre es anterior a la historia, aunque parezca que hay establecida una relación fenomenal intensa entre ambos desde el primer momento. Los grupúsculos aislados que formaban las tribus de cazadores, de los primeros Homos estaban muy dispersos geográficamente y todavía no tenían capacidad de hacer historia. Sin embargo, por otra parte, hay que señalar que ningún hombre escapa al influjo psicológico de otros hombres. Por tanto, es razonable pensar que los de personalidad más acusada convencieron de sus ideas a los más influenciables o menos capaces de tener las suyas propias. Esto nos lleva a colegir que, preferentemente, las convicciones prerreligiosas o religiosas tuvieron que ver más con procesos psicológicos que históricos. Otra cosa es que a lo largo de la historia, las guerras, los desplazamientos de poblaciones, las invasiones, etc., provocasen convulsiones sociales e imposiciones de nuevas ideas religiosas, que luego suelen sustentar durante periodos muy dilatados de tiempo, las nuevas culturas creadas.
                   Ahora bien, es cierto que las culturas que se suceden a lo largo de la historia ejercen fuerte presión para uniformar las conciencias individuales a ese respecto, pero no tanta como para incrustarse genéticamente en la personalidad humana. No puede negarse que toda evolución social e histórica ejerce una fuerte influencia en los individuos que sufren esa transformación, pero también es verdad que no hay una ley de la evolución histórica, según la cual pueda predecirse cuáles van a ser las creencias individuales que, por ejemplo, en el aspecto religioso van a adoptar los miembros de una sociedad.
                   Considerando una eventual aparición histórica de los instintos, Freud, sin embargo, singulariza uno de ellos como de capital importancia en la elaboración de su concepto del hombre. Sabemos lo que quiso dejar patente el ilustre creador del psicoanálisis moderno cuando emitió su teoría del "instinto de la muerte". Tampoco nos son desconocidas, ni mucho menos, las profundas repercusiones sociales y psicológicas de toda índole que han tenido la divulgación de sus ideas. Pero ¿cómo opera ese instinto? Según él, es "una tendencia regresiva que existe como expresión de la inercia de la vida orgánica"... "Cuando la vida se originó en la materia inorgánica, se desarrolló una fuerte tensión, de la que el joven organismo procuró zafarse, regresando a la condición inanimada".
                   La objeción que podemos hacer a ese juicio se comprende fácilmente, si nos fijamos en que, ni la ciencia lo corrobora ni deja de haber un componente dialéctico que enturbia el contenido del aserto. De él se desprende una vaga idea de que la naturaleza crea seres mediante proyectos que esconden en su interior tendencias, no ya incompatibles, sino francamente contradictorias.
                   La pauta de lo vivo es, claramente, la de seguir siéndolo. Los primeros microorganismos que hubo sobre la Tierra no morían; se multiplicaban por escisión de los individuos unicelulares indefinidamente. Sólo un accidente o circunstancias muy adversas originadas en su medio ambiente podían matarlos. Su vocación era la permanencia vital, luego no hay razones para hablar de ninguna inercia regresiva. Si acaso habría que hacer hincapié en una inercia expansiva, difusora y de autoprotección de todas las formas de vida. Hay seres vivos que desde el punto de vista de la "normalidad" (si puede entenderse así la reproducción sexuada) están claramente diferenciados, como por ejemplo, una planta similar a la mostaza llamada Arabidopsis, que es el organismo habitual de trabajo para los genetistas botánicos y que se autofertiliza. También podemos mencionar el curioso organismo conocido como Rotifera Bdelloidea que no ha "practicado" sexo durante millones de años, una "abstinencia" de la que cabría pensar, amenazase gravemente su "salud darwiniana" pero que, sin embargo, parece gozar de una robusta implantación.    
                   ¿Además, cómo el fenómeno que nos ocupa en nuestro análisis tiene tras de sí una historia biológica de más de tres mil millones de años, si está lastrado por una tendencia regresiva hacia lo que "no" era, anteriormente?
                   No era desconocido por Freud que en los estudios hechos sobre los infusorios que se reproducen por escisiparidad, se suceden sin problemas generaciones y generaciones de los mismos, a menos que se envenene la solución en que se encuentran, con los productos de su metabolismo. A ese respecto manifiesta con un tono desdeñoso: "Más aún en el caso de que los protozoarios demuestren ser inmortales, en el sentido de Weismann, (biólogo alemán considerado uno de los padres de la genética) la afirmación de que la muerte es una adquisición posterior no es valedera más que para las exteriorizaciones manifiestas de la muerte, y no hace imposible ninguna hipótesis sobre los procesos que hacia ella tienden." Ni por un momento reconsidera su postura de que, quizás, las fuerzas instintivas no quieren llevar la vida a la muerte, sino que pudiera haber implícita una ley, según la cual el deterioro y el cambio es a lo que están abocadas todas las cosas por el funcionamiento entrópico de nuestro mundo. Por eso, a pesar de su falta de evidencia, vuelve a insistir en que en los microorganismos, las fuerzas instintivas que llevan de la vida a la muerte podían actuar en ellos desde un principio, aunque su efecto quede encubierto de tal modo por las fuerzas conservadoras de la vida, que sea muy difícil su descubrimiento.  
                   Pero nosotros no tenemos por qué suponer que el joven organismo debía estar "magnetizado" por su vuelta hacia atrás, a lo inorgánico, cuando de una manera efectiva "huía" hacia adelante. Es más, incluso suponiendo la mortalidad real de todos los seres, independientemente de la forma en que se reproducen, las causas del "cortocircuito mortal" habría que buscarlas en otro lado. Porque la forma en que se desnaturalizan las proteínas de los cuerpos de los seres vivos, no  tienen por qué constituir una variante freudiana de cómo las fuerzas instintivas llevan la vida a la muerte, sino simplemente de cómo la vida es incapaz de seguir organizada eficazmente. Si todas las cosas acaban arruinándose o convertidas en escombros y cadáveres por la tendencia entrópica al desorden que posee el mundo, y el proceso es visto psicológicamente como una catástrofe que deviene a "cámara lenta" pero siempre de forma amenazadora, ¿cómo es que se admite que hay un instinto de muerte que de manera indemostradamente esotérica actúa en paridad de fuerzas con los instintos de la vida?
                   Pero prosigamos de momento con las proposiciones y juicios freudianos: "La meta original de los instintos permanece y es el regreso a la vida inorgánica, a la materia muerta." El fenómeno de la vida orgánica hay que atribuirlo a "influencias externas y perturbadoras y capaces de desviarlo".
                   En lugar de decir influencias "estimulantes", Freud las denomina "perturbadoras". ¿No es esto pesimismo a ultranza? La vida surgió sin que en un principio tuviera su "contrapartida", lo cual quiere decir que no hay una oposición entre vida y muerte porque, como hicimos notar en su momento, no hay una dialéctica de los procesos naturales, tal y como se empeñaron en establecer la mayor parte de los filósofos griegos, principalmente Platón. La muerte es una opción biológica, no el desenlace obligado del acontecer vital. En los organismos formados por muchas células, como una mosca o una ballena, la muerte llega cuando maduran o se desintegran, como una fase más del curso normal del desarrollo.
                   La programación de la vida con desenlace mortal tiene lugar a muchos niveles. Pensemos en las células que mueren de manera regular en los flujos menstruales de las hembras mamíferas. También sirve de ejemplo el de los árboles de hoja caduca que, al llegar el otoño en las zonas templadas del norte y el sur, pierden las hojas por la muerte de las células de su base. Si no hubiera un fenómeno cíclico de acortamiento de los días y descenso de temperaturas al llegar el invierno, probablemente no morirían esas finas capas de células y las hojas no caerían.
                   Esos ejemplos de muerte no tienen que ver con la reproducción sexual sino con un programa de organización que se adapta a las circunstancias concretas del ambiente. La apoptosis o proceso de suicidio celular programado es consustancial a numerosos fenómenos fisiológicos cuyo correcto desarrollo depende de ese proceso. Así tenemos que es normal que se produzca en la metamorfosis, la embriogénesis, la ya mencionada caída estacional de las hojas en los vegetales, en la ontogenia del sistema nervioso o en el desarrollo de la tolerancia por parte del sistema inmune adquirido. Eso en cuanto a lo que hace la naturaleza por si misma, porque artificialmente, en la universidad de Massachussets, U. S. A., algunos investigadores utilizando técnicas de ingeniería genética consiguieron insertar "genes de la muerte" en células cultivadas en laboratorio que no estaban programadas para morir. Al introducir ese ADN, todas las células potencialmente inmortales que estaban en el tubo de ensayo murieron de repente con una brusca detención de su metabolismo.
                   La muerte fue elegida durante un ensayo evolutivo exitoso, como una clave cierta en la organización de estructuras más complejas, nada acordes con una supuesta existencia de compulsiones regresivas hacia lo inorgánico. Al revés, eso es compatible con la estrategia adoptada por la vida, no para evitar la muerte, sino para seguir existiendo. Charles Myers nos dice que: "La propia conservación es un principio en psicología tan real e importante como el principio físico de la conservación de la energía." La tendencia regresiva hacia lo inorgánico es algo que Freud probablemente infiere por la efectiva muerte corporal de todos (a la corta o a la larga) los seres vivos, pero no por el inconsciente psíquico que posee auténtica ansia de vivir. El punto de vista de Sherrington es también esclarecedor: "La mente, en su evolución, sanciona este punto de vista tradicionalmente innato. La evolución salvaguarda y conserva este gusto de vivir característico por parte del yo. El egoísmo inconsciente cobra ahora mayor eficacia al reforzarse por el efecto de la mente consciente."
                   La afirmación de Nietzsche, a la que suponemos Freud se adheriría gustosamente, de que "todo lo que condujo en tiempos primitivos a pensar en otro mundo no fue, por lo general, un impulso o necesidad, sino un error en la interpretación de determinados procesos naturales, una confusión del intelecto", no parece convincente, pues un error intelectual siempre puede reconocerse, pero un impulso de una tendencia global a la persistencia, como es el de la vida nunca puede llegar a dominarse del todo. ¿Por qué habría de hacerse además? Quien lo autorreprime considera el impulso un voluntarismo enfermizo que hay que erradicar con la fuerza de la voluntad racional y, de alguna manera alternativa, se adhiere a determinadas proposiciones dogmáticas que, según él, deben regir su vida plenamente mortal. Su credo, de alguna forma, le suministra el medio de sublimar la tendencia instintiva de modo indirecto. Siempre se hará, en cualquier caso, aprovechando el impulso numénico del individuo y canalizándolo hacia otros fines.
                   Pero no nos desviemos del análisis realizado por Freud. Éste siguió diciendo: "El desarrollo del animal hombre no permanece encerrado en la historia geológica; el hombre llega a ser sobre la base de la historia natural el sujeto y el objeto de su propia historia." ¿En qué quedamos? ¿No había una tendencia regresiva hacia lo inorgánico? La geología se aplica a lo inorgánico por excelencia. ¿Cómo es que ahora el hombre se hace tan "libre" que después de "cortar amarras" con el pasado ancestral, se apresta a ser el sujeto y objeto de su propio acontecer histórico?
                   El hombre tiene una amplia potencialidad biológica que él desarrolla con su inteligencia, pero hay un sustrato determinista biológico que no podemos rechazar. Y más profundamente aún, un pasado geológico o inorgánico apegado a la física que lo forman los átomos, las moléculas, las proteínas de nuestras vísceras, de nuestro cerebro, de nuestras neuronas... El hombre tiene raíces biológicas y geológicas tan hundidas en la Tierra (aunque dé paseos espaciales) como el árbol que busca con las suyas el acuífero vivificante. Freud niega en la práctica los "primeros principios" para nosotros, y a continuación se contradice, manteniendo el hilo de conexión regresiva con un pasado que no admite ya como condicionante del hacer histórico humano.
                   Lo que puede observarse en una secuencia cronológica es el despliegue de diversos órdenes, que es también el que sirve de hilo conductor en el que se desarrollan los sucesos. Su enumeración es: geología (física natural), biología (inteligencia e instintos, sin orden de prelación) y, por último, historia y cultura (con inclusiones dogmáticas variadas). Este orden no tiene ningún significado, simplemente es así, y debemos suponer tácitamente la existencia de leyes universales de cuyo análisis o explicación causal podemos decir de forma esquemática lo siguiente: tratamos de sucesos que son causa de otros sucesos que llamamos "efectos" en relación con ciertas leyes universales. Queremos expresar que una relación íntima sin concesiones a algún tipo de fisuras epifenoménicas rige el conjunto. Es cierto que, como dice Karl R. Popper, no hay leyes históricas universales pero la historia es un eslabón (el último) de la cadena, cuyos precedentes entran dentro de las ciencias generalistas que sí pueden ser objeto de aproximación hipotética, o sea, que nos posibilitan la suposición de la existencia de ciertas condiciones generales que permitan hacer predicciones susceptibles de ser contrastadas con los hechos.
                   Tomemos como hipótesis la relación causal entre dos ciencias generalistas: si hubiera una tendencia regresiva de lo orgánico a lo inorgánico debería darse por cierto algún grado de vinculación bidireccional entre la geología y la biología, pero eso no ha podido verificarse de ninguna manera. Los procesos geológicos no prefiguran los de orden biológico, únicamente los condicionan en la medida en que todos ellos tienen propiedades físico-químicas. Además los materiales propios de la geología que tienen un carácter biófilo son como los elementos que componen la estructura de una casa. Sin ellos no hay estructuras biológicas, de la misma manera que sin ladrillos no hay casas, pero no hay nada que nos indique que, en compensación, se produce una especie de animismo en dirección opuesta, según el cual, los edificios tienden a ser ladrillos y las estructuras biológicas a recuperar su condición de materiales inorgánicos desagregados.
                   Prosiguiendo con Freud, vemos que éste escribe: "Si originariamente la diferencia real entre el instinto de la vida y el instinto de la muerte era muy pequeña, en la historia del animal hombre crece hasta llegar a ser una característica esencial del proceso histórico mismo." En nuestra opinión, Freud está convencido de que la vida se encamina a la muerte por una especie de animismo deletéreo de carácter inmanente y retrogresivo, algo así como un muelle cuando lo estiramos y, al soltarlo, vuelve a su posición original. Pero no hay por qué identificar los materiales inorgánicos previos a la conformación de la vida, como materiales muertos (cual supondría la creencia en una retrogresión animista), ya que sólo pueden ser conceptuados como elementos o materiales desagregados que poseen determinadas propiedades físico-químicas.
                   El instinto de la muerte no sólo no es explicado por Freud mediante una adecuación a las características que admisiblemente rigen en la génesis y consolidación de todo instinto, es decir, siguiendo unas leyes de individuación, confluencia y supervivencia, sino que, además, sus supuestas manifestaciones son harto erráticas y confusas. El instinto de la muerte tiene, seguramente, como fundamento teórico la agresividad y la destructividad en la conducta observada del Homo Sapiens. Esas tendencias, patológicamente consideradas, tal vez pesaron demasiado a la hora de emitir un diagnóstico sobre el animal humano. Pero otros autores suponen que la destructividad representa una forma de huir de un obsesivo sentimiento de impotencia, y se dirige sobre aquellos objetos u obstáculos (incluido el propio individuo) que impiden la autorrealización personal.
                   Así, Erich Fromm considera que no es aceptable una explicación de corte biológico, ya que el grado de destructividad varía mucho entre distintos individuos y entre los grupos sociales, y dice: "Si la hipótesis de Freud fuera correcta, deberíamos admitir que la intensidad de los impulsos destructivos (en contra de uno mismo o de los demás) permanece aproximadamente constante. Los estudios antropológicos nos han familiarizado con determinados pueblos que se caracterizan por cierto grado de destructividad, mientras que en otros faltan tales impulsos, ya sea en forma de hostilidades contra los demás o bien contra uno mismo."
                   Freud sostiene, en cambio, que "las consecuencias del instinto de la muerte operan junto con los instintos sexuales; en tanto crezca la vida, el instinto de la muerte permanece subordinado a éstos. La actividad del destructor depende de la líbido. Si se produce un cambio cualitativo en el desarrollo de la sexualidad se ocasionará necesariamente un cambio en las manifestaciones del instinto de la muerte". Consiguientemente, una sexualidad libre dará como resultado una conformidad a nuestro inconsciente mental y, por tanto, una adecuación al instinto de la muerte. Claro que habría que preguntarse primero por qué el hombre dejó de ser promiscuo (como suponemos eran nuestros ancestros) y si su impulso numénico se desarrolló precisamente en plena promiscuidad, cuando es teóricamente imaginable que no habría represión de su líbido.
                   El hombre aprehendió lo que es la muerte, sus consecuencias e implicaciones, debido a su grado de inteligencia. Fue un proceso de formación de conceptos derivado del desarrollo de la consciencia y el pensamiento. Los instintos suponen la ceguera intelectual por antonomasia. El hombre cuando llegó a saber lo que era la muerte, decidió instintivamente que no quería morir. Los "aparatos" culturales y religiosos vinieron después y evolucionaron a lo largo de la historia a medida que la imaginación desatada en la especie le llevó a creer en la posibilidad de pensar en un "salto" trascendente.
                   Podríamos pasar revista a infinidad de culturas primitivas que todavía hoy, en los inicios del siglo XXI, subsisten en los más apartados rincones del planeta. Sus costumbres sexuales son de lo más variado y pintoresco, pero no nos proporcionan una información que nos permita deducir como el instinto de la muerte se ha acomodado a esas situaciones tan diversas. Los hombres primitivos, o para ser más exactos, los hombres de las culturas primitivas, están aquejados de las mismas "insanas" fantasías que el impulso numénico adopta en sus variadas manifestaciones. ¿Es que acaso todas las culturas están neurotizadas? Se ve que la historia, con la represión instintiva, no sólo jugó una mala pasada a las culturas que hoy llamamos civilizadas, sino que también se la juega a los "buenos salvajes" actuales.
                   En nuestra opinión, la acusada primacía de la instintividad sexual en pugna con el instinto de la muerte, lleva a Freud sin más consideraciones, a negar cualquier otra tendencia de la naturaleza humana, por mucho que pueda observarse su extensión y desarrollo objetivo en las sociedades más diversas de todo el mundo. De acuerdo con esa única y exclusiva idea, aspira a la implantación de una vida intensamente erótica en la que los instintos no fueran reprimidos culturalmente. Así las fantasías dejarían de desempeñar papel alguno en la dinámica mental, porque la represión es un asunto del inconsciente, de un pasado subhistórico e incluso subhumano en el que se produjeron procesos primarios biológicos y mentales de marcado carácter anómalo".
                   Freud traza un esquema de como fue la realidad, y a continuación elabora un "modelo" de "como debería haber sido". En consecuencia, propugna el ensalzamiento de un instinto "adecuadamente natural" que hiciese "olvidar" otros que no tenían razón de ser. Su idea no es nueva, puesto que ya Bacon sugería que sólo es posible dominar a la naturaleza "obedeciéndola". Pero a nosotros nos parece que una ciega obediencia a los impulsos sexuales sería una simple imitación de la naturaleza, y ni siquiera hay una ley natural que prescriba lo que es imitable en aquélla. En el ser humano la naturaleza se diversifica, que diría Pascal. El hombre es, de por sí, naturaleza, y aunque la razón humana es un producto de ésta, no se puede conformar con ejercer una mera y ciega obediencia, ya que es su propia "punta de lanza" en un sentido diversificador.
                   Si tenemos una obsesión es la de no ser reduccionistas y, precisamente, al hablar de la historia del ser humano se simplifican demasiado las cosas. Cuando mencionamos la civilización nos referimos a la nuestra, a la del llamado mundo moderno, casi asimilable al estilo de vida occidental; nos importa mucho cómo evolucionó y cuál fue su pasado. Pero no sería justo que las midiéramos a todas por el mismo rasero del fracaso de la historia. Según esa teoría, por el hecho de pertenecer a nuestra cultura hay unas consecuencias represoras de los individuos, que reaccionan elaborando insanas fantasías desprovistas de sentido. Pero todos los seres humanos de todas las culturas, descienden sin excepción de aquellos ancestros comunes que no tuvieron un pasado "subhumano" (ésa es una idea mecanicista) generador de una "subhistoria". El hombre fue condicionado y determinado por sus antecesores "prehumanos", llegándose así a forjar la "protohistoria". Mas allá de la utilización correcta del término en el desarrollo de las "industrias líticas", puede negarse la existencia de la prehistoria humana como algo que nos sea medianamente asequible. En cuanto a la aparición del instinto de la muerte se argumenta que pudo aparecer en esa transición "subhistoria-historia" que no logramos vislumbrar. Más bien parece que desde la protohistoria el inconsciente y el consciente mental ya estaban perfectamente conformados. Antes de que las hordas humanas tuvieran suficiente consistencia como para desplazarse en masa de unos lugares a otros, los hombres primitivos ya eran marcadamente prerreligiosos, lo que quiere decir que su imaginación funcionaba. Además, los procesos mentales del razonamiento y la imaginación se superpusieron y complementaron, sirviendo de base fundamental a los pensamientos. No podemos acusar a los hombres primitivos de tener imaginación fantasiosa, al mismo tiempo que nosotros fantaseamos sobre como debería haber sido el uso correcto de esa misma imaginación. Demos valor el carácter fáctico de la historia.
                   La necesidad y el dolor subjetivos fueron provocados por un encadenamiento de sucesos geológico-biológicos, a los que se añadieron los ingredientes derivados de una lucha por la existencia en los umbrales de la civilización. En un escenario con esas características aparecen los primeros seres humanos, pero por los efectos de retroactividad y retroalimentación del proceso de selección evolutiva, la misma naturaleza respondió a sus demandas genéticas dotándoles de unas capacidades adecuadas a la necesaria adaptación que habría de producirse. El dispositivo de la evolución dejó al animal hombre en disposición de valerse por si mismo, aun en su indefensión relativa. ¿Por qué la naturaleza compuso un marco de origen tan peculiar y no otro? La selección, multimillonaria en años de actuación no pudo equivocarse. Los seres humanos están adaptados intrínsecamente de una manera perfecta, aunque funcionalmente presenten "deficiencias" achacables a las necesarias participaciones en las que se hallan inmersos, contribuyendo a sostener un nivel de orden estructural del mundo, que quizá nunca podamos imaginar. La capacidad de raciocinio, muy probablemente (aun con sus insuficiencias) contribuyó directa y principalmente a ser una forma más de expresión del orden estructural del mundo. Según eso, el instinto y la razón, aunque de forma un tanto vacilante, se ayudaron mutuamente. El primero, singularizado específicamente en el de la propia conservación, forzó al raciocinio en su elementalidad, empujándole a conjeturar con una lógica, si se quiere, primitiva pero absolutamente humana. El medio humanizó genética y culturalmente al hombre, y éste procuró utilizar a aquél en su beneficio dejándonos los restos de su intento de humanización del mismo, con abundantes e incipientes señales de ceremonias religiosas y rituales desconocidos. Esto es tanto más digno de mención, si se considera de cuan distintos datos ha partido la fantasía capaz de crear las figuras de los númenes, de los dioses, y entre que diferencias de razas, de medio ambiente, de relaciones sociales y de otros tipos se ha realizado su evolución.
                   Bien mirado, pues, ¿qué podía importarle al hombre primitivo que existiese un mundo de ultratumba o no si no hubiese sido, básicamente, porque "no quiso morir", al entender lo que suponía para su propio futuro la desintegración y el hedor de los cuerpos muertos de sus congéneres al descomponerse? La estrecha asociación de ideas entre la existencia de divinidades y alguna forma de trascendencia espiritual se dio al ser posible concebir un mundo desconocido y muy diferente a éste, poblado de seres que pudieran invocarse en momentos de peligro, de súplica, de favor, etc. En esas circunstancias arraiga profundamente el culto a la naturaleza y divinización de los objetos naturales. Después, poco a poco, debido a la presión del mismo sentimiento numénico, esas asociaciones se desmaterializan, o más bien, se espiritualizan. Es entonces cuando los oscuros contenidos sentimentales (que en un primer momento pueden ser incluso de apariencia demoníaca) que se refieren a entes supraempíricos salen a la luz viviendo de si propios. En consecuencia, sus dioses eran imponentes, caprichosos y con poderes compartidos o en disputa, reflejo sin duda del carácter antropomórfico que les atribuían. Su existencia garantizaba no sólo una ayuda para soportar los sinsabores y penalidades de la vida, sino también la de otra futura de ultratumba, siguiendo los rituales y normas autoimpuestos que suponían debían agradarles. Todavía falta el proceso de racionalización, refinamiento y moralización que más tarde ha de manifestarse progresivamente. El primitivismo de esas asociaciones mentales consiste en la forma entusiasta, desmesurada e incluso fanática en que queda prendido el ánimo. Pero el estrecho emparejamiento de ideas entre la existencia de seres espirituales o divinidades y su aspiración a la trascendencia, se comprende fácilmente si se piensa que sólo mediante la intercesión de alguien muy poderoso podría conseguirse. En cierto modo, el deseo de trascendencia, condiciona el carácter de la creencia y no al revés. No fue la voluntad de creencia la que generó el desarrollo de su vida prerreligiosa, sino su deseo de elevación espiritual hacia otras dimensiones distintas de las que componen la realidad circundante.
                   Combatir un tipo de deseos primarios y "poco razonables" como los que generaron nuestra psiquis colectiva actual, con una anteposición relevante de otra clase de tendencias  que los desplacen e incluso anulen del todo es la idea sugerida por Freud. Pero la propuesta alternativa de un intenso erotismo a lo largo de la vida no haría al ser humano desistir en su interés por alguna forma de elevación o trascendencia espiritual no reducible a lo material, pues, simplemente basándonos en la propia argumentación freudiana, hay muchos motivos de sufrimiento en la existencia del hombre como para que la mente desista en su rechazo a someterse a la realidad de su entorno inmediato. Un motivo de intenso sufrimiento es, paradójicamente, (y en esto tampoco parece reparar Freud) que la mente también sabe que el placer siempre se acaba. Esa perspectiva desasosiega. Sobre toda felicidad (y no se nos malinterprete, no identificamos felicidad con placer) flota la "nube oscura" de una posible desgracia. El principio de realidad impone siempre su primacía sobre un supuesto "principio del placer" y la hace valer de una manera efectiva. La realidad es "sufriente", incluso para la criatura más dadivada por la naturaleza. ¿Qué hay de las enfermedades, los accidentes, las fricciones sociales, las guerras, el hambre, las muertes de otros seres queridos? Todos ellos son motivos más que suficientes para que el principio de realidad y el del placer (si es que el placer es reducible a un principio) estén siempre descompensados en detrimento del segundo.
                   Como dice Deleuze, "La vida biopsíquica implica un campo de individualización en el que las diferencias de intensidad se distribuyen por aquí y por allá, bajo la forma de excitaciones. Se denomina placer al proceso, a la vez cuantitativo y cualitativo, que resuelve la diferencia. Semejante conjunto, reparto móvil de diferencias y resoluciones locales en un campo intensivo, se corresponde con lo que Freud denominaba el Ello. La palabra <<ello>> no designa únicamente en este sentido a un pronombre temible y desconocido, sino también a un adverbio de lugar móvil <<aquí y allá>> de las excitaciones y de sus resoluciones. Y es aquí donde el problema de Freud recomienza: se trata de saber de qué modo el placer va a dejar de ser un proceso para convertirse en un principio, deja de ser un proceso local para convertirse en un principio empírico que tiende a organizar la vida biopsíquica en el Ello. Es evidente que el placer forma placer, pero no hay ninguna razón para que adopte un valor sistemático de acuerdo con el cual se lo busque como <<principio>>".  
                   Por otra parte, que "algo" vaya en detrimento del principio del placer no deja de ser bastante impreciso ontológica y psicológicamente, pues el mismo Freud se confiesa: "Nos agregaríamos gustosos a una teoría filosófica o psicológica que supiera decirnos cuál es el significado de las sensaciones de placer y displacer, para nosotros tan imperativo; pero desgraciadamente, no existe ninguna teoría de este género que sea totalmente admisible". Es cierto que son relativamente fáciles de localizar las fuentes de displacer. En cambio, son mucho más difusos los factores que actúan sobre las sensaciones de placer. ¿Cómo encima vamos a sacar significaciones de los mismos? Los displaceres son genéricos, mientras que los placeres están individualizados. Identificar éstos, por tanto, con la sexualidad, parece cuando menos excesivo. El monolitismo de la interpretación psicoanalítica trata de establecer un monismo del instinto al representarlo en la unidad del instinto sexual cuando en la estructura del sistema nervioso hay fijados diversos circuitos de reacciones condicionadas. 
                   Pero aún hemos de hacer la suprema objeción a Freud sobre el método utilizado para su análisis del animal humano, y es la "dialectización" (en un sentido hegeliano) del mismo. La dialéctica, un juego de ideas griego que consistía en enfrentar el "ser" con el "no ser" sin saber por qué ni para qué, ha llegado en su dinámica hasta nuestros días, pero con una diferencia fundamental. La dialéctica, en el sentido platónico, requería el sacrificio del principio clásico de no contradicción si se quería pensar realmente en la unidad de los opuestos. Sin embargo, en Freud, al igual que en Hegel, la contradicción ya no es un error esporádico de razonamiento, sino esencialmente un concepto estructurado objetivamente, frente al cual la razón no debe retroceder. Bajo el subterfugio de la unidad de los contrarios o la síntesis de múltiples determinaciones se articulan verdaderos contenidos dogmáticos en transito hacia una supuesta objetividad con autonomía propia.
                   Es desde esa perspectiva como se analiza todo en la actualidad. Así, tenemos placer contra realidad, instinto contra religión, deseo consciente contra tendencia regresiva del inconsciente, sentimiento contra error intelectual, realidad lógica contra realidad real... En fin, es la guerra de todos contra todos, utilizando los "arsenales" dialécticos, llenos a rebosar de contradicciones superadas por una estructuración racional de carácter objetivo.
                   A nosotros se nos ocurre que es mucho más sencillo pensar que el instinto sanciona positivamente la vida, y viceversa. La vida humana quiere la felicidad sin restricciones, y la mente recoge el mensaje reelaborándolo conscientemente. Hacerlo de forma inteligente requirió volverse más y más compleja, agrupándose los "inmortales" organismos unicelulares. Después de aproximadamente dos mil millones de años de existencia "no mortal" y, por tanto, sin tendencias regresivas hacia lo inorgánico, de forma "voluntaria" muchas clases de células consintieron en su propia autodestrucción con tal de que el mensaje llegase a ser transmitido a los nuevos seres, con probada eficacia sexual.
                   Aparentemente, si la vida eligió el procedimiento autoelusivo de la muerte como fórmula de acceso a la construcción y desarrollo de poderosas estructuras biológicas después de tan larga "meditación" geológico-biológica, es porque no hay dualidad contradictoria entre ambas. En ese caso, una tensión dialéctica vida-muerte puede ser sólo algo imaginado, como todo lo que en la naturaleza es considerado una contraposición. Las limitaciones de orden cuántico, atómico y molecular que acotan las especificidades de la materia, determinan la existencia de un espectro agregativo estructural biológico, es decir, lo que al menos en nuestro planeta viene a constituir la "franja vital" biosférica. Los organismos unicelulares no tuvieron acceso a toda la franja vital o, lo que es lo mismo, a la difusión por todo el espectro que la complejidad asociativa permite, hasta que no "aceptaron" morir. De alguna manera, su programa genético "decidió" seguir esa vía en beneficio de un desarrollo estructural que, quizás, de otra manera no hubiera podido producirse. Diacrónicamente, la transmisión sexual se reveló como un método excelente (aunque no único ni alternativo) para la difusión del mensaje que posibilitara la concreta estructuración primaria, relativamente invariante y directa, de las ontogenias. Dado que los "objetivos" de difusión y estructuración carecen de propiedades causales mutuas, aunque se suceda el uno al otro, es harto aventurado tratar de establecer entre ellos una conexión de carácter biunívoco condicionante del psiquismo humano.
                   Con el sexo no debió comenzar la historia del placer sobre la Tierra. La vida era anterior a esa forma "tardía" de propagación de si misma, lo que parece sugerir que lo vital no se embriaga sensualmente, sino vitalmente. La vida es de por sí al perseverar en su existir cuánto y cómo le es posible, una confirmación de que el estímulo originario fue un hecho placentero de "producción" que precedió en mucho cronológicamente al primer hecho placentero de "reproducción". La sexualidad no tiene por qué ser una especie de descarga del peso de la existencia ni una "compensación" vital por la aparición de la muerte en el horizonte evolutivo de las especies, sino que más bien debe ser una estrategia de la naturaleza, diseñada (podría pensarse incluso que hasta arteramente) de forma que la vida a pesar de la presencia de la muerte y el sufrimiento existencial, llega a difundirse profusamente.
                   El pansexualismo de Freud se manifiesta de manera muy firme y con gran convicción, lo que no quita para que en algunos pasajes exprese dudas o vacilaciones al respecto, como cuando escribe: "Es tan poco lo que la ciencia nos dice sobre la génesis de la sexualidad, que puede compararse este problema con unas profundísimas tinieblas en las que no ha penetrado aún el rayo de luz de las hipótesis." Llegado ese punto en sus investigaciones, replantea la cuestión de que tal vez haya concedido "excesiva" importancia a esas clases de hechos, y es que, desgraciadamente, "pocas veces se es imparcial cuando se trata de las últimas causas, de los grandes problemas de la ciencia y de la vida". Pero que Freud haga autocrítica no quiere decir ni mucho menos que se vuelva tolerante con opiniones distintas a la suya. Bien es verdad que tampoco se pueden encontrar "hipótesis sobre el hombre" (que además son siempre hipótesis cosmológicas) que concilien algunos rasgos siquiera tangencialmente con la hipótesis freudiana, y que no deban ser calificadas de absolutamente alternativas.
                   Un cierto grado de erotización social podría constituir una "válvula de escape" o un instrumento de mitigación de las tensiones dolorosas de la existencia, ya que ambas cosas son susceptibles de alcanzar un grado de intensidad relativo, pero un nivel de erotización tan alto como para proporcionar "conformidad inconsciente" ante la perspectiva de la mortalidad (prescindiendo de la supuesta capacidad de verificación de la existencia del instinto de la muerte) es mucho más difícil de creer, ya que un fenómeno caracterizado por su relativismo nos parece poco cualificado para contrarrestar los efectos psíquicos de otro, caracterizado por su rotundidad o absolutismo totalizador como es la muerte. La vida es, pues, un "placer" de carácter extensivo y consolidado, muy anterior a la fórmula sexual de reproducción que conlleva aparejado el "placer" de carácter intensivo, fugaz y errático.
                   Uno de los enfrentamientos dialécticos de nuestro tiempo surge al mostrar adhesión incondicional o repudio del contenido de este sencillo enunciado: "Eros, el aplacador de Tanatos" Si nos llevamos bien con el "mensajero", es decir el sexo, y desvalorizamos el "mensaje", o sea considerando la vida un paréntesis fugaz del existente, que se diluye en la nada, Freud está "contento" y algunos dogmas "disgustados". Si, alternativamente, amamos el "mensaje" y despreciamos al "mensajero", algunos dogmas tradicionales se ven ampliamente satisfechos y Freud piensa que eso es oscurantismo. Pero si por casualidad a alguien se le ocurre la "descabellada" idea de que es bueno aprovechar lo mejor de ambas cosas, tanto Freud como los dogmas corporativos se indignan porque según ellos, "no casa" con sus esquemas. Hasta ese punto están "dialectizadas" las relaciones entre el psicoanálisis freudiano y los dogmas. En otras palabras, el "dogma" moderno va directamente contra los dogmas tradicionales y viceversa. Dogma contra dogmas, o la vida como argumento contra la vida como argumento, pero, eso sí, todos intentando exorcizar la muerte. Al defender la vuelta a una instintividad natural, se olvida el principal instinto que tenemos el de "seguir siendo". Se rastrea tanto en el inconsciente mental persiguiendo el rastro del instinto de la muerte, que se desecha el consciente por "malformado". La consecuencia a la vista está: todo el mundo dice que la realidad no es real. Seguramente tendremos que ir pensando en llamarla de otra manera.
                   El pensamiento de Ortega es verdaderamente revelador y de una coherencia que se aparta de todo extremismo dogmático. Para él, la cultura es un instrumento biológico y nada más. Situada frente y contra la vida, representa una subversión de la parte contra el todo. "Urge reducirla a su puesto y oficio. Dentro de pocos años parecerá absurdo que se haya exigido a la vida ponerse al servicio de la cultura." Como se ve, el concepto de vida orteguiano además de no ser cerrado y dejarlo libre para contemplar posibles interpretaciones intersubjetivas, es más amplio que en Freud. En el tienen cabida el principio de realidad, la vida instintiva en general y también, como es lógico presidiéndolo todo, la "razón vital".                               
               
            

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