28-IDEAS
PRETÉRITAS DEL ORIGEN DE LA VIDA
õ
"La única cosa que no le ha sido dado al hombre
producir."
Louis Pasteur (1822-1895)
Las investigaciones realizadas
hasta ahora sobre el particular no han sido plenamente concluyentes, por lo que se esgrimen argumentos diversos que dan origen a otras
tantas hipótesis. Precisamente por ser un fenómeno no esclarecido
es por lo que se han venido adoptando tradicionalmente actitudes más
filosóficas que científicas. Sin despreciar ninguna
idea provenga de donde provenga, es sobre todo profundizando en la observación y la experimentación como podremos
aproximarnos a este intrigante suceso que es la vida.
En todas las culturas humanas por primitivas que fuesen, se desarrollaron (y se desarrollan) mitos,
leyendas y creencias en general sobre la forma de creación de los primeros seres humanos y de toda clase de seres vivientes. Curiosamente, en casi todos los casos se han solido
compatibilizar las dos ideas de creación divina para el hombre y la de forma espontánea
y totalmente
natural a partir de la materia inerte de las demás formas
inferiores de vida, como los insectos, los gusanos o cualquier otra clase de sabandijas en general. Muchos lo pensaron así, como
Aristóteles, que era firme partidario de la generación espontánea. También el teólogo Santo Tomás de Aquino en sus especulaciones
filosóficas, participaba mucho de esa suposición. Incluso Isaac Newton se
adhería a tales opiniones. Claro, que la
evidencia en ese sentido era muy grande y es natural que así
lo creyesen.
Todavía a comienzos del siglo XIX a casi nadie se le ocurría explicar el fenómeno de la vida a partir de las propiedades elementales de la materia y, menos aún a decirlo en público. Las cosas comenzaron a cambiar radicalmente con el gran desarrollo que
tuvo la
biología en los siglos XIX y XX debido fundamentalmente a la utilización del microscopio y al descubrimiento de la célula. Ambos elementos
junto con
otras averiguaciones científicas (sobre todo las efectuadas por Charles Darwin)
en las que se ponía de relieve el incuestionable fenómeno de la evolución, permitieron confirmar que el funcionamiento de los seres vivos se rige, sin excepción, por leyes naturales
como el resto
de la materia
del universo.
Pero antes de esa revolución en el conocimiento, el error se propagó debido a la presencia de fenómenos naturales fácilmente observables y muy comunes.
Por ejemplo, todos
podemos comprobar que la carne en avanzado estado de putrefacción da origen al nacimiento de moscas de
modo espontáneo, es decir, sin la aparente intervención de adultos de su especie. Esta
"evidencia" se encuentra reforzada por el hecho concreto de que en las moscas la larva no se asemeja al imago.
Sin embargo, la credibilidad de la generación espontánea
empezó a resquebrajarse cuando el médico florentino Francesco Redi decidió comprobar
experimentalmente en el año 1688 si las moscas se formaban realmente de la carne en descomposición. Para ello, recubrió con un trozo de tela el tarro que contenía la carne en putrefacción, y observó asombrado que no se producía ninguna generación de
moscas, con lo que llegó a la lógica conclusión de que éstas se originaban a partir de huevos extremadamente
pequeños, depositados previamente por las moscas sobre la carne. Pero, a pesar de ello, también en los tarros protegidos por un lienzo, la carne que se descomponía pronto empezaba a contener numerosos
microorganismos, por lo que permaneció viva un tiempo considerable la creencia en la posibilidad de la generación espontánea, al menos en el caso de los microorganismos.
Posteriormente, en el año 1765, investigando sobre estas mismas cuestiones, el sacerdote italiano Spallanzani
preparó dos recipientes distintos conteniendo pan; uno lo mantuvo en contacto con el aire, y el otro, que había hervido previamente con la intención de destruir los gérmenes, lo cerró
herméticamente con la intención de que no se contaminase de nuevo. Pasado un tiempo, el pan hervido y aislado asépticamente permaneció estéril, mientras que el otro se descompuso. Aunque el experimento clarificó mucho los hechos, no
llegó a convencer de forma unánime a todos los
investigadores.
A Spallanzani le surgió un adversario en su colega, el sacerdote católico británico John Tuberville Needham. Éste era un fervoroso defensor de la generación espontánea y para demostrarlo tomó una serie de recipientes en los que introdujo caldo de
cocción de cordero y los hizo hervir durante dos minutos. A continuación los cerró y, al cabo de algún tiempo,
observó su interior, encontrando en ellos gran número de microorganismos. Needham interpretó el hecho, como que dichos
organismos habían aparecido por generación espontánea pues el líquido del recipiente había sido
esterilizado y
después cerrado convenientemente.
Pero Spallanzani y Needham se enzarzaron en una discusión al interpretar los hechos. Para el primero el experimento se había
realizado en condiciones inadecuadas, no sólo por el leve tratamiento del líquido, sino por la incorrecta
esterilización del caldo. Para Spallanzani lo peor de todo era que al efectuar el cierre de los recipientes después de la ebullición del caldo, Needham había facilitado que los microorganismos del aire volvieran a contaminar
los frascos.
Para probar su réplica argumental, Spallanzani hizo
hervir un
caldo de análogas características durante cuarenta y cinco minutos en el interior de recipientes
cerrados herméticamente. Las previsiones de Spallanzani se cumplieron y no aparecieron ni
rastros de microorganismos. Needham no se dio
por vencido y
volvió a alegar que el tratamiento de Spallanzani era demasiado agresivo y alteraba la
naturaleza del aire por lo
que impedía que la generación espontánea
tuviera lugar. Las
cosas quedaron más o menos en tablas, hasta
que Pasteur con sus experimentos, vino a zanjar definitivamente la cuestión.
El gran científico francés
diseñó un recipiente provisto
de un largo cuello con varios acodamientos en él. El aire podía circular
libremente, pero no los microorganismos y el polvo, ya que un camino de recorrido muy enrevesado se lo impedía. Introdujo pan en el recipiente, acopló el cuello multiacodado y a continuación hirvió el caldo acuoso con la masa de pan en suspensión, hasta la emisión de vapor. Se observó que el caldo una vez enfriado, permanecía estéril
indefinidamente. Así, pues,
quedaba descartada definitivamente la idea de la existencia de algún principio vital en el aire que propiciase por
sí mismo la
reproducción de organismos. La
generación espontánea, teoría de gran predicamento hasta entonces, sufrió un serio revés empírico y
fue casi olvidada, aunque esporádicamente ha habido intentos por hacerla resucitar, en
especial al descubrirse
los virus.
En su formulación primitiva la generación espontánea ha sido excluida como teoría en beneficio de la que supone un proceso evolutivo, ya que su aceptación garantiza, cuando
menos, la validez de los principios generales. De todas formas esto no se aceptó de buenas a primeras,
sino que se suscitaron algunas teorías
supuestamente alternativas a la de la generación espontánea.
Si la vida no parecía surgir de la forma que se creyó durante muchos siglos, había que dar otras
explicaciones más satisfactorias del origen y la presencia de los seres vivos. La versión más exótica es quizás la del maná espacial o panspermia. A
finales del siglo XIX algunos
teóricos habían adoptado la postura extrema de que la vida era eterna, y encontraron en Svante A. Arrhenius un firme apoyo para corroborarlo. Éste era un químico conocido por haber elaborado un concepto sobre la ionización, que escribió un libro en el año 1907, en el cual describía un universo donde la vida siempre había existido. Los microorganismos emigraban a través del espacio interestelar,
implantándose en los planetas vírgenes que encontraban a su paso, siempre que
reunieran las condiciones adecuadas
para ello. Este fue el caso de la Tierra, donde los microbios que pululaban por
el universo hicieron de
semillero de la vida. La teoría sostenía que la vida viajaba en forma de
esporas que por movimientos al azar, se acercaban hasta la atmósfera de un planeta, en donde, o bien eran englobadas y asimiladas, o bien escapaban de su influjo, siendo impulsadas a través del espacio por la presión de radiación de la luz del Sol. Según Arrhenius, numerosas esporas bacterianas, provistas de un grueso revestimiento que las acoraza frente a la deshidratación y que es capaz de protegerlas del frío, incluso cercano al cero absoluto, se
difundirían masivamente, yendo a caer en ignotos planetas a los que inocularían la vida de manera
generalizada.
La mayoría de los
científicos rechazaron de plano esas ideas, por la
sencilla razón de que nunca se han encontrado microbios en el espacio, y es bastante improbable que se encuentren dado su carácter
de ambiente hostil para la vida. Aunque las esporas son muy
resistentes y
están bien protegidas, la luz ultravioleta es de un altísimo poder biocida y es capaz de aniquilar
rápidamente todo rastro de vida. Esa luz es muy abundante en los espacios siderales,
además de que también hay muchas otras radiaciones nocivas como rayos cósmicos,
rayos X y
zonas interpuestas a su paso peligrosamente ionizadas, que componen un conjunto de
circunstancias, todas ellas muy desfavorables para la
supervivencia de esporas proteínicas y con ácidos nucleicos en
su interior. No obstante, el astrofísico de la universidad holandesa de Leyden, J. Mayo Greenberg,
presta cierta credibilidad, en nuestros días, a una panspermia actualizada, ya
que según él,
una
célula desnuda podría sobrevivir durante cientos de años en el espacio, y hasta diez millones
de años si está protegida de las radiaciones por una fina capa de hielo. La hipótesis de la panspermia, aunque improbable para la mayoría, no puede
ser descartada, a la vista de los resultados experimentales.
Pero aunque eso suponga dar por buena la idea de que la Tierra y muchos otros planetas
puedan (o
pudieran) acoger fragmentos de vida que se originaron en cualquier otra parte, quedaría siempre la incógnita de cómo,
cuando y por
qué se formaron en ese otro lugar. Quiere decirse, que la siembra de microorganismos
al azar no es
ninguna solución al problema, sino que lo traslada a un lugar inconcreto del universo.
El verdadero interés de los investigadores por obtener una teoría satisfactoria, en el sentido más amplio de la palabra, hubo de esperar unos años más, hasta que Oparín en sus estudios elaborase una más convincente que todas las expuestas hasta entonces.
Ya hacía tiempo que muchos investigadores se habían dado cuenta
de que la naturaleza oxidante
de la actual atmósfera
terrestre, impide la aparición espontánea de biomoléculas a partir de compuestos
inorgánicos. También se sorprendieron de la gran
cantidad de oxígeno libre en la atmósfera de nuestro planeta. Dado que el oxígeno es altamente
reactivo y
tiende a combinarse con los demás elementos químicos, no debería hallarse libre,
sino asociado a cualquiera de ellos en forma de óxidos. Esto
no es así, debido a la alta concentración (permanentemente renovada) que generan los organismos que practican
la
fotosíntesis rompiendo las moléculas de agua y liberando oxígeno. Por estudios
de planetología comparada, parecía razonable
pensar que la
presencia de oxígeno en la atmósfera era posterior a la aparición de la vida. Además el hidrógeno es el elemento más abundante del universo y era de suponer que
fue un
constituyente prioritario en la atmósfera primitiva. En
planetas de tamaño no excesivamente grande, como
el nuestro, la fuerza de gravedad se manifiesta con arreglo a esa
circunstancia y los átomos de hidrógeno que son muy pequeños, tenderían a
escapar a la
acción de la
misma, desapareciendo progresivamente de la atmósfera al desperdigarse por el espacio.
Pero tenemos un ejemplo muy valioso de atmósferas "no evolucionadas"
en los planetas grandes de nuestro sistema solar. De
alguna forma, en el caso de Júpiter, dada la gran intensidad que alcanza su campo gravitatorio, retuvo los átomos ligeros de su
atmósfera y mantiene una composición más parecida a la inicial.
Del mismo modo que
en la
atmósfera de Júpiter o Saturno son abundantes las moléculas reducidas como el
metano (CH₄)y el
amoníaco (NH₃) la primitiva atmósfera terrestre pudo estar carente de oxígeno y ser rica en moléculas reducidas de
idénticas propiedades a las
mencionadas. En realidad, una de las
posibilidades de que los elementos
químicos estuvieran juntos formando la "casi vida", radica en que la atmósfera original terrestre
estuviera compuesta de hidrógeno y que además contuviera gases como el metano, el amoníaco y vapor de agua acompañada seguramente
también de un poco de hidrógeno.
Pues
bien, con esos
presupuestos el
investigador ruso Oparín (en 1924) y el científico hindú Haldane (cinco años más tarde) intentaron
sacar del
callejón sin salida en que se encontraban las teorías que circularon durante todo el siglo XIX y primeras décadas del XX.
Una tras otra tuvieron que ser desechadas
por no estar concebidas sobre una base
sólida en que fundamentarse.
El primer conjunto de datos significativos que hubieron de
tomar en consideración fue el de la
composición química de la materia
viva. Ésta nos proporciona una vía segura para el estudio de las primeras
etapas de la aparición de los procesos vitales. El nitrógeno, el hidrógeno, el oxígeno y el carbono son los elementos principales,
sobre todo el
último, en la
composición del
material de estudio. El carbono posibilita la formación de largas cadenas moleculares, sumamente flexibles,
en razón de su valencia (valor cuatro) y de su bajo peso atómico. Su facilidad de combinación le permite participar en
gran número de reacciones, que originan compuestos orgánicos presentes en el protoplasma de las células.
Oparín, concretamente, proponía que, ubicándose en el seno de una atmósfera de esas características
primordiales, es decir, abundante en agua, en metano y en amoníaco pero carente de oxígeno,
debieron producirse una serie de
reacciones químicas activadas por descargas eléctricas y por la incidencia de los rayos ultravioleta, cuyo
resultado fue la
producción de toda clase de moléculas orgánicas. Eso le permitía dilucidar tanto el viejo problema de la generación espontánea, como solventar el enigma que suscitan
determinados individuos sobre la capacidad reconocida de vivir en un medio mineral,
asegurando su reproducción a partir de la energía y los elementos químicos simples, extraídos directamente del medio por organismos
autótrofos. Su exposición incluía tres
series de postulados diferentes: entorno
acuático en un
medio reductor con elementos constituyentes en disolución, que los antecesores de los seres vivientes
encontraron y
dispusieron, adecuándolos al orden de cobertura de sus necesidades; surgimiento de los coacervados, que
son sistemas de características físico-químicas estacionarias, aunque abiertos
termodinámicamente, y por último, intervención de la selección natural, desde el mismo momento en que los coacervados tuvieron entidad suficiente y difusión apreciable.
Sin embargo, dada la importancia de estas
ideas y de
otras más que las siguieron y se contrastaron con ellas,
no las vamos a exponer ahora, sino que lo haremos cuando tratemos de las posibles
configuraciones de las estructuras prebiológicas, junto a las importantes
hipótesis desarrolladas al respecto de W. Fox y Dauvillier. Su
permanente vigencia -con todas las matizaciones y modificaciones que se quieran y deban hacer- a pesar del tiempo transcurrido
desde su concepción, nos lo hace aconsejable.
Hemos de subrayar la importante diferencia que hay establecida en la actualidad con respecto al enfoque del mismo problema que se
hacía en siglos anteriores. La idea anterior a Pasteur, de la generación espontánea, era sobre algo que tenía lugar en
todo momento, incluso en la actualidad y con gran rapidez. El punto de vista moderno consiste en que ocurrió hace muchísimo
tiempo, muy lentamente y, desde luego, que no se produce en la actualidad. Lo cierto es que la generación
espontánea no ha sido descartada en el día de hoy considerando su improbabilidad y, menos aún, porque
haya que atenerse a una supuesta imposibilidad, sino que se estima, en general,
que la
vida no puede originarse, tal como la conocemos, por la variación en forma radical de las condiciones que
imperaban en el
medio ambiente primigenio. Unos sucesos
energéticos han cesado en su operatividad totalmente y otros han surgido, evolucionando complejamente, desde los comienzos de la vida. Por eso las primitivas interacciones prebióticas fueron a la vez que procesos
físico-químicos complejos que comportaron cambios cualitativos de primer orden
en las
propiedades de la materia, auténticos acontecimientos plenos de
connotaciones históricas en el contexto de la evolución general de nuestro planeta.
No obstante, haciendo
abstracción de la presencia de la materia viva en la actualidad, la presunción de que ésta no podría surgir de nuevo, debido
a la
presencia masiva de oxígeno, es excesivamente restrictiva, pues una supuesta Tierra "incontaminada" de residuos
vitales se comportaría como un inmenso laboratorio natural, y la materia es
sumamente... ingeniosa.
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