32-ENTROPÍA
Y ESTRUCTURAS
õ
"Ninguna especulación, ningún saber ha afirmado jamás la
equivalencia entre lo que se hace y se deshace, entre una planta que brota,
florece y muere, y una planta que resucita, rejuvenece y vuelve a su semilla
primitiva, entre un hombre que madura y aprende y un hombre que poco a poco se
hace niño, después embrión, después célula. Sin embargo, desde su origen, la
dinámica, la teoría física que se identifica con el triunfo mismo de la
ciencia, implicaba esta negación radical del tiempo."
Ilya Prigogine e Isabelle
Stengers
Que el universo se presente en formas de estructuras muy diversificadas,
resulta tan habitual, que parece algo fácil, sencillo y natural. Sin embargo, que después
de muchos eones sin que fuera posible, se llegasen a juntar elementos y surgieran moléculas,
se reunieran moléculas originando cadenas, se alineasen cadenas dando lugar a
estructuras y
se acoplasen o encajasen estructuras produciendo células vivas, es seguramente el ejemplo de una de las mayores labores
organizativas que se puedan imaginar. Muchísimo más importante que cualesquiera
de las que
el hombre
pudiera lograr, auxiliado por su ciencia, su tecnología y sus ordenadores.
Esa labor que parece rutinaria y repetitiva, a pesar de
su grandiosidad, se realiza sin parar en la Tierra y seguramente en muchos
otros planetas de remotos sistemas solares.
Precisamente eso tiene su fundamento, y es el de la forma como el universo se comporta.
Una de las principales
características del universo que nos alberga es que camina hacia una forma inerte de
materia térmicamente muerta. Poco a poco (en una escala de miles de millones de años) va hacia su degradación
energética absoluta. La segunda ley de la termodinámica dice que la entropía, o sea, el desorden, crece
en todos los puntos del universo. Pero, el desorden es algo muy
especial (en palabras de Schrödinger), ya "que
en parte se refiere al del movimiento térmico y en parte al que se deriva de la mezcla aleatoria de diferentes
átomos y
moléculas". Según eso, todos los átomos y moléculas que se
mueven en el
cosmos, evolucionan hacia el estado de una estabilidad última. Las cosas están orientadas inexorablemente hacia el desorden, que para
todos los átomos
y
moléculas del
universo constituyen la estabilidad final. El expresar la entropía
como desorden tiene un inconveniente y reside en que cuando se utilizan ambos términos como
sinónimos, la
palabra desorden se emplea técnicamente y con un significado diferente del que tiene en el lenguaje normal.
Así, por ejemplo, cuando
crece un
cristal en un
medio líquido y surge una estructura que estaba ausente antes de que se iniciara el proceso de
cristalización, aumenta la entropía del sistema. El que aparezca una estructura no significa que, en conjunto, haya un aumento de orden, a
pesar de que en el lenguaje normal la aparición de una estructura, equivale a la construcción de un orden. Es cierto que hay una disminución de entropía en el cristal, pero está compensada con
creces por el aumento
de entropía en el
líquido, e
incluso en el
sistema que comprende al líquido y al propio cristal. Seguramente
que si se definiera la entropía como lo opuesto al desequilibrio, en lugar de identificarla con el desorden como habitualmente hacemos, se eliminarían
algunas confusas ambigüedades entre los no científicos.
Ludwig Boltzmann, físico austriaco (1844-1906) fundador de
la
termodinámica estadística, fue uno de los primeros científicos
que especularon profundamente sobre cómo podrían ser aplicadas las leyes estadísticas para explicar por qué nuestro
universo está tan altamente organizado, es decir, tiene aparentemente tan baja
entropía. Esta cuestión no había preocupado ni poco ni mucho a anteriores
científicos. Para Galileo, Kepler, Newton o Leibniz, el mundo era así porque Dios lo había construido matemáticamente de manera expresa, total
y definitiva.
El tiempo,
para ellos,
era reversible, más que nada, porque no había forma de saber en que dirección
fluía. En realidad, ni siquiera sabían que lo hacía. Pasado y futuro, para ellos y sus contemporáneos, significaban la misma cosa. Tenían, en
consecuencia, una idea puramente mecanicista de los acontecimientos del universo. Si este mundo
estaba regido por unas leyes inmutables y eternas, no podían imaginar que él mismo, estuviera
deteriorándose tal como pensaban algunos filósofos del Renacimiento y la Reforma. Era verdad
que la creación
de Dios acabaría en algún momento siendo destruida, pero era previsible que
todo siguiera fundamentalmente igual hasta el aciago día final. El mismo principio de conceptualización de la dinámica, consagraba
esa creencia, al ser
enunciado por Leibniz el principio de razón suficiente, que, a su vez,
implicaba la
equivalencia entre causa y efecto y la reversibilidad de las relaciones entre lo que se crea y lo que se pierde.
Sin embargo, Boltzmann
ya vivió en una época en la que científicos y filósofos empezaban
a concebir la cosmología en términos evolutivos, impulsados sobre todo por los hallazgos de otro
importante coetáneo, Darwin. Éste había modificado el objeto de la biología y
había mostrado que cuando se investigan las poblaciones vivas y su historia, y no la de los individuos
componentes, es posible comprender cómo la variabilidad de los individuos
(variaciones muy pequeñas) implicada en la selección, da lugar a una deriva de
las especies, generándose una transformación que, a una escala de tiempo muy
larga, da cuenta de la aparición de especies adaptadas a su entorno de modos cada vez más diversificados y complejos. De análoga manera, Boltzmann trató de demostrar, en un principio, que en
numerosas poblaciones de partículas, el efecto de las colisiones puede
darnos una
cierta idea de la irreversibilidad termodinámica, o lo que es lo mismo, un sentido al
crecimiento de la entropía. Si se quería comprender el universo, habría que
considerarlo en términos históricos, sobreentendiendo, que la irreversibilidad
definida por el segundo principio, tenía así una importancia capital. El punto de partida de su concepción fue un sistema de moléculas
gaseosas moviéndose al azar en el interior de un imaginario recipiente cerrado. A semejanza de este
modelo, en el
universo debían operar leyes de la entropía, que en algunos lugares de ese océano de partículas
hicieron surgir por medios naturales regiones relativamente pequeñas, del tamaño de nuestra
galaxia, regiones estructuradas que podríamos llamar mundos, desviadas
significativamente del equilibrio térmico durante intervalos de tiempo
relativamente cortos, como chispazos, en la sucesión interminable de los eones.
El modelo así construido
trataba de dar una interpretación microscópica de la irreversibilidad,
o de la evolución del conjunto de partículas
hacia un estado
de equilibrio. La progresiva desaparición de cualquier diferencia inicial
entre las
partículas, o
lo que es lo mismo, la eliminación de
cualquier desviación respecto de la distribución estadística del equilibrio, vendría ocasionada por el sencillo mecanismo de las colisiones entre las partículas. Y de tal hecho se
deriva, ciertamente, una irreversibilidad. La irreversibilidad termodinámica, que desplegada en el paso del tiempo, implica la imposibilidad
práctica de retroceder (y reconstruir un estado anterior) que tienen las moléculas del universo al pasar espontáneamente del orden al desorden. La tendencia de la entropía, pues, a
incrementarse permite introducir en la física el concepto de la irreversibilidad del tiempo.
El tiempo fluye, transcurre
o pasa en
la dirección en la cual la entropía aumenta, y eso está relacionado a su vez, con la dirección que
siguen los
fenómenos. Si observamos más detenidamente, cómo hacía Boltzmann, lo que ocurre dentro del imaginario recipiente,
vemos que las moléculas se mueven en una especie de danza caótica. El estado global es el de la máxima entropía, pero aún así, conforme nos fijemos escrupulosamente, vemos
que sucede algo tan sorprendente como encomiable. Aquí y allá se forman pequeños reductos, o mundos efímeros
donde la
entropía decrece momentáneamente y después vuelve a aumentar.
Al principio se ponen de manifiesto gran cantidad de estas pequeñas y evanescentes áreas, donde
las moléculas
se aprietan más de lo corriente. Si contemplamos durante un tiempo (como es un
experimento imaginario, pasamos por alto el hecho de que el tiempo suficiente
puede requerir el transcurso de miles de años) el panorama microcosmogónico,
podríamos llegar a ver teóricamente porciones (mundos más grandes) de orden
mayores y más
duraderas. Esto no supondría ninguna
incongruencia con la degradación del sistema en su conjunto, sino que sería perfectamente compatible
con el. Además, las excepciones locales
vendrían a ser de suma importancia en cualquier concepción cosmológica, ya
que constituyen lo que se ha dado en llamar las fluctuaciones estadísticas de un sistema.
Sin embargo, de todo ello, Boltzmann realiza una interpretación
probabilista referida a la irreversibilidad que, sin ninguna duda, podemos observar
pero que a él le
sirve para hacer hincapié en el carácter groseramente macroscópico de nuestras
observaciones. Alega, que si se pudiera
seguir el
movimiento de cada molécula se describiría un sistema reversible y aunque tiene fuertes sospechas de que esto es
irrealizable, razona siguiendo la tradición y mantiene que, "en el
seno del universo en su conjunto, no se pueden distinguir las dos direcciones del tiempo, de la misma manera que en
el espacio no
hay arriba ni abajo". Así que, muy a su pesar, considera que la irreversibilidad de los
procesos que observamos a nuestro alrededor, remite a un
estado de hecho: el mundo no es uniforme y no está en su estado más probable. La posibilidad de definir una
diferencia entre el antes y el después es
simplemente una consecuencia de una anomalía "local", del hecho de que vivimos en un
mundo sumamente improbable.
Su razonamiento era el siguiente: En el universo que, en conjunto, está en equilibrio térmico y, por consiguiente,
muerto, sería normal encontrar aquí y allá regiones
relativamente pequeñas, por ejemplo, del tamaño de la Vía Láctea, que aún desviándose
significativamente del equilibrio térmico durante intervalos cortos de tiempo, carecerían de la suficiente entidad como para cambiar el modelo dinámico
tradicional. En fin, una verdadera lástima de
declaración, máxime si tenemos en cuenta que
el mismo Boltzmann había reprochado ya al fenomenismo (aunque en sus
escritos de mecánica y termodinámica no menciona más que a físicos, es la "estética
trascendental" kantiana, heredera de la tradición dinámica la que resulta señalada) su cortedad de miras: "el fenomenismo ha creído
representar la naturaleza sin ir más
allá de la experiencia, y creo que ha caído en una gran ilusión. Ninguna
ecuación puede traducir un proceso de una manera totalmente precisa, ya que siempre se idealiza,
subrayando lo común y eliminando las diferencias; por eso
siempre van más allá de la experiencia".
En consecuencia, la evolución generada por las colisiones sólo es considerada irreversible en
apariencia, y
si se partiese de un estado inicial
diferente, debería poder recrearse, lo que las colisiones puestas en juego por Boltzmann, destruyeron
previamente. Como decimos, su tentativa de
dar cuenta en términos dinámicos de la asimetría temporal de los procesos termodinámicos, se vio frustrada por el choque con el principio de razón
suficiente, de Leibniz, aplicado a la construcción de lenguajes dinámicos. Su análisis, al revés que a Darwin
(quién superó limpiamente y con fuerza las tesis limitativas del pasado), le obligó a concluir que, en último término, no se puede
atribuir ningún privilegio a las evoluciones que hacen crecer la entropía. Las nociones de causas
plenas y efectos totales propugnadas por el principio mencionado,
si se asumen con todas las consecuencias, parece como si permitieran asegurar que a
cada evolución dinámica en el sentido que lleva a un crecimiento de la entropía, se le puede hacer corresponder una evolución que restauraría las causas remontando la cascada de efectos. El racionalismo medieval y renacentista (e incluso actual), que deja escaso o nulo margen a las consideraciones de
matiz empírico, admite en cambio, que el principio de causalidad es analítico y debe enunciarse bajo la forma del principio de razón
suficiente. Nada sucede sin una razón suficiente, clamaba
Leibniz. Por eso, las causas plenas y los efectos totales se subordinan a una razón que
prescribe cual es el grado de coincidencia entre razón y realidad. Se identifica
el estatus
ontológico propio del principio de causación, con el procedimiento epistemológico propio de la indagación
racional. Como ya hace tiempo que se constató
que es un error
identificar la realidad material con una reconstrucción en el pensamiento, y mucho más, hacerlos coincidir como paso previo a toda experimentación, las causas plenas y los efectos totales (con la equivalencia que
presuponen) carecen de interés para los físicos o cualesquiera otras personas cuyo conocimiento del mundo requiere
fundamentalmente de medidas y observaciones expresadas mediante vínculos numéricos u otro tipo de
comprobaciones mensurables; es decir, que solo se refieren a causas y no a razones,
más que nada, por lo que éstas últimas tienen de opinables.
Así pues, todo funcionaba "razonablemente" bien
en los
sistemas ideales y cerrados de moléculas gaseosas que mencionamos. Por eso, Boltzmann doblegado, escogió la fidelidad a la tradición dinámica
de no hay nada nuevo bajo el sol, a pesar de que intuyó con fuerza el carácter evolutivo del mundo. Su elección
nos remite a la propia historia de la
física en el seno de nuestra cultura, que ha estado inseparablemente
unida, en muchos casos, a los influjos ideológicos predominantes sin poder adoptar una postura autónoma.
El universo, es, sin embargo, mucho más
complejo, interesante y con multitud de factores a considerar. Si aquél fuera
asimilable en su comportamiento al de un gas fluctuante en su equilibrio térmico, podríamos decir
que, al
escrutar distintas regiones del mismo, deberían hallarse porciones en mayor desorden unas que otras. Observamos, en cambio, que se encuentran tan bien
ordenadas todas ellas como la región que nosotros ocupamos. La explicación de todo
es el origen
explosivo del
universo. A finales del siglo XIX las observaciones astronómicas quedaban limitadas
apenas a nuestra galaxia y Boltzmann no podría haber imaginado que sus pequeñas
regiones fluctuantes que postulaba contenían miles de millones de galaxias.
Por si fuera poco,
el
descubrimiento de Hubble de que las galaxias se alejan unas de otras con una velocidad proporcional a la distancia que las separa, y el descubrimiento de Penzias y Wilson de la radiación de cuerpo
negro, homogénea e isótropa que impregna nuestro universo, han contribuido
a establecer la concepción de un origen del mismo que se remontaría fácilmente a unos cuantos miles de
millones de años atrás. Una evidencia tan clara como la
que comentamos habría satisfecho plenamente
a Boltzmann. Ya no es necesario tantear un
poco a ciegas sobre si la baja entropía es el resultado ocasional de fluctuaciones de partículas
moviéndose al azar durante toda una eternidad. La Gran Explosión nos permite explicarlo todo con eficacia en poco
tiempo. Es cierto que lo esencial de la falsamente fallida
previsión de Boltzmann se ha cumplido, el paso del tiempo ha tomado sentido como concepto físico
irreductible y
con ello se ha
transformado la misma noción (en palabras de Prigogine) de ley de la naturaleza.
Pero existe un problema. Es el de aplicar la segunda ley de la termodinámica al conjunto del universo. ¿Nació éste
en el caos?
El caos se define (no del todo apropiadamente) como
mucha entropía o mucho desorden. Desde el mismo momento que nació
el universo
aparecieron muchos tipos de estructuras y así es como se fueron formando estrellas y galaxias. De ese
hecho parece derivarse que el universo no está en un estado de máxima entropía ahora, puesto que la creación
de estrellas produce un aumento de la misma a medida que consumen sus
combustibles nucleares. Pero esto parece una contradicción, si se tiene en cuenta que era muy elevada la entropía al principio y que la ley de la termodinámica dice que la entropía aumenta
siempre con el
tiempo.
Ciertamente, si se es muy estricto, los conceptos de entropía y orden termodinámico
parecen ser sólo son apropiados cuando se trata de energética. Por ejemplo, si
analizamos la distribución de estrellas en un cúmulo estelar esférico, puede comprobarse que no se
comportan entre sí como las partículas de los experimentos de laboratorio. En este caso, el segundo principio de la termodinámica es
aplicable a las interacciones moleculares gaseosas, aún suponiendo que
fuerzas residuales de Van der Waals y de Heiler-London siguen operando, pero no es trasladable al caso macroscópico de una distribución
estelar. También se discute el que haya una tendencia a confundir (deliberadamente o no) las distintas clases de
orden habientes en la naturaleza. Es dudoso que
las
estructuras astronómicas existentes, condicionadas en gran parte por un remoto origen explosivo (y aún preexplosivo) del universo obedezcan
también en su comportamiento a una mera descripción termodinámica. Es dudoso, asimismo, el que el orden biológico se apoye
directamente en el orden termodinámico. Por esas razones tendríamos que hacer caso a Medawar
cuando sugiere que "no debería
establecerse una equivalencia abstracta entre entropía, azar y probabilidades cósmicas".
Toda precaución es poca. Pero eso no quiere decir
que en un
análisis de la mecánica celeste, no haya que hacer una crítica de la dinámica clásica.
Su principal defecto es que introducía el elemento espurio de las interacciones
instantáneas, cuando como sabemos, según la relatividad esas interacciones se propagan con velocidad
finita. Eso viene a coincidir, con la noción esencialmente
probabilista e
incontrolable de los sucesos, que
barruntaba y
prefiguraba la hipótesis fallida de Boltzmann por otro camino.
Se han intentado dar explicaciones a esas cuestiones tan
variadas. Así, el físico Paul Davies en 1983 expuso su idea de que la teoría del universo inflacionario
podría integrar o admitir en su concepción, el estado de entropía relativamente baja en que se
encuentra actualmente. Tal vez aquél alcanzó
su punto de máxima entropía en el tiempo de Planck, habiéndose creado poco después una
"discontinuidad marcada por la entropía”, debido a la prosecución de la expansión inflacionaria. Imaginó
que, aunque hubo un aumento de entropía
durante el período de expansión inflacionaria,
aún aumentó más la capacidad de generar
entropía. Podría haber ocurrido que al final de la fase inflacionaria la entropía llegó a
alcanzar un
nivel superior al
de antes, pero sin estar por eso próxima al máximo posible. Davies
continuó razonando y supuso que lo que determinaba en
última instancia la flecha del tiempo (expresión que se debe a Eddington), era la inflación del universo. Terminó por concluir que la inflación fue la que posibilitó que
aumentara la
entropía. "Es posible que en un universo en expansión la
energía organizada apareciera
espontáneamente, sin necesidad de estar presente al principio. Por tanto, no existe
ninguna necesidad de atribuir el orden cósmico (baja entropía) ni a una deidad ni a la introducción de
organización durante la singularidad inicial. La singularidad
inicial pudo haber expelido energía de una forma totalmente caótica y aleatoria, energía que más tarde se organizó a si misma
espontáneamente, bajo la forma del Universo en expansión. Obsérvese que no solamente hemos
atribuido el
origen de la materia al Universo en expansión, sino también el origen de su
organización."
¿Se
podría hablar en esas circunstancias de que en las
estructuras astronómicas sigue rigiendo el principio
de orden de Boltzmann? ¿Sería la
termodinámica algo utilizable en este caso? En
realidad, los
objetos astronómicos que conocemos por agrupaciones estelares no
presentan ninguna tendencia a homogeneizarse y actúan y se regulan entre sí por fuerzas gravitatorias de largo
alcance. Los
cúmulos y las galaxias, en
general, se comportan como unidades estructurales bastante definidas. Por consiguiente,
es preciso considerar que la distribución espacial de las
partículas, o, para el caso, objetos
astronómicos, está también determinada por factores no aleatorios.
La "segunda
ley", eso es seguro, nos ayuda a describir correctamente una distribución de
partículas, cuando dependen exclusivamente de procesos aleatorios
independientes entre sí, porque se trata de procesos en desorden elemental,
vinculados a sucesos fortuitos. Pero la disposición espacial de las partículas puede estar (y de hecho está) también determinada por factores no
aleatorios.
Imaginemos, en otro supuesto, una nube gaseosa que
por contracción puede dar lugar al surgimiento de una estrella. Los gases están ionizados, magnetizados y, por añadidura, la gravedad es el aglutinante esencial.
Todo ello
quiere decir que las partículas no se mueven con entera libertad térmica. Su posición no está enteramente
determinada por el azar. La cuestión, básicamente, se reduce a determinar si la segunda ley de la termodinámica se aplica
no solo a la
materia, sino también a la gravedad. Algunos científicos como Stephen Hawking mantienen que la gravedad cósmica está altamente desordenada y es el resultado de
influencias puramente aleatorias que actúan sin conformación estructural y que son producto de la singularidad inicial.
Otros, como Roger Penrose, llegan a la conclusión de que el campo gravitacional
cósmico se encuentra en un estado de muy baja entropía - es decir, está altamente
ordenado- lo
cual indica que hubo un suministro de orden en el mismo momento de la creación.
Por
tanto, de momento, y a falta de mayores
aclaraciones, lo que
nos asegura el
principio de orden de Boltzmann es que la naturaleza tiende a situaciones en las que se pueden
manifestar el
máximo número de posibilidades, y el concepto físico de entropía está determinado por el respectivo número de
esas posibilidades. La ley de aumento de la entropía es una ley estadística; no es una ley fundamental (lo que no le resta importancia) porque no
sirve para describir el comportamiento de un átomo o una molécula en particular: sólo trata del comportamiento de la media de un gran número de
componentes. Si luego el principio de Boltzmann
se ve reconducido por otros motivos que desembocan en una estructura
determinada (por ejemplo, astronómica), no podemos más que felicitarnos por ello, puesto que
proporciona aún más diversidad.
Los organismos vivos
constituyen un
ejemplo muy claro de lo que venimos diciendo. Una
planta, sirva para el caso, a medida que
transcurre su existencia acumula un desequilibrio en forma de energía
química. Pues
bien, ese desequilibrio "crea su objeto", (como diría el
químico Berthelot) o provoca su reconducción bioquímica. A veces, se suele decir que los organismos u objetos biológicos químicamente desequilibrados presentan
una entropía decreciente, en vez de creciente, por lo que se ha sugerido
la expresión neguentropía (o entropía negativa) para describir esos procesos. La evolución del orden biológico a
través de mutaciones y selección natural es aceptada en la actualidad de una
manera virtualmente unánime en la comunidad científica. La característica esencial de la evolución biológica es su naturaleza accidental. Las mutaciones ocurren
por puro azar e inciden sobre un desequilibrio que ha "creado su objeto"
biológico. Debido a las alteraciones aleatorias que cambian, aunque sea
mínimamente, las características de los organismos, se presentan múltiples opciones en la naturaleza. Las elegidas serán
aquellas que mejor permitan la adaptación a las condiciones naturales. De esas circunstancias, pueden
surgir estructuras complejas por la acumulación de un número muy elevado de pequeños accidentes. El aumento de orden
ocasionado por esta tendencia se compensa ampliamente con el número mucho mayor de
mutaciones nocivas que son eliminadas por selección natural. Por tanto, no hay
conflicto alguno con la segunda ley de la termodinámica. Todos los seres vivos actuales
son unos
privilegiados sobrevivientes de la historia biológica, que ocupan la cima de un árbol genealógico
flanqueado por numerosos fracasos genéticos.
El orden cosmológico no es un concepto meramente
abstracto, sino que implica que cada cosa puede tener su ubicación específica, y eso por un principio que lo rige, de modo que el azar se ve restringido
en su papel. Así se prodigan las regularidades que caracterizan cualquier orden, ya sea
éste físico (astronómico) o biológico. Los instrumentos de reconducción de las fluctuaciones
estadísticas pueden ser la gravedad, a la hora de crear estrellas y galaxias, o la selección natural, en
la evolución biológica. De esta forma, lo excepcional, lo diferente (lo sistemáticamente
excluido por el
racionalismo) dentro de las fluctuaciones acaba
siendo escogido como el caso más relevante y definitorio.
El mundo, sí, era un vasto océano de
partículas, radiaciones y energía impelidas (esto era algo que no sospechaba
Boltzmann) por la explosión inicial a evolucionar en un sentido irreversiblemente
temporal hacia todas las posibilidades (en ellas no se incluyen las individualidades) que han dado lugar a la diversidad más
inimaginable de estructuras.
Boltzmann no imaginó que sus ideas de mecánica
estadística podrían efectivamente trasladarse al universo entero y a todas las disciplinas científicas. Justo lo que opinaba Gibbs al asegurar que el análisis estadístico no
es aplicable sólo al comportamiento de las "grandes poblaciones", sino también a
cualquier "sistema conservador", independientemente de cual sea su
grado de libertad.
La tendencia de la vida, como las de las moléculas de gas en
un recipiente,
es la de
expandirse aprovechando todas las posibilidades que el azar permite en la naturaleza. La vida actúa incesantemente creando estados
inestables-estables, operando a partir del azar y surgiendo orden. Orden que a su vez, el azar ayuda a crear,
apoyando los
impulsos de la vida, tendentes a lograr en su desarrollo evolutivo la optimización de
funciones en relación con el medio y con la línea elegida de su
propia trayectoria vital.
Precisamente
esas circunstancias son las que confieren a la vida sus dos características distintivas fundamentales: la complejidad y la organización.
Ningún producto del ingenio humano puede ser parangonado con el más simple de los organismos
unicelulares. La extrema complejidad de éste, haría risible tal pretensión. Una sencilla bacteria
interactúa con el medio, estableciendo una sofisticada red de
funciones y formas. La mayor parte del control reside en el núcleo de la célula, dentro de la cual se encuentra el código genético, que permite al microorganismo
reproducirse o, lo que es igual, sacar copias de si mismo. Se ha llegado a
inferir que como todo en el universo, este complejo edificio agrupado en torno a un código genético que
nunca se acaba de construir definitivamente, tiene
su fundamento en la fuerte propensión
(expresión de Karl R. Popper) que hay en la naturaleza a la asociación de partículas atómicas y moleculares, así como
en las
fluctuaciones estadísticas generalizadas que el mecanismo de la selección natural, en el terreno biológico, se encarga de regular.
Análisis estadístico y
cálculo de probabilidades aportan consiguientemente
el conjunto
inquisitivo de elementos que nos permiten desentrañar las reglas de la lógica de la naturaleza. El número de individuos en
juego siempre es muy elevado, con lo que la contingencia cobra todo su valor y es el eje central de los hechos evolutivos,
tanto físicos como biológicos. Así, la ventaja de obtener
previsiones lindantes con la certeza se conjuga con el inconveniente de que la estricta causalidad no es discernible.
Ahora nos damos cuenta de que la visión de Boltzmann
era magnifica, pero imperfecta y pesimista. Imperfecta porque él imaginaba un recipiente cósmico
de extraordinario tamaño, inmenso, posiblemente infinito en el tiempo y en el espacio, compuesto por
un sinfín de partículas en equilibrio térmico. Era un estado precósmico
previo a la
eclosión del
universo, sin definición precisa. Su visión, además, era pesimista. De acuerdo con su punto de vista, el universo se encuentra
habitualmente en un caos total, es decir, sin ninguna clase de organización
estructural. No obstante, de vez en cuando, entre intervalos de una duración de tiempo
inimaginablemente larga, se dan unos pocos miles de millones de años de ordenación accidental.
Y la explicación de que nosotros
estemos aquí para contarlo, es que esa ordenación de la materia incluye la remotísima
probabilidad, convertida en real, del surgimiento de la vida y, por ende, de seres humanos que son testigos de tal
suceso. Dado que la vida tiene en la entropía negativa su sustento, los observadores
conscientes de tan rarísimo fenómeno sólo pueden existir durante los cortos períodos de
fluctuaciones estadísticas que se producen en el recipiente cósmico.
En resumen, la visión de Boltzmann implicaba un grado de contingencia
inimaginable para explicar el mundo. Pensemos que las fluctuaciones estadísticas, a las que él tanta importancia daba,
sólo adquieren verdadera relevancia cuando
se trata de poblaciones poco importantes. Las desviaciones
originadas adquieren significación física o biológica cuando hay una fórmula de aprovechamiento establecido. Tampoco
consideró el factor gravitacional como
coadyuvante en la generación y acreción de estructuras astronómicas, aunque es
de todo punto lógico, dadas las características
del modelo propuesto y
en el momento histórico en que se
realizó. Creemos que nuestro mundo es de una
existencia menos improbable, si se considera su origen explosivo pues a la noción central de
que la
entropía es el principal
fundamento de la flecha del tiempo, hay que
añadir la nada
despreciable cualidad de la dirección impuesta por la expansión cósmica.
No obstante, a pesar de la notable complejidad
revelada, presente en el marco de los sucesos generales, al suponer que la entropía creciente es una ley estadística, habría que esperar que existieran
fluctuaciones y que en casos aislados durante un breve período de tiempo se invirtiera el aumento de entropía. Eso
es lo que
suponía Boltzmann y lo que señalan las leyes de la probabilidad. Tarde o temprano, por poco frecuentes que sean los acontecimientos muy
poco probables, han de suceder. Si siguiéramos
inspeccionando un
recipiente ideal o imaginario, como el de Boltzmann, cabe suponer que acabaríamos presenciando,
por larga que fuera la espera, una fluctuación estadística o incluso un acontecimiento que retrograde cronológicamente (es
decir, fluyendo invertidamente en el tiempo). Ninguna ley
física se violaría; únicamente presenciaríamos un
hecho improbable, pero no imposible. En toda una eternidad, sólo lo imposible no tendrá nunca
lugar.
Una fluctuación
estadística importante, por ejemplo, estaría constituida por la formación de un reducto dentro del recipiente en el que todo el gas se condensase en uno de sus lados.
Contemplar esa agrupación momentánea de unas pocas moléculas -pongamos mil- nos supondría la friolera de 10³⁰(diez elevado a treinta) años
de espera. Si consideramos, además, que un recipiente no muy grande puede tener unas 10²⁵(diez elevado a venticinco) moléculas,
la probabilidad de que
todas ellas
constituyan un reducto de orden es
increíblemente pequeña, casi despreciable. Un universo formado de esa manera, requeriría
un mareante
número de (uno
seguido de ceros) años, increíblemente superior a los que comprende la edad que tiene en
realidad el nuestro.
Claro que eso no supondría ningún inconveniente, teniendo en cuenta que se
dispone de toda una eternidad para que esas condensaciones pudieran
realizarse. Sin embargo, todo indica que no son así los hechos.
En definitiva, lo que se pone de manifiesto es que la práctica irreversibilidad de los sucesos estadísticos termodinámicos traduce exclusivamente los cambios de distribución de las moléculas en el orden en el que se distribuyen en el recipiente. La termodinámica nos da, pues, una visión más correcta
cuando la
distribución depende únicamente de procesos aleatorios independientes unos de otros; por eso, de
lo que se trata es de establecer qué aspectos de un sistema (o mejor, que magnitudes
físicas) son los
que deben considerarse en interés de que esa distribución esté determinada por
sucesos fortuitos. La dificultad de delimitar rigurosamente un ámbito de vigencia de la segunda ley de la termodinámica no
nos impide intuir que, en su conjunto, el universo es un sistema que tiende del orden al desorden. Pero eso no
supone cortapisa alguna (sino, al revés, un acicate) para que sigan sucediéndose estructuraciones en
la práctica
de forma ilimitada.
Aunque no sabemos cuán lejos se halla de su equilibrio final,
sospechamos por el estado relativamente primitivo de las estructuras existentes y por el gran vigor cosmogónico que exhibe en su conjunto que aún hay cuerda
termodinámica por mucho tiempo.
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