5-LA CONQUISTA MENTAL DEL UNIVERSO-
õ
"El universo tiene su centro en todas partes y su
circunferencia en ninguna"
Nicolás de Cusa (1401-1464)
en su libro De Docta ignorancia
No hace más
de trescientos cincuenta años, los
grandes astrónomos creían en un cielo "pequeño". Incluso después de
Copérnico y en tiempos de Newton se
pensaba que una esfera de
"estrellas fijas" contenía todos los astros situados más allá de
Saturno, y
podía servir de referencia para determinar las posiciones de las llamadas
"estrellas errantes" (es decir, los cinco planetas conocidos) y de la Luna y el Sol. La Vía Láctea era
sólo una señal enigmática sujeta a todo tipo de leyendas, mitos y demás curiosas
especulaciones.
Esa situación se había venido prolongando durante más de mil
quinientos años, debido a que las antiguas ideas griegas al respecto se avenían muy bien con la visión preexistente de un universo moral en el que el hombre ocupaba un lugar preeminente. Nada parecía más obvio que la Tierra era el centro de todo y que el Sol y los planetas giraban a su
alrededor. Eso y la creencia en la perfección mágica del círculo, inducía a creer a los astrónomos griegos con argumentos un tanto simplistas, que los cielos eran
evidentemente perfectos e inmutables y que las estrellas y los planetas se movían en órbitas circulares por ser el círculo la más perfecta
(?) de las figuras geométricas.
Cuando se piensa en el más importante de los astrónomos griegos, se menciona a Claudio Tolomeo que
vivió en Alejandría en el siglo II d. de C. y tuvo el mérito de recopilar las
mediciones y datos de sus predecesores griegos, egipcios y babilonios. Combinándolo todo con algunas
observaciones que realizó por si mismo se propuso elaborar un modelo de universo que
fuera lo
más consistente posible con las ideas
establecidas.
El movimiento de los cuerpos celestes se
producía con el supuesto de dos principios básicos fundamentales
que predominaban en el pensamiento griego. El primero de ellos es la doctrina del geocentrismo, es decir, que la Tierra es el centro de todas las cosas. El segundo es, como podría
suponerse, que el movimiento de los cielos se realiza siguiendo la perfección
que imponen los
círculos y las esferas. Éstas, que eran de cristal, giraban en
movimientos concéntricos pero a diferente ritmo. Así, la Tierra que, ocupaba el centro, era circundada por la esfera más próxima a ella, que girando, portaba el Sol, la Luna y los planetas. Más externamente giraban
las esferas que portaban los planetas exteriores, y por último, la esfera que portaba las estrellas. Claro que,
como la
explicación no era enteramente satisfactoria, además de suponer que la esfera exterior
daba un poco
más de una
vuelta diaria, debía de haber un giro mayor para dar cuenta del cruce del cielo durante la noche por las estrellas y otro más pequeño para
explicar la
presencia de distintas estrellas en los cielos nocturnos del invierno y del verano. Explicar con detalle el movimiento de los planetas también requería de un reajuste. Se suponía
que esos objetos giraban alrededor de epiciclos, o pequeños círculos,
que a su vez se movían, rodando sobre las esferas principales.
El universo de Tolomeo fue hecho suyo por el pensamiento cristiano medieval sin reserva alguna, no sólo por tener
su fundamento en la supuesta razón científica, sino también porque reforzaba la idea de la cosmología geocéntrica que la
propia doctrina religiosa había adoptado previamente en las Escrituras.
El hombre ocupaba
el lugar central.
Las sutiles
esferas de las estrellas y los planetas se interponían entre el hombre y el cielo, pero también le indicaban que eran peldaños en el camino de perfección hasta ese lugar de gloria espiritual. Por su parte, los volcanes y los movimientos telúricos,
no cuestionaban la solidez del mundo terrestre en el que apoyaba sus pies, pero proporcionaban atisbos de un submundo de fuerzas "malignas", probablemente
infernales, todas ellas pruebas psicológicas, más que físicas, que daban idea de la validez de esa
cosmología.
Cuando el viejo sistema tolemaico no pudo resistir la prueba de las técnicas de observación más perfeccionadas, cosa que
ocurrió a finales de la Edad Media, el respeto al antiguo modelo era tan
grande que nadie consideró la posibilidad de hacer una revisión a fondo del sistema. Los astrónomos que calculaban dónde debía de estar un planeta o brillar una estrella, se
encontraban que no estaban allí. No era suficiente con hacer retoques en las esferas, si luego los cálculos y las observaciones daban resultados dispares. A pesar de eso, el modelo, por la inercia y la respetabilidad de lo ya establecido siguió perdurando durante bastante tiempo.
Sin embargo, retomando la idea de un griego llamado Aristarco de Samos (310 ad C-230 ad C) disidente de la mayoría de los viejos griegos, y que era partidario de la teoría heliocéntrica, el astrónomo polaco Nicolás Copérnico propuso en 1514 un modelo más simple y compatible con la realidad. Por miedo a las represalias, hizo circular el modelo anónimamente.
La idea era que el Sol estaba estacionario
en el centro y que la Tierra y los planetas se movían en órbitas circulares a su alrededor.
Además le
añadió su propio descubrimiento de que la Tierra gira sobre su eje, mientras que la Luna lo hace alrededor de
nuestro planeta. De la obra de Copérnico
nace la
astronomía moderna por su rigor en las observaciones y los cálculos, y por el desarrollo de hipótesis contrastables que iban más allá
de las
especulaciones filosóficas.
Todavía
pasó casi un siglo hasta que la idea fue plenamente
aceptada. Se había puesto en
claro que para explicar el movimiento de los planetas era preciso situar el Sol en el centro y la Tierra, moviéndose en órbita a su alrededor. Reconciliar este hecho con la ausencia de paralaje exigía suponer que los planetas y las estrellas estaban
mucho más alejados de lo que nunca nadie había imaginado. Gracias a los estudios y observaciones de Tycho Brahe, Johannes Kepler y Galileo Galilei que
perfeccionaban el sistema de Copérnico se completó la revolución o
"giro copernicano", se pusieron las bases de la física moderna y sentaron un precedente de la nueva revolución
que tendría lugar en el siglo XVI con la poderosa personalidad de Newton.
Un nuevo avance en el conocimiento del universo, no supuso el fin del concepto de "estrellas fijas".
Éste llegó con las observaciones del músico profesional, astrónomo aficionado y constructor de
telescopios, Federico Herschel (1732-1822) quien se propuso realizar un mapa del cielo, contando el número máximo de
estrellas posible que se podía ver al enfocar su telescopio en una dirección dada. Simultáneamente a las observaciones de Herschel,
se estaban realizando otra serie de descubrimientos muy importantes. Ya hacía mucho tiempo que los
astrónomos árabes del siglo VIII se habían dado
cuenta que en el cielo
nocturno y
extremadamente despejado del desierto, había unos objetos bastante misteriosos, llamados nebulosas (por el gran parecido con las formas algodonosas
que adoptan las nubes). Incluso cuando las condiciones de
observación son óptimas, estos objetos astronómicos pueden ser vistos a simple
vista. Lo que
se aprecia es una mancha de luz difusa y esponjosa, demasiado grande para tratarse de una estrella individual.
Al examinar estas
formaciones con telescopios, se puso de manifiesto que muchas de ellas contenían
estrellas individuales visibles sobre un fondo luminoso pero traslúcido o borroso. A ese
respecto fue el
filósofo Inmanuel Kant, quien teorizó que
estas nebulosas podían ser otros "universos isla" parecidos al nuestro.
Herschel fue más lejos, pues comparó el brillo aparente de la estrella Sirio con el del Sol, y sin dejar de tener en cuenta la distribución aparente de las estrellas en el cielo, a las cuales suponía del mismo brillo absoluto, pudo deducir que la Vía Láctea era un universo independiente constituido por millones de
estrellas. Eso fue el inicio intuitivo de lo que con el tiempo se convertiría, gracias al perfeccionamiento de los telescopios, la aplicación de la fotografía, el radar, la radio, etc., en un Universo con mayúsculas, de
profundidades increíbles. Las propias y colosales proporciones de la Vía Láctea se ven empequeñecidas ante las de otros objetos
astronómicos diseminados por el espacio, miles de millones de veces más distantes que la propia galaxia que
habitamos.
Lo que quedó muy claro a lo largo de los siglos, es que no fue la brillantez o la distribución de los cuerpos estelares en la bóveda celeste, las que permitieron resolver la cuestión de las nebulosas y las estrellas que contienen, sino la disponibilidad de telescopios con la suficiente capacidad
de resolución para poder hacer mapas adecuados del cielo. Así el universo ha llegado a ser comprendido como un conjunto de objetos
astronómicos de variada clasificación, según sus diversas categorías. Se hace
necesario por ello realizar siquiera una somera descripción, que aclare el panorama cosmológico.
Nos encontramos con varias clases de astros, irregularmente distribuidos en el cielo, como las estrellas, cuerpos
luminosos cuyo ejemplar más representativo para nosotros es el Sol.
Se distribuyen en el firmamento según una clasificación convencional de ochenta y nueve constelaciones:
ventiocho boreales (Osa Mayor, Casiopea,
Hércules, etc.), trece zodiacales (Virgo, Ofiuco, Sagitario, etc.) y cuarenta y ocho australes (Cruz del Sur, Centauro, Can
Mayor, etc.). Las agrupaciones de estrellas con formas diversas constituyen los conglomerados o cúmulos globulares
(hasta con
medio millón de estrellas) y los conglomerados abiertos, como las Pléyades, en
formas más irregulares y en constante
dispersión. Las estrellas, en muchos casos poseen un cortejo planetario a su
alrededor constituyendo todo el conjunto un sistema. Planetas como la Tierra, satélites como
la Luna, asteroides,
cometas, etc., forman esos sistemas planetarios.
También existe una sencilla forma de clasificación de estrellas que es encuadrarlas en dos clases de poblaciones:
Población
I: Se trata de estrellas jóvenes, entre las que descuellan las estrellas
variables Cefeidas, que forman parte de los conglomerados abiertos.
Población
II: La forman astros, casi
todos de la misma edad. Son muy
antiguos y constituyen los conglomerados globulares.
En el transcurso del tiempo, y a medida que los conocimientos han ido avanzando, hemos podido llegar a saber que las nebulosas no solo
están compuestas de muchas estrellas arracimadas, sino que también las grandes masas de
gases y polvo
interestelares se encuentran diseminadas por el espacio formando grandes extensiones. Según su configuración estructural, se pueden agrupar en
nebulosas difusas, formadas principalmente de
hidrógeno, lo que
favorece su luminosidad ya sea por la excitación provocada por las estrellas cercanas muy calientes o bien, y más comúnmente, por los
destellos que emiten los propios astros que albergan. Cuando las nebulosas están formadas por gases y polvo fríos muy
condensados, que no reflejan la luz de estrellas lejanas y ocultan con su opacidad, los astros que tienen
detrás se denominan nebulosas oscuras. Un subgrupo de las nebulosas lo forman las nebulosas planetarias, consistentes en grandes masas
esferoidales o
desgarramientos muy extensos de gases extruidos
por estrellas que han explotado, como ocurre en el
caso de las "novas". En las
profundidades celestes se descubren innumerables nebulosas galácticas o extragalácticas
distribuidas en varias tipologías, pero con gran predominio de las llamadas nebulosas espirales, que son muy parecidas a
nuestra Vía Láctea. Las galaxias cobijan en su seno una cantidad tan enorme de objetos astronómicos, que con mucha propiedad se las ha llamado
"universos-isla", incluso desde los tiempos en que eso solo eran meras conjeturas.
Ya desde los comienzos del siglo XX, los catálogos de posiciones de nebulosas mostraban claramente que los mejores lugares para encontrar nebulosas estaban cerca de otras
nebulosas. Fue en 1908 cuando el astrónomo sueco C. V. L.
Charlier estableció la hipótesis de que estas
nebulosas eran extragalácticas, es decir, que estaban situadas mucho más allá
de nuestra galaxia.
Esa sensación estaba apoyada en el descubrimiento de nuevas
estrellas brillantes llamadas novas. Estas estrellas eran tan brillantes
que parecía como si no pudieran estar muy lejos. Ahora sabemos que se trataba
de un tipo especial
de estrellas gigantes que explotan violentamente.
También sabemos que durante un breve período de tiempo, una supernova debido a las explosiones nucleares que se desarrollan en ella, pueden minimizar o eclipsar el brillo de toda una galaxia, pero en aquellos primeros años de la década de los veinte,
cuando la naturaleza de esas
reacciones nucleares no era bien conocida, esta explicación no hubiera tenido
muchos seguidores. De manera que, aunque todo
parecía indicar que la teoría del "universo-isla" único era incorrecta, se mantenía la idea de Shapley de que el universo consistía en una sola y colosal galaxia, no en muchas.
Los progresos en el conocimiento de la jerarquía con la que se distribuyen las estructuras del universo, se basaron en un principio, casi exclusivamente en el análisis de catálogos de posiciones proyectadas en
el firmamento.
Sin conocimientos sobre las distancias intergalácticas, los astrónomos tuvieron que
hacer caso omiso de la tercera dimensión, es decir, de la profundidad del universo. Al hacer esto se exponían a los efectos de la ilusión proyectiva,
pues en efecto, dos galaxias pueden estar muy alejadas unas de otras, aunque al estar alineadas en la visual del observador, puedan
parecer muy próximas en el cielo. Por ello es importante tener una visión más detallada
de las
estructuras astronómicas, de tal forma que pueda medirse con más precisión la distancia que separa las galaxias. Debemos a
Shapley la
visión relativamente moderna de lo que es una estructura galáctica, pero las dimensiones descubiertas eran tan colosales, que parecía
haber pocas posibilidades de que hubiera nebulosas fuera de sus límites.
Todavía en una fecha tan cercana como la de 1920 se
discutía si había una sola y colosal galaxia o muchas
más pero hasta 1925 no pudo clarificarse la situación. Fue
entonces cuando Edwin Hubble constató definitivamente la naturaleza
extragaláctica de las nebulosas y situó el punto de mira de los astrónomos fuera de los límites de nuestra galaxia. Hasta donde llega el alcance máximo de
nuestros telescopios, hay galaxias. No se ha visto ningún indicio de que
desaparezcan más allá de un límite, ni de que su densidad disminuya en algún punto. Así pues, no parece haber centro cósmico, ni tampoco
límite cósmico aunque muchas veces se habla del "límite del universo", como dando a entender
que hay una
frontera más allá de la cual no hay nada.
La "cartografía" del universo se ha visto muy favorecida
con el desarrollo de una gama de detectores
electrónicos entre los cuales se encuentra la cámara CCD desarrollada en los años setenta del siglo XX. Estos detectores
son muchísimo más sensibles que las cámaras fotográficas y
localizan las
partículas luminosas con gran facilidad lo que permite agilizar las observaciones
astronómicas y
optimizar los
resultados. En ese sentido y a diferencia de lo que ocurrió durante el siglo XIX, en el que muchos sabios
llegaron a la
conclusión de que la cosmología era incompatible con las leyes de la física, el observador ha adquirido una importancia relevante.
Esta idea experimentó un auge extraordinario al cuestionarse Einstein el problema cosmológico en toda su intensidad, sentando las bases de la teoría de la "relatividad
restringida" en 1905. Las concepciones sobre
el espacio, el tiempo y el movimiento fueron trastocadas. En 1915, fecha en que fue
publicada la
teoría de la "relatividad
general", aún se proponían
posibilidades más extraordinarias. La antigua creencia en el universo mecánico
newtoniano, fue sustituida por el nuevo paradigma, y su enunciación sugirió
toda una
serie de razonamientos que dieron origen al primer modelo de universo de la moderna cosmología.
Partiendo de la premisa de que el espectador desempeña un papel activo, se describe la relación necesaria entre una distribución de materia y movimiento y la correspondiente geometría global del espacio-tiempo. Es decir, se supone que hay una determinación local de la geometría que es
dependiente de la distribución de materia y energía en el entorno del lugar, y del instante en que se realizan las mediciones. No sólo las medidas de espacio y tiempo no son
independientes, sino que la geometría espacial pasa a ser la del espacio-tiempo. En ese instante se plantea el problema de cómo engarzar las geometrías locales o parciales con una geometría universal. Fue
preciso que la observación astronómica de la materia y el movimiento vinieran a
concordar posteriormente con el modelo sugerido. El descubrimiento de Hubble, por
ejemplo, de que las nebulosas parecían
estar huyendo todas ellas de nuestra galaxia podía predecirse, o explicarse,
notablemente bien mediante la teoría de la relatividad
general de Einstein, entonces todavía no muy desarrollada, que asimilaba
la
gravedad a la
adopción del
espacio curvado. El espacio y el tiempo que se expandían como un globo, eran acompañados
por las
galaxias en su carrera frenética. La teoría de la relatividad de Einstein, confirmada en sus principales
aspectos por las observaciones de Hubble nos enseña que el centro del universo está en todas
partes y en
ninguna parte. A decir verdad, es el presente visto desde
cualquier lugar y rodeado por ondas concéntricas del pasado, hacia el que la historia cósmica se
precipita a la mayor velocidad a la que puede viajar la información, a los trescientos mil kilómetros por segundo de la velocidad de la luz.
Como vemos, el panorama cosmológico sigue confuso pero un poco menos. No pensamos en el firmamento como en el viejo campo de aventuras y desventuras de los dioses mitológicos. Tampoco pensamos ya en que es lo que hay detrás del fin del espacio o en su parte exterior.
Si se dispara una flecha o un rayo de luz a infinita distancia en cualquier dirección
acaba regresando y dándonos en nuestra espalda. Einstein
descubrió que el
peso de todo el
universo deformaba
el espacio-tiempo
sobre si mismo, curvándolo como la superficie de un globo.
Pero el universo curvado de Einstein presentaba un grave inconveniente y era su inestabilidad.
Los astrónomos coetáneos
y él mismo, creían que el universo estaba
compuesto por una formación estática de estrellas que o bien, tendían a
separarse unas de otras, o bien a atraerse cada vez más hasta entrar en colapso.
Como no parecía que ninguna de las dos cosas fuera previsible que sucedieran, Einstein se vio
obligado a retocar sus ecuaciones introduciendo un nuevo elemento que denominó "constante cosmológica"
que era la
responsable teórica de producir una interacción repulsiva de largo alcance, capaz de
contrarrestar la gravedad cósmica. En
realidad, la
teoría de la relatividad general, no exigía la introducción de ese
término, sino que más bien describía un universo dinámico todavía no aceptado. Solo cuando se produjo el descubrimiento del alejamiento intergaláctico por parte de Hubble, fue
descartada la
“constante cosmológica” que tanto afeaba las ecuaciones cuasiprofeticas de Einstein, que auguraban la eclosión de un universo expansivo.
Las galaxias individuales se
alejan a velocidades diferentes, pero el espacio se expande en todas direcciones y en todas partes a la misma velocidad, lo cual no es obstáculo para
que nuevas y complejas
estructuras se descubran continuamente provocando en nosotros la sensación de que ha
comenzado la conquista mental del universo.
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