11-EVOLUCIÓN POSEXPLOSIVA DEL UNIVERSO-
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"El Universo está formado sobre todo por hidrógeno y helio, y no
muchas cosas más. Los elementos más pesados que el helio son los productos del reactor
termonuclear primigenio o de posteriores explosiones de supernovas. Las
estrellas son condensaciones
accidentales de polvo espacial. Los sistemas solares, a escala cósmica, son muy
raros. Los brotes de vida -sobre todo de
vida inteligente introspectiva- son anomalías curiosas. Nosotros mismos no
somos más que puros vestigios, somos las migajas de la creación."
John
Lenihan
El estudio de tantos aspectos diferentes
que presenta el universo
evolutivo, nos obliga a ir hacia adelante y
hacia atrás en el
tiempo, con el propósito de retomar
el hilo de aquellas
cuestiones que nos interesa resaltar convenientemente. Así, ahora retrocedemos de
nuevo hasta instantes después de la Gran Explosión, cuando los electrones todavía estaban
en estado libre. Los fotones que inundaban
de radiación el
medio tenían demasiada energía e impedían que los protones pudieran combinarse con los electrones y formar átomos de
hidrógeno.
Las partículas efervescían agolpadas unas con otras en una región extraordinariamente pequeña, no podían abrirse paso en la maraña de radiación, y los protones y electrones estaban
imposibilitados para su aglomeración. La expansión
continuada del
universo provocó un descenso de la temperatura hasta cien millones de veces la del núcleo solar
primitivo. Los
fotones disminuyeron su energía por debajo de los 13,6 electrón-voltio, que
coincide con
el umbral de
formación del
hidrógeno, y,
en consecuencia la materia y la radiación se
disociaron. Las fuerzas de la naturaleza adquirieron sus propiedades actuales y las partículas elementales que reciben el nombre de quarks vagaron
libremente en un
mar de energía. Los electrones dejaron de
ser un obstáculo
para el
movimiento de los
fotones. El
universo llegó a tener un grado de compacidad considerablemente menor que en los primeros momentos,
llegando a alcanzar una dimensión mil veces mayor que al principio del mismo.
Toda la materia llenaba una región de aproximadamente un tamaño del sistema solar actual.
A
partir de entonces, los quarks libres pasaron a estar confinados en neutrones y protones, los cuales, una vez el universo hubo crecido
mil veces más, se combinaron y formaron núcleos atómicos. Tan pronto como los protones pudieron
sobrevivir, se formó el primer hidrógeno conocido, pues los núcleos de hidrógeno
están formados por un único protón. De esta forma, se generaron también la mayor parte del helio y del deuterio que existen hoy
en día. Todo ese proceso ocurrió durante aproximadamente el primer minuto y medio de expansión y cuando la temperatura media
había ya descendido a unos mil millones de grados Kelvin. Después de ese período
fulgurante se produjo una actividad frenética de nucleosíntesis. El deuterio atrapaba los neutrones y protones libres que
encontraba a su paso, formando litio y helio. En la fase final de la época, la fusión ya no podía continuar pues el universo estaba
demasiado frío. Aún así, se había transformado de forma espectacular. Tres
cuartas partes de la masa total se habían convertido en hidrógeno y una pequeña proporción
de litio; el resto
era helio que se había formado más tardíamente. El universo tenía una densidad igual a la décima parte del agua de mar y estaba formado por electrones libres y núcleos atómicos que
se movían independientemente unos de otros. Pero las condiciones todavía eran demasiado calientes para que los núcleos estuvieran en
condiciones de poder capturar electrones y asociarse atómicamente.
La situación no varió esencialmente durante unos centenares de miles de
años y el universo vino a ser unas mil veces menor
que ahora, es decir, hasta que los electrones, que anteriormente eran libres, empezaron a combinarse
con los protones y provocasen
consiguientemente la desaparición de la presión isotrópica sobre las fluctuaciones de densidad. Mientras tanto la temperatura había
ido descendiendo hasta los cuatro mil grados Kelvin y los átomos neutros aparecieron en escena de forma abundante. Los electrones se fijaron
en órbitas alrededor de los núcleos y aparecieron las primeras nubes de gas
aptas para la formación de las primeras protoestrellas. La situación se volvió tan favorable por la captura de las nubes de electrones
por los átomos,
que el universo se hizo de súbito transparente a la radiación de fondo, que hasta entonces
ocupaba las longitudes de onda de la luz visible. La materia, libre de la presión isótropa de
radiación comenzó a ser influenciada por la gravedad, que a su vez, propició el surgimiento de las primeras
aglomeraciones estructuradas en formas variadas. Las estructuras discoidales,
aplanadas e
incluso filamentosas se hicieron muy comunes. Irregularidades
todas ellas,
que acabaron por conformar objetos astronómicos de densidades muy importantes.
En la época en que el universo se había expandido hasta constituir un quinto del universo actual,
las estrellas
habían formado grupos en los que podían reconocerse las galaxias jóvenes. La materia en acreción hizo que esas estructuras aplanadas o alargadas pudieran
llegar a entrar en contacto, formando extensas redes cósmicas, con concentraciones de
materia cada vez más grandes.
Al
alcanzar el universo aproximadamente la mitad del tamaño actual, las estrellas habían producido la mayor parte de los elementos pesados que
componen los
planetas terrestres. Con el paso del tiempo, las reacciones nucleares consumieron los suministros de gas de las galaxias y ya no se generaron
tantas (ahora, todavía menos) estrellas como en el pasado. Cuando el tamaño del universo era dos terceras partes del actual, se formó nuestro
sistema solar. Hace de eso unos cinco mil millones de años. Dentro de otros quince mil
millones de años, quién sabe, probablemente las estrellas del tipo solar sean bastante escasas, el universo muchísimo más
grande y
disperso y,
por supuesto, menos acogedor para los seres humanos, que si siguen existiendo, tendrán que
resguardarse en otro planeta, pues el nuestro quizá haya llegado antes a su fin, calcinado y absorbido por el Sol. Por ahora, como
dice James Trefil, "la única diferencia entre el universo y las brasas de la chimenea es que en esta última
podemos permanecer delante de las brasas y sentir la radiación, mientras en el primero estamos dentro del cuerpo irradiante; en efecto, estamos en el interior del montón de
brasas."
En
cuanto a la
distribución de esas "brasas" tan particulares, hay dos formas
posibles de irregularidad según las cuales, la materia podría haberse reunido, permitiendo explicar
teóricamente el
modo de formación de cúmulos estelares o galaxias. Una de ellas
serían las fluctuaciones adiabáticas, en las que no se absorbe ni se transmite calor.
En ese supuesto, que era originariamente el de Zeldovich, la
relación de densidad de fotones, por un lado, y protones y neutrones, por otro, mantendría el mismo valor en todos los puntos. Es decir, que
la materia y
la radiación variarían juntas. Ambas, comprimidas simultáneamente, al difundirse y expansionarse
destruirían las posibles fluctuaciones más pequeñas que pudieran tener lugar.
Las estructuras emergentes serían enormes supercúmulos de masas solares, en
forma de discos aplanados, que luego acabarían rompiéndose y formando galaxias de
mucho menor tamaño.
Otra
explicación del fenómeno podría venir de las fluctuaciones isotermas, es decir, las que se producen a la misma temperatura; en ellas sólo la materia estaría
comprimida. La radiación no experimentaría deshomogenización alguna, y eso posibilitaría que las estructuras más
pequeñas fueran destruidas. Así se favorecería la formación de cúmulos globulares, del orden de 10¹⁴ (diez
elevado a catorce masas solares). Las galaxias normales podrían formarse más tarde, en un proceso de
reagrupamiento gravitatorio.
Esta forma de estructuración galáctica era la preferida por Peebles,
que como vemos, era justamente al revés de lo que propugnaba Zeldovich.
Pero
las cosas
no son tan sencillas como parece a primera vista. Hay que destacar que en el modelo adiabático, un examen cuidadoso revela
predicciones de la teoría que no están de acuerdo con las observaciones. La masa de las unidades predichas
es de diez a cien veces menor que las masas de los supercúmulos observados. Esto
nos induce a pensar que las inhomogeneidades de materia y radiación iniciales
(antes de la
formación de los
átomos de hidrógeno) tendrían que haber sido mucho mayores. Sin embargo, las irregularidades deberían
traducirse en algún tipo de registro detectable, junto con la radiación cósmica
de fondo a 2,7 grados Kelvin contemporánea de la época, cosa que no sucede. Probablemente, para ello deberían considerarse
modelos de universo mucho más densos, lo cual implicaría el manejo de partículas formadas que no han sido
descubiertas ni en el
laboratorio ni
en el propio
universo. Simuladamente, por ejemplo, es factible considerar un universo en el que intervenga una clase de
partículas, como el neutrino. En ese caso la formación de galaxias conllevaría la existencia de una estructura inicial
con un umbral de consolidación
de 10¹⁵ (diez
elevado a quince) o 10¹⁶ (diez elevado a dieciséis) masas
solares, que concordaría con las efectuadas en los supercúmulos. De todas formas, ese modelo predice un exceso de concentración de galaxias que no tiene su
correspondencia en la realidad.
Por
su parte, los
modelos de fluctuaciones isotermas tampoco satisfacen enteramente a los cosmólogos, porque la mera existencia de
dichas fluctuaciones es incompatible con las teorías de gran unificación, y además se hace
difícilmente explicable la formación de las grandes estructuras propias de los supercúmulos a partir
de pequeños cúmulos globulares.
Como
vemos, ningún modelo es totalmente satisfactorio en su explicación de las estructuras del universo. No debemos
olvidar que las dificultades son de difícil superación. Para ello sería preciso conocer
la
cantidad de materia implicada en su evolución, así como la naturaleza de la masa invisible
puesta en juego, cosas ambas desconocidas hasta el
momento. Además
es preciso tener en cuenta que la astrofísica tiene que habérselas con sistemas no
homogéneos, en los que por ejemplo, el espacio lejano puede estar ocupado por enormes supercúmulos
galácticos o por grandes vacíos aparentes. Cuando se observa el universo a escalas cada
vez más grandes, no se nos revela cada vez más simple, sino que aparecen nuevos elementos de complejidad, en
principio, poco o nada previsibles.
Podemos resumir lo dicho hasta ahora en que tan pronto como se
formaron los átomos, la radiación dejó de ser
dispersada por la materia y quedó libre para expandirse sin interferencias, como lo prueba el fondo de microondas existente. Simultáneamente, la materia dejó de estar
presionada por la radiación. Ambas circunstancias posibilitaron el aglutinamiento de la materia y la formación consiguiente de galaxias que constituyen el universo predominante. El movimiento ató- mico ordinario propicia que dos átomos que estén
lo suficientemente próximos
se acerquen todavía más. Esa circunstancia facilita a ambos, unidos, el
ejercicio de una acción gravitatoria más
intensa sobre los átomos contiguos que acabarán por formar parte del grupo.
El
proceso descrito se intensifica de manera que toda la materia se agrupa en
porciones discretas, que constituyen el entramado cósmico y que se identifica en las formaciones galácticas.
Se hace difícil, no obstante, explicar como una bajísima atracción
gravitatoria pudo tener unas consecuencias de una
magnitud tan considerable. La idea de los remolinos, turbulencias, contra- corrientes, etc., en el seno de la masa
plasmática es solo medianamente satisfactoria, pues a pesar de ello la atracción
gravitacional necesaria para cohesionar la materia, tal como la conocemos en su
forma presente, debió ser mucho mayor que la que se desprende de los modelos puramente
teóricos elaborados.
Para
algunas teorías modernas hubo un tiempo al comienzo del universo en el que los
campos de las
partículas elementales no habían alcanzado sus valores de equilibrio. Insisten
en la idea de
que el vacío pudo haber tenido una enorme densidad de energía, capaz a su vez de provocar una gran inflación o expansión ultrarrápida
del universo. Consiguientemente, las casi inapreciables inhomogeneidades causantes de las fluctuaciones
cuánticas antes del período inflacionario, experimentaron una dilatación durante la expansión, dando
origen a las
inhomogeneidades mucho mayores que, en un orden de millones de años más tarde, provocaron la formación de galaxias.
Si se considera que la inflación con la que, prácticamente, se inició la expansión del universo visible no abarcó
el cosmos
entero, sino que se trató de un episodio local, dentro de una sucesión continuada e inextinguible de inflaciones locales que ocurren al azar en un universo colosalmente
grande, desaparecería el problema de las condiciones iniciales, puesto que ni siquiera habría
momento inicial.
Fue una consecuencia natural,
por tanto, que el período preatómico determinase de algún modo que la materia no se
distribuyese posteriormente con uniformidad. Hoy ya no se
expresa con
rotundidad que el
universo se estructura de "arriba a abajo", de tal forma que los cúmulos se formaban
primero y
después se desgajaban en galaxias. Tampoco se
defiende con
ardor que lo
haga de "abajo a arriba", o lo que es lo mismo, las galaxias se formaban en principio y luego se iban reuniendo
lentamente hasta formar cúmulos. Vemos que
ambas cosas pueden ocurrir. Pero eso
significa que la expansión local, podría haber comenzado con determinadas
características o inhomogeneidades especiales, discernibles solo desde
un punto de vista
estadístico. Investigando lo que precedió a
la era de
las partículas,
es previsible que algunos descubrimientos nuevos aporten soluciones al problema. Pues, si bien es cierto que en el tiempo de la inflación adquirió tal
intensidad la acción gravitatoria, que los efectos derivados
gravitatorio-cuánticos resultaron irrelevantes, es preciso resaltar una vez más, que la lentitud subsiguiente del proceso hace necesario aceptar que las irregularidades de la densidad inicial eran ya
muy pronunciadas. Mientras tanto, no podemos sino seguir pensando que en
aquellas regiones donde la densidad del gas era mayor, la gravedad generada por la masa nubosa del mismo gas al acumularse paulatinamente, facilitó las capturas de materia
del entorno, con la consiguiente
amplificación de las perturbaciones de densidad. Las masas de gas
cercanas a esta acumulación, experimentaron dos flujos opuestos: la dispersión debida a la expansión
cosmológica y
la
atracción producida por la influencia gravitatoria local. Ese juego de equilibrios
es el que, en
definitiva, da una idea aproximada del desarrollo de todos los procesos cosmogónicos posteriores.
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