20-LA MUERTE DE LAS ESTRELLAS
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“Tú y yo y cada uno de
nuestros elementos químicos, estuvo en algún momento dentro de una estrella, la misma estrella. Tú y yo somos
hermanos. Procedemos de la misma supernova. Bueno, quizá para que saliera el
combinado de un ser humano se necesitaron muchas supernovas. Todos estábamos juntos en la misma nebulosa."
Alan Sandage
Si queremos saber cómo se forman los elementos y también como se extinguen y desaparecen las estrellas, gracias a las cuales ellos surgen y conforman la estructura íntima de la materia en sus múltiples variedades, nos vemos obligados a
depender de los modelos elaborados
por ordenador y también de todo cuanto podamos observar en el firmamento. Es decir, como nadie ha
visto directamente evolucionar una estrella (dada la lentitud, a escala humana, con la que lo hacen) desde que se inventó el telescopio en el año 1608, hemos de guiarnos por las predicciones teóricas
de los astrónomos, que continuamente buscan
en el universo las pruebas que confirmen o se parezcan a las formas de
comportamiento estelar supuestamente cercanas a
la ruptura de su equilibrio estructural.
Según los modelos teóricos, las fases finales de la evolución estelar dependen críticamente de la masa de la estrella.
Del mismo modo que
hay secuencias de formación de elementos dependiendo estrechamente de esta última
circunstancia, en general podemos decir que, paralelamente, hay dos clases de
evoluciones y
extinciones estelares, correspondiéndose con otras tantas clases de estrellas clasificables por su
masa. En las estrellas de masa reducida, o sea inferior o igual a la del Sol, el gas constituido por electrones que se halla en
el interior del núcleo, degenera antes de que la temperatura central se difunda y logre alcanzar la difusión del helio
que se forma cerca del
centro del núcleo con el hidrógeno no utilizado
todavía del
resto del núcleo.
La acción de la presión degenerada, cuando el núcleo llega a esa fase
no es lo
suficientemente intensa como para establecer corrientes de convección que
mezclen los
gases y se
favorezcan una combustión generalizada,
pero en cambio, si puede ser lo suficientemente intensa como para que se ponga fin al aumento de temperatura.
La estructura no puede
obtener más energía de las reservas nucleares y se va contrayendo lentamente, mientras la energía térmica
almacenada se escapa poco a poco en forma de radiación. Las colisiones entre
núcleos no son lo bastante frecuentes y violentas como para elevar la temperatura hasta los seiscientos millones de
grados necesarios para fundir el carbono en cualquiera de los elementos pesados. La carencia de materia en las capas externas de las estrellas impide que esto ocurra. Consiguientemente, en las estrellas de masa reducida no se produce la síntesis de
elementos como oxígeno, oro, uranio, hierro ni muchos otros más.
Las estrellas con un tamaño relativamente pequeño llegan a una situación evolutiva en la que el núcleo de carbono está
prácticamente muerto y reducido a cenizas. El helio que envuelve el núcleo casi apagado continúa transformándose en más carbono. Al mismo tiempo, el hidrógeno de las capas intermedias sigue
quemándose y convirtiéndose en más
helio. Como consecuencia de la elevación de temperatura, las capas externas de la estrella se alejan a una distancia mayor de su núcleo y zona central, constituyendo una forma de nebulosa. Las observaciones en muchos puntos de la galaxia, demuestran que la cubierta que
envuelve a la
estrella consiste en una envoltura de gases que van siendo expulsados sin
violencia a una distancia considerable del núcleo de la misma, convertida en una gigante roja. Poco
a poco la
envoltura sigue expandiéndose hasta volverse más difusa y fría confundiéndose
con el medio
interestelar.
El núcleo de la estrella gigante roja hace su aparición cuando la envoltura gaseosa se ha evaporado. Se trata de un cuerpo pequeño, caliente, rico en carbono y carente de combustión
nuclear. Su brillo es intenso y se debe a la energía acumulada pero su tamaño es bastante reducido (parecido
al del planeta Tierra) y se la denomina enana blanca.
Alrededor de un diez a un veinte por cien de la totalidad de las estrellas son de esta clase. Las temperaturas máximas alcanzadas son menores, cuanto menor es la masa estelar y esa circunstancia influye en el desarrollo de los hechos.
El análisis de la radiación emitida por las estrellas enanas blancas, demuestra que sus
propiedades se asemejan bastante a los modelos elaborados por ordenador. Se han descubierto varios centenares de ellas, desprovistas de sus antiguas envolturas gaseosas, esparcidas por
toda nuestra galaxia. Pero su
enfriamiento prosigue inexorablemente. Las
enanas blancas pasarán con el tiempo a ser enanas
amarillas, después enanas rojas y finalmente enanas
marrones y negras. Éstas engruesan el cementerio de estrellas apagadas que constituyen un frío rescoldo estelar,
denso y
consumido en el
espacio, aunque no se sabe cuántas hay, puesto que dejan de transmitir
radiaciones. Ocasionalmente puede suceder
que una estrella vecina vivifique una estrella enana en declive y le inyecte un chorro de materia
gaseosa que la transforma en una supernova del tipo I, capaz de
producir una
súbita síntesis de nuevos elementos. Si prende una ignición termonuclear
descontrolada, el cataclismo nuclear provocado destroza por completo la estrella enana,
lanzando material a unos diez mil kilómetros por segundo. El brillo de esta bola de fuego en expansión tarda unas tres semanas en
alcanzar su máximo, y luego declina más tranquilamente en unos meses. De todas formas la duración del ciclo activo de la vida de las estrellas de masa reducida (eso es lo normal) puede ser
tan larga, como la de la propia galaxia que las contiene.
Es posible, incluso, que nuestra galaxia no haya existido el tiempo suficiente para que muchas estrellas de
masa reducida, hayan experimentado todo el ciclo desde el nacimiento hasta su extinción definitiva. A lo mejor no lo ha completado ninguna en
su totalidad.
Si lo corriente es, pues, que las estrellas como el Sol (o inferiores en tamaño) acaben siendo objetos densos, llamados estrellas enanas blancas, en las que la materia está tan comprimida que alcanza densidades de
diez T. m. por centímetro cúbico, cuando la masa estelar es aproximadamente vez y media superior al Sol, el resultado es la contracción hasta la formación de estrellas
de neutrones, en las que la materia puede llegar a tener una densidad de 10¹⁵ (diez elevado a quince) veces
la del agua. Un centímetro cúbico de tal material pesaría más de mil
millones de T. m.
Siendo las estrellas enanas blancas y las estrellas de neutrones el
final del camino de la evolución estelar más
difundido en el cosmos, no podemos dejar de
mencionar otra clase de sucesos bastante corrientes como son los casos límite de los agujeros negros, sobre los que se ha conjeturado mucho, y en los que la materia pasa a tener muy extrañas propiedades. Pero sobre todo,
son los fenómenos de
destrucciones masivas los que más pueden llamar nuestra atención como difusores y generadores de materia que
son, esparciéndola profusamente por el espacio.
La destrucción
de las grandes estrellas
suele ser realmente apoteósica en sus manifestaciones externas. Aunque hemos
anticipado en la descripción de las estrellas temporarias y variables explosivas, ciertos rasgos de sus súbitas y violentas explosiones, no lo hemos hecho sobre los determinantes de su colapso.
Las explosiones han sido
observadas en multitud de galaxias, y por supuesto en la nuestra.
En la crucial fase de gigante roja se pueden alcanzar los
seiscientos millones de grados requeridos para fundir el carbono y la generación directa de elementos pesados. Aquí, como ya sabemos, la clave está en la abundancia de masa, pues hasta esa fase de desarrollo
estelar la evolución
es muy parecida en toda la gama de estrellas. Las que son de gran masa generan una mayor fuerza
gravitacional que las que son de tipo solar, y la gravedad incrementada es capaz de comprimir la materia del núcleo central hasta
llegar a una
densidad suficiente para provocar colisiones frecuentes y abundantes entre las partículas
gaseosas.
Las estrellas de gran masa y muy evolucionadas poseen diversas capas que se envuelven unas a
otras. Inmediatamente debajo de la superficie se encuentra la periferia
relativamente fría, en la que el hidrógeno se convierte en helio. En
capas interiores y ubicadas en zonas, más bien, intermedias, el carbono y el helio se funden en núcleos
más pesados. El magnesio, el silicio, el azufre y otros núcleos pesados se acumulan justo en las proximidades del centro. Pero
es éste último el que rebosa de actividad energética con núcleos de hierro en su interior,
además de otros materiales más complejos que tienen en su composición docenas
de protones y neutrones, siendo de una naturaleza intermedia entre los
más pesados y ligeros núcleos que se
conocen. Los ciclos
de fusión se siguen unos a otros, inducidos por periodos de inestabilidad
estelar. En cada ciclo se generan núcleos de
nuevos elementos de acuerdo con las nuevas condiciones de presión, temperatura y distancia al centro estelar. El mismo centro se contrae, se calienta aún más, se funde en
núcleos pesados, agota el combustible, se vuelve a enfriar, se contrae de nuevo,
etc. En todas las fases de la evolución estelar se emite la energía capaz de compensar la gravedad que oprime
a la estrella.
Cuando aparecen en el núcleo cantidades apreciables de hierro, se puede decir que la estrella entra en un período peligroso para su existencia.
Los núcleos de
hierro son de tal compacidad que dificultan toda clase de interacciones y en consecuencia no se
produce energía. El horno estelar deja de quemar combustible por agotamiento
de éste y el equilibrio de fuerzas
centrífugas y
centrípetas de la estrella se rompe casi bruscamente. A pesar de que la temperatura del núcleo de hierro puede
llegar a alcanzar varios millones de grados centígrados, la enorme fuerza de
atracción ejercida sobre la materia provocará la catástrofe de la estrella sin mucha tardanza. A menos que la combustión se
mantenga o
se reanude, la estrella tiene peligrosamente comprometida su integridad.
La implosión y el desplome sobre si misma es el fin de aquella estrella en la que la presión de la gravedad vence la resistencia que le ofrece el gas caliente en su interior. Cuando eso ocurre las densidades y las temperaturas se elevan formidablemente,
haciendo que la estrella rebote sobre
su núcleo, que detonen algunas partes de su centro y se conmuevan violentamente las capas circundantes. Una onda de presión intensa
retumba a velocidad supersónica a través del interior de la estrella. La pérdida de masa es inevitable cuando la onda de choque
llega a la
superficie de la estrella. Ésta despide un intensísimo brillo,
explota y grandes
proyecciones de materia salen despedidas en todas direcciones por el espacio circundante,
llevándose consigo una serie de elementos pesados cocidos en su interior.
Además de eso, en su avance a través de la estrella, la onda de choque va provocando
la
síntesis de nuevos elementos. El intenso calor desprendido provoca reacciones nucleares
que son imposibles de producir en la fase estacionaria de las estrellas. Unos son radiactivos y otros son estables y más pesados que el hierro. Los neutrones colisionan con
los núcleos
de hierro y se
transforman en núcleos de oro. El oro, a su vez, se
transmuta en plomo. Intensos bombardeos de neutrones provocan que el plomo genere todos los elementos que siguen
hasta llegar al
uranio. El
espectacular estertor que se provoca en las estrellas de gran tamaño es conocido con el nombre de una supernova, y es el final que les espera a aquellas que poseen una masa
considerablemente superior a la de nuestro Sol. De hecho, en breves momentos, la energía total
desprendida vendría a ser aproximadamente la misma que la que este último fuera capaz de emitir en toda su vida
activa.
Las explosiones
de supernovas son los sucesos más espectaculares que pueden ocurrir en todas las galaxias. La onda de choque originada
en el interior de la estrella arranca y expulsa violentamente los materiales de la estrella a una velocidad capaz de
sobrepasar los cinco mil kilómetros por
segundo, emitiendo destellos mil millones de veces más brillantes que la radiación de nuestro Sol. Una estrella en esas
condiciones, es capaz de superar en millones de veces la luminosidad del Sol a las pocas horas de haber explotado. Aunque luego remite su intensidad, su contorno espacial ha
sido inundado de un baño energético colosal y enormes cantidades de elementos pesados.
Los modelos teóricos nos
indican que ciertas clases de elementos pesados como oxígeno, nitrógeno, carbono,
sodio, magnesio, silicio y hierro se producen en el interior de las estrellas, siendo las explosiones en sí las que dan lugar a elementos más pesados que el hierro, debido al apretujamiento tan intenso a que se ven sometidos los núcleos de peso intermedio.
Las interacciones
nucleares y gravitatorias
culminadas por grandes explosiones resultan ser una fuente de nucleosíntesis muy importante.
Pese al hecho de que no ha podido observarse
directamente a los núcleos atómicos en el acto de la
formación, se tienen pruebas bastante fiables de la física nuclear y evolución estelar que
permiten asegurarlo. Estudios de laboratorio realizados en los años sesenta y setenta del pasado siglo, sobre las tasas de captación
de diversos núcleos y las tasas de decadencia elaborados con minuciosidad han
posibilitado la formación de tablas o registros de comportamiento.
Cuando todas esas tasas, además de otros factores que
intervienen, como temperaturas, densidades y composiciones en muchos estados evolutivos de una estrella normal son
incorporados a un
programa de ordenador, se comprueba que las cantidades relativas de cada tipo de núcleo obtenido
concuerdan con bastante aproximación con las abundancias relativas de los noventa elementos más comunes en la naturaleza.
Afortunadamente, disponemos ya de respaldo empírico para el cuadro teórico elaborado con cuidadosa pulcritud.
En el año 1987 la supernova SN 1987A estalló en la cercana Gran Nube
de Magallanes. Fue bautizada con el nombre de Sanduleak
-69º 202 y se registró como una estrella de veinte masas solares en ese mismo año de
1986. En la actualidad ya no existe, pero quedó constancia de que la relación entre una estrella y una supernova es una prueba
verdaderamente espectacular de que la evolución de una estrella de gran masa, al menos, ha terminado de una forma súbita y violentamente explosiva.
Horas antes de que comenzara el aumento de brillo de la estrella, empezaron a detectarse en Japón y EE. UU emisiones de
neutrinos procedentes de la onda de choque que auguraba el estertor final. La intensa radiación percibida se debía a los elementos recién sintetizados que constituían los desechos eyectados por la supernova. En su momento, pudieron verse durante
algunos meses a simple vista. Sin embargo, fueron los satélites y globos preparados al efecto, los que recibieron una auténtica tormenta de rayos gamma de alta energía, que, justamente, eran los emitidos por los núcleos radiactivos recién nacidos.
Posteriormente, observaciones realizadas por el Telescopio Espacial Hubble y el Explorador Internacional en el Ultravioleta aportaron pruebas de que Sanduleak -69º
202 se había comportado como una
gigante roja que
había perdido algunas de sus capas envolventes externas. Incluso, el Telescopio Hubble reveló en 1987 la presencia de anillos
alrededor de la supernova. Parece bastante claro que el anillo interno está formado por materia perdida por la estrella cuando era
una gigante roja.
Por su parte, los anillos exteriores es posible que estén relacionados con pérdidas de materia
de la
estrella cuando estaba en una fase previa y cercana a la de supernova.
Como era de esperar no se encontró ninguna estrella
de neutrones entre los restos de Sanduleak. Actualmente,
los productos
de la
combustión estelar se perciben concentrados en una débil mancha central que se expande a unos tres mil kilómetros
por segundo.
No
obstante, a pesar de las pruebas empíricas, la escasa frecuencia de las
explosiones estelares en forma de supernovas,
podría hacernos creer que no son importantes en la génesis de
elementos y en
la forma
de las
destrucciones masivas. Si, por una parte, hemos
admitido ya que la suerte de las estrellas que están destinadas a perecer, como nuestro
Sol, lo hacen por la vía no catastrofista, sigilosa e incluso anodina de
la gigante roja-enana blanca,
no podemos perder de vista que los astrónomos que
observan los
cielos con
sus telescopios advierten, de vez en cuando, un repentino fulgor en algún remoto lugar de alguna galaxia
lejana. De esta manera se corrobora que las estrellas
abundantes en masa no sólo son comunes a todas las galaxias, sino que la cadencia de explosiones cósmicas es bastante
significativa. Y no solo eso, las
supernovas han
permitido confirmar los modelos teóricos sobre el origen de los elementos. El medio interestelar se enriquece progresivamente con elementos pesados,
gracias a los
sucesivos ciclos de nacimiento y muerte de estrellas. Las
sustancias presentes en el gas interestelar son
identificadas con precisión porque absorben determinadas longitudes de onda de la luz que procede de
otras estrellas más lejanas, dejando marcas características. Esas líneas de
absorción también nos proporcionan información sobre las concentraciones de
elementos, o sea, de sus cantidades comparadas con las del hidrógeno.
Hasta
no hace mucho tiempo teníamos pocas pruebas históricas de todo esto que estamos
describiendo, pero se debía a la poca
capacidad de observación que la ciencia
poseía en el pasado. Durante
el siglo XX casi cien
supernovas (y
la tasa sigue en
aumento aceleradamente en el siglo XXI) fueron
observadas en otras galaxias, mientras que la última supernova
que hizo eclosión en nuestra galaxia fue en tiempos
del
Renacimiento. No es probable que explosiones
tan brillantes hayan pasado desapercibidas desde que se registró la del año 1604. A menos que las estrellas de gran
masa exploten con menor frecuencia de la prevista por la teoría de la evolución estelar, en cualquier momento podría
registrarse en algún punto de la Vía Láctea este singular y aparatoso fenómeno.
La frecuencia con que una supernova se enciende en una galaxia típica se
cifra en una vez
cada trescientos años. Por eso en la Vía Láctea parecen ser sucesos poco habituales. Pero si escudriñamos algunos miles de galaxias
descubriremos, casi cada mes, una supernova de tipo
I a, es decir, lo más parecido a una bomba termonuclear
natural. Hay tantas galaxias en el universo que, cada pocos segundos, estallan en el firmamento supernovas cuyo
brillo nos las hará más fácilmente accesibles en el futuro a medida que nuestros instrumentos sean capaces de
hacerlo con más resolución. El camino para encontrar supernovas
distantes es tomar imágenes de la misma fracción del firmamento con unas pocas semanas de
diferencia y
detectar, en los
cambios operados, explosiones de estrellas. Los detectores digitales se sirven para ello del conteo de fotones
en cada elemento de imagen de forma precisa. Solo queda sustraer la primera imagen de la segunda y comprobar las diferencias
significativas entre las dos.
En cuanto a las destrucciones de estrellas masivas, como las de las nebulosas planetarias, que
expelen la materia de manera más sosegada, también dejan su núcleo de
restos o cenizas cósmicas. La materia que integra ese núcleo está tan comprimida y es tan extraña que
representa un grado extremo de rareza
estelar. La reacción de partículas
elementales que sacude todo el centro de la gran estrella, convierte en cuestión de escasos segundos todos los protones y electrones que chocaban
violentamente entre sí, en neutrones y neutrinos. Estos últimos, escapan a la velocidad de la luz llevándose gran parte de
la energía del centro colapsado hasta las capas externas de la estrella y acentuando por tanto, la magnitud de la explosión. La materia alejada del centro es arrancada y proyectada al espacio exterior a velocidad mucho menor que la de la luz, mientras que el centro se conserva casi
intacto convertido en una compacta bola de neutrones. Las estrellas neutrónicas son objetos supersólidos, más parecidos a
planetas que a estrellas. Su densidad media es un billón de veces superior a las de las rocas terrestres. Tan increíble compacidad hace pequeña a la ya de por sí enorme densidad
de las enanas blancas,
puesto que es un
millón de veces superior a la de estas últimas. Las estrellas de neutrones están tan comprimidas como la materia de los núcleos de los átomos normales, carecen de
gas caliente y la presión hacia fuera es
ejercida por los apiñados neutrones en
contacto.
Se ha pensado que en todas las galaxias hay restos de núcleos en masas tan grandes, que la fuerza gravitacional puede
de hecho seguir realizando su labor de compresión hasta aplastar cualquier fenómeno
compensatorio. La
gravedad sería tan potente, que la naturaleza de los objetos mutaría hacia formas cada vez más extrañas de
materia. Semejantes objetos estelares no emitirían luz, sólo desprenderían
escasísimas radiaciones (que llegarían a ser nulas) y absolutamente ninguna
clase de información. Aislada e incomunicada, semejante estrella se podría colapsar
efectivamente en un agujero, que llevado hasta sus últimas consecuencias, no
ocuparía un
volumen superior a unos pocos centímetros cúbicos. Este agujero succionador de
toda la
materia cercana mediante su poderosísima acción gravitatoria, sería una especie de
terminal cósmico de la evolución de la materia tal como la conocemos. Como ya sabemos, los astrofísicos llaman a
estos conocidos y monstruosos sumideros
de materia, "agujeros
negros".
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