53-PROTOHISTORIA DE UN INSTINTO
õ
"Los conceptos de lo divino no son más que proyecciones vagas
de nuestra experiencia sobre la pared de la eternidad."
Martin
Gardner (Los porqués de un escriba filósofo)
El precedente del hombre actual aparece
por primera vez concluido en su estructura humana hace unos sesenta mil años, y a partir de él se desarrolló luego,
durante un
lapso aproximado de cuarenta mil años, el hombre moderno, el Homo Sapiens, tal como hoy lo conocemos.
Se ha dicho muchas veces que lo que diferencia al hombre del animal es su posición erecta y bípeda. Pero eso ya existía en otros homínidos y prehomínidos,
bastante antes de que se desarrollara más el cerebro. Tampoco es un factor adecuado
distinguir al
hombre primitivo por la utilización de herramientas, sino por algo decisivamente
nuevo, por una cualidad tan innovadora como sorprendentemente distinta a todo lo conocido hasta
entonces: la
autoconciencia. Cierto es que los otros animales tienen una conciencia sobre los objetos y las cosas. El perro sabe quien es su
dueño, el orangután
se mira complacidamente en un espejo haciendo muecas divertidas ante él e imita los comportamientos
humanos. Pero cuando surgió el hombre, esa conciencia vaga de las
cosas, tan
generalizada en el reino animal, se transformó en la conciencia de si
mismo. Los seres humanos saben que
ellos son partes distintas y diferenciadas de la naturaleza y de los otros hombres. Tienen la vivencia de si
mismos y
son conscientes de que piensan, de que
sienten y de que tienen carencias y deseos de variado
tipo.
De las variadas actividades de nuestros antepasados como
cazadores o constructores de utensilios muy
rudimentarios, tenemos bastantes muestras. Y asociado siempre a la satisfacción de sus necesidades más elementales, se
encuentra el
cuidado que ponían en el arreglo de los cuerpos muertos o el enterramiento con ritos y ofrendas, a sus semejantes
fallecidos. Los
primeros humanos, incluso los anteriores a la aparición del Homo Sapiens, ya se manifestaban con un destacado nivel de
cohesión social. Sus actos, indudablemente, estaban regidos por lo que sentían,
lo que pensaban y su grado de conciencia personal. Su actitud espiritualista o prerreligiosa, estaba
condicionada por esa doble faceta de: su
potencialidad biológica y su determinismo cultural.
Las definiciones clásicas
de lo que es
religión no han acertado a comprender que no se puede desglosar ninguno de los aspectos reseñados sin
caer en el
simplismo de pensar que lo que se discute es una cuestión de creencias consolidadas. El hombre primitivo tuvo
inquietudes filo religiosas mucho antes de pertenecer a cualquier cuerpo
doctrinal o
seguir normas o teorías religiosas. Sus experiencias vitales en ese sentido,
precedieron a toda religión concreta.
Los científicos han sentido la tentación de tomar los términos con que se definieron las tradiciones del
tallado de la
piedra como divisiones del tiempo prehistórico. Esa tendencia está fundamentada
en que la clasificación
cronoestatigráfica y geocronológica de los yacimientos en que se encuentran los
restos tienen sus criterios y nomenclatura propios y en que las divisiones Paleolítico inferior, medio y superior, Neolítico y los términos más precisos
de Achelense, Musteriense, Auriñaciense..., se extienden y suceden de alguna manera,
en el tiempo, pero no significan exactamente
divisiones del
tiempo, sino tipificaciones grupales de utensilios líticos y de las técnicas con las que se suponen fueron
fabricados. También, en muchas ocasiones, se ha
pretendido establecer una correspondencia lo más afinada posible entre tipos de utensilios y fósiles humanos como un método
para establecer una delimitación cultural más apta para encuadrar a los incipientes
grupos humanos, pero el problema es que las
tradiciones técnicas son diacrónicas, mientras
que las adquisiciones culturales tienden a perdurar, se desplazan y evolucionan con distinto ritmo
temporal, además de que se superponen unas a otras.
En consecuencia, es difícil
precisar (si no imposible) cuando el hombre tuvo una
idea de la divinidad. Probablemente hubo simultaneidad o sincronismo, entre una mayor complejidad
estructural y de
funcionamiento de su cerebro, lo que además de posibilitar que sus pensamientos
estuvieran ordenados racionalmente, le proporcionó el conocimiento de lo que implicaba para él mismo, la desaparición corporal de sus congéneres. Posiblemente, la autoconciencia sea la característica más
fundamental de la especie humana. Esa característica
es una novedad evolutiva, pues las especies biológicas de las
que proviene la
humanidad poseen solo vestigios de
autoconciencia, o quizá carecen de ella por completo. La estimulante autoconciencia, ha traído sin embargo, en su cortejo acompañante, ansiedad, miedo y conciencia de la muerte. El ser humano tiene que cargar con el pesado fardo de la conciencia de la
muerte. Seguramente
el deseo de
evitar la
idea amenazante y turbadora de la
extinción absoluta y definitiva, así como su inexplicable presencia en el mundo como ser "construido",
contribuyeron decisivamente al desarrollo de una intensa actividad
imaginativa al
respecto.
Esto que hemos descrito pudo ocurrir hace unos sesenta
mil años aproximadamente antes de nosotros. El llamado Homo Sapiens Neanderthalensis fue la primera forma humana arcaica de la que tenemos noticia.
En un principio se le llamó incluso hombre simio, por sus rasgos un poco achaparrados,
cráneo grueso dolicocéfalo, frente ligeramente deprimida y arcos superciliares
relativamente marcados. Sus restos se encuentran esparcidos por toda Europa,
China y el resto del mundo. Su capacidad
craneana era muy grande y tuvo una vida muy dura en condiciones sumamente adversas, pues
alcanzó su apogeo durante la última glaciación. Antes
de extinguirse llegó a coexistir con el Homo Sapiens Sapiens,
aunque se desconoce si éste lo absorbió por entrecruzamiento genético o ejerció sobre él una presión exterminadora. Se les ha llamado de muchas maneras a aquellos primitivos seres
humanos, pero la más conocida es la de los hombres del período Musteriense.
La búsqueda formal y la diversificación de
utilidades confirman el desarrollo social y cultural de aquella destacable humanidad. El "musteriense"
es el resultado
de una relativa plenitud, en la que sus componentes vivían en las cavernas para
escapar del
frío, seguían la tradición de las "lascas" y aprendieron a hacer utensilios muy simples y variados. Se dedicaban a la caza, cooperando en grupos especializados para atrapar
mamuts y
rinocerontes lanudos. Dentro del género Homo integrado predominantemente por formas
tropicales, el
hombre de Neanderthal parece haber sido una especie ártica o al menos de climas fríos. El hecho de que poseyera una piel profusamente peluda similar a la de sus antepasados
antropoides por un lado le
habría dado ventajas para defenderse del frío, pero por otro
hubo de constituir un obstáculo capaz de impedirle establecer relaciones de
aproximación amistosa y, sobre todo, para entrecruzarse genéticamente con nuestros
antecesores de piel lampiña. Pudo extenderse
por Europa soportando severas condiciones climáticas parecidas a aquellas en las que viven los esquimales actuales,
pero con unos recursos
culturales mucho menos desarrollados que éstos.
Sin embargo, el hecho que
más nos llama la atención del Homo Neanderthalensis es su mundo de ultratumba.
Sobre éste no sabemos cuales eran sus ideas, pero gran cantidad de
esqueletos han sido hallados sepultados en formas rituales diversas, lo que indica que su imaginación funcionaba al modo característico
de los seres humanos. En muchas cavernas
localizadas en Francia los restos óseos se encuentran protegidos de diversas formas.
En la
Chapelle-aux-Saints, por ejemplo, algunos esqueletos están depositados
individualmente en tumbas excavadas a poca profundidad en el suelo de la misma caverna. No
son raros los
casos en los
que la cabeza
se apoya sobre un
bloque de piedra a modo de almohada y en posición de descanso. Los cuerpos difuntos eran tratados con exquisito cuidado y se les solía colocar cerca de los hogares para darles
calor, que era considerado la fuente de la vida. También se les proveía de alimentos, utensilios y objetos diversos.
Posiblemente creían que los difuntos debían ser
preparados para iniciar un largo viaje, por lo que había que acompañarles de todo lo necesario para su partida, o quizá nuevo estado en
otro mundo. El
neanderthalensi, de rudo aspecto físico y tosquedad de movimientos no era ya un "hombre
simio" como se creyó en un principio, y a juzgar por las circunstancias de su entorno, parece
que tuvieron inquietudes derivadas de su pensamiento altamente capacitado para
suscitar ideas.
En cualquier región del planeta en la que se hayan encontrado restos arqueológicos de esa
clase, ocurre siempre lo mismo. Así, en las regiones montañosas del actual Irak se desenterraron en estratos de unos sesenta mil años de
antigüedad, enterramientos correspondientes a las postrimerías del tercer período interglacial, en las que había grandes
cantidades de polen asociado a los restos óseos, lo que hace suponer que los cadáveres eran cubiertos con guirnaldas y ramos de flores. Sobre
todo abundan los
pólenes de plantas medicinales, por lo que es probable que
también tuviesen conocimientos rudimentarios de medicina natural.
Este Homo Sapiens que empezó a vagar por la Tierra hace unos quinientos mil años,
tuvo su apogeo hace unos sesenta mil, y ya poseía como decimos una mente muy imaginativa. Deseaba
para sus parientes y amigos ya fallecidos lo que para él mismo. La adversidad en sus durísimas condiciones de vida no le volvía apetecible la muerte, sino que se aferraban a
alguna forma de comunicación con los espíritus de los fallecidos en consonancia con la creencia en un mundo trascendente o ultraterreno
relacionado con ignotas y caprichosas divinidades invisibles. Se desconoce lo que les sucedió a
los hombres de Neanderthal. Parece que el Homo Sapiens Sapiens actual llegó a su predominio
y
posterior apogeo sin que hubiera enfrentamientos fraticidas. Bien es verdad que el hábitat neanderthalense era más septentrional, pero hubo
zonas de contacto en las que posiblemente se entremezclaran genéticamente, siendo,
por tanto, asimilados por el Homo Sapiens actual. No debió haber guerras organizadas entre ambos grupos, ya
que estaban muy dispersos y disponían de pocos efectivos, aunque no es descartable la existencia de
escaramuzas por la posesión de los cazaderos que confinaron en áreas geográficas de clima
más inhóspito a los neanderthalenses, hasta provocar su exterminio indirecto
por presión selectiva.
Ese instinto o gusto por la vida que ya acusaban los primitivos seres humanos testimonia de forma precoz lo
que luego se convertiría en el ejercicio de un hábito extraordinariamente arraigado en la mentalidad general
de la
especie. Debe quedar claro que este era un
comportamiento no muy definido en lo ritual, porque los restos son
insuficientes, mal conservados y porque probablemente tampoco había cuerpos doctrinales
sólidamente establecidos, sino más bien ideas muy imaginativas pero ingenuas,
fantásticas y
hasta cierto punto, desconexionadas las de unos grupos con otros.
Por todo lo expresado, Engels sacó sus propias conclusiones y llegó a sostener en una carta dirigida a
Konrad Smith el ventisiete de octubre de 1890 que la religión, al igual que otras formas de conciencia social,
tiene su "contenido prehistórico, heredado y asumido por el período histórico, un contenido que hoy nos
parecería absurdo". Lo que hemos
descrito entra dentro de eso que Engels llama "prehistórico", y, sin embargo, caeríamos
en la más
flagrante de las injusticias si calificásemos al hombre primitivo de
absurdo por su comportamiento filoreligioso. Que
sus relaciones con el mundo del "más allá" nos parezcan bastante
borrosas, ingenuas y hasta infantiles, aparte de que no menoscaban la realidad
de los
hechos, dan una prueba auténtica (casi la más auténtica) de que se trataban de
verdaderos grupos humanos los que se reunían y cobijaban en las cavernas.
El hombre de Neanderthal
razonaba con una lógica simplista, y
tal vez poco escrupulosa, pero era lógica al fin y al cabo. Puesto que ya se
había forjado un
concepto (lo que implicaba un nivel aprehensivo
intelectual de cierta categoría) sobre lo que era la muerte a nivel
físico, reaccionó instintivamente queriendo
conservar su ser a toda costa. Es un instinto muy poco común,
tanto que solo lo poseemos los humanos. Al aumento de capacidad craneal se añadió un desarrollo cerebral con creciente tamaño y, lo que es quizá más importante, una mayor complejidad en sus circunvoluciones. En consecuencia, la capacidad de raciocinio y
la lógica humanas
fueron ya apreciables. Conceptos como alma,
mente o espíritu son relativamente tardíos y frutos de un pensamiento más elaborado o de la reflexión
filosófica, pero eso no quita valor al hecho de que el hombre prehistórico, o para ser más exactos,
"protohistórico", se sintiera consciente de su ser. No sólo eso; el hombre se vio a si mismo
como algo ubicado sobre la superficie terrestre. ¿Cómo se pudo explicar de
manera conveniente y satisfactoria para sus
aspiraciones anímico-instintivas, su misteriosa posición en el mundo? Puesto que
ninguna cosa se da el ser a si misma aparentemente, se produjo el desencadenante para que pensase de inmediato en una de las variantes de la metafísica: lo sobrenatural.
Ya sabemos que ese es precisamente el argumento que se
utiliza para descalificar a aquellas personas, pero
hemos de convenir que incluso hoy en día, todavía tiene un fuerte predicamento
entre muchos individuos en las sociedades modernas. Cada etapa metafísica es una variante de la precedente. Quizá no
ande del todo
descaminado Comte quien aseguraba que: "tan
pronto como se tienen los agentes sobrenaturales para la explicación del mundo, se les substituye por las <<entidades abstractas >>, como las ideas platónicas, las sustancias y formas aristotélicas,
etc.," Tal
vez el término sustituir sea
un poco fuerte y parezca más adecuado el de superponer, pero lo que si es
cierto es que aquellos agentes primarios son los antecedentes generadores de éstos últimos.
La ausencia de
mecanicismo en la física de nuestros días debería influir siquiera lo suficiente en la antropología, la psicología y la sociología como
para apreciar en el hombre primitivo algo más que un "miedoso",
que teme supersticiosa y reverencialmente la presencia de los cuerpos muertos. No
tenemos motivos claros para afirmar en modo alguno que el hombre moderno tenga
menos miedo que el hombre primitivo con respecto al mundo de ultratumba. El neanderthalense no apareció de la noche a la mañana en los extensos tiempos
geobiológicos. En el transcurso de los mismos el hombre no se dio cuenta de
la noche a la mañana ni mecánicamente que lo era, puesto que no
surgió como una pieza aislada. La contextura de la especie a la que pertenecía le prefiguró, le conformó y, en
definitiva, le
determinó. Por todo ello no pudo adoptar tampoco una postura mecánicamente
prerreligiosa. Mucho
menos pudo aterrorizarse súbitamente ante el abismo de lo infinito. Corremos frecuentemente el riesgo de sustantivar y
hacer independientes los métodos, de tal manera
que los
solemos convertir en esquemas preestablecidos sobre lo que tratamos de
averiguar. Ni
el Pithecanthropus
ni el Sinanthropus, antecesores remotos del hombre, dejaron muestra
alguna de creencias religiosas, dada su incapacidad para el manejo de conceptos
abstractos, siendo de destacar en el segundo caso que está
asociado a una cultura "pebble" (una industria del guijarro) que denota la posesión de una cierta inteligencia. Otros
muchos indicios probables, ya que no seguros, de ritos mágicos o simbólicos y funerarios en grupos que vivieron en la península Ibérica, lo mismo que en los múltiples yacimientos que hay desperdigados desde Malawi
a Etiopia, nos permiten suponer un cierto desarrollo
gramatical o
semántico, incluso en el Achelense.
Es curioso que se considere que los primeros y auténticos hombres
que existieron con el impreciso nombre de los "musterienses", ya fueran víctimas del primer prejuicio
cultural, o
peor aún, que
incurrieran en denunciable y excesivo error: el de su pensamiento prerrelegioso. Por una mal entendida coherencia intelectual, según muchos
psicólogos y antropólogos, el pensamiento prerreligioso no debió producirse nunca;
luego aquellos seres eran de una acusada incoherencia en
la
"formación" de sus juicios lógicos.
En realidad se está juzgando desde una perspectiva actual y desde el ejemplo de las sociedades primitivas
de hoy formadas por Homos Sapiens Sapiens, un aspecto de la transición evolutiva
interespecies de las que sólo quedan escasos restos fosilizados. Con tan pocos elementos y de tan difícil estudio por la distorsión que ha
creado el
paso del
tiempo ¿no habremos adquirido un grave prejuicio
psicológico de extracción cultural sobre la rudimentaria cultura de los hombres primigenios? El desarrollo de una cultura, por ínfimo que éste sea, supone, sin embargo,
cierto nivel de inteligencia. Es verdad que
la cultura, una vez formada, evoluciona sin ninguna referencia genética (o variación en el mismo sentido) dentro
de los grupos
humanos, pero aún así se puede asegurar sin
miedo a equivocación que no ha habido en el pasado ni hay en la actualidad ninguna sociedad por primitiva o evolucionada
que sea en el
aspecto cultural, en la que la idea de lo prerreligioso o religioso no ocupe un espacio importante en su imaginación
colectiva específica. ¿Como desbrozar entre el
espíritu religioso innato al hombre y el innatismo que es
observable también en ese sentido, en su medio cultural? La evolución de la religión consiste
principalmente en una expurgación de las ideas que componen su discurso mediante la eliminación de las nociones extrañas
introducidas junto a ellas, al formularse en un principio de acuerdo con las fantásticas concepciones del mundo que había en los comienzos de la cultura humana. Pensemos
en lo que
se vio obligada a cambiar la religión cuando la Tierra quedó relegada
a la
categoría de un
planeta secundario perteneciente a un sistema solar mediocre,
y la adecuación
consiguiente de la nueva espiritualidad, desprovista ya de las fantasías del medioevo que convertían a nuestro planeta en el centro del mundo.
Con esto queremos decir
que, quizá, no se pueda desbrozar la cultura de los elementos que la componen. Porque hay que
partir de la
base de que toda cultura acaba por imponer a la naturaleza humana un estilo preciso de conductas y comportamientos marcado con un sello propio, pero la naturaleza ha
determinado primero en el hombre una forma primaria de receptividad o aceptación de cultura
que tiene sus orígenes en la propia psicología y sociabilidad individual. Según
esta apreciación, el verdadero sentido que ha tenido una doctrina en el pasado no puede
evaluarse por los
indicios que llegan hasta nuestros días,
pues corremos el riesgo de hacerlo sólo por un análisis lógico de enunciados verbales emitidos desde el presente, sin
percatarnos de la capciosidad de las comparaciones hechas sin referentes históricos
apropiados. Es útil y necesario por ello, considerar la respuesta humana a la luz de un esquema racional, pero teniendo en
cuenta que dicha respuesta tiene un carácter heterogéneo (muchos puntos de vista) en el que se incluyen
elementos emocionales que provienen de lo más profundo de nuestra naturaleza.
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