27-COMPOSICIÓN
QUÍMICA DE LA BIOSFERA
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"Admitiendo que los
fenómenos vitales se relacionan con manifestaciones físico-químicas, lo cual es
cierto, la cuestión en conjunto no queda aclarada por ello, porque no es un
encuentro fortuito de fenómenos físico-químicos el que construye cada ser según
un plan y siguiendo un diseño fijados y previstos de antemano. Los fenómenos
vitales tienen sus condiciones físico-químicas rigurosamente determinadas, pero
al mismo tiempo se subordinan y se suceden en un encadenamiento y según una
ley, ambos fijados de antemano: se repiten eternamente, con orden, regularidad,
constancia, y se armonizan con vistas a obtener un resultado que es la organización
y el crecimiento del individuo, animal o vegetal."
Claude Bernard
La capa "vital"
El vocablo biosfera fue utilizado por primera vez
por el geólogo austriaco
Eduard Suess, en 1875. Sin embargo, fueron los estudios del geoquímico Vladimir Ivanovich Vernadsky, los que verdaderamente lo popularizaron, al ser difundidos éstos en 1929 por diversas
publicaciones. Según este
autor, la biosfera es aquel lugar de la corteza terrestre en el que se concentra la energía química libre procedente del Sol. En él, los seres vivos se comportan
como un tipo
especial de energía, que a su vez, absorbe energía de otras formas de energía,
transformándola para sostener su existencia. Esa zona de transformación
energética en la que se degrada energía, produciendo el calor característico de los seres vivos, abarca o incluye a todos los que están inmersos en
su seno. En el
pasado, la mayor parte de esas fuentes de energía tenían un carácter local, lo que no impedía que
fueran lo
suficientemente intensas como para romper o formar enlaces moleculares en determinados puntos
aislados de la corteza terrestre. Pero la energía solar era (y es) omnipresente en el planeta. A pesar de que
la luz
solar corriente, es decir, la del espectro visible, no tiene la suficiente energía
como para desencadenar reacciones químicas, la radiación ultravioleta que procede del Sol sí la tiene. Ya sabemos que sin oxígeno no podría haber en torno a la Tierra una capa de ozono
protectora, y
esa radiación ultravioleta no parece que tenga muchas dificultades para llegar
hasta la
superficie terrestre.
También sabemos que la diferencia en la composición entre la atmósfera primitiva y la actual, debe ser bastante
considerable, si atendemos a las razones de evolución geológica del planeta, y porque el oxígeno que respiramos hoy proviene casi exclusivamente de la fotosíntesis clorofílica de las plantas. Esta puede tener lugar gracias a que bajo la acción de los rayos ultravioleta
sobre las
grandes masas de O₂libre en la atmósfera
se forman moléculas de ozono, según la reacción: 3O₂más energía →2O₃.El ozono actúa como una barrera ante la luz solar, tamizando fuertemente la radiación de los rayos ultravioleta, que serían
gravemente perniciosos para la vida si ésta los recibiera
directamente del Sol en toda su crudeza. Asimismo, la atmósfera terrestre en su conjunto ejerce su benéfica
acción de aislante térmico.
El mecanismo descrito no siempre estuvo establecido en el pasado de la misma forma. Antes de que hubiera
procesos vitales, la principal fuente de oxígeno molecular libre conocida
debía ser la
fotólisis del
agua, presente primero en la atmósfera como vapor de agua y después, debido a un enfriamiento
progresivo, originando una pequeña capa, la hidrosfera primitiva.
El mencionado geoquímico Vernadsky logró mostrar que los procesos de migración del carbono, se encuentran
incardinados en la marcha general de los procesos químicos habidos en la evolución de los cuerpos cósmicos de
nuestro sistema solar. Es por eso que se interpreta que el CO₂se combinó con los silicatos, originando
carbonosilicatos y
posteriormente carbonatos. El hidrógeno estaba
presente en estado libre y asociado formando NH₃, CH₄, H₂O, etc., mientras que algunos
gases nobles inertes como helio, argón, kriptón, etc., completaban la composición atmosférica.
De la consideración de los factores y elementos puestos en juego se infiere que la atmósfera oxidante es muy posterior a la de la composición
mencionada, en la que los seres vivos debieron sintetizar sus compuestos orgánicos
en un medio
francamente anóxico o reductor.
Es de suponer que la energía solar, elemento fundamental en la consolidación de la vida, fuera también el nutriente principal en la creación de esa misma vida
hace miles de millones de años. Los intensos intercambios energéticos que se producen, y que mantienen la prosperidad de la vida, se remiten en
última instancia a tomar la energía que llega procedente del Sol. En efecto, algunos organismos son capaces de convertir la luz solar en moléculas orgánicas (energía química) siguiendo
un proceso
conocido con
el nombre de
fotosíntesis. Posteriormente, esos organismos "ceden" su
energía absorbida al resto de los seres vivos que no son
capaces de realizar la misma operación directamente. Todas esas complejas operaciones se realizan dentro de la biosfera, que forma una envoltura o capa protectora de todo el planeta, de una delgadez tal que su
importancia cuantitativa es prácticamente nula. Su
auténtica significación viene dada por su destacado carácter cualitativo de ser
la zona "aéreo-acuosa-terrestre" de la distribución de la materia viva.
No se puede precisar o delimitar el grosor de esa capa
vital, pues sus contornos son muy difusos. Por
un lado, el límite superior de
desarrollo de la vida está fijado en unos cinco kilómetros de altura atmosférica, si bien existe la posibilidad de que
algunos microorganismos lleguen a detectarse traspasados los límites de la troposfera, de doce
a quince kilómetros de altura.
En el
otro medio, el de las aguas oceánicas, su umbral
es también variable, ya que se han extraído foraminíferos de los barros de los fondos marinos más
profundos. No obstante, donde la vida se concentra con más intensidad es
en las partes superficiales, hasta que se desciende a los diez metros de
profundidad, cuando se vuelve progresivamente
más escasa a tenor del aumento de oscuridad.
Las enormes presiones de la columna de agua a
grandes niveles y la ausencia de oxígeno suficiente constituyen dos de los más graves obstáculos para
que los procesos vitales se
prolonguen a esos ambientes. A pesar
de todo, éstos delatan su presencia en lugares con
condiciones que desde nuestra perspectiva
medio ambiental, son inhóspitos. Por
ejemplo, algunas clases de bacterias se
desarrollan prolíficamente en el seno de aguas termales a muy altas temperaturas. En otros casos ha sido detectada su presencia a
ochocientos metros de profundidad en el seno de las aguas salitrosas que aparecen
frecuentemente en los yacimientos
petrolíferos.
Pero la hidrosfera en el pasado (lo recalcamos una vez más) tenía poca entidad. La profundidad en los océanos era muy escasa, por lo que los
compuestos disueltos tenían una gran concentración, en la que predominaban carbonatos,
sulfatos, boratos, cloruros y fluoruros. Además,
también debía haber una gran proporción de amoníaco disuelto en agua.
A ese panorama reinante se le añadirían las emanaciones de gases y vapores provenientes del interior de la Tierra. Los fenómenos de vulcanismo, muy activo en aquellos
momentos, arrastraron
gran cantidad de hidrocarburos, principalmente metano. A partir de esos
hidrocarburos se habrían originado los materiales propios de la
vida, es decir, las proteínas.
La síntesis original de los compuestos orgánicos debió
verse favorecida por la utilización de fuentes energéticas que provenían principalmente
de la radiactividad, del calor, de la electricidad y de los rayos ultravioleta. Sin embargo, la radiactividad posee efectos de
marcado carácter ambivalente. Por un lado, facilitaría la escisión de las moléculas simples, que podrían formar
moléculas complejas. Pero estas últimas
también podrían verse disociadas por la
misma radiación, lo que la descalifica como coadyuvante útil en la supuesta
síntesis.
La energía térmica, en cambio,
desempeñaría un papel eficiente en las primeras etapas de la biosíntesis. La Tierra, en la que se engendraba una gran actividad volcánica,
emitía lavas fluidas, agua hirviente y gases a altas temperaturas, que
afloraban sin cesar a su superficie. Al mismo tiempo, los lechos volcánicos podrían desempeñar el papel de activos
catalizadores.
En relación con este tipo de surgencias, los humeros y fumarolas pudieron haber aportado la energía y nutrientes necesarios
para crear y mantener procesos
vitales. El interior de las surgencias, habría proporcionado
también protección contra los efectos nocivos de gran parte de los impactos materiales extraterrestres.
Norman R. Pace, biólogo de la universidad de Indiana, sugiere que la corteza de la Tierra primordial era la de una capa rocosa, delgada y turbia, agujereada por miles de humeros hidrotermales.
Aunque quizás la vida pudo surgir en otros lugares, más tarde se desplazaría
hasta encontrar la seguridad más o menos relativa de las aguas profundas surgentes. Para corroborarlo, se observa que en la actualidad existen
grandes comunidades de bacterias colonizando multitud de redes de cavernas y grietas, que se
refugian bajo las cordilleras centro-oceánicas, en zonas donde la temperatura del agua es lo
suficientemente alta para su desenvolvimiento vital.
En el
pasado, los
productos moleculares de algunas reacciones espontáneas se convirtieron en
protagonistas de otras reacciones químicas, con la particularidad de que estas reacciones químicas
adicionales ya no fueron espontáneas. Hay que tener en cuenta que las moléculas simples
de amoníaco, metano y vapor de agua requieren algo de energía para seguir
mezclándose. Esta energía, en cierto modo,
actúa como un
catalizador en la producción de moléculas aún mayores. Así, se sintetizaron moléculas mucho más complejas que las que se formarían
por azar en un
conjunto de átomos libres y moléculas simples. En realidad, las moléculas
producidas constituyen los auténticos pilares de la
vida.
En el
ámbito de la biosfera general, cuyo
marco no es ni fijo ni es estático, se producen los sucesos vitales, que vienen a
coincidir aproximadamente con lo que se ha dado en llamar "el
ciclo del carbono". Mediante este ciclo, el carbono se comporta como un administrador de energía, que pasando de la forma más degradada a la más activa, la va redistribuyendo o abandonando en sucesivas
etapas a través de la materia viva, hasta que tarde o temprano, vuelve a constituir la combinación más pobre en ella, el CO₂De esta forma se
evita la pérdida definitiva del elemento consumido. Continuamente millones y millones de seres humanos e incontables miles de millones más de animales y plantas, incorporan ávidamente la energía formada por los vegetales al transformar el carbono inorgánico en carbono orgánico, y devuelven una y otra vez a la atmósfera el carbono combinado con el oxígeno, desprovisto de su energía química.
La evolución química
Pero incluso
aceptando estas consideraciones, aún
nos podría caber la duda de sí el carbono que se ha encontrado
al analizar las células de un cabello o una uña humanos, son de la misma naturaleza que el que participa en la combinación del carbonato cálcico que
forma un
macizo montañoso. No tenemos más que
recordar que la pequeñísima parte de energía, captada por un vegetal que le sirve para desencadenar una modestísima reacción química, es la que nos devuelven los carbones en forma de
calor, al ser
quemados millones de años más tarde. Los carbones fueron en tiempos pretéritos materia orgánica,
que cuando vivía, transformaba la materia inorgánica en materia viva, y que después de cumplir su ciclo vital, los organismos que la componían murieron y reintegraron a la naturaleza los elementos que durante un cierto período de
tiempo constituyeron su estructura.
Siendo como es, el alto grado
de organización que caracteriza a los llamados "seres vivos", quizás, su rasgo más
definitorio, no debe extrañarnos que, por lo demás, la composición global de la materia viva sea muy semejante a la composición media de la corteza terrestre. Las rigurosas investigaciones de
Goldschmidt al respecto lo demuestran. Las arcillas y los limos fangosos presentan una composición tan tipificada, así como toda clase de suelos
analizados, que es posible trazar curvas de distribución de los elementos terrestres más
comunes, que son los mismos en todo el universo. Estas curvas
son casi paralelas en muchos de sus quebrados trazos y corresponden,
respectivamente, a la composición química del suelo, de la materia orgánica y de la corteza terrestre. Es lógico desde todos los puntos de vista que las gráficas muestren
esa disposición, dado que los elementos biófilos
(aquellos cuya concentración se debe a los procesos biológicos que se suceden) son extraídos por los seres vivos del suelo mismo, que a su vez no es más
que corteza alterada y transformada.
Podemos enumerar los elementos más importantes en la constitución del material componente de la biosfera; estos son: nitrógeno,
oxígeno, carbono, hidrógeno, etc., viejos conocidos ya, desde el estudio de la evolución de la atmósfera. A esos
elementos atmófilos hay que añadir los propiamente biófilos, como
fósforo, vanadio, yodo, potasio, sodio, cloro..., y muchos otros más, en
proporciones descendentes. Se puede decir,
que en lo
que respecta a la evolución química previa al
origen de la
vida hay una diversidad decreciente en los componentes que habrían de intervenir en el acontecimiento. La selección química
eligió de entre los noventa y dos elementos de partida, (de una relativa
estabilidad) y
muchos compuestos, aquel pequeño número de ellos que tienen las características biogenéticas adecuadas para la composición
estructural de la materia viva. En
concreto, en nuestra estructura física
interna el
hidrógeno y
el carbono
son, respectivamente 285 y 50 veces más abundantes que en las rocas. También es muy significativo que poseamos la mitad de oxígeno y mucho menos silicio
que las
rocas o el suelo de la corteza. Es decir, cuando la evolución biológica
comenzó a despegar, encauzada ya por la selección natural, se produjo una diferenciación entre las reservas genéticas
variables de descendientes de antepasados comunes, al mismo tiempo que se diversificaban y tendían a volverse
más complejos.
La aparición de la vida requería de unas condiciones químicas bastante
definidas, que propiciasen las interacciones especiales previas al asentamiento definitivo y posterior desarrollo expansivo. Esas
condiciones pueden ser enumeradas sin que ello suponga proponer una clasificación por un orden de importancia cualitativa o cuantitativa. Ellas son las que marcaron las pautas de comportamiento en todos los procesos vitales: fuentes
de energía, atmósfera de composición estabilizada con ausencia de oxígeno
libre, cuencas oceánicas en las que son susceptibles de realizarse toda clase de
combinaciones químicas, medios de protección frente a radiaciones destructivas
de los
antecedentes moleculares y los frágiles y primitivos productos vivos. Así pues, un período de "evolución química" precedió a la evolución de la propia vida.
Después, una simple
molécula viva pudo ser suficiente para iniciar la peripecia que dio origen a toda la amplia variedad de seres vivos. En alguno de los océanos de aquel entonces, las primeras moléculas
vivas, quizás dieron lugar por replicación a
miles de millones de moléculas similares en un breve período de tiempo.
Mutaciones ocasionales fueron capaces de
crear formas ligeramente modificadas de la molécula y aquellas que de algún modo, fueron más eficaces en su
adaptación al medio se multiplicaron a expensas de sus vecinas
eliminando y
reemplazando a las formas más primitivas. Su
grado de eficiencia se medía según fuera mejor o peor su grado de adaptación. De este modo debió ponerse en marcha la evolución orgánica.
En un principio, la vida que surgió en la Tierra ni toleraba el oxígeno ni era capaz de elaborar
su propio alimento, por lo que tuvo que subsistir gracias a productos
orgánicos generados en la evolución química precedente y de los componentes
desagregados de los organismos contemporáneos escasamente evolucionados. Más
allá de ese estado primitivo simple, en general, la vida no pudo evolucionar hasta
que surgió un
organismo capaz de asimilar o elaborar sus alimentos. Eso
es algo que, concretamente, se produjo cuando se estableció un equilibrio entre los hidratos de carbono
asimilados por unos organismos y la síntesis disipadora de energía de los mismos hidratos de
carbono por otras clases de organismos. Justamente,
ese momento crítico fue el de la aparición de las formas automantenidas de vida, que
al mismo
tiempo que luchaban con eficacia contra la tendencia general al desorden, relegaron
primero, y
anularon después a todas aquellas cepas que no fueron capaces de crear sistemas
de automantenimiento. Como en la actualidad no
observamos ninguna entidad viviente con otra clase de sistema bioquímico ni automantenido,
hemos de pensar que no pudo haber otros que
tuviesen éxito, y si alguno lo tuvo, fue corto en el tiempo y limitado en el espacio, pues no sólo no quedaron huellas de sus
actividades sino que es muy probable que fueran engullidos por las cepas ya
establecidas.
Según parece, las
semejanzas bioquímicas que tienen todos los seres vivos, se establecieron definitivamente después de
que prevaleciera, en general, el oxígeno libre a partir de unos dos mil millones de años
atrás. Por esta razón, las posibilidades de
aparición de nuevas formas de vida, incluso precariamente, serían esencialmente
nulas, y
se interpreta que todos los organismos individuales presentes tienen una vinculación
genética, por muy sutil que sea con todos los demás individuos que hayan vivido en el pasado o puedan vivir en el futuro. A ese respecto, es muy significativo que las proteínas de todos los seres vivos estén
constituidas por aminoácidos levógiros (desvían
la luz polarizada hacia la izquierda), en vez
de por aminoácidos dextrógiros (desvían la luz polarizada a la derecha). Es muy lógico pensar
que la
nucleoproteína original, a partir de la que deriva toda la
vida, estuviera constituida por razones
puramente casuales, por aminoácidos-L, que dado que no pueden asociarse a los aminoácidos-D formando
cadenas estables, persistió por sucesivas replicaciones en su carácter de
exclusividad, hasta alcanzar su universalidad excluyente. Así se explica la escasez (su
presencia es casi testimonial) de los aminoácidos-D en la naturaleza, pues sólo se encuentran en las paredes celulares
de las
bacterias y
en algunos compuestos antibióticos.
De acuerdo con su forma de alimentarse, los seres vivos se clasifican
en autótrofos y heterótrofos. Los primeros de ellos comprenden las plantas con clorofila y se alimentan
construyendo la totalidad de sus tejidos, proteínas, vitaminas, fermentos,
etc., a partir de las sustancias simples que tienen más a mano, como el anhídrido carbónico y el agua. Por su parte, los heterótrofos necesitan materia orgánica ya formada. Ese es
el caso de las plantas sin clorofila y los animales. Sin embargo, hay organismos simples, bacterias autótrofas que son
capaces de vivir y reproducirse prolíficamente sin más medios alimenticios que
el agua donde se
encuentran, el
anhídrido carbónico disuelto en ella y un pequeño número de sales minerales. Algunas
bacterias requieren de la presencia de uno o varios compuestos sencillos antes de que pueda observarse un crecimiento ostensible. Su proceso vital es muy
semejante al que se desarrolla en las plantas verdes, si se
exceptúa el uso de la clorofila. Se supone que
la
energía liberada se consigue con una reacción sencilla de oxidación. Según una de las hipótesis más
conocidas, la
reacción inicial se originaria a expensas del propio metabolismo bacteriano, o sea, mediante la combustión de su
propio protoplasma. Luego, cuando la energía puesta en libertad fuera suficiente para empezar
la reacción,
se continuaría a expensas de su propia energía. Seguramente que la síntesis del CO₂con el agua en la quimiosíntesis es análoga a la de la fotosíntesis (es decir, cuando hay una reducción del CO₂) pero el rendimiento y la fuente de energía difieren en ambos casos.
Si hemos de seguir basándonos en argumentos de una cierta complejidad química y de la necesidad de abastecimiento de oxígeno, es casi seguro que las primeras células automantenidas no se nutrían
directamente de minerales ni extraían tampoco la energía de ellos. Seguramente, y aunque desconozcamos su funcionamiento, las células de las que hablamos realizaban la captación y almacenamiento de energía mediante la fotosíntesis. Aprovechaban la abundancia de moléculas de anhídrido carbónico y agua para transformarlas en hidratos de carbono
mediante la energía luminosa. Los mencionados hidratos de carbono,
combinados con otros gases del medio ambiente y algunos compuestos minerales, formaron nuevos hidratos de carbono y proteínas vegetales de más
complejidad biológica.
Es bastante probable que en los mares primitivos abundasen las células sueltas y las primeras
agrupaciones celulares dignas de tal nombre. Aunque sus
cromosomas no estuvieran bien definidos como en las células actuales, sí contenían los ácidos nucleicos ADN y ARN y transferían
las informaciones
genéticas de las que eran portadoras, escindiéndose en dos o rompiéndose las cadenas
celulares con agregación de células en los extremos.
En un principio, el cambio evolutivo en los organismos primitivos dependía
únicamente de los cambios o mutaciones repentinas del potencial genético de las células.
Si conseguían sobrevivir después de la irrupción
mutante, se reproducían casi de la misma forma constante hasta que otra mutación tuviera lugar. Estas mutaciones eran muy frecuentes, dada la fuerte actividad de la radiación
ultravioleta. Sólo cuando la alta energía de la radiación solar fue moderándose en el transcurso del tiempo tamizada por la capa de
ozono que genera, la tasa de mutaciones se redujo y el ritmo de la evolución
también se volvió más pausado.
Si efectuamos un
seguimiento de los principales
sucesos de la evolución biológica en la Tierra primitiva, aparte de su
propia aparición, observamos que fueron: el despliegue de
mecanismos para producir alimentos orgánicos,
a partir de materia inorgánica, el desarrollo de la fotosíntesis como fórmula imprescindible en la generación de oxígeno, el perfeccionamiento de las oxigenasas o enzimas oxigenantes, el surgimiento de la reproducción
celular mediante la cariocinesis (o mitosis) y la sexualidad y la diversificación y extensión por todo el planeta, de las algas.
Las primeras células consideradas
heterótrofas, se encontraron con la suficiente energía para continuar
viviendo y organizándose, mientras flotaban en la
superficie (o cerca de la superficie) del océano y absorbiendo las moléculas de los ácidos y bases de la nutritiva sopa orgánica del océano. Esa extracción energética mediante la captura y descomposición
química o fermentación de pequeñas moléculas,
era un proceso muy parecido al que todavía emplean masivamente
muchas bacterias en nuestro planeta. Pero,
a la
larga, las
células heterótrofas no podrían haber conseguido la suficiente materia orgánica, a la que debían su
origen, para alimentarse. El medio ambiente experimentó una serie de cambios irreversibles,
a las que
debieron adaptarse. Varías de las fuentes energéticas que tenían una gran
preponderancia en la Tierra primitiva, se fueron debilitando, con lo que empezaron a
escasear los ácidos y las bases, antes tan
abundantes. La atmósfera más densa y la menor actividad geológica provocaron un descenso en el abastecimiento de
nutrientes. Las células heterótrofas agotaron con gran rapidez el menguado suministro de
nutritivos ácidos
y bases y probablemente
estuvieron abocadas a la extinción, si no se hubiera producido un cambio cualitativo de
primera magnitud.
Algunas células primitivas, precursoras de los vegetales actuales, descubrieron una nueva forma de aprovisionamiento
energético y, por tanto, de supervivencia.
Utilizando el anhídrido carbónico (que era un producto residual y contaminante) y el agua mediante el proceso de
fotosíntesis, se empezaron a producir oxígeno e hidrógeno e hidratos de carbono de forma cada
vez más importante. El oxígeno escapaba a la atmósfera y los hidratos de
carbono se incorporaban como alimento a la nueva dieta recién estrenada.
En los fósiles más
antiguos que han podido ser localizados, se puede apreciar una estructura
celular parecida a la de las actuales algas azules, es decir, un musgo filamentoso y bacteriano siempre
situado a orillas de lagos y ríos. Estas formas de
vida debieron alimentarse mediante la fotosíntesis, ya que se encuentran a
menudo productos clorofílicos en su inmediata vecindad. Más bien simples, estos
fósiles carecen de núcleos biológicos bien desarrollados y suelen consistir en
restos de células autótrofas. Sin embargo, los científicos no pueden estimar ni la cantidad de tiempo
requerida por esta clase de células para eliminar a las primitivas
heterótrofas, ni cuando aparecieron ellas mismas.
El historial de los fósiles representativos de los primeros organismos respiratorios es muy fragmentario, porque al carecer de huesos o caparazones, muy poco de ellos ha permanecido intacto hasta
nuestros días. En consecuencia, nada que podamos llamar inequívocamente un animal se conoce hasta unos seiscientos ochenta millones de años. Su repentina abundancia
no sólo refleja el
probable establecimiento de la capa de ozono con el consabido ciclo de respiración-fotosíntesis, sino también la adopción por ciertas formas de vida de primitivos
esqueletos. Estos primerísimos animales eran formas multicelulares, algunas de las cuales se parecen
bastante a los
organismos invertebrados inferiores que pueblan el planeta en nuestros días.
Queda claro, pues, que dividida en sus partes componentes, los ingredientes
básicos de la vida no son más que dos docenas de moléculas de una moderada complejidad. No
es necesario, por tanto, estudiar organismos multicelulares superiores para
comprender las propiedades fundamentales de la vida y sí atenerse a la naturaleza molecular de los sucesos vitales contemporáneos. Para apreciar la evolución química en
toda su magnitud, es decir, la naturaleza de los cambios ocurridos entre átomos y moléculas hasta producir
vida, basta
con tener en cuenta la construcción de la primera célula.
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