6-EL UNIVERSO EXPANSIVO
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"Las
exploraciones del espacio finalizan con un toque de incertidumbre. Y no podía
ser de otro modo. Estamos por
definición en el mismo centro de la región observable. Conocemos bastante bien
nuestro vecindario inmediato. A medida que la distancia aumenta, nuestros
conocimientos se desvanecen y lo hacen con rapidez. Al final alcanzamos la frontera
oscura, los límites máximos de nuestros telescopios. Allí medimos sombras e investigamos
entre errores fantasmales de medición rasgos que apenas tienen más sustancia
que ellos."
Edwin Powell Hubble (1889-1953)
Desde el mismo momento en que se divulgó la teoría de la gravitación de Newton se
planteó la nueva cuestión de que el
universo no podía ser estático. Eso
no quiere decir que automáticamente, todo el mundo aceptase que debiera ser expansivo. La teoría gravitatoria sufrió intentos de modificación para
encajarla con los presupuestos
anteriores, si quería reafirmar su perennidad. Para ello, muchos estudiosos
comprobaron que la capacidad predictiva sobre el movimiento de los planetas no
se veía sustancialmente alterada, suponiendo que la fuerza gravitatoria debía comportase
repulsivamente a distancias muy alejadas. Así, una distribución infinita de estrellas debería permanecer en
equilibrio, simplemente por la compensación que se produciría entre las fuerzas atractivas de las estrellas cercanas y las fuerzas repulsivas de las estrellas más
alejadas. Ese equilibrio, hoy lo sabemos, es
marcadamente inestable, pues bastaría con que algunas estrellas se acercasen ligeramente entre sí,
para que comenzaran a agruparse y precipitarse unas en otras. Y viceversa, si algunas
estrellas se alejasen de otras, por poco que fuese, el precario equilibrio
inicial se resolvería alejándose indefinidamente unas de otras sin reversión posible del
proceso. Además, aunque admitiéramos como real ese precario equilibrio,
siempre cabría hacer el reparo de que en un universo infinito y estático con un cielo tachonado de
estrellas, cada línea de nuestra visión que dirigiéramos hacia él, se toparía con la superficie
brillante de una de dichas estrellas y acabaríamos cegados por el fulgor sumado de todas ellas.
Ya a principios del
siglo XIX, el astrónomo
y filósofo alemán
Heinrich Olbers había hecho la advertencia sobre la
curiosa paradoja de que si el universo fuese homogéneo e infinito, la cantidad de radiación
acumulada que nos llegaría de las estrellas sería tan grande, que un resplandor cubriría todo
el firmamento, dando una luz tan cegadora y un calor tan intenso que la
vida estaría de todo punto imposibilitada para
existir, en cualquier parte que se considerase del mismo universo. La argumentación de
Olbers no fue la primera, pero si es la
más sistematizada y
conocida a ese respecto.
Un intento de refutación de esa idea, era la de que
la existencia de nubes de polvo en el espacio interestelar, absorbían la luz procedente de las
estrellas más distantes. En consecuencia, cegada la luz procedente de las
estrellas más lejanas, a nosotros solo llegaba la procedente de las más
cercanas. Sin embargo, a ese nuevo argumento, puede responderse que si eso
sucediera, el polvo o cualquier otra materia interpuesta absorberían la radiación hasta
calentarse tanto, que a su vez, iluminaría de forma tan brillante como las estrellas. La única forma de eludir la conclusión de que todo el cielo brillase
permanentemente como un sol gigantesco, sería suponer que las estrellas no han
estado siempre encendidas, si no que empezaron a hacerlo en un determinado momento de un pasado finito.
Con este nuevo planteamiento,
se suscitan diversas cuestiones, como son, que la luz de las estrellas más distantes podría no habernos llegado aún, que la materia absorbente no se ha
calentado lo suficiente para emitir
luz, o que las estrellas
tuvieron realmente un origen, a partir del cual, empezaron a lucir. Los cosmólogos hablan frecuentemente de la edad del universo, pero cuando la mayor parte de la gente estaba convencida de la existencia de un universo estático e inmóvil, el interrogante de si éste había
tenido o no, un principio, además de
tener poca relevancia, se consideraba un tema propio de la metafísica o la teología. Así, Platón creía que el mundo creado por Dios era perfecto y, en consecuencia (y salvo detalles como el movimiento de los astros) inmutable en sus rasgos generales. Pensaba que, aunque las cosas cambian a nuestro
alrededor frecuentemente, continúan siendo en esencia las mismas a lo largo de los eones. El mundo no había sido creado en el tiempo, si no que existía desde hacía una eternidad.
Por su parte, Aristóteles creía también que la raza humana y el mundo habían existido siempre, pero al revés que Platón era
partidario del
universo increado, precisamente, para que no sonase tanto a una expresa
intervención divina en todos los detalles de la creación. Otra corriente
de opinión alternativa, era la del universo creado expresamente. Con un principio y una edad finita,
estaba sujeto a un cambio constante e irreversible. Los antiguos, que ya habían considerado el tema del "progreso" lo resolvieron
imaginando que había habido desastres geológicos e inundaciones periódicas, que
hacían retroceder a la raza humana repetidas veces, hasta nuevos principios de la civilización.
Pero el argumento del progreso fue recogido por distintas cosmologías primitivas,
y lo que es más importante,
por la
tradición de las tres religiones monoteístas principales (judía-cristiana-islámica) y hoy plenamente vigentes. A favor del origen del mundo, jugaba la idea de que debía de
ser necesario tener en cuenta una Causa Primera, que sirviese para explicar tanto el inicio, como la existencia del universo.
Dado que en la vida cotidiana, siempre se ve que un acontecimiento está causado por un acontecimiento anterior, la propia existencia del universo, sólo podría ser explicada de manera análoga, es decir,
como si tuviera un comienzo (un origen). Si a eso se
añadía, que la civilización estaba progresando, como suponía San Agustín, no podía por
menos que creerse, que también el universo debería existir desde no hacía mucho tiempo atrás.
Estudios profundos de las Escrituras, centrados en el libro del Génesis, permitían
establecer ese origen en unos insignificantes (comparados
con lo que se ha sabido
después) cinco mil años antes de J.C.
De todas formas, el estudio sistemático de estas cuestiones y desde un punto de vista
moderno, podemos decir que se inició con el filósofo Inmanuel Kant. En su extensa obra, Crítica de la razón pura, editada en 1781 abordaba en profundidad todo lo relativo a los límites
espaciotemporales del universo. Si éste, tuvo un principio. Sí está limitado en
el espacio....Como la cosa no estaba nada
clara, puesto que solo eran reflexiones filosóficas que inmediatamente
suscitaban ideas diametralmente opuestas, el filósofo las denominó antinomias
o contradicciones.
Si exponía la tesis de que el universo tuvo un principio, no podía dejar
de pensar en que, quizás, la antítesis de
que el universo
siempre existió, fuera la acertada. Si imaginaba
que el universo estaba limitado en el espacio, tampoco descartaba en sus
cavilaciones que, a lo mejor, eso no tenía sentido si el universo era eterno e infinito. Sus dudas no podían resolverse porque aún no había
llegado la
época de las
grandes exploraciones astronómicas.
Así
pues, las ideas siguieron estando confusas
hasta mucho tiempo después. Un paso importante se dio
en 1868, fecha en la que el astrónomo inglés William Huggins (1824-1910) logró comprobar la existencia de
movimientos de propagación de algunas estrellas por el método del
"deslizamiento al rojo", es decir, aprovechando la significación del
fenómeno de la ligera distorsión que experimenta la luz estelar o galáctica al desplazarse al rojo. De esta forma fue como se
pudo detectar un pequeño desplazamiento en las líneas espectrales de la estrella Sirio, lo que permitió demostrar que se movía, alejándose del Sol.
Sin embargo, sería
en la década de los años veinte del pasado siglo cuando Edwin P. Hubble, del observatorio de Monte
Palomar, confrontó el método para la estimación de distancias, con la
referencia de las variables Cefeidas. El
fenómeno de deslizamiento al rojo de la luz espectral, no hace sino reflejar la manifestación de la velocidad relativa del
objeto emisor respecto al observador. Las estrellas y también las galaxias (por ser cúmulos estelares) experimentan el
fenómeno llamado recesión, observable en el desplazamiento hacia
longitudes de onda más largas, en el espectro de luz estelar y galáctica (efecto
Doppler). Eso quiere decir, que las galaxias se alejan generalmente de nosotros con una velocidad tanto mayores,
cuanto más lejanas sean las galaxias.
Las observaciones realizadas, primero por Hubble y después confirmadas en
gran número de experimentos por muchos astrónomos, constituyen una de las
mejores pruebas de la expansión del universo. Las galaxias con un gran deslizamiento al rojo son las más lejanas y las que más velocidad relativa tienen con respecto a nosotros.
Solamente unas pocas galaxias, las más cercanas, no experimentan
desplazamientos significativos, y aún son menos las que tienen desplazamientos al color azul. Estas son las que se acercan a
nosotros.
Hasta 1924, y después de sus trabajos en el observatorio de Monte Wilson, no se logró identificar (mediante
una fotografía de la nebulosa de Andrómeda), la imagen de una estrella de un tipo parecido a la de una galaxia, hasta que se
llegó a la conclusión de que ella misma era una galaxia.
Suponiendo una regularidad en las propiedades de las galaxias, a partir de argumentaciones sencillas, y estudiando su distribución
en la bóveda celeste, Hubble se propuso determinar la
naturaleza y magnitud de una posible
curvatura en el universo, que
confirmase la tesis que Einstein había enunciado al respecto. Con el nuevo equipo de Palomar era posible realizar recuentos
minuciosos de galaxias incluso con niveles muy tenues de brillo. La idea era que cuanto más
débil fuera la percepción de las galaxias, más lejos
deberían estar en promedio de nuestro punto de observación. Sería suficiente pensar en
una
distribución uniforme de las galaxias por todo el universo, para que al efectuar su
recuento, obtuviéramos un método apto y aproximado de medición del volumen del espacio ocupado. Por una simple regla de
proporcionalidad, era lógico pensar que mil galaxias debían necesitar diez
veces más espacio para distribuirse, que cien galaxias. Pero si resultaba que la distribución de estas mil galaxias
solo ocupaba el
doble de espacio que la distribución de cien galaxias, la conclusión lógica
sería que ese espacio estaba curvado.
Hubble llegó a una
conclusión notable: las galaxias están distribuidas por el espacio de forma
homogénea e
isótropa y se
expanden por él
de manera similar a un pan de pasas que se hincha. A medida que la masa se expande, las pasas se separan.
Además, la
velocidad con la que dos pasas (equivalentes a galaxias) cualesquiera se
alejan guarda una relación directa y positiva con la cantidad de miga (equivalente a espacio) que les separa. Mientras la masa, o porción de
espacio, permanezca con el mismo tamaño, las distancias recíprocas entre dos pasas (nebulosas)
cualesquiera permanecen invariables, pero al hincharse y aumentar su volumen, va simultáneamente aumentando
también la
distancia entre ellas. Esto se produce tanto más de prisa cuanto más distante se
hallen distribuidas en la superficie de la masa las pasas (o nebulosas) consideradas.
No
debe verse el esquema, como si las galaxias explotasen a partir de algún punto y salieran disparadas volando a través del espacio. Según la teoría de la relatividad de
Einstein, lo
que estalla en realidad es el espacio, que se lleva consigo las galaxias de manera
análoga al
arrastre que ejerce una corriente de aire sobre los granos de arena en una tormenta. Las galaxias individuales se alejan a velocidades diferentes,
pero el espacio se expande en todos los sitios y en todas las direcciones, siempre, a la
misma velocidad. En ese sentido, la noción de deslizamiento
hacia el rojo, o de desplazamiento de la luz hacia longitudes de ondas mayores en las galaxias distantes
adquiere la
significación de convertirse en un marcador de tiempos y distancias. El desplazamiento hacia el rojo registra
técnicamente, cualquier aumento proporcional que experimenten las longitudes de onda
de los
espectros característicos de una estrella o de una galaxia al sobrepasar las longitudes de onda que se definen como
"normales" o de laboratorio. Esto
quiere decir, que el tiempo o la distancia recorrida, necesarios para que llegue la luz de una galaxia o una estrella depende de
factores como la constante que Hubble se encargó de formalizar. A partir de un incontable número de observaciones, elaboró una escala de
distancias entre galaxias, formulándola
en la ley de su nombre, que dice: "Las galaxias se alejan unas de otras con una velocidad
relativamente proporcional a la distancia que las separa". La
velocidad, llamada de recesión, se obtendría
multiplicando dicha distancia por cierta cantidad, denominada la constante o, mejor, el parámetro de Hubble.
Dicha velocidad se podría expresar en función de ese parámetro
de la siguiente manera: V =
k. D (velocidad = k por la distancia). De donde deduciríamos, que el valor de k es igual a la velocidad de recesión de la galaxia expresada en
kilómetros por segundo, dividida por su distancia en millones de años-luz. Las mediciones de Hubble
indicaban que el fenómeno del deslizamiento hacia el rojo de una galaxia remota,
es mayor que el de las más cercanas a la Tierra. Esta relación, o la expresión de la ley de Hubble, es lo que podría esperarse en un universo que se
expandiera de manera uniforme. De acuerdo con ella,
la velocidad de recesión de una galaxia es igual a
su distancia multiplicada por la (llamada) constante de
Hubble. Esto se traduce en que el desplazamiento hacia el rojo de las galaxias próximas es
un efecto lo
bastante sutil, como para requerir precisos instrumentos para detectarlo. Pero, en cambio, cuando
se trata de objetos muy lejanos como radiogalaxias o cuásares, ese fenómeno
adquiere proporciones enormes: los hay que se alejan a más del noventa por
ciento de la
velocidad de la luz.
Hubble contó el número de galaxias visibles en diferentes direcciones del cielo y halló que aparecían
distribuidas con bastante
uniformidad. El valor de k podía
obtenerse siempre que se dispusieran de datos fidedignos de la velocidad a que se movían y la distancia a que se hallase
una galaxia o grupo de galaxias. Las distancias calculadas para
las galaxias estaban
basadas en la composición de su
brillo aparente con el de las más próximas, cuya distancia, a su vez, había sido previamente
determinada mediante la escala Cefeida.
La variación en el brillo del conjunto de esos astros depende de su propia magnitud absoluta y es totalmente regular.
Las estrellas
Cefeidas se llaman también "pulsantes", ya que sufren una especie de
vibraciones contractivas y expansivas de gran regularidad. Por una parte, la fuerza de la gravedad contrae el astro algo más allá del equilibrio con las fuerzas expansivas que tienden a dilatarlo. Consiguientemente,
se produce un
aumento de la
temperatura y,
por tanto, del
brillo. A partir de ahí, las fuerzas de expansión de los gases que habían sido comprimidos en exceso, junto con la presión centrífuga de radiación los dilatan hasta más allá
del
equilibrio dinámico. En consecuencia, disminuyen la temperatura y el brillo, condiciones
previas para iniciar un nuevo ciclo de contracciones y expansiones que se
prolongan indefinida y regularmente.
Esas peculiaridades permiten que se utilicen como cronómetros
cósmicos, sobre todo la Cefeida por antonomasia,
Δde Cefeo, descubierta en 1874
por Goodrike. Aunque otros astrónomos ya habían
utilizado la
escala de Cefeidas para calcular las distancias galácticas, fueron los estudios de Baade en
1952, luego confirmados por Gaposchkin, en sus aspectos fundamentales, los que permitieron establecer
una escala
corregida. De ese modo, utilizando una escala revisada y perfeccionada con detalles adicionales, se estima que, por ejemplo, la galaxia de Andrómeda
se halla a unos
dos millones trescientos mil años-luz.
Los rastreos posteriores del cielo con métodos más modernos,
confirman el principio fundamental
de que el universo, considerado a gran
escala, es homogéneo. Aunque en los mapas de la distribución de las galaxias cercanas se observan aglomeraciones, los rastreos más profundos
muestran una notable distribución
uniforme. Las galaxias más alejadas
experimentan, además, un
desplazamiento correlativo. Por ejemplo, consideremos el cúmulo de Virgo. Su desvío al rojo nos permite calcular una velocidad de alejamiento de 1.142 kilómetros por segundo. Si
ahora comparamos su brillo con el de la galaxia de Andrómeda, se llega a la conclusión de que se halla unas dieciséis veces y media más lejos que la galaxia de referencia, lo que nos permite decir que está situada a una distancia de dieciséis veces
y media multiplicada por
2,3 (previamente calculada para Virgo), o sea, treinta y ocho millones de años-luz. El parámetro k, por su parte, poseería un valor estimado en un primer momento de 1.142/38, es decir, próximo a treinta.
Para comprobar que la ley de Hubble es eficaz en todos los casos hay que medir las distancias a las que se hallan las galaxias, y para ello nada mejor que inferirlas del brillo emitido. Deduciríamos, por ejemplo, que una galaxia se halla a doble distancia de otra, si aquella luce la cuarta parte que ésta, que
por otra parte, es igual en todo lo demás. Algunos observadores objetan, que una galaxia que aparenta ser
más pequeña y menos luminosa es
porque realmente es así, y no necesariamente tiene que estar situada más lejos.
Pero afortunadamente, disponemos de una prueba directa de
que los
objetos con mayores deslizamientos al rojo son los más alejados, lo que constituye un dato objetivo de primera
magnitud. La
prueba procede de la observación de un efecto de "lente gravitatoria", que a la manera de una lente óptica, un objeto de masa y densidad propias de una galaxia puede convertirse
en una
lente natural, capaz, por tanto, de producir una imagen aumentada y distorsionada de cualquier fuente de radiación que se
halle en su trasfondo. El objeto interpuesto genera ese efecto óptico, doblando las trayectorias de las radiaciones
electromagnéticas y por supuesto, los rayos de luz. De ese modo, cualquier galaxia que se halle
interpuesta en la línea del punto de mira entre, la Tierra y algún objeto masivo lejano, producirá el efecto de duplicación de
rayos de luz procedentes de éste y los detectaremos. La parte cualitativa de la predicción establecida por la ley de Hubble se ve confirmada,
siempre que el
deslizamiento hacia el rojo del objeto que está detrás de la lente sea mayor
que el de la propia lente.
La ley de Hubble podría servir
también, si extrapolamos su capacidad predictiva, para calcular la edad del cosmos. Bastaría para ello, con fijar el límite del universo en función del propio límite de la velocidad de recesión, es
decir, el que posee la luz en el vacío. Expresándolo con mayor precisión, diríamos
que el tiempo transcurrido desde la Gran Explosión (algo que debió ocurrir en el pasado, si el universo se expande en todas direcciones) que dio origen a
todos los objetos cósmicos
conocidos, es función del valor presente de la constante de Hubble y de su ritmo de cambio. Podríamos obtener,
si hacemos abstracción de ese ritmo de cambio, que el límite del radio de Hubble o del universo observable, oscilaría entre trece mil o quince mil millones de
años-luz (estimaciones recientes establecen la edad del universo en trece mil setecientos millones de años).
Ahora bien, el ritmo de cambio debe ser
muy importante, pues guarda relación con la atracción gravitatoria del
universo que está determinada, a su vez, por la densidad media de
éste. En la medida
que no pueda establecerse qué proporción hay de materia oscura con relación a la materia visible, de la constante de Hubble,
no podemos sacar conclusiones definitivas sobre el tamaño y la edad del universo, aunque ésa parece ser la vía para conseguirlo.
Hay, además, otros factores que impiden sacar conclusiones
definitivas en cuanto a las mediciones de distancias intergalácticas. Los astrónomos Sandage y Tammann
se dieron cuenta desde el primer momento que las brillantes estrellas Cefeidas, no pueden ser utilizadas para
llegar muy lejos en las profundidades celestes. Como bujías patrón son muy útiles en
mediciones de distancias inferiores a los diez millones de años-luz, pero se vuelven inoperantes si se
quieren estudiar las profundidades de los cúmulos gigantes situados más allá de esa barrera temporal en
donde las galaxias se observan
como puntitos desperdigados en las placas. Cuanto más lejos apuntan los telescopios en sus visuales, más brillantes y menos fiables resultan las referencias patrón que se
utilizan y que hay que ir tomando
sucesivamente. Después de las Cefeidas se utilizaron
de bujías patrón las manchas de color de las llamas del gas hidrógeno caliente que titilan en los brazos
de las
galaxias espirales. Pero todas estas clases
de referencias y otras muchas más que se han ensayado, adolecen del defecto fundamental de
que no proporcionan unas mediciones independientes de su distancia.
A pesar de todo, combinando nuevas mediciones de telescopios
espaciales (el primero que lo hizo fue el telescopio Hubble) con observaciones terrestres, es de
suponer que se afinará mucho más en la precisión de las mediciones intergalácticas. Por ejemplo, siguiendo esa técnica, se consiguió obtener una medición de la distancia a unas galaxias del cúmulo de Virgo situadas a cincuenta millones de años-luz, que se estiman muy
aproximadas. A la par, pudo determinarse el valor de la constante de Hubble en ochenta, lo que permitió fijar la edad del universo muy por debajo de las estrellas que lo forman; un reajuste necesario que
hubo que hacer y que concuerda con otras mediciones de
venticinco supernovas por un equipo del observatorio de Cerro Tololo
en Chile. Las nuevas medidas han
evidenciado que determinadas estrellas supernovas utilizadas habitualmente en los experimentos (las de tipo I a) no son tan constantes en su
luminosidad como para usarlas de bujías patrón. Al efectuar las pertinentes correcciones, cosa que siempre hay que hacer, es
cuando se ha obtenido el nuevo valor. Desde que se venía discutiendo de estas cuestiones, Allan Sandage defendió que la constante de Hubble está en
torno a cincuenta, pero la depuración de los datos obtenidos mediante el telescopio bautizado con el nombre de quien precisamente
definió la constante, ha permitido elevar ese rango a sesenta y cinco, no demasiado alejado
de las otras estimaciones
experimentales.
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