40-EL
EXAMEN DE LOS NUEVOS MODELOS
õ
"Para poder buscar y mostrar condiciones
naturales, o sea causas en el fenómeno, de los acaecimientos de la naturaleza, necesitamos
el principio de la causalidad de los fenómenos entre sí. Si se lo acepta y no
se lo atenta con ninguna excepción, el entendimiento, que en su uso empírico no ve más que naturaleza en
todos los acontecimientos -como es lícito hacerlo- tiene todo cuanto pueda
exigir, y las explicaciones físicas siguen su marcha sin obstáculos."
Inmanuel Kant (Crítica de la razón pura)
La selección se
encarga de probar los "nuevos modelos" ante los que se topa, debido a las mutaciones y recombinaciones
habidas, de manera que, rigiéndose por las condiciones existentes, los fomenta o elimina. Naturalmente
que, dada esa forma de operar sólo podrán ser sometidos a prueba aquellos genes
que se proyectan en el fenotipo. Aclaremos que se entiende por "fenotipo" el conjunto de caracteres hereditarios cuya aparición es
debida a la
existencia de sendos genes que posee cada
individuo perteneciente a una determinada especie
vegetal o animal.
En condiciones normales, la radiación natural de bajo nivel, originada por los elementos radiactivos
de la
corteza terrestre y los rayos cósmicos que traspasan la atmósfera de nuestro
planeta permanentemente, es la fuente principal de mutaciones que afecta a los seres vivos. Por suerte
para ellos, la atmósfera desvía y atenúa gran parte de
esa descarga mortal de la cual nos llega una pequeña y permanente fracción. Cuando un rayo cósmico atenuado atraviesa un ser vivo, recorre
rapidísimamente un camino entre muchas células vivas sin tocarlas. Pero puede que
accidentalmente choque con una de ellas, reordenando la estructura de unos pocos átomos sin causar un perjuicio notorio. Si, por
ejemplo, el impacto se produce en un cromosoma del núcleo de una célula sexual, una reordenación atómica súbita puede causar una mutación
y
modificar el proyecto
genético originario. Es cierto que tales
accidentes son escasos y, por eso, las mutaciones son muy raras, pero ocurren ocasionalmente. Por
tanto, las
mutaciones son impredecibles, salvo desde un punto de vista de predicción estadística. Generalmente los cambios que producen
en organismos con un funcionamiento regularizado tienden a ser perjudiciales,
hasta el
punto de que suelen provocar la muerte del individuo afectado y a resultas de ello se autoexcluyen del acervo genético. Es por
eso, que casi todas las mutaciones que persisten en él tienen un carácter neutral o recesivo, es decir,
que o no
logran manifestarse, o tienen expresión inofensiva. Los caracteres recesivos
que son muy abundantes e inocuos permanecen latentes y no afloran, a menos
que coincidan con otros de similares características. Las mutaciones que se
suman al
acervo genético en estado recesivo, proporcionan una inimaginable variedad al acopio genético de una población, y constituyen un potencial muy
considerable sobre el que la selección podrá obrar mucho más, cuando sobrevenga un cambio medioambiental.
Aunque muy escasas mutaciones son beneficiosas, a veces proveen de la variabilidad que una especie precisa si
ha de adaptarse a eventuales cambios que puedan producirse en sus condiciones
de existencia.
Sin duda, tal como nos dice Konrad Lorenz, las mutaciones y la selección son los grandes artífices de las transformaciones de
las
especies. Si las primeras son las
responsables del cambio,
la influencia de la segunda sobre la evolución se debe sobre
todo a su gran poder cohesivo, derivado del hecho de que se ejerce una presión constante que
tiende a elevar la frecuencia de los individuos mejor adaptados. A esa
influencia se la denomina presión selectiva.
La selección, por tanto,
tiende a mantener a la población en el nivel óptimo alcanzado, asegurando los logros obtenidos a través del proceso evolutivo mediante una
continua eliminación de los individuos divergentes. A causa de ello este aspecto
fundamental de la selección recibe el nombre de selección estabilizadora. Por regla general se llega a establecer un equilibrio entre presión de mutación y selección estabilizadora. En
el transcurso del tiempo las mutaciones crean
nuevas formas que permiten a las especies adaptarse a los cambios de ambiente. Sin
embargo, hay que hacer notar que el simple paso del tiempo -en palabras de
Darwin- no hace nada en pro o en contra de la selección natural. El transcurso del tiempo sólo es importante (en ese sentido, sí es grande)
en cuanto que proporciona mayores probabilidades de que aparezcan variaciones
ventajosas y
de que sean seleccionadas, acumuladas y fijadas. El paso del tiempo contribuye también a aumentar la influencia directa
de las
condiciones físicas de vida en relación con la constitución de cada organismo. Es decir, inicialmente la
mutación permite explicar la variedad de las poblaciones. Luego, además, se intensifica por el entrecruzamiento y la mezcla sexual. De
todo ese proceso resulta un acervo genético que varía y se enriquece hasta lo inimaginable, obrando en él, la selección natural de forma constante e inexorable. En consecuencia, las especies bien adaptadas a sus respectivos ambientes no
evolucionan por si mismas, aunque experimentan los efectos de un ritmo constante y débil de mutación.
Lo que hemos expuesto
parece estar en contradicción con lo que se observa en muchas poblaciones investigadas. Es el caso, por ejemplo, de la língula (o el mencionado nautilus),
una especie
que habita un
entorno que casi no experimenta variación a lo
largo de grandes períodos de tiempo. Fenómenos
como éste, pueden ocurrir en las profundidades marinas, en lugares apartados (como islas con un ecosistema muy
restringido) o
en algunas zonas selváticas. Las mutaciones en este caso
serían solo factores discordantes, y sus portadores rápidamente identificados y eliminados del acervo genético por selección natural. En cualquier caso, los cambios no suelen ser bien aceptados, puesto que vienen a
romper un equilibrio que hasta ese momento era plenamente
satisfactorio. Las jirafas no son como
las
língulas, los nautilus
o las sequoias
(una taxodiácea
que también es otro fósil viviente) que son estables ontogenéticamente
durante muchísimo tiempo. Pero al igual que en esos casos
de estabilidad consolidada, si naciera un mutante con exceso de longitud
de su cuello, o sea, no conveniente para la especie de la media de la población de jirafas,
sería igualmente eliminado del acervo genético.
La hipotética
"prejirafa", con el gen mutante de cuello largo, necesitaría modificar, según
el
antropólogo británico Gregory Bateson, además del corazón y el sistema circulatorio,
seguramente los
canales semicirculares, los discos intervertebrales, las
estrategias de huida, los reflejos de postura, las tácticas ante los depredadores, etc. Así, en todos los casos, la selección
estabilizadora trata de proteger la combinación de caracteres que corresponde al prototipo ideal de la
especie y evitar que dicha
combinación pueda dispersarse a causa de las mutaciones. Por consiguiente, y como muy bien dice Wolfgang
Schwoerbel, mientras no se produzcan cambios en el medio ambiente, la selección estabilizadora conserva perfectamente las
características de la especie a lo largo del tiempo.
Podemos decir que los caracteres son el resultado de la reacción del genotipo ante un medio ambiente determinado, o lo que es lo mismo, que el fenotipo constituye
siempre el producto
de la
interacción del
genotipo con
las
condiciones del
medio ambiente. Pero la formación de los caracteres no viene
determinada hasta el último detalle por los factores hereditarios, sino que, más bien, éstos les imponen ciertas
pautas. El
margen de dichas pautas puede ser muy limitado, cual es el caso, por ejemplo, de la formación de los grupos sanguíneos que
sólo vienen influidos por el genotipo. Éste sólo impone los límites pero no con rigidez. El margen que permite,
proporciona a los individuos un margen de variabilidad que posibilita su adaptación a las condiciones del entorno particular.
En todos los procesos, el hecho es capturado al azar, y continúa conservándose y
reproduciéndose por el mecanismo de la selección
natural. Pero no nos engañemos, no hay ceguera alguna en esta historia. Las mutaciones por si
solas ocasionarían la producción de un verdadero caos en las formas vivientes, suponiendo que hubieran llegado a
surgir, lo
que ya es suponer demasiado. La dirección que impone la ley del crecimiento de la entropía se conjuga de forma muy precisa con el baremo impuesto por el medio ambiente. Parece
que puede establecerse una identidad (término equívoco, pero de gran expresividad)
entre las peculiaridades
estadísticas que fundamentan el segundo principio de la termodinámica, y las que rigen el proceso evolutivo de las especies. A ello contribuiría, el concepto esencial que
introduce Maynard Smith al referirse a una estrategia evolutivamente estable, que es una idea que él reconstruye a partir de
R. H. MacArthur y W. D. Hamilton. Una <<estrategia>> es una forma preprogramada de comportamiento. Nos presenta al organismo como un mecanismo robotizado
de supervivencia, provisto de un ordenador preprogramado que controla sus acciones. Gracias a algún dispositivo no
especificado, intervienen al efecto un juego de instrucciones que hacen que el organismo se comporte como si las siguiera fielmente. Los
antílopes siempre huyen de los leones y no les hacen frente por
estrategia evolutiva. Por esa misma razón, el canibalismo se da muy raras veces y casi nunca se puede
observar a carnívoros adultos persiguiendo activamente a otros adultos de la misma especie, con
vistas a comérselos. Sería una estrategia
sumamente inestable, que iría contra la consolidación hereditaria de la propia especie.
El concepto de
Maynard Smith, permite por primera vez, apreciar claramente cómo un grupo de entidades
independientes y egocéntricas puede asimilarse a un todo organizado y evolutivo.
Una estrategia evolutivamente estable, se define como tal, si la mayoría de la población la adopta como suya y no puede ser mejorada por otra estrategia alternativa. Es
decir, la mejor
estrategia a seguir por un individuo depende de lo que la mayoría de la población esté haciendo, precisamente por que no hay
ninguno que pueda mejorarla aunque difiera de ella.
A un cambio ambiental importante puede seguir un breve período de
inestabilidad evolutiva y quizá se produzca alguna fluctuación entre la población. Pero una vez que se logra una estrategia evolutiva estable, ésta se consolidará y la selección
penalizará cualquier desviación con respecto a ella. En ese sentido, las mutaciones, los entrecruzamientos, las recombinaciones y la mal llamada deriva genética ("deriva" suena a
desgobierno, a carencia de timón, cuando en realidad hay una auténtica
implantación y consolidación genética aunque sea por azar) enriquecen la oferta de materiales
asimilables por la evolución.
Así es como se producen diversas clases de variaciones
genéticas sin ningún orden, moviéndose exclusivamente por azar. Pero pasar a
ser parte del proceso de evolución
insertándose en él, es otra cosa. La selección natural, de forma inexorable, somete todas las adquisiciones antiguas
y nuevas a un continuo examen de
capacitación. Quedan establecidas las prioridades y se organiza todo el proceso, en función de
las características
medioambientales y siendo relegado el azar, a largo plazo, a un segundo plano.
La selección examina,
prueba, filtra, potencia, difumina, aísla, favorece, rechaza, etc., tratando
rigurosamente las nuevas estructuras creadas mediante las recombinaciones
genéticas y las mutaciones, de forma que el mecanismo no conserva lo que es perjudicial para las especies que evolucionan. Lo pernicioso, al final, resulta
segregado.
Bien es cierto que la palabra "selección" resulta engañosa, ya que
connota precisamente "propósito", y el ambiente es un espontáneo de facto que impone, sin más, su
presencia. Pero la complejidad de los seres vivos puede ser
perfectamente explicada por la interacción restringida entre cambio y selección. En los programas genéticos se inscriben los resultados de todas las reproducciones
habidas en el
pasado, con
la particularidad
de que sólo se acumulan las logradas, pues el rastro de las fracasadas por su características disfuncionales, se ha
extinguido. Millones y millones de años de
experimentaciones han perfilado un programa de organización para las especies más
diversas, en el
que las propiedades
imperfectas o
las
disfunciones han sido eliminadas. No por ello el sistema está
cerrado a las
influencias exteriores, sino que por su modo de construcción (consolidación
sistemática de logros evolutivos) permite que los errores (y los aciertos, que son los que se aprovechan) pueden acoplarse a él. Las mutaciones modifican, casualmente, el orden de una secuencia tomada al azar dentro de un programa genético.
Sin embargo, la reordenación del mensaje se produce automáticamente mediante una selección que se
ejerce, no sobre el texto genético, sino sobre los organismos completos, o mejor, sobre
poblaciones más o menos amplias, eliminándose así toda irregularidad.
Tanto hincapié como se haga en la riqueza de la fuente de
azar hay que hacerlo en el poder de
encauzamiento (que no de restricción) del medio, con el instrumento de la selección natural.
La riqueza de la fuente de azar, se expresa
básicamente en las leyes estadísticas implicadas en el manejo de los grandes números.
En consecuencia, la limpieza, criba, filtración, etc., en los procesos
evolutivos de los seres vivos se realiza de manera análoga a la señalada, es decir,
como una decantación estadística que nutre la filogenia haciéndola avanzar.
Los cambios en las condiciones
ambientales tienen influencia en la división de las poblaciones. Esos cambios suponen también una variación en las condiciones de la selección, que
tendrá efectos diferentes sobre cada una de las poblaciones parciales escindidas. Después de la separación de los grupos, debido a una mutación de
carácter fortuito, seguirán una senda evolutiva diferente incluso cuando las condiciones de
selección no se hayan alterado apreciablemente. Eso
es más notorio cuanto más pequeño sea el grupo escindido, puesto que las mutaciones ya existentes o las que puedan producirse en el futuro, tendrán una incidencia más destacada
en los
descendientes de un grupo más reducido. Un grupo pequeño, procedente de una escisión
practicará intercambios sexuales entre consanguíneos, y en consecuencia es
más fácilmente transformable que una población numerosa. Además,
a pesar de que los grupos más pequeños corren mayor
peligro de extinción, debido a que puede establecerse en su acervo genético
alguna mutación no ventajosa frente a la selección, la separación
geográfica y
la concurrencia de algunas otras circunstancias afortunadas pueden permitir
sobrevivir, realizar ensayos genéticos y prosperar a algún grupo escindido.
Las nuevas especies se
pueden propagar tanto por una proliferación de sus miembros con las nuevas cualidades,
como por la ruptura definitiva de los vínculos de carácter
sexual que mantenían unida la comunidad animal, previamente a su desgajamiento.
En ocasiones, cuando pueden restablecerse los antiguos vínculos
sexuales las
poblaciones parciales vuelven a fundirse con un desarrollo ulterior de la especie reforzado. En esos casos, se combinan los genes con características
mejoradas por separado en las dos poblaciones incomunicadas durante un tiempo, y al igual que en los comienzos de la sexualidad, se desencadena un gran impulso evolutivo.
Pero muchas veces no se produce ese fenómeno y el reencuentro de las poblaciones
fraccionadas no se da, bien por no volver a compartir el mismo hábitat o por vivir en distinta
época biológica; piénsese, por ejemplo, en los leones y tigres (y también, en parejas de caballos y asnos) que se
consideran especies claramente diferentes, aunque son dos clases de felinos tan
compatibles, que pueden aparearse sin especiales dificultades.
En la fusión de subespecies separadas por la adopción de nuevos
modelos pero que conservan aún la posibilidad de combinar de diferentes modos, y al mismo tiempo, sus
composiciones genéticas de eficacia ya probada, es
donde se encuentra el mayor potencial evolutivo. De hecho, cualquier avance requiere un gran número de mutaciones
que han de surgir independientemente y por separado en pequeñas poblaciones. Pero eso no quiere decir que todas las mutaciones
necesarias para un gran avance evolutivo tengan que ir acumulándose poco a poco en una misma población.
Un paso evolutivo
requiere de un
programa genético que ofrezca ventajas a la acción selectiva natural, aunque eso no implica que las ventajas estén
orientadas en la misma dirección del resultado final. Es la episexualidad la que siempre reunifica y funde, como en un crisol, las nuevas cualidades adquiridas por los componentes de las poblaciones
escindidas, proporcionando el impulso decisivo para importantes saltos evolutivos. Pero llega un momento que ninguna estructura biológica puede
desarrollarse independientemente. Ese es precisamente el instante en el que se cumple el célebre aserto de Darwin: "sólo conseguirán
sobrevivir los
mejor adaptados".
La lucha es una parte importante de
este proceso evolutivo. Pero aún así, nunca se
llega a establecer un equilibrio final y absoluto. A las alteraciones geológicas del planeta, como desplazamiento de continentes, surgimiento de
montañas, nuevas cuencas de sedimentación o simples cambios climáticos que separan o unen a las especies en un continuo vaivén, hay que añadir las siempre presentes mutaciones, que traerán como
consecuencia una alteración de las condiciones ofrecidas a la selección natural y que, por consiguiente, han de provocar una reacción en cadena
de alteraciones. La regla es simple, si cambia el
medio ambiente hay que adaptarse para sobrevivir,
pero el mismo
cambio adaptativo provoca alteraciones en el hábitat de otros organismos y
originará, a su vez, nuevas condiciones de
selección. Las imprecisiones en los cambios geológicos y climáticos se conjugan con inexactitudes en la reproducción y constituyen el impulso motriz del continuo desarrollo de
los seres
vivos, lo que
implica un
aumento de la información genética. De este modo, la ampliación de las estructuras
existentes o
complejificación de las mismas, obedece a que una y otra vez hay que desarrollar nuevas capacidades para
superar nuevos problemas, lo que por lo general, se logra ampliando funcional y estructuralmente los sistemas biológicos.
En todo ese proceso de selección, la duración de las generaciones que se
suceden tiene suma importancia. Cuanto más rápidamente se sucedan más veces
tendrá ocasión cada una de ellas de que se realice el proceso de selección y más veloz será la evolución en un determinado lapso de tiempo. Constantemente se ponen a
prueba determinadas características relacionadas sobre todo con la capacidad de
supervivencia. Éstas pueden ser, la capacidad de
procurarse alimentos para sí y los miembros
consanguíneos de su especie. La capacidad de procurar protección y cobijo a sus crías. Las posibilidades que tienen de hacer frente a los cambios
climatológicos bruscos y repentinos. La capacidad de enfrentarse a enemigos naturales externos con fuerza para repeler
o iniciar las agresiones (lucha
física) o
habilidad y
presteza para huir de ataques depredadores. La capacidad de supervivir frente a diversos enemigos
naturales internos, como parásitos y microbios o a los males derivados de otros tipos de enfermedades. Las posibilidades de
conseguir aparearse con garantías de reproducción subsiguiente, naciendo crías
abundantes y robustas
o
incubando muchos huevos con éxito.
Las especies tienden
siempre a ocupar todo el espacio vital que les es permitido, dadas sus capacidades de mantenerse en él con una cierta estabilidad
(ya hemos dicho, que ésta nunca es completa). De ejemplo puede servirnos la enorme expansión que
tuvieron los
conejos cuando fueron introducidos en Australia, en un ecosistema virgen para ellos. Su proliferación fue
tan exagerada que constituyeron una plaga que dejó desprovistas de vegetación grandes
extensiones de territorio, y el hombre tuvo que actuar de improvisado depredador, matándolos por millones. No obstante, los conejos están muy asentados como especie en la actualidad en el continente, hasta el punto que casi han
desplazado a los
autóctonos y
pequeños marsupiales.
La principal objeción que
se hace a la teoría de la evolución, es que
se han encontrado siempre muchos fósiles representativos de lo que parecían ser fases estables, pero no se han hallado o se han hallado muy pocos
de las formas intermedias que debieron existir en las fases de
transición. Continuamente se hacen alusiones
a esos famosos eslabones "perdidos", cuya ausencia impediría
demostrar definitivamente la validez de las líneas evolutivas propuestas por la ciencia.
Ahora bien, dejando al margen las teorías de los equilibrios
interrumpidos y las
extinciones masivas que tratan de dar réplica a la teoría gradacionista, se
ha visto que, aunque
escasos, hay
ejemplares de fósiles que demuestran la existencia de esos eslabones entre formas intermedias y formas perfectamente
asentadas. Así,
el proceso de
transición hacia la formación de las aves está bien documentado por los fósiles encontrados,
como lo prueba
la famosa
ave primitiva arqueornites, que presenta a la vez las características intermedias o de eslabón entre ave y reptil. Además, si tenemos en cuenta que los acontecimientos
espectaculares de esa clase sólo pueden producirse en poblaciones pequeñas y parciales (en las que
se prueban los
prototipos) y
los grandes
saltos evolutivos permanecen muy poco tiempo como formas intermedias, en muy pocas generaciones
(de ahí, la
escasez o
ausencia de restos fosilizados) se
restablece la
armonía y la estabilidad en las poblaciones.
Las ideas sobre la especiación
cambiaron sutilmente tras considerar a fondo los fenómenos de irradiación y dispersión de la adaptación. Los seguidores de Darwin, y
especialmente Wallace, consiguieron explicar la complejidad de la vida por la colonización y adecuación a nuevos
hábitos. La
evolución es vista como una crónica de la colonización de nuestro planeta, durante la cual surgen nuevas
especies que se difunden por los nichos próximos mediante avances y retrocesos frente a los ambientes nuevos
(adversos o
propicios) y
la
presión de la
competencia. El aislamiento
como requisito previo al origen de las especies fue una conclusión a la que se llegó comprendiendo los procesos de
colonización y emigración. En seguida se puso de manifiesto que pequeñas poblaciones
colonizadoras eran capaces de una adaptación rápida al nuevo medio ambiente sin que un exceso de componentes
grupales actuase como un lastre en la adaptación.
Básicamente, podemos decir que una población parental se
desfleca por los
bordes aislándose en pequeñas bolsas que se van independizando y que están compuestas por
pocos individuos. Según los partidarios de la selección por
motivos geográficos, se puede probar sin
dificultad que en la región de distribución de una especie las fuerzas ambientales oscilan de forma que las poblaciones
periféricas divergen y, a lo largo del tiempo, con suficiente aislamiento y actuando la selección natural
han de originarse nuevas especies.
La generalización de las ideas de
aislamiento geográfico y colonización por grupos periféricos se debe a la facilidad con que se fomenta la acumulación de
diferencias génicas, al separarse las poblaciones. Eso es
algo que viene observándose desde hace mucho tiempo. No en vano, la teoría neodarwiniana contempla el origen de una nueva especie
mediante un
acopio de diferencias genéticas y el surgimiento de variaciones génicas originales, de tal
forma que, en definitiva, los individuos de la población en trance de cambio, quedan aislados en el plano reproductivo de la población parental. Dado que esos
individuos sólo poseen una pequeña fracción del acervo genético parental, tienen un potencial de cambio
limitado y,
al mismo
tiempo, el efecto de dilución al que generalmente están abocadas las nuevas variantes,
está considerablemente amortiguado. El medio ambiente, en esas
condiciones, puede operar como un riguroso seleccionador que es capaz de hacer aflorar
márgenes latentes de variación, que si bien en ocasiones pueden ser nocivos, en
otros momentos puede ocurrir que faciliten la supervivencia en ambientes de características
diferentes.
En la actualidad se
piensa que en la especiación intervienen muchas causas y no se dispone de
soluciones fáciles. En eso se basan,
precisamente, los
antievolucionistas para sus infundados ataques. Hay
muchos ejemplos de especiación brusca y de especiación gradual, de unas que requieren de aislamiento geográfico y otras que no requieren
de ninguno, de alteraciones cromosómicas que producen aislamiento reproductivo y de mutaciones génicas
que tienen la
misma consecuencia.
El defensor más ferviente
de la especiación
repentina es, sin duda, el paleontólogo Stephen Jay Gould, quien ha supuesto que las bruscas apariciones y desapariciones de fósiles pueden ser achacables al surgimiento súbito de
nuevos individuos mediante un enérgico cambio evolutivo. Esto es muy claro en las plantas, en las que cambios (desligados de la selección o el aislamiento geográfico) extremadamente bruscos en la estructura de los cromosomas, pueden
constituir un
importante factor de especiación. Los cromosomas tienen el aspecto de unos filamentos alargados dentro del núcleo celular, que
sirven como medio de transporte del material genético, los genes y el ADN. La estructura de esos filamentos es sumamente importante
para la
herencia y
la
reproducción, debido a que son grupos de genes ordenados de una manera
determinada. Un aumento
súbito en la
dotación cromosómica, fenómeno que ya
observó, De Vríes hace más de un siglo, se conoce como poliploidía
y se caracteriza
por su carácter extraordinariamente enérgico.
En efecto, la poliploidía ocurre cuando el número de grupos de
cromosomas es distinto del normal; la mayoría de los organismos son diploides, es decir, tienen dos grupos de
cromosomas, heredados uno de cada padre, pero los organismos poliploides
poseen más de dos grupos de cromosomas. Los individuos que surgen debido a ese fenómeno lo hacen en una o muy pocas generaciones. Las poblaciones
poliploides se encuentran reproductivamente hablando, aisladas con respecto a sus
especies ancestrales y, por ello, constituyen nuevas especies. Las duplicaciones cromosómicas son
sucesos aleatorios e impredecibles, que dado
su vigor, son capaces de producir aislamiento sexual y muerte en muchos
casos, sobre todo en las especies animales. Sin
embargo, la poliploidía puede ser causa muy importante de especiación
en plantas. Así, mientras que en especies
animales sólo ha podido detectarse dicho fenómeno en algunos peces, anfibios,
gusanos, etc., en las plantas gramíneas y en muchas clases de helechos se produce con frecuencia. Por supuesto que la selección natural queda al margen de tan
imprevisibles acontecimientos, sólo cuando las nuevas especies
tengan que enfrentarse por su cuenta y riesgo a los desafíos del medio, la selección vuelve a desempeñar su papel habitual.
En el caso de los animales, la poliploidía es, como sabemos, bastante rara y hay que pensar en
otras vías de desarrollo que tocan un aspecto muy delicado para los neodarwinistas. Se trata de la cuestión de la existencia de individuos con una estructura intermedia entre otras dos con funciones
claramente distintas. Gould defiende la idea de que, en esas situaciones, ha de haberse
producido una
transición discontinua. Por que a pesar de
que hayamos mencionado la existencia de escasos fósiles (esporádicamente, se
localizan ejemplares en sitios muy distantes) con características intermedias
entre aves y
reptiles (el Archaeopteryx tiene cráneo de reptil y alas de ave),
la
dificultad de poder representarnos un ser intermedio entre ave y reptil más convincente sigue siendo un "problema"
para muchos científicos. Algunos biólogos
califican al Archaeopteryx
más,
si se quiere, de ave rara que de reptil con plumas y no le confieren un valor representativo de
especie de transición.
Puede que, como dijera el propio Darwin, el reconstruir las series perdidas, no sea más que una cuestión de
imaginación y
a ello se han
aplicado muchos investigadores. Pero mientras
tanto, el
modelo de "equilibrios interrumpidos" viene a llenar el vacío atribuible a la imperfección del registro y clasificación de
fósiles que propugnaron los neodarwinistas, en el caso de ausencia de eslabones localizables en las formas de
transición entre especies.
A comienzos de la década de los setenta del pasado siglo, varios importantes
paleontólogos norteamericanos sugirieron la idea de que el
desarrollo gradual que avalaba Darwin, en lo sustancial era erróneo y que la evolución tiende a ser, más bien, a saltos o fuertes sacudidas. Según sus más conspicuos representantes, Stephen Jay
Gould, Niles Eldredge y Steven Stanley, los largos períodos casi inactivos, durante los cuales apenas se ven
afectadas las
especies por cambios apreciables, se interrumpen bruscamente por desapariciones
o
sustituciones de unas formas por otras más o menos emparentadas aunque distintas. En ese sentido, ya lo dijimos en el capitulo anterior, vinieron a echar por tierra
las ideas
gradacionistas, pero no a impugnar las ideas
evolucionistas de Darwin en su conjunto.
Hace más de un siglo, Huxley señaló que no todas las teorías de cambio
discontinuo tienen por qué ser antidarwinistas. Hay
algunos fenómenos que pueden ilustrar este aserto. Supongamos, por ejemplo, que una pequeña alteración
genética es capaz de producir un cambio que se manifiesta en una discontinuidad en la forma adulta.
Pequeños cambios en la sincronización de la madurez sexual podrían ser suficientes para iniciar
cambios morfológicos importantes. Si nos
fijamos en la
cabeza de una
persona adulta vemos que tiene poca similitud con la de un orangután adulto; en
cambio, es sorprendentemente parecida a la de un orangután joven. Esa
notable semejanza anima a Gould a sostener que el ser humano podría haber evolucionado a partir de
ancestros del tipo de los monos antropomorfos, no por selección de caracteres
particulares, sino mediante un simple adelanto de la madurez sexual, también llamado neotenia. Ese
gran cambio no tiene porqué producir una forma perfecta de una vez, sino que sirve como adaptación clave de modo que su
portador se enfrenta con éxito a su nueva y repentina forma de vida.
Según su propio y autocalificado prejuicio de opinión, Gould nos dice que el problema de reconciliar una evidente
discontinuidad en la macroevolución con el darwinismo se ve resuelto en gran medida por la observación de que pequeños cambios embriológicos
tempranos se acumulan a lo largo del crecimiento, produciendo grandes diferencias entre los adultos. En cierto modo, el genetista estadounidense Goldschmidt que no se sentía inclinado
por la
gradación neodarwinista, en un criticado libro publicado en 1940, ya invocaba a los genes del ritmo como hacedores parciales y
potenciales de "monstruos
esperanzadores". A primera vista, parece inexplicable que teniendo el ser humano y los chimpancés más del noventa y nueve por cien de los genes en común, existan
diferencias tan notables en el cerebro, las manos o su modo de desplazarse. Goldschmidt lo achacó a diferentes
ritmos en los
procesos de crecimiento corporal, que a su vez, estarían determinados por
cambios en los
genes reguladores, originando tan considerables diferencias evolutivas. En línea con De Vríes y los partidarios de las mutaciones, ésa
sería la
base del suministro
de mutantes que produciendo "monstruosidades" del tipo requerido y el conocimiento de la determinación
embrionaria, se posibilitaría que un pequeño cambio de ritmo en los primeros procesos
embrionarios, desencadenase un gran efecto estructural sobre partes considerables de los individuos.
Según Gabriel Dover y otros profesores de la universidad de Cambridge (Reino Unido), las
"familias" de replicaciones son las que aseguran la unicidad de las especies debido a que permiten el cruzamiento en su seno,
pero impiden que individuos de otras familias distintas puedan implicarse
mediante la
reproducción cruzada. La fracción del genoma que representan las replicaciones es tan importante que rara vez baja del noventa y cinco por cien. Esa
circunstancia es la que origina la homogenización de las poblaciones. Pero, en
ocasiones, hay una ligera divergencia genética entre dos grupos de una gran población, que
se sitúan en los
extremos opuestos de su área de distribución. Esas familias podrían seguir propagándose por separado,
pero si coincidiesen en el punto medio de la región de distribución, esa pequeña divergencia haría
que fueran genéticamente incompatibles y se estaría formando una nueva especie. Dover y sus colegas han
denominado a ese procedimiento evolutivo como horizontal o concertado, que parece sortear las leyes de la segregación admitidas académicamente.
Así, pues, las nociones de poliploidía, neotenia, cambios cromosómicos,
evolución horizontal, etc., han dado cierto impulso a la idea de que la especiación
repentina "invalida", de algún modo, la teoría de que la selección natural es la responsable principal de la especiación. La selección natural se limitaría a desempeñar un papel más modesto en el origen de las adaptaciones. Pero, desde luego, la extinción en masa no permite negar la hipótesis de la transformación, sino
tan sólo reconocer que, de vez en cuando, el medio ambiente se comporta de forma expeditiva y elimina de golpe muchas
especies. Aunque según el concepto de especiación
por equilibrios intermitentes, habría que desechar los cambios graduales en el interior de las poblaciones
continuas, debido a que las tendencias que operan en el seno de las estirpes se van fraguando a través de episodios que se
acumulan, y
que provocan la aparición de nuevos modelos repentinos o especiaciones
instantáneas.
Mientras que la polémica continúa, se alzan voces que acusan a los partidarios del equilibrio interrumpido
de que están haciendo el juego a los creacionistas. Pero habría que decir a quienes se alarman a ese
respecto, que los
súbitos episodios de cambio podrían generalizarse en varias escalas de tiempo y magnitud, creando una suerte de
estructura fractal de semejanza. Además, no podemos jugar al confusionismo del lenguaje interdisciplinar, pues como dice Maynard Smith, una nueva especie que
tarda cincuenta mil años (lo cual supone, nada menos, que dos metros de
sedimentación estratigráfica) en aparecer, es repentina para un paleontólogo pero gradual
para un
genetista. En palabras del físico británico
John Madox, "unas cuantas advertencias nos ayudarán a centrar la controversia. La primera es de tipo
técnico: la
frase la velocidad de la
evolución...carece de significado absoluto. Desde el punto de vista darwinista, hasta en las especies que están
en equilibrio con un ambiente estable (o sea, en estancamiento) aparecen constantemente nuevas
variaciones al azar,
pero éstas no cambian apenas el carácter general de la especie. Esto no significa que el mecanismo evolutivo haya
dejado de vigilar la interacción entre la especie y el ambiente. Hasta el estancamiento es evolución.
La segunda advertencia
se refiere a las adaptaciones que surgen en el curso de la evolución, que
pueden estar inducidas por diversas influencias, la más frecuente de las cuales es,
seguramente, el cambio
ambiental". Hubo grandes diferencias
entre las
"velocidades" de evolución de especies que ocuparon al mismo tiempo las mismas zonas de
nuestro planeta; mientras que algunas podían estar en equilibrio con su ambiente, otras
cambiaban con
relativa rapidez, acumulando variaciones que posibilitaban a sus miembros el cambio de hábitos y la ocupación de nichos
nuevos. Nada de eso contradice el darwinismo. Aunque hay una creciente
sensación entre los paleontólogos que los registros de fósiles, dada su heterogeneidad,
representan características impredecibles en algunos aspectos con nuestros
conocimientos actuales sobre procesos en pequeña escala y sobre poblaciones,
podemos considerar los dos modelos, gradualismo y
equilibrio interrumpido, como ciertos y no muestran una incompatibilidad
radical con el
modelo neodarwinista.
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