martes, 10 de enero de 2012

46- Intuición, instinto y hábito





46-INTUICIÓN, INSTINTO Y HÁBITO

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         "Lógica natural se opone a lógica de los lógicos, en el lenguaje de esta exposición. La lógica de los lógicos es una axiomática. Entiendo por lógica natural la lógica del sujeto. Hay, en efecto, una oposición, porque los lógicos no quieren saber nada del sujeto."

Jean Piaget (Lógica formal y psicología genética)


                   La intuición

                   Cuando realizamos la crítica de un método de la ciencia, la mejor prueba de que ésta es eficaz es mostrando que toda experiencia es una estructuración de la realidad, en la que el sujeto epistemológico está inmerso. Es decir, cualquier perfeccionamiento de la ciencia pasa por la consideración del sujeto observador como parte activa, de modo que los conocimientos aparecen como interacciones entre las propiedades de los objetos y las operaciones de integración estructural del propio sujeto. Según eso, el verdadero punto de partida del mundo de la ciencia hay que buscarlo en el conjunto de las acciones ligadas y no en contextos separados de percepciones, pues así el pensamiento, como prolongación que es de las acciones, puede ser considerado "acción" misma y tiene mucho más fácil su labor de esclarecimiento. Se trataría de limitarse a modular el conjunto, modificando unas y corrigiendo otras, en vez de contradecirlas dialécticamente en su totalidad.
                   Desde esa perspectiva, podemos tomar como objeto de discusión en nuestro banco de pruebas, la intuición, en general. Si nos centramos en la intuición propia de la fenomenología y la intuición bergsoniana, vemos que la primera de ellas pretende mostrar que existen niveles de realidad en los que la filosofía ejerce una soberanía total en su aprehensión de las esencias (la intuición eidética capta la esencia de las cosas, análogamente a como la intuición empírica individual capta los objetos individuales), y en la segunda contemplamos un planteamiento de antítesis y provitalista, según el cual, la reducción de lo vital a una físico-química concebida como "definitiva" es un hecho. Según Bergson, la intuición es una "simpatía intelectual" por la cual "somos transportados a la interioridad de un objeto para coincidir con aquello que él tiene de único y en consecuencia, de inexpresable". En ambos casos hay un olvido completo de la existencia de operaciones, o sea, las que llevan implícitas la acción transformativa, que se manifiestan en actos en los que se incluyen el movimiento y las construcciones-reconstrucciones productivas, capaces de crear estructuras dinámicas en múltiples niveles. En su afán por descubrir esencias intemporales, desarrollan un psicologísmo desligado de los hechos (puesto que por su antihistoricismo, los fenomenólogos se quedan sólo con los fenómenos) en el primer caso, y un psicologísmo basado en la supremacía de la inteligencia sobre el instinto, en el caso del filósofo Bergson. Al manifestar que sus intuiciones son verdaderas, sólo expresan de forma autoexcluyente las perentoriedades subjetivas experimentadas por unos individuos aislados que no utilizan las justificaciones normativas comunes proporcionadas por la misma captación intuitiva.
                   Dejando aparte el intuicionismo irracionalista, que sostiene la inadecuación de la razón y la realidad (por lo que para captar ésta es preciso recurrir a la intuición, al conocimiento inmediato, vivido, sujeto a experiencias) y cuyos fallos son manifiestos, el intento de delimitación y solución de los problemas epistémicos empezó con Leibniz, Descartes y Kant. Sobre todo este último, contemplando un marco más bien estático, trató de confeccionar un esquema completo y definitivo de las formas a priori de la sensibilidad y el entendimiento. Así, por ejemplo, habló del espacio y el tiempo como de las formas puras de nuestra intuición, suponiendo que ambos eran anteriores a la experiencia y que incluso daban sentido a la misma. La intuición kantiana es, obviamente, prerrelativista y hoy nos parece bastante ingenua, pero supuso un avance considerable en su momento. A nosotros, Incluso nos parece una concepción más moderna que la de Bergson, para quien la intuición, en definitiva,  es la "armonía interior con la realidad". Pero esas son especulaciones un tanto abstractas en torno al asunto que tratamos. La intuición, en cuanto fenómeno de la "realidad real", se hace más sospechosa de pérdida de contenido vital en muchos otros casos, como cuando hace referencia al bien o al mal, o se la considera reveladora de verdades inasequibles a la razón, lo cual no obsta para que haya desempeñado un importante papel en la moral, en el conocimiento religioso o en las visiones místicas.
                   Desde el punto de vista de la psicología moderna, la intuición es un concepto un tanto impreciso que se refiere a la captación inmediata de lo más importante de un conjunto de datos, implicando cierta comprensión, que se supone surge sin conocimiento o percepción sensorial previos. Hay un cierto grado de indefinición en ella, pues se supone que son algunas claves o estímulos de carácter marginal o de origen oscuro los que habrían de facilitar una percepción determinada de la realidad. En cierto modo ha habido una devaluación progresiva de la captación intuicionista de la realidad. Lejos quedan los tiempos en que Descartes la entendía como "el concepto que forma la inteligencia pura y atenta, sin posible duda, concepto que nace de la sola luz de la razón y cuya certeza es mayor a causa de su mayor simplicidad que la de la misma deducción". Descartes tomaba las palabras exclusivamente por su significado en latín y, curiosamente, su noción intuicionista sentó las bases del racionalismo discursivo también llamado por muchos, intelectualismo.
                   La forma de intuición cartesiana tiene bastante que ver con la antigua intuición geométrica de los griegos (a la que Pascal llamó "espíritu geométrico") y eso le permitió estar vigente durante mucho tiempo. En efecto, Euclides, al revés que en las axiomáticas modernas en las que los axiomas están escogidos arbitrariamente con tal de que sean todos necesarios, suficientes e independientes, escogió axiomas "intuitivos", caracterizados por ser no solo evidentes (lo que posibilita el establecimiento de una supuesta verdad normativa), sino que al mismo tiempo son aplicables a todas las figuraciones de lo real, lo que garantiza su adecuación a la realidad de los hechos. En el dualismo cartesiano del pensamiento y la res extensa, ésta no deja de decantarse por los hechos, pero recibe de aquel su justificación normativa. Sin embargo, la progresiva disociación de las normas "impuestas" y los hechos "reales", hicieron entrar a la intuición geométrica en una gran crisis hasta que en nuestra época la ruptura se consumó definitivamente. La intuición geométrica perdió definitivamente su valor de conocimiento escindiéndose en sus dos componentes separados; por una parte, una física geométrica (cuya representación más original y novedosa es debida a Einstein) que estudia el propio espacio de los cuerpos y no el del pensamiento, y por otra parte, una geometría lógica (elaborada fundamentalmente por Riemann y Lobachevski) que en cuanto a demostraciones carece de cualquier rasgo o elemento intuitivo y queda reducida, más bien, a puros axiomas formalizables.
                   En cuanto a nuestro supuesto conocimiento a priori sugerido por Kant, de manera que el espacio era para él la forma de intuición de nuestro sentido exterior, se ha demostrado igualmente que es una concepción errónea de la llamada geometría pura. Kant también se adhirió a la validez de los axiomas intuitivos euclidianos, pero mucho más tarde se demostró, sin ningún genero de dudas, que los axiomas de cualquier tipo de geometría que pueda elaborarse, no son más que definiciones que, en la medida que estén libres de contradicción, serán verdaderas y, por consiguiente, susceptibles de utilización. Si el empleo de determinados axiomas de la geometría implica ciertas consecuencias, demuestra sólo y exclusivamente que su relación es puramente lógica. La naturaleza de las proposiciones geométricas no tiene nada que ver, pues, con hechos empíricos o intuitivos acerca de nosotros mismos. De modo análogo, y como señala Ayer, debemos sacar otras consecuencias: "Nuestro punto de vista de que las proposiciones de la aritmética no son sintéticas, sino analíticas, nos lleva a rechazar la hipótesis kantiana de que la aritmética trata de nuestra pura intuición del tiempo, la forma de sentido interior". Si desarrollamos este razonamiento más ampliamente, podemos llegar a concluir que, dado que un conocimiento a priori de proposiciones necesarias sólo se da por el carácter analítico de éstas, en ningún caso podrán ser refutadas por la experiencia porque no hacen mención alguna respecto al mundo empírico, sino al mundo lógico, en el que se excluye toda incompatibilidad interna.
                   A pesar de todo, y aunque no sea muy recomendable hacerlo, la intuición es invocada frecuentemente como un modo de conocimiento específico de la filosofía, teniéndose por un método de acceso a valores cognoscitivos. No obstante, su endeble justificación epistémica es subrayada por Piaget, para quien la intuición es "como un mito cuyo análisis revela las dos componentes aun indiferenciadas de la experiencia y la inferencia deductiva, y en esto se disuelven, en experiencia y deducción". La intuición vendría a ser algo así como lo que Jung en sus estudios de psicología profunda definió como una especie de "captación instintiva". No se trataría de percepción a través de los sentidos, ni de sentimientos, ni de conclusiones intelectuales, sino de una función psíquica básica que proporciona percepciones inconscientes. De ahí la escasa utilidad que proporciona al conocimiento específico, por mucho cuidado que se ponga en la evaluación de las proposiciones intuicionistas. En consecuencia, la intuición queda reducida a un instrumento específico muy pobre (por no decir nulo) del conocimiento filosófico.
                   Desde nuestro punto de vista, se incluye en lo intuitivo a aquello que no podemos encuadrar específicamente en un instinto determinado. El instinto es una fijación en la orientación de una tendencia innata, mientras que la intuición es uno de los aspectos más sutiles y menos estudiados de la actividad instintiva. En ella no hay "fijación" específica, y es menos certera que el instinto. Cuando mediante la intuición creemos haber descubierto una determinada verdad y que poseemos el objeto al que se dirige, puede que sea cierto a título individual, pero queda el problema "de los hechos" por resolver. La intuición, al poner su acento en las intenciones y significaciones, proporciona un alto valor en cuanto al desarrollo de vivencias y es puramente formativo, pero a cambio es incomunicable a los demás. El filósofo de extracción intuicionista capta una esencia de gran valor secreto para él, pero sólo se trata de su "esencia", la que a él le pertenece en exclusiva, por lo que no es transmisible. Por tanto, que una ley científica pueda ser descubierta gracias a procesos intuitivos, no debe extrañarnos, pero esto no quiere decir que necesariamente deba confirmarse por medio de la intuición, puesto que el modo como se origina nuestro conocimiento, en el que intervienen factores psicológicos, es distinto del modo de confirmación como conocimiento, que es una cuestión lógica. Y no es que la cuestión lógica este reñida con los factores psicológicos (la intervención de éstos también obedece a una secuenciación y desarrollo, afectados de un orden lógico), sino que es preciso, en el orden expositivo, formalizar aquella en un lenguaje asequible para todos.
                   Que hay una ligazón de algún tipo entre la intuición y el instinto, es cada vez menos dudoso para la moderna psicología, aunque no puede precisarse exactamente en qué consiste. Parece que no hay una frontera fija entre ambos, sino que más bien es una variable que oscila en función de la posición ante los problemas y del estado de las comprobaciones.


                   Instinto, reflejo y hábito


                   Los instintos, metidos en ese "cajón de sastre" de lo irracional, no se sabe muy bien qué hacer con ellos. Sólo Jung adopta una postura medianamente coherente, quizá, instintivamente coherente, cuando dice: "No debemos identificarnos con la razón, pues el hombre no es simplemente racional, ni puede serlo, ni lo será nunca; esto debieran advertirlo todos los dómines de la cultura. Lo irracional ni debe ni puede ser extirpado." Pero nosotros admitimos que el hombre no sólo tiene componentes de racionalidad, aunque no necesariamente los componentes no racionales de la personalidad humana, deban ser, por contraposición, irracionales. Es cierto que, por ejemplo, las emociones son la fuente generadora de las opiniones irracionales, pues las asociaciones emotivas muy raramente se corresponden con las situaciones objetivas del mundo exterior. Influidos por una excitación momentánea adoptamos un cierto género de actitud para con un objeto. Ahora bien, si ese motivo de excitación no llega a suscitarse, es imposible sentir una emoción plenamente. Con esto, lo que queremos decir es no sólo que las emociones son muy diversas (en ese caso, también las supuestas irracionalidades tendrían un carácter muy diverso) sino que no tienen por qué manifestarse siempre en todos los individuos y de la misma manera. Además, no es conveniente confundir la irracionalidad con la falta de autocontrol, que es lo que ocurre con determinadas emociones como el temor o la ira, que por parte de quien las padece, puede reconocer lo infundado de su desencadenamiento, y, simultáneamente, su incapacidad para dominarlas.
                   En nuestra opinión, la estricta irracionalidad no es generadora de situaciones o conductas incomprensibles y sí lo son las razones equivocadas o inventadas. Pensemos en el comportamiento supersticioso, mítico o el derivado simplemente de las ventajas obtenidas con el examen de las razones del comportamiento propio. En particular, son muy frecuentes las prácticas rituales de todas las culturas a las que han sido llevadas buscando respuestas complicadas que se encuentran en los mitos. Skinner nos pone el ejemplo de las danzas de la lluvia, que a primera vista pueden parecer el modelo de los comportamientos irracionales. Pero la explicación dada a las danzas de la lluvia, podría ser que en muchos países de culturas primitivas, esas prácticas agradan a la persona, fuerza o espíritu que envía la lluvia. El producto de las contingencias incidentales de refuerzo que no son razonables, y sí, más bien risibles, en el sentido corriente, en los individuos supersticiosos produce efectos reforzantes, aun cuando el comportamiento al cual sigue no lo produzca.
                   En cuanto a que los animales estén controlados por el instinto y el hombre por la razón, es sólo una afirmación dogmática, desprovista de sentido. Ya en 1890 W. James sustentaba la teoría de que el hombre posee más, no menos instintos que los animales. Por su parte, McDugall consideró que los instintos no son simples reflejos producidos en cadena, sino auténticas disposiciones psíquicas innatas, y divulgó en 1908 la teoría de que la conducta humana es la expresión modificada de uno o más instintos básicos: evasivos, de agresividad, de repulsión, gregarios, paternales, etc. A comienzos del siglo XX dicha doctrina se mostró como poco consistente, por varias razones: Primera, por la consideración de que la mayor parte de los instintos del hombre no están apoyados en pruebas experimentales, sino que son atribuidos a priori. Y segunda, porque muchas reacciones que se consideraban como innatas (por ejemplo, el temor o la agresividad) podrían adquirirse como consecuencia de condiciones sociales poco comunes.
                   Tratando de clarificar la cuestión, Max Scheler nos sugiere que "el instinto es, sin duda alguna, una forma del ser y del acontecer psíquicos más primitiva que los complejos anímicos determinados por asociaciones." Sin embargo, habría que aclarar qué se entiende por asociaciones. Tan asociado a causas determinadas es un tropismo cualquiera, como un acto realizado siguiendo el dictamen de una larga deliberación intelectual. Abundando en ello, vemos también que una asociación compleja es la que hay establecida en la asombrosa capacidad de retorno que tienen determinados animales para encontrar siempre de nuevo, el lugar donde anidaron anteriormente. Una asociación, y no precisamente sencilla, explicaría las migraciones de las aves a sus lugares de cría o sitios de desove de determinadas clases de peces. Aunque se supone que deben desempeñar un papel importante en la orientación algunos factores ópticos, olfatorios, acústicos, hápticos (procesos referidos al tacto en sus relaciones con la vista) u otros más indefinidos todavía, como el magnetismo terrestre, de los cuales se deriva esa clase de comportamiento comúnmente denominado instintivo, de hecho lo único que se hace es describir los hechos, no explicarlos.
                   En todo comportamiento instintivo hay implicado el conocimiento (por muy elemental que sea) de algún objeto o cosa y el desarrollo de un sentimiento concomitante que comporta una pugna hacia (a favor) o aparte (repulsión o alejamiento) de ese objeto. Así, determinadas especies de tortugas de mar nadan, en intervalos de varios años, desde su hábitat en las costas de Brasil a la isla Ascensión, que sólo tiene ocho kilómetros de longitud y se encuentra a más de dos mil kilómetros de distancia. Es conocido el caso de un ejemplar marcado, que al cabo de cuatro años y de haber recorrido cuatro mil quinientos kilómetros, fue localizado en un lugar que estaba únicamente a doscientos o trescientos metros, de su punto de partida. Señales químicas o visuales (como orientación por la posición del Sol) no podrían explicar por sí solas estos fenómenos de marcado carácter asociativo. Habría que recurrir a explicaciones más sofisticadas, como por ejemplo, a un sentido especial del tiempo, en virtud de una rítmica endógena e incluso a otras más fantásticas, como algún tipo de componente paranormal. Desde luego, esto último no es muy creíble, y se trata más bien de una hipótesis que se maneja sin mucho fundamento, intentando suplir los insuficientes conocimientos biológicos existentes al respecto. A pesar de ello, las asociaciones instintivas, en las que la inteligencia animal y la dotación genética deben desempeñar algún papel, están ahí puestas de relieve.
                   Cuando Darwin descubrió el papel de la selección también dio un giro inesperado a los mecanismos de la causalidad en el ámbito de la ciencia biológica o física. La enorme variedad de los seres vivos se pudo explicar por la contribución a la supervivencia que aportaron los rasgos nuevos a sus respectivas especies. Si la supervivencia es contingente con ciertas clases de comportamiento, es claro que han de potenciarse unas y amortiguarse (o anularse) otras. Es fácilmente imaginable que las posibilidades de supervivencia son mayores si el comportamiento de los organismos individuales sigue la vía de su propio interés en la supervivencia y procreación. De ahí, la importancia que los etólogos dan a los otros miembros de la especie como suma de comportamientos individuales, en cuanto a cortejo, actividad sexual, cuidados de las crías, desarrollo de la agresividad, capacidades de defensa, facultades para la imitación, comportamiento social, etc. No menos importantes son las condiciones anatómicas y fisiológicas y otras cualidades interiores del cuerpo que deben prevalecer durante largos periodos de tiempo, y también algunos rasgos del ambiente externo, como pueden ser las oscilaciones en la temperatura, las condiciones climáticas, la profundidad con que se marca el paso de las estaciones o los ciclos del día y de la noche.
                   El ambiente involucra generalmente al comportamiento de una manera compleja y su estudio se ve dificultado frecuentemente en los animales superiores por la multiplicidad de las interacciones. Sin embargo, cuando se consideran formas sencillas como en especies inferiores, se conocen muchos ejemplos derivados de la manera como han evolucionado. No solo la construcción de nidos y madrigueras o el cuidado de la prole, sino también el comportamiento que precede a estas acciones, como el cortejo o la copulación tienen mucho que ver con la manera en que la selección actúa. Pero eso sí, el despliegue de los comportamientos instintivos presenta al estudioso una tarea de investigación más compleja que la que se deriva de actos puramente reflejos, porque los hechos se presentan muy dispersos y solamente se puede especular sobre la clase de sistemas en los que ellos pueden estar implicados, pero no reconocerlos inequívocamente.
                   Hoy por hoy se ha impuesto la noción de que en el caso de los instintos de muchos animales nos encontramos en presencia de formas de actuación que se desarrollan gracias a una memoria de carácter genérico y colectivo. Por ejemplo, los nidos que construyen muchas clases de aves están ajustados a la medida y número de huevos que “previsiblemente” se espera sean puestos en la especie a que pertenecen, a pesar de no ser significativas las experiencias individuales y aunque contribuyan como la suma de las partes a la definición de los comportamientos del grupo. El descubrimiento de asociaciones análogas en el hombre se ve dificultado por la idea íntima previa (es decir, por el desarrollo intelectual de la especie humana) al acontecimiento respectivo que haya en conexión, junto con la convicción de que solo se puede denominar comportamientos instintivos aquellos que se ejecutan sin pensamiento y reflexión asociada. Pero habría que hacer una objeción a ese prejuicio de superioridad evolutiva sobre las demás especies. Las tendencias hacia las que se orientan los instintos o impulsos (en general) proceden no del ego, sino de la totalidad de la psique, del "sí mismo", por lo que la adscripción a la "memoria de la especie", que subraya el lado subjetivo de los hechos individuales, no debiera ponerse en duda. Tampoco habría que rebajar el valor de todo el grupo de consideraciones que aportamos en este capitulo, como justificantes del principio de continuidad.
                   Es cierto que tendríamos que remodelar los postulados etológicos no porque no pueda producirse una secuencia determinada de comportamientos debida a un factor desencadenante, sino a que en el hombre, debido precisamente a su alto grado de desarrollo cerebral se pueden dar (y de hecho se dan) comportamientos instintivos, gracias a los mecanismos de reacción adquiridos que se derivan de esa importante y decisiva circunstancia que lleva aparejada el alto grado de inteligencia de la especie humana. Por otra parte, cuando decimos que la supervivencia es contingente con determinadas clases de comportamiento, no estamos sugiriendo (como suele hacerse habitualmente) que haya unas propias contingencias de cumplimiento en términos que impliquen una clase diferente de acción causal. Dado que la selección natural es una clase especial de causalidad, que se manifiesta en todos los ordenes de la evolución, es fácil suponer que el comportamiento está siempre en vías de favorecer que los organismos individuales sobrevivan y procreen porque eso aumenta las posibilidades de supervivencia de la especie a la que pertenecen. En ese sentido, es previsible también que los comportamientos instintivos de los miembros de un grupo determinado, que no logren su apareamiento, no cuiden adecuadamente sus crías, sean incapaces de defenderse de sus depredadores o no consigan aprovisionarse de alimentos, tengan consecuencias perjudiciales en orden a la supervivencia de la especie. Aclaremos que, aunque hay una "presión de selección", como la denominan los biólogos evolucionistas, el término es engañoso, ya que la selección es una modalidad de pruebas por donde la evolución tantea retóricamente su profundización, que no implica una fuerza física o presión real de cualquier otra naturaleza. De ahí, que el asegurar que no hay una presión de selección evidente sobre los mamíferos que permita explicar el alto grado de inteligencia alcanzado por los primates, no equivalga a decir que todas las contingencias de supervivencia, deban tener un excluyente carácter instintivo, sino a que desconocemos las condiciones específicas bajo las cuales los miembros algo más inteligentes ( pese a reconocer la ventaja evolutiva que tal hecho conlleva) de una especie, tendrían mayores posibilidades de sobrevivir.
                   Lo que si parece es que los instintos y la inteligencia son mutuamente reforzantes ya que ambos constituyen una suma de energías psíquicas que coadyuvan en la determinación de los procesos psicológicos, es decir, en un sentido en el que las susceptibilidades propias del refuerzo no sólo potencian el comportamiento direccional sino que le fijan con firmeza además de ayudarlo a asentarse y encajar permanentemente en los programas genéticos de la supervivencia de la especie.
                   Hay todo un mundo interno de la emoción y la motivación que se relaciona con los instintos, las perentoriedades y las acciones compulsivas de ataque y defensa, de manera un poco "magmática" o indiferenciada. Por eso la expresión instinto se sigue empleando con significación un tanto ambigua. Se utiliza para designar cosas tan distintas como impulsos generales a obrar, reflejos o tipos de conducta muy difundidos o casi universales. La adjetivación instintiva se aplica con ligereza a lo espontáneo, lo automático, lo impulsivo, sin precisar en modo alguno su grado de innatismo.
                   Podríamos decir que un reflejo condicionado que, según parece, es lo que más se confunde con el instinto, es un principio elemental de alcance limitado, que permite describir fenómenos sencillos. La estimulación provocativa que produce respuestas casi instantáneas, es un claro ejemplo de la acción ambiental, y seguramente por esa razón fue la primera en descubrirse y formularse. A ese respecto, Ivan Petrovich Pavlov (premio Nobel de medicina en 1904) demostró que los estímulos son susceptibles de provocar respuestas reflejas durante gran parte de la vida de los individuos. Así, realizó el famoso experimento en el que observaba que un perro comenzaba a segregar saliva por el mero hecho de hacer sonar un timbre. La asociación entre el fenómeno acústico y la secreción quedó establecida en forma semipermanente porque el sonido había coincidido anteriormente repetidas veces, con otros tantos suministros de alimento, seguidos de ingestiones por el animal. Muchas cosas que forman parte del ambiente, tales como el acceso al alimento y el agua, el desarrollo de la sexualidad o las facultades para huir del peligro, son enormemente importantes para la supervivencia del individuo y la especie porque afectan a ambos antes, lo mismo que después de su comportamiento. Éste puede tener características de reflejo o de instinto, pero el primer caso se tiene, más bien, por una elementalidad en la conducta que es de origen neuromuscular, mientras que, en el segundo caso, el etólogo habla del ambiente como el instigador o desencadenante de las acciones instintivas, menos sujetas a automatismos compulsivos que los actos reflejos. El comportamiento instintivo es más flexible que el reflejo al adaptarse a los aspectos incidentales del ambiente, implica un grado de conocimiento sobre alguna cosa u objeto y un sentimiento (por muy poco elaborado que esté) respecto a él.
                   Calificar de instintivo al comportamiento innato y de hábito a la forma de manifestación concreta de lo instintivo (que se expresa con variabilidad circunstancial en el tiempo) es algo que debemos hacer inmediatamente si no queremos que se perpetúe esa confusión. Así, cuando Pascal afirmó que "la naturaleza es solamente el primer hábito, como el hábito es la segunda naturaleza", se podría decir que anticipó, en cierto modo, la idea actual de que los hábitos se contraen, mientras que los instintos se tienen. Hay, por ejemplo, un sólo instinto sexual en la especie humana, pero muchos hábitos sexuales diferentes en sus distintas sociedades constituidas, así como en sus miembros considerados individualmente. Ahora bien, no debe suponerse que los hábitos tienen una génesis desvinculada de los procesos internos. Hay muy buenas razones para considerar al hábito como explicable fisiológicamente, puesto que de antemano sabemos (como Pavlov se encargó de demostrar) que de los reflejos incondicionados, según la ley del hábito, surgen los reflejos condicionados.
                   Se habla poco realmente de los hábitos de los animales, y en verdad que su repertorio es muy limitado, pues su comportamiento tiene una escasa gama de matices y tiende a ser uniforme en todas (y dentro de) las especies contempladas. Vistos los hábitos de unos pocos individuos pertenecientes a una especie cualquiera, podemos decir que hemos visto los hábitos de la especie a la que pertenecen. Todo animal en determinadas condiciones corporales se ve estimulado a realizar actividades que tienden hacia el cumplimiento de la acción refleja, y si una situación concreta se repite con frecuencia, el animal llega cada vez más rápidamente a la verificación del reflejo, porque se habitúa. En los animales superiores y sobre todo en el hombre, hay una mayor proporción de conducta aprendida gracias a su alta capacidad cognoscitiva, y una menor proporción de reflejos (que obedecen a un cierto automatismo) lo que les capacita para adaptarse a circunstancias muy diversas y, en consecuencia, a adoptar hábitos mucho más variados que en los animales inferiores, en los que los procesos, de principio a fin, son casi exclusivamente reflejos.
                   El condicionamiento de los reflejos y los instintos en los seres humanos, adquiere especial relevancia, porque permite establecer una gran diferencia entre la complejidad asociada al desarrollo de nuestra vida y a la del resto de los animales. La mayoría de éstos se limitan a seguir sus tendencias más primarias y sólo se aparean cuando están en celo o buscan alimento cuando tienen hambre. Esa simplicidad de comportamiento es la que les impide adquirir hábitos que consoliden actitudes futuras más provechosas. Apenas se puede hacer la distinción entre su comportamiento instintivo y su comportamiento habitual, no sólo porque hay una descarga tendente de los actos instintivos que incide directamente sobre los comportamientos cotidianos, sino que además les impide adaptarse a todas las circunstancias por estar fatalmente determinados desde su nacimiento. Podemos decir, que es casi tan fácil inferir su "instintividad" estudiando sus hábitos, como su "habitualidad" analizando sus instintos (nos referimos por supuesto, a animales en libertad o, mejor aún, en estado salvaje puro).
                   Es, pues, como decimos, en el hombre cuando el hábito se convierte en un mecanismo absolutamente esencial para el desenvolvimiento de su vida como persona. Este hecho está íntimamente relacionado con lo que implica la superior capacidad de raciocinio de la inteligencia humana, sobre la del resto de los animales. Los hábitos entran en acción cuando la atención está fuertemente absorbida, porque forman parte integrante de la conducta inconsciente y repetitiva, estando dispuestos en todo momento a predominar. La única condición es que se relaje la inhibición impuesta por la supervisión cerebral directa. En el hombre, las funciones mentales una vez establecidas habitualmente se desenvuelven con facilidad y desaparece la sensación de esfuerzo psicológico. A menudo tomamos conciencia de que una gran parte de lo que pensamos que percibimos consiste en hábitos causados por experiencias pasadas, y seguramente se debe a que algunas leyes psicológicas que intervienen en la formación de los hábitos, involucran también muchos procesos fisiológicos. Pero no nos engañemos, muchas de nuestras creencias más profundas se basan en hábitos de raíz psicológica autónoma propia de un pensamiento muy poco elaborado, que se fundamenta, a su vez, en la repetición publicitaria o propagandística, en la tendencia innata al egoísmo, la ausencia de criterios propios, etc., es decir, en circunstancias todas ellas, que no implican el sopesamiento de elementos de juicio propios de los seres racionales, sino en la inducción psicológica en algún sentido predeterminado y más o menos difundido socialmente.
                   El reflejo condicionado, el instinto y la ley del hábito, conectan los estímulos físicos con las respuestas mentales, en la medida en que aquéllos, son primariamente fisiológicos y sólo derivativamente, psicológicos. A ese respecto, se cree que la asociación es causada por la creación de sendas de trazado complejo en el cerebro, que permiten conectarlos entre sí, en términos puramente psicológicos.
                   Cuando nos adentramos en el estudio del ser humano, tendemos a olvidar por nuestra "deformación" intelectual que el instinto reúne la doble condición de tener propiedades innatas y propiedades adquiridas. Sin embargo, esta última peculiaridad hay que aclararla con mucho cuidado con el fin de que no se deriven errores de discernimiento, entre comportamientos instintivos y comportamientos habituales. Lo primero que hay que decir sobre ello, es que la adquisición de un instinto se realiza en el seno de una especie y no se trata de una toma, asimiento o asunción, sino de un afloramiento de carácter endógeno e intrínseco que caracteriza a toda la especie y se explicita en el comportamiento general de ésta y en el comportamiento individual innato de sus componentes.
                   El acaloramiento con que se enzarzan los etólogos en sus polémicas relativas a esta disquisición, se vio mitigado en su momento, con las ideas expuestas por K. Lorenz: "Cuando el comportamiento implica elementos adquiridos por experiencia, lo son según un programa innato, es decir, genéticamente determinado". Es evidente que al hábito le toca por desempeñar un papel subsidiario en relación con el instinto, ya que adecua a la realidad las contingencias de supervivencia, en función de la expectativa de que el comportamiento lleve a un refuerzo de valor particular en una situación dada. El perro del experimento de Pavlov, se habitúa a salivar en anticipación del alimento o porque espera el suministro de alimento. Pero como en el caso de los seres humanos, se dice que su comportamiento efectivo requiere una asociación de ideas, se llega a poner en cuestión todas las teorías de reflejos condicionados y asociaciones por considerarlas mecanicistas y falsas. Por ejemplo, según K. Popper, sucede que el perro "tiene una teoría" (y no un reflejo condicionado) sobre cómo debe comportarse habitualmente cuando suena el timbre y llega el suministro de comida: "El famoso perro, que supuestamente aprendió lo que tenía que aprender a través de los reflejos condicionados, estaba, como todos los perros, activamente interesado por su comida. De no haberse interesado activamente por ella, no habría aprendido nada. Fue así como estableció su teoría, cuando suena la campana, llega la comida. Se trata, según esa idea, de una teoría y no de un reflejo condicionado".
                   Pero nosotros, por nuestra parte, creemos también que si bien es cierto que debe haber un grado de entendimiento básico que actúe como un condicionamiento efectivo y operante, es desmedido suponer que se trate del factor determinante dentro de los procesos mentales del animal. Tanto las personas como los animales superiores basan su repertorio de acciones en el conjunto de regularidades que detectan en la naturaleza, independientemente de cómo lo hagan. Desde ese punto de vista, sus actos se fundamentan en su modo de entender como se comportan las cosas. Ahora bien, un entendimiento instintivo se distingue de un entendimiento racional, en que aquél es la depuración de un reflejo o estado de apetencias y éste tiene que ver con un estado de creencias en relación con sus apetencias. Las personas están por lo general en un estado de creencia sobre si lo que están haciendo o van a hacer les da la posibilidad de obtener lo que quieren, o evitar algo hacia lo que sienten aversión. Pero hay un factor muy importante que juega a su favor. Sus creencias pueden variar porque no están fijadas genéticamente. En ese sentido, las personas sí tienen teorías, pero, por lo que sabemos el resto de los animales aunque no carecen de entendimiento, está más bien formado en torno a la satisfacción inmediata de sus apetencias, que a la exploración lógico-deductiva propia de la racionalidad. Por consiguiente, nos parece apropiado en todo caso dar por buena la concepción (inadecuadamente) calificada de mecanicista como hipótesis de trabajo. Sólo seríamos partidarios de abandonarla si se llegase a obtener pruebas, a favor de otras hipótesis. Pero en lo concerniente a los fenómenos psico-biológicos de que hemos hablado, tales pruebas no parece detectarse hasta el momento presente.
    
                     










 

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