16-LUMINOSIDAD Y ENERGÍA RADIANTE
õ
"...,
centro de los hogares, rosal incorruptible, destructor de las vidas, celeste
padre del pan y del horno, progenitor ilustre de ruedas y herraduras, polen de
los metales, fundador del acero, óyeme, fuego”
Pablo Neruda (Oda al Fuego)
La disparidad que se puede observar en el brillo intrínseco o luminosidad de las estrellas,
en grados absolutos, es extremadamente amplia. Brillos y volúmenes estrechamente
relacionados varían de unas a otras en una relación de uno a mil millones. Hay estrellas azules y estrellas rojas. Hay estrellas
blancas, verdes
y anaranjadas.
Otras son amarillas como un campo de trigo apto
para su cosecha. Y, en fin, otras son marrones como el chocolate. Si hablamos de agrupaciones estelares, la diversidad es todavía
más increíble. Además de una clasificación genérica de estrellas brillantes y pálidas o débiles, tenemos un panorama compuesto de
estrellas dobles, triples y hasta cuádruples; estrellas agrupadas en formas deshilachadas
que brillan a través del polvo y el gas; y enormes acumulaciones globulares o galácticas en las que los brillos sumados de sus
componentes individuales aparentan ser una mancha uniforme de luz.
A finales del siglo XIX los astrónomos descubrieron que el color, o tipo espectral de una estrella eran indicadores de la temperatura a la que se encuentra la capa más exterior de sus gases ardientes, es decir, de su
superficie. Algo más tarde se observó que
combinando el
brillo o la
masa con los
espectros estelares pueden obtenerse resultados muy elocuentes al respecto. Para ello se recurre normalmente
a la
representación gráfica en dos dimensiones, tal como iniciaron sus experiencias
por separado Hertzsprung y Russell en 1910. Para ello idearon dibujar en un gráfico, las magnitudes de las estrellas en
función de sus colores o temperaturas. También
se obtienen relaciones muy sugerentes, sustituyendo los espectros por las masas, en el célebre diagrama de Russell.
Así obtendremos la relación masa-luminosidad.
El diagrama R-H es, pues, un gráfico bidimensional en el que se
combinan el color y la luminosidad. Las luminosidades se representan
según el eje vertical, y las temperaturas
superficiales según el eje horizontal. Así una estrella individual se representa como un punto en ese diagrama: la posición vertical del punto indica su luminosidad
y la posición o referencia con respecto al eje horizontal, indica la temperatura
superficial de la estrella. Factores
importantes a considerar en los cálculos sobre luminosidad total de un astro son, además de la
temperatura, la extensión de la superficie radiante y la profundidad o espesor de esa misma
superficie. Hay que tener en cuenta, que
aunque la
representación en el diagrama sea puntual, se cuenta para la elaboración de los datos con toda una gruesa capa de
materia, cuyo espesor puede ser de miles de kilómetros y de la que llegan hasta
nosotros radiaciones o luz.
Las ventajas de la aplicación de la ley
"masa-luminosidad" son muy importantes. De ella se derivan teorías que
permiten encajar de manera aceptable los estados físicos y sus equilibrios energéticos en el interior de las estrellas. Su utilidad es incuestionable, tanto si analizamos
estrellas de Población I relativamente jóvenes (el caso de nuestro Sol) como si estudiamos las de Población II que son las más viejas del universo, y se formaron a partir del gas primitivo procedente
de la Gran Explosión.
Aquellas, no hubiesen podido surgir nunca, si no hubieran
existido y
evolucionado antes las estrellas de Población II, dado que fue en el interior de los hornos nucleares de las estrellas más
viejas de esta última Población, donde cerca del fin de su ciclo vital, se formaron los elementos pesados que
enriquecieron las reacciones termonucleares de hidrógeno y helio en las estrellas de
Población I. Por lo demás, su evolución es similar en cuanto a las posiciones ocupadas en
la secuencia
principal del diagrama H-R y, difieren bastante en las estrellas de Población II que al salir de la secuencia
principal, su nueva ubicación depende fundamentalmente de la cantidad de
helio que estaba presente en sus inicios evolutivos.
Si se eligen al azar en el cielo unos cuantos miles de estrellas y se representan en el diagrama, se observa que se
distribuyen según un modelo específico y no arbitrariamente, como podría esperarse al primer golpe de vista. Aproximadamente el noventa por ciento de las estrellas se sitúan a lo largo de una banda en forma de ESE poco pronunciada, bastante ancha, desde la parte superior izquierda del diagrama hasta la región inferior derecha.
Esa banda que hemos mencionado en párrafos anteriores se llama "secuencia
principal". En ella se encuentran
ordenadas estrellas como el Sol, una llamada "enana amarilla" con una temperatura
superficial de 5.550 grados Kelvin que está en medio mismo de la secuencia
principal. En un extremo están las estrellas azules
gigantes, diez veces más calientes y miles de veces más
brillantes que el Sol. En el otro extremo y abajo se sitúan las estrellas poco brillantes de color rojo oscuro. Encima, extendiéndose hacia arriba y a la parte derecha de la secuencia principal
esta una
banda casi horizontal consistente en estrellas luminosas amarillas y rojas, unas auténticas gigantes cien veces más luminosas que el Sol. Y el diagrama se completa con dos agrupaciones, una más arriba, la de las extremadamente luminosas
y gigantes amarillas y rojas que forman otra
rama horizontal ligeramente ascendente y
las enanas blancas
que se representan en la parte inferior izquierda a lo largo de una franja ovalada casi paralela a la secuencia principal.
La estructura de una estrella en cualquier
momento de su vida que se considere, está determinada por la masa y su composición química,
esencialmente hidrógeno y helio. Ahora bien, la composición química de una estrella varía a medida que envejece.
Por lo tanto, la posición de una estrella en el diagrama H-R está, a su vez, condicionada por esas tres
variables: su masa, su composición química y su edad. Pero para
representaciones individuales de estrellas elegidas al azar, el diagrama H-R no permite
realizar predicciones sobre la evolución que habrían de seguir los puntos, cuya cambiante
ubicación, es significativa de la propia evolución de las
estrellas representadas. Es mucho más interesante estudiar las propiedades
físicas de estrellas que pertenecen a los mismos cúmulos estelares y que, por tanto, coexisten juntas y se mueven juntas a
través del espacio.
Una familia
genérica de estrellas, implica que además de nacer juntas a partir de una mezcla química
común, todas se formaron al mismo tiempo y sus diversas posiciones en el diagrama H-R sólo puede estar
causadas por las diferencias habidas en las
magnitudes de sus masas iniciales.
La similitud en el proceso de contracción previa a su ingreso en la secuencia principal de las fases de evolución estelar,
limita la discusión a la descripción de cómo
el sol, o cualquier otra estrella
parecida, se contrajo a partir de una nube inicialmente fría de gas y polvo hasta adoptar
su actual configuración caliente y luminosa. La
contracción se inicia lentamente y va acelerándose hasta provocarse el colapso de la nube
inicial sobre si misma. A medida que la contracción se va acentuando, aumenta
la presión gravitatoria y se liberan grandes cantidades de energía, que en un cincuenta por cien
aproximadamente se emite al espacio exterior en forma
de radiación electromagnética común, o lo que es lo mismo, luz y calor. La otra mitad de la energía queda retenida en la protoestrella en forma de calor. Como las colisiones aleatorias
de los átomos y las moléculas se producen
cada vez con
mayor intensidad, aumenta su energía interna y consiguientemente la temperatura de la protoestrella que puede llegar a experimentar un derrumbe
hasta que la
presión interna reequilibra la situación, produciéndose después una contracción más lenta y sostenida.
Así pues, la descripción de como una estrella como el Sol, se contrae a partir de una nube de polvo y gas hasta alcanzar el punto de inclusión en la secuencia principal del diagrama H-R, se puede aplicar con ligeras variaciones propias de las particularidades de cada estrella, a las que tienen más masa que el Sol o a las que tienen menos masa que él. En el caso de las estrellas de gran masa, el ingreso en la secuencia principal es mucho más rápido que el que tardó nuestro astro y se ubica mucho más arriba en dicha secuencia, como corresponde a un objeto estelar de sus características, puesto que
es más azul, más caliente y más luminosa que lo que fue el Sol en el pasado (cuando descendió de posición hasta ubicarse en la secuencia principal).
Naturalmente en el caso de estrellas con menos masa que el Sol, evolucionan más lentamente, son más frías, tienen
vidas más largas y permanecen más tiempo representadas en la secuencia
principal.
El análisis de una estrella de tipo medio como la nuestra, que es relativamente mediocre, permite demostrar que
incluso tratándose de una radiación moderada y procediendo más bien de una masa pequeña, cual es su caso, la cantidad de energía irradiada es enorme. No hay más que ver que
emite radiaciones a razón de 3,7 multiplicado por 10²³(diez elevado a veintitrés) kilovatios por segundo.
Pero eso no es muy significativo. Se sabe de estrellas que despilfarran energía
por el espacio en cantidades
miles de veces superiores a la que pueda emitir el Sol.
En el interior más profundo de las estrellas la compacidad de la materia da lugar a presiones tan increíbles y temperaturas tan enormes que
impulsan no sólo la radiación hacia afuera, sino que originan violentas colisiones
de unas partículas con otras. Los electrones se ven
desalojados de los átomos en su periferia, con lo que éstos se ionizan, provocándose gran cantidad de reacciones
nucleares. De todas formas, siempre hay un tipo predominante de reacciones que estabilizan la vida de las estrellas por grandes
períodos de tiempo. Por eso, los puntos luminosos que vemos en el cielo nocturno se deben al fuego nuclear que se produce en el interior de cada uno de ellos.
La importante transformación
de nube interestelar a fragmentos en contracción y estrella naciente dura unos diez millones de años, que es menos de la décima parte del uno por cien de la vida total de una estrella. Se trata de un proceso evolutivo en el que no hay nunca una estabilización absoluta, pues si bien es cierto, que durante
períodos extraordinariamente largos de tiempo, de miles de millones de años, las estrellas brillan sin
oscilaciones aparentes, es a costa de ir consumiendo las ingentes reservas nucleares
de que disponen. Estudios
sobre el Sol
sugieren que emite la misma luminosidad ahora que hace cinco mil millones de
años, y
aún lo
hará durante otros cinco mil millones de años más, sin sufrir alteraciones
apreciables y sin
moverse significativamente de la secuencia principal.
Las estrellas menores que
nuestro Sol tardan más en formarse, aunque también duran más. Así, una estrella cuya masa es una décima parte de la del Sol no alcanza un grado apreciable de compacidad hasta que no
transcurren centenares de millones de años. Luego, su vida podría alcanzar la increíble cifra del billón
de años. Si se tiene en cuenta que la vida transcurrida del universo es muchísimo más
corta, todas las estrellas más pequeñas
que el Sol están quemando hidrógeno
y produciendo helio y emisiones energéticas y lo seguirán haciendo en el futuro, sin que aparentemente se inmuten por ello.
Las estrellas con tamaños superiores al Sol tienden a generarse con más rapidez a partir de las nebulosas interestelares.
En ocasiones, se forman en un tiempo tan breve como un millón de años y se caracterizan por evolucionar a un ritmo muy acelerado. El consumo del combustible hidrógeno es muy rápido debido a que la compresión gravitacional es
muy grande en las estrellas de gran masa. Las partículas materiales colisionan más frecuente y violentamente que en otro
tipo de estrellas, lo que sirve de estímulo a las reacciones nucleares. Pero a pesar de su magnitud, y precisamente por eso, las estrellas más grandes
tienen una vida media mucho
menor que los calculados, diez mil
millones de años de nuestro sol. Una estrella, por ejemplo, con una masa cien veces mayor que el Sol, tiene una vida posible, de alrededor de diez millones de años. Su enorme
tamaño no es garantía de vida larga, sino de fugacidad y actividad frenética. Mientras que las estrellas más pequeñas se
contraen y se van consumiendo con una tranquilidad bastante
previsible, las
más grandes acaban frecuentemente su existencia en medio de una explosión
repentina y catastrófica.
Los fenómenos más importantes de
la alquimia nuclear se
encuentran en las estrellas de masa mayor que la solar. El camino de las estrellas pesadas,
menos frecuentes, hacia su final es más corto e intenso. Como deben soportar el
peso de las
grandes capas externas, la presión y la temperatura del núcleo tienen que subir muchísimo. Una estrella veinte veces
más grande que la masa solar brilla veinte mil veces más intensamente que el Sol.
Al recorrer su fase de fusión del hidrógeno unas mil veces más rápidamente, alcanza la fase de gigante roja en
apenas diez millones de años con su correlativa ubicación en el diagrama H-R, en lugar de los diez mil millones de años de vida que muy probablemente
alcanzará el
Sol, gran parte de los cuales, se los pasará anclado en la secuencia principal, dada su lenta evolución.
Mientras la combustión nuclear siga en equilibrio con la opresiva fuerza de la gravedad, nada
extraordinario puede ocurrirle a una estrella. En su centro, el hidrógeno se transforma en helio con monótona regularidad; en su superficie aparecen manchas y fulgores y su atmósfera emite enormes
cantidades de radiación. En general, las estrellas no experimentan mientras están en equilibrio cambios
repentinos. Durante el
noventa y nueve por ciento de la vida de una estrella, lo único que sucede es la fundición de hidrógeno en
helio. Cuando
el combustible empieza a escasear se avecinan los cambios que, a veces
son violentos y
otras no.
Aunque la combustión del hidrógeno continúa sin cambios en las capas intermedias, como el centro ha agotado el combustible, comienza a inestabilizarse la estrella. El centro, al enfriarse, deja de ser garantía de equilibrio y sustentación. La gravedad, por su parte, no
deja de actuar jamás y tiende a aumentar la contracción. Eso podrá generar más calor y restituir el equilibrio a la estrella gastada o envejecida. El problema estriba en que no es nada fácil alcanzar la temperatura necesaria para la combustión del helio. El núcleo de la estrella sigue estando "frío" y la gravedad no se ve
contrarrestada por la presión del gas hacia fuera. Cada núcleo de helio tiene una carga positiva neta dos
veces mayor que la del núcleo del hidrógeno, lo cual hace que la fuerza repulsiva electromagnética sea mucho mayor. Son
necesarios al menos cien millones de
grados centígrados para que el helio inicie su combustión. Una vez agotado su combustible de
hidrógeno, el núcleo
de helio comienza a contraerse y eso provoca el incremento de la densidad del gas, a la par que más calor debido al aumento de las colisiones de las partículas del gas.
En las capas intermedias de la estrella también se produce un aumento de las temperaturas
provocado por esa creciente actividad del núcleo. Por ese motivo se acelera la combustión de los núcleos de hidrógeno que restan
por consumir. Las diversas partes de la estrella experimentan un progresivo desequilibrio, debido a la existencia de
unos procesos, en cierto
modo divergentes. Mientras que su
núcleo se encoge cada vez más, generando calor que llega a ser suficiente para la fusión del helio, las capas intermedias y exteriores aceleran la fusión del hidrógeno en
helio a un ritmo que se vuelve cada vez más vivo. Como consecuencia, el gas
aumenta la
presión ejercida por este incremento de la combustión del hidrógeno y fuerza a las capas intermedias y, sobre todo, a las exteriores a expandirse. Definitivamente,
a partir de ahora la estrella entera entra en una fase de cambios que pueden ser extraordinariamente
substanciales.
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