martes, 10 de enero de 2012

37- Realidad estructural del cosmos





37-REALIDAD ESTRUCTURAL DEL COSMOS

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              "Empecemos con una pregunta engañosamente simple: ¿qué significan esas palabras tan  conocidas   <<parte>> y <<todo>>? La <<parte>> transmite el significado de algo fragmentario e incompleto, que por sí mismo no tiene derecho a reclamar una existencia autónoma. Por otra parte, se considera que  un <<todo>> es algo completo en si mismo que no necesita mayores explicaciones. Sin embargo, pese a estos hábitos de pensamiento, tan profundamente enraizados, y que se reflejan en algunas escuelas filosóficas, las <<partes>> y los <<todos>>, en sentido absoluto, no existen en ninguna parte,  ni en el campo de los organismos vivos ni en el universo entero."

Arthur Koestler (En busca de lo absoluto)


                   Los rasgos fundamentales del desarrollo cósmico están determinados en todo momento por la construcción, el crecimiento y la evolución. La aplicación conjunta del orden y la medida en contextos cada vez más amplios y en formas más complejas, nos lleva a la noción de estructura. Cuando decimos que algo se estructura, queremos expresar implícitamente que las partes de una obra, de un cuerpo o de un sistema se distribuyen y ordenan siguiendo ciertas pautas. Ocurre que esta palabra se trata ahora como un nombre, pero la partícula latina ura (como nos recuerda David Bohm) significaba más amplia y originariamente la acción de hacer algo. Lo importante es que de una estructura pueden derivarse ciertas consecuencias estrechamente vinculadas a ella. Dado que todas las estructuras contienen información, el que esas consecuencias surtan efecto o no, dependerá del entorno en que se halle la estructura. Para poner énfasis en que hoy en día no nos estamos refiriendo principalmente a un producto terminado (nada lo está en el cosmos) o a un producto último, podemos recurrir a un verbo nuevo, tal como nos sugiere el mencionado Bohm. Él lo denomina estructar, que significa "crear" y "disolver" lo que habitualmente llamamos estructuras.
                   En toda evolución el principal fenómeno que tiene lugar es la formación de estructuras. La estructura y la conducta de un organismo no pueden explicarse sólo por procesos psico-químicos elementales, pues nos encontramos ante una jerarquía constructiva, estratificada en múltiples niveles de subtodos que podrían asemejarse a una representación en forma de diagrama  piramidal, en la que las partes formarían nudos y en la que las líneas de ramificación representarían los canales de comunicación y control. Pero estamos hablando ya de un nivel muy complejo de estructuración. El proceso de una primera integración lo protagonizan las partículas elementales, que se combinan formando átomos. Esto supone ya el comienzo de estructuras que estarán en el futuro en constante crecimiento. Sus componentes se combinan al azar, sin que eso quiera decir que todas las combinaciones sean posibles. Entre esos elementos básicos existen relaciones que no permiten ciertas "continuidades" ni la formación de ciertas estructuras. En realidad, tanto si se trata de las primeras fases de la estructuración, cuando intervienen partículas subatómicas, átomos y moléculas, como cuando se habla de células, tejidos, órganos, sistema de órganos, e incluso de organismos completos, es el orden y la medida los que posibilitan en todo momento la descripción y comprensión de los procesos de estructación.
                   Consideremos, por ejemplo, la construcción de una mesa, una casa, un barco, una ciudad, etc. Los ladrillos, las piezas de madera, o las planchas de metal, deben ser apilados y alineados con un orden y unas medidas ajustados a las dimensiones adecuadas para levantar paredes sólidas. Las paredes se elevan ordenadamente con unas medidas apropiadas para ir superponiendo pisos, que, a su vez, permitirán que un edificio crezca armónicamente hasta constituir, por ejemplo, un rascacielos gracias a una organización armoniosa de elementos dentro de los límites que les imponen determinadas medidas. La totalidad del orden que se obtiene, subsume en su seno otros órdenes no menos importantes que el que se contribuye a crear. La organización se estructura propagándose en niveles, al tiempo que se extiende por ellos. Todos los rasgos de una estructura entran en juego juntos de manera coherente. Tan es así, que se puede decir que las estructuras influyen directamente en la formación de nuevas estructuras. De hecho, tal como nos dice D. Bohm, la raíz griega de la palabra organizar, ergon, deriva de un verbo que significa trabajar. Es decir, los elementos estructurales trabajan juntos en todos los casos. El desarrollo de estructuras se basa en procesos de integración escalonados y continuos. Tanto da que hablemos de biología o de física. Las nuevas unidades producto de una integración, pasan a ser los elementos básicos de la siguiente fase o integración. Podemos describir la materia genéricamente, como constituida por elementos muy pequeños (átomos o moléculas) que se organizan trabajando juntos hasta formar células o planetas, órganos o estrellas, seres vivos individuales o galaxias, sociedades animales o nidos de galaxias (cúmulos gigantes de galaxias). Lo fundamental es recalcar el aspecto dinámico de la estructación, sin que haya distinciones demasiado importantes que hacer entre la naturaleza inanimada y los seres vivos.
                   Las múltiples integraciones que llevan paso a paso y necesariamente desde una  situación inicial completamente simple, hasta la formación de una enorme diversidad de estructuras más complejas, son una manifestación de un cierto proceso de automatismo en la organización de la materia. La auténtica limitación a que se ven sometidas las estructuras que se construyen, crecen y evolucionan es la que imponen los órdenes y las medidas que subyacen en ellas. En cada fase de integración los nuevos entes presentan propiedades nuevas que no pueden explicarse por la suma de propiedades de sus componentes, sino sólo como consecuencia de la nueva estructura que ha surgido a partir de la unión de unas partes previas. De ese modo, nuevas clases de estructuras vendrán dadas por los nuevos órdenes y medidas que vayan surgiendo en los procesos de organización que se suceden. En ese sentido, las hipótesis de estructura nos permiten pronosticar  la existencia o inexistencia de ciertas cosas y propiedades, bien sea en el futuro, bien en el presente o en el pasado. Su importancia puede ser tal, que superen las predicciones cuantitativas más exactas.
                   Un punto importante a subrayar es que cada miembro de esta jerarquía constructiva, se encuentre al nivel que se encuentre, es una estructura estable e integrada provista de sistemas de autorregulación y que goza de un considerable grado de autonomía. La naturaleza fundamentalmente dinámica de la estructación no siempre fue reconocida así. La física clásica se caracterizaba por el uso de determinadas coordenadas cartesianas y por una idea del orden absoluto y universal del tiempo, que además era distinto e independiente del orden del espacio. En el marco de la física clásica se contemplaban, pues, unos ciertos tipos de orden y medida básicamente descriptivos. La estructura clásica se basaba en la posibilidad de estudiarlo todo en partes separadas consideradas como elementos constituyentes. Implicaba además el carácter absoluto del llamado orden y medida característicos de la geometría de Euclides. Tanto si se trataba de cuerpos pequeños casi rígidos como si eran partículas sin extensión, se consideraba que eran partes que se encontraban en interacción trabajando juntas.
                   En el pasado pues, solía considerarse que las estructuras eran estáticas y más o menos completas y acabadas. Pero una cuestión importante es cómo se originan y crecen estas estructuras, cómo se mantienen y finalmente desaparecen o se disuelven. Se ha podido observar, por ejemplo, como paso a paso, se produce la integración de los átomos y las moléculas. Y como en cada una de las etapas de combinación de los elementos básicos surgen nuevas unidades estructurales que poseen nuevas propiedades y características. Si se analiza más detenidamente, lo que sucede en la transición de la fase material o prebiótica a la fase biológica puramente evolutiva, observamos también que en la solución primaria existe ya una gran diversidad de estructuras moleculares (fundamentalmente, nucleótidos y polímeros de aminoácidos) que se enlazan formando agregados. Cada cierto tiempo estos agregados se desintegran, y sus componentes básicos, antes o después, vuelven a asociarse con otros hasta formar nuevos agregados. Más tarde vuelven a desintegrarse y a combinarse con otros elementos. Como consecuencia, el azar hará que se produzcan una gran diversidad de estructuras distintas entre si. Pero análogamente a lo que ocurre en el orden, tampoco puede darse una definición completa de la estructura (todo lo más del "estructurando" como algo que se va haciendo). Es una ilusión suponer que en un momento dado se puede abstraer una estructura apropiada como relevante e idónea. Sólo a posteriori, podemos decir que, a lo largo de muchos millones de años seguirán produciéndose combinaciones de agregados que posteriormente volverán a desintegrarse.
                   Pero, ¿que ocurre en un momento dado de la historia prebiótica? Sucede que por azar surge una estructura extraordinariamente grande, en la que sus componentes básicos guardan una determinada relación interna. Se produce una interrelación y coordinación muy especial que hace posible la autoduplicación del agregado, o lo que es lo mismo, adquiere la capacidad efectiva de realizar una copia de si mismo. Por tanto, ¿que ha sucedido a nivel teórico? Pues que al ampliarse el campo de desarrollo del "estructurando", se aprecian los límites de la validez de la abstracción que teníamos establecida y han de incorporarse nuevas ideas. De manera que las abstracciones de la materia periódicamente se van renovando. Si los antiguos griegos elaboraron una abstracción en la que consideraban que la materia tenía una estructura continua, más tarde se abría paso la abstracción de una estructura de partículas discontinuas. Aunque eso supusiera un avance, durante el siglo XIX la ciencia tuvo que liberarse de los conceptos mecanicistas que, más o menos, veían un mundo de átomos colisionando en trayectorias definidas como en una mesa de billar. También esta noción fue superada, proponiéndose estructuras de campo continuo más complejas. Sin embargo, sería la llegada de la mecánica cuántica la que originó una superación en las dicotomías de lo continuo y lo discontinuo. En el futuro, es posible, que puedan surgir nuevas nociones de estructura y "estructurando" a medida que el contexto se amplifique todavía más.
                   La mente para realizar un análisis conceptual de lo que se entiende por estructura, debe reconocer en ella el orden, la disposición, la organización y la conexión de los elementos más sencillos que la integran. Los elementos no tienen por qué ser necesariamente entidades físicas separadas o individualizadas. En un nivel profundo hay que prestar atención al conjunto estudiado y eso servirá de guía al propio pensamiento, que, a su vez, abstraerá elementos nuevos inspirados en la estructura que ha surgido. El uso del lenguaje cinematográfico, por ejemplo, puede poner de relieve como término de comparación, el orden cuidadosamente representado, reflejado, reestructurado, que hay en una película. Los personajes participantes, las situaciones creadas, la trama, las escenas de acción, los encuadres de las cámaras, la iluminación, la ilación musical a lo largo del film, en fin, la "atmósfera" recreada, etc., componen distintos subórdenes o elementos que no acertaríamos a desglosarlos del todo. La composición artística lograda puede llegar a ser de tal naturaleza, que todos los subórdenes estén disueltos sutilmente por todos los niveles de la estructura surgente.
                   En definitiva, lo que se quiere recalcar es que se necesita una conexión entre los elementos participantes en una unión estructural que no tiene por que ser meramente física y próxima. Se pueden crear estructuras de contacto mediato no local, en las que, los elementos se encuentran organizados de manera extremadamente dinámica.
                   Desde ese punto de vista, todo el universo puede considerarse como una realidad estructural. Pensemos en la distribución de los astros en el seno de las galaxias o en la de los planetas en los sistemas solares a que pertenecen. Incluso podemos fijarnos en las relaciones estructurales de los átomos y las partículas subatómicas. Cuando se trata de seres vivos, el proceso de organización se distingue por su mayor complejidad y dependencia de varios sistemas, entre los que destacan el sistema nervioso y el cerebro. En el rango de los sistemas vitales, encontramos no sólo muchos ordenes y disposiciones interrelacionados, sino que éstos se encuentran también conectados a una totalidad. Ésta se organiza en torno a determinados procesos metabólicos en los que los seres se forman, se desarrollan y, llegado cierto momento, mueren. Las moléculas de ADN son las encargadas de portar la información y las instrucciones que se precisan para el crecimiento, el mantenimiento, las reparaciones y la reproducción de las estructuras vitales. En el caso de los embriones, estas propiedades de autorregulación aseguran que, a pesar de los accidentes de cualquier clase que pudieran darse durante el desarrollo, el producto final se atendrá a las normas que hay marcadas. Millones y millones de células se dividen, se mueven y se diferencian sin que sea necesario suponer que tiene que haber dos embriones iguales (aunque sean gemelos idénticos) que se forman de manera exacta. Las desviaciones de la norma son excluidas por los sistemas de autorregulación, de tal modo que garantizan, por así decirlo, el resultado que deba darse.
                   Ese resultado final se debe a que los sistemas de autorregulación se comportan en la práctica como los aparatos de retroalimentación homeostática del organismo adulto. En juego hay un auténtico canon genético de reglas, que, además de ser fijas permiten que haya espacio para elecciones alternativas, o sea, que se produzcan estrategias de adaptación guiadas por retroalimentación y señalizaciones externas que proceden del medio ambiente. Pero los niveles de organización no se quedan ahí. Con los seres inteligentes aparecen otros que incluyen numerosos tipos de estructuras variadas, como el lenguaje, la ciencia, el arte, la organización social, etc., cada uno de ellos con órdenes y conexiones capaces de desarrollar un potencial insospechado de posibilidades.
                   Ahora bien, si las estructuras se forman en un proceso en el que las relaciones de unos tipos se entrelazan con relaciones de otros tipos, mientras que la totalidad resultante se organiza según otras relaciones, y así de modo indefinido, ¿qué papel representa el reduccionismo y el holismo en su análisis interpretativo del mundo?
                   Los reduccionistas se aplican al despiece de la realidad con ánimo esencialmente mecanicista. Eso no tendría excesiva importancia si fueran capaces de sacar las consecuencias necesarias, e integrasen de nuevo los componentes para darles su auténtico significado en el nivel de orden inmediatamente superior. Pero generalmente no suele ocurrir así, sino que se limitan a descomponer los sucesos complejos en cambios de lugar de entidades hipotéticas imperceptibles. Según ellos, el término "superior" solo quiere decir que es más complejo pero no que goce de más cualidades diferenciales específicamente. Si se toma como tesis epistemológica, los reduccionistas pueden llegar a postular un orden jerárquico de las distintas disciplinas científicas. Así, suelen considerar a la física, como la primera y principal de ellas. A ésta, según ellos, están subordinadas en orden de importancia decreciente, la química, la biología, la psicología, etc. También se ha tratado frecuentemente, el reducir la psicología a los términos y conceptos de la neurofisiología. Tal cosa, han hecho, por ejemplo entre otros, I. P. Pávlov y J. B. Watson, que dieron a la psicología un estatuto de ciencia provisional a la espera de que pudiera  integrarse totalmente en la neurofisiología. Pero a todos ellos se les puede decir, que no hay nada en el análisis científico, que obligue a reducir lo nuevo a lo viejo, ni tampoco lo desconocido a términos que nos resulten familiares. La ciencia lo que trata de hacer es analizar lo complejo que aún no ha sido entendido, mediante los elementos simples ya entendidos, lo que no significa que sea factible alcanzar la ambición generalizada del reduccionismo absoluto. Las propiedades de la materia no pueden explicarse sólo mediante las estructuras explicadas o explicitadas. Esa limitación a las pretensiones del reduccionismo surge porque los órdenes implícitos y generativos son activos, incluso imperceptiblemente, en los niveles elementales fisicoquímicos de la materia.
                   Cuando se intenta explicar la complejidad, se practica una reducción desde el punto de vista lógico o pretendidamente racional, lo cual no quiere decir que lo sea siempre en el plano ontológico. Porque, si bien es verdad que se puede derivar un enunciado particular de otro general, no se pueden trasladar sin más miramientos las propiedades de una entidad de nivel organizativo inferior a otra de un nivel de complejidad superior, como si ésta fuera un conglomerado en el que se suman las propiedades del nivel simple. Esto se ve muy claramente en los valores medidos de las propiedades atómicas observables, que dependen no sólo de los propios objetos atómicos (como si fuesen reducibles a las propiedades exclusivas de ellos) sino también de su interacción con el instrumento de observación que es de naturaleza macroscópica. Aquí se trata, pues, de la relación de "partes" y "todo" teniendo en cuenta que no hay preeminencia jerárquica de niveles sino adecuación entre ellos.
                   Cualquier teoría reduccionista sugiere que los adelantos en el conocimiento estriban en una unificación de los rasgos aparentes del universo, convirtiéndolos en otros que dan cuenta de él con una gran economía de medios. Según ellas, debe y puede revelarse la identidad extrayéndola de la diferencia, o lo que es lo mismo, se puede llegar a la deducción de lo particular a partir de lo general. Esa búsqueda de la simplicidad se basa en la supuesta existencia de unas leyes fundamentales de carácter universal o unas sustancias últimas, que tienen vigencia constante sean cuales sean los niveles de integración en que se encuentran los elementos estudiados. Su idea proviene, seguramente, del tan extendido, como en nuestra opinión, criterio erróneo, de que el procesamiento de la información consiste en condensar o reducir la información a lo verdaderamente importante o significativo. Dado que los órganos de la percepción desempeñan la función de un tamiz que, de todos los innumerables estímulos procedentes del mundo exterior, selecciona sólo los que pueden tener relevancia para el conocimiento transmitiéndolos al cerebro, se extrae la desmesurada conclusión de que los órganos sensoriales posibilitan el establecimiento de un código de señales que permiten describir el mundo exterior de forma exclusiva y extremadamente simplificada. Pero una unificación reductora, del conocimiento, además de ser sumamente empobrecedora con respecto a la imagen formada del universo, no se corresponde con la realidad. No es una progresiva reducción lo que descubre la ciencia al inspeccionar el mundo, sino una creciente diferenciación. Una cosa sería, pues, la creciente unificación metodológica en el análisis, y otra muy distinta la creciente diversificación de las técnicas analíticas. Ambas pueden ser eficazmente compaginadas de tal modo que no cesen de encontrarse (así sucede) vinculaciones entre distintos sectores sin exclusión de diferencias cualitativas.
                   En cuanto a la concepción holista de los fenómenos naturales no es más que la inversión mecanicista interpretativa que hemos apuntado para el reduccionismo. Afirma que los elementos de una entidad orgánica cualquiera están condicionados por la totalidad, como ésta lo está por los elementos.
                   Siendo una verdad incuestionable la afirmación del párrafo anterior, sin embargo, no está incluida en él toda la verdad pragmática de la cuestión real. ¿Acaso los elementos no son, a su vez, una totalidad digna de la mayor consideración?
                   La idea de que en el universo hay un orden no causal, holista, no se originó con la física moderna. El todo comprende a las partes, que a su vez constituyen el todo. El universo necesita de sus átomos, tanto como éstos consiguen dotarse de una realidad concreta a efectos de la construcción del universo. Ni siquiera se puede decir cuál de ambas entidades fue la primera en surgir. No se puede tener una cosa sin la otra. Lo cósmico y lo atómico, lo local y lo no local (lo global), lo microscópico y lo macroscópico se confieren mutuamente una determinada entidad y constituyen aspectos diversificados, aunque estrechamente unidos, de la realidad. Todo eso es cierto. La vieja idea reduccionista que perseguía un orden inmutable del universo, o aún más, el establecimiento de ese mismo orden, ha sido desprestigiado por la física moderna. Hay una unidad en el universo que es más profunda y sutil que una mera expresión de uniformidad. Pero esa unidad debe ser analizada con más detalle que el que proponen las ideas holistas. La tesis epistemológica según la cual, las estructuras físicas o los organismos biológicos o psíquicos deben ser estudiados en cuanto totalidad organizada (el término holos, en griego significa <<todo o entero>>) y no en cuanto a la suma de las partes, en principio parece más acertada. Al fin y al cabo, la antigua astrología ya podía considerarse una "ciencia" holista. Su intento de descubrir un orden cósmico en el cual las cuestiones que atañen a los seres humanos se hallen reflejados en la organización celeste, fue enormemente ambicioso y aún posee numerosos adeptos entre los nuevos astrólogos. Pero no hay manera de disponer de una "ley astrológica", pues además de que los elementos que componen las supuestas estructuras celestes, son totalmente arbitrarios e ilusorios, una ley de esa naturaleza nunca podrá ser contrastada repitiendo experimentos en una colección de sistemas similares.
                   Sólo el estructuralismo comprende a ambas posturas, y ellas no le comprenden a él. La realidad es una estructura, pero no una suma de subestructuras. Es una adición de estructuras con sus elementos básicos determinados y siendo dependientes de un espacio concreto. Se ha hablado a menudo, de una analogía con el kantismo en la relación que el estructuralismo instaura entre la estructura y los elementos, la forma y el contenido, y lo que permanece constante y las diferencias empíricas, pero creemos que hay que retroceder un poco más en el tiempo, hasta encontrarnos con la relación que instauró Spinoza entre la sustancia y sus modos. Las estructuras naturales permiten su comprensión a medida que van surgiendo y están determinadas por una sucesión de coincidencias que son resultado de coincidencias anteriores. A su vez, aquellas influyen sobre las probabilidades de existencia de posteriores coincidencias. No hay incompatibilidad de lo dicho, con que los mecanismos de coordinación de los procesos bioquímicos sean capaces de constituir un orden funcional muy complejo y sofisticado. El orden biológico es "funcional" a fuerza de ser "estructural". Lo que ocurre es que no siempre se reconoce en una función el tipo de relaciones que hay establecidas. En ese caso habría que centrarse en los procesos de estructuración que se van sucediendo. Recordemos la célebre frase de Crick (codescubridor de la "doble hélice" del ADN, junto con Watson): "Si no entendéis una función, estudiad una estructura".
                   Cierto es que el "estructuralismo" ha sido despreciado con frecuencia como si se tratase de una teoría pseudocientífica que caricaturizase cualquier parcela del saber humano. También es verdad que durante la década de los sesenta del pasado siglo, se vio disperso entre movimientos de distinto signo: filosóficos, científicos e incluso de crítica literaria, que lo convirtieron en algo banal.
Es evidente que toda realidad está estructurada tanto en física, como en química, como en economía, etc.; si no fuera así nada tendría consistencia ni podría ser objeto de análisis. Hemos de convenir, sin embargo, que eso es decir muy poco.
                   Lo estructural se caracteriza por las relaciones internas que lo regulan. Esas relaciones pueden implicar las más severas y asumidas restricciones y al mismo tiempo suelen suponer la existencia de diversos grados de libertad, de manera que el azar sea capaz de desempeñar el papel que le imprime su imprevisible esencia constructiva. Toda estructura lo es, en función de otras estructuras, bien sean adyacentes o subyacentes. Hay que hacer una salvedad, y es que esta interpretación no podría adaptarse enteramente al mundo cuántico. En él las partes están en interacción con el todo, mientras que el todo no se refiere exclusivamente al dispositivo experimental. A pesar de ello y como manifiesta John Gribbin, "el término holista se ha convertido en una palabra de uso tan equívoco que se hace dudoso adoptarlo.” No en vano, la frase de Crick antes mencionada tiene su enjundia, puesto que su conversión a la biofísica estuvo directamente inspirada directamente por Schrödinger, y el trabajo que condujo al descubrimiento de la "doble hélice" del ADN se llevó a cabo bajo la experta dirección de Lawrence Bragg, físico inglés que llevó a cabo muchas investigaciones sobre los rayos X.
                   Para anudar el lazo faltante entre el enfoque atomista y el holismo, Arthur Koestler propone el término holón, (del griego holos que significa todo y el sufijo on que significa partícula o parte) que vendría a designar a las entidades situadas en niveles intermedios de cualquier jerarquía, a las que se puede describir como todo o como parte, según se consideren desde abajo o desde arriba (con relación a los citados niveles). Está claro que todas las estructuras de la naturaleza tienen una disposición espacial y que influyen directamente en la formación de nuevas estructuras. La ampliación progresiva de unas y otras a través de los procesos de integración se produce muy lentamente. Sin embargo, la tendencia asociativa es tan grande que no es infrecuente la toma de atajos en el largo camino hacia la constitución estructural. Pensemos en el caso de los cristales, que se organizan en estructuras regulares que implican fuertes restricciones y exigen un orden con un alto grado de perfección, aunque no conducen directamente a formas y estructuras superiores.
                   El principio básico de una evolución estructural consistente reside en la configuración de nuevas estructuras con un grado mayor de complejidad, cosa que sólo puede lograrse paso a  paso, a lo largo de procesos de integración escalonados y continuos. Las nuevas unidades que son resultado de una integración, se constituyen en los nuevos elementos básicos de la siguiente integración o fase. En el caso, por ejemplo, de la estructura final de una molécula no se produce una unión simple de partículas elementales <<molecularismo>>, sino que es necesaria la asociación de elementos previamente construidos <<molarismo>> que llamamos, átomos. Como hay un desarrollo jerárquico en el proceso de estructuración (o estructación, si somos más puristas), las moléculas más grandes no se producen por una continuada incorporación al conjunto de átomos individuales, sino que deben utilizar las moléculas más pequeñas como elementos intermedios y necesarios para el surgimiento de unidades de mayor complejidad.
                   Lo que podemos observar en la naturaleza puede igualmente contrastarse matemáticamente. Esto es, una formación jerárquica conduce con gran rapidez a la obtención de una complejidad estructural. En el proceso de combinación, la diversidad de estructuras ha crecido hasta alcanzar proporciones imposibles de imaginar. Tal diversidad es el resultado de múltiples integraciones que son manifestaciones del proceso natural de organización de la materia. Las propiedades de estas partículas elementales, aparentemente simples, son las que determinan la posibilidad de llegar a estructuraciones complejas y a una gran diversidad de propiedades de las moléculas, ya sean grandes o pequeñas. Lo que se nos indica, en definitiva,  es que hay un orden generativo más profundo, común a la materia animada e inanimada.
                   Con esto no se quiere decir, con mentalidad reduccionista, que las propiedades biológicas de la materia puedan deducirse de unas determinadas propiedades químicas, ni éstas de unas determinadas propiedades físicas que hayan podido observarse. En cada paso organizativo o fase de integración, las nuevas asociaciones gozan de nuevas propiedades que no pueden ser explicadas por las sumas de las propiedades de sus componentes, sino que hay que recurrir a las nuevas propiedades surgidas del proceso de estructuración que tiene como fundamento la unión de esas partes más simples. No es preciso para ello recurrir, por ejemplo, a una teoría fundamental todavía más microscópica y reduccionista que la teoría cuántica, que nos dejaría sumidos en la misma perplejidad. Es mejor admitir que dentro del orden global, hay sitio para nuevas fuentes de información, que cobran vida o se activan en los diversos estados por los que pasa la materia.
                   La naturaleza de las partículas elementales facilita la integración de nuevas unidades con sus correspondientes características. Sus propiedades intrínsecas son las que permiten llegar a crear estructuras mediante procesos de integración que, renovadamente desencadenan otros procesos, que dan lugar a nuevos órdenes estructurales dotados de propiedades capaces de generar otras agrupaciones estructurales, y así indefinidamente. Entonces es cuando podemos entender de forma natural que la totalidad de los seres vivos, e incluso de la consciencia, es lo mismo que cuando entendemos la totalización de una molécula o de un material superconductor, aunque la vida sea muchísimo más compleja que una simple organización molecular e increíblemente más sutil que el más sofisticado de los sistemas superconductores. El universo, en definitiva, envolvente de todo cuanto ocurre, se reserva todas las opciones, todas las probabilidades; por eso el futuro es incierto. Pero cuando observamos un subsistema físico de los muchos que lo componen, las opciones se vuelven "reales" y, por tanto, las vemos "estructuradas".  
















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