9-¿QUÉ ES EL UNIVERSO?
õ
"Al
decir que un vaso está vacío, no expresamos la misma idea que el físico que
afirma no existir vacío en la naturaleza, sino que significamos que el vaso no contiene agua,
ni vino, ni aceite. Así pues, cuando
decimos que el ánimo obra sin causa, entendemos sin causa externa y
antecedente, pero no sin causa en absoluto."
Marco Tulio Cicerón (106-43
a.C.)
Los estudios sobre el universo desde el siglo pasado hasta ahora,
permiten demostrar que el espacio no es un receptáculo relativamente inerte y homogéneo, considerada su
inmensidad. También es destacable el que
haya ausencia de pruebas que indiquen que su existencia sea anterior a los
cuerpos que contiene en su seno, o al menos, que sea independiente de ellos como se creía hace tiempo. En consecuencia, podríamos decir sencillamente que, a primera vista, se trata de un parámetro de un continuum a cuatro dimensiones
espacio-temporales, lo que permite constituir un marco apropiado que nos haga ser capaces de perfilar de forma
unívoca el seguimiento de una
trayectoria de la existencia, llamada línea de universo, que comprende
todos los cuerpos u objetos masivos que
dispersamente pueblan el cosmos.
En ese sentido, uniformidad y homogeneidad absolutas son conceptos distorsionados de nuestra
experiencia, obtenidos al intentar abstraer las nociones de espacio y tiempo. El espacio físico posee una naturaleza curvada, conferida por la propia relatividad
de las magnitudes del espacio y el tiempo. En función, precisamente, de esas circunstancias el universo parece
exhibir la doble condición de
infinito e ilimitado.
En línea con las orientaciones que Einstein y Minkowski divulgaron, los nuevos modelos de universo, aún ateniéndose a una inspiración relativista,
experimentaron ciertos retoques de acuerdo con las nuevas ideas desarrolladas y la personalidad de sus autores. Ya
en 1922, Alexander A. Friedmann se percató de que la concepción del universo de Einstein era
muy inestable; cualquier perturbación por pequeña que fuera, haría que se
expandiera o contrajese. Según Friedmann, el universo debería
experimentar una serie sucesiva e infinita de contracciones y expansiones, tratándose por
tanto de un universo oscilante o pulsante. Esa era también la solución preferida por Robert H. Dicke. Según él, aunque el universo se observa cómo salido de la nada, desde el punto cero (en realidad, es un punto con diámetro cero), podría
ser el resultado de un rebote o descompresión que, a su vez, sería una respuesta a un hundimiento previo acompañado de un aplastamiento masivo. Durante la etapa de compresión, entre el Gran Aplastamiento (Big Crunch) y la nueva Gran Explosión
(Big Bang), el universo habría elevado su temperatura de tal modo, que se
descompusieron los núcleos atómicos y se borraron las huellas de la era anterior de la historia cósmica.
Bastaría para eliminar todo rastro del universo precedente, con una "insignificante" oscilación de mil millones de
grados. Ante esa tesitura, podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿por qué habría de producirse la Gran Explosión?
Si quisiéramos entrar en un círculo tautológico que no nos llevase a ningún lado, responderíamos
que la Gran Explosión
es un rebote o gran reacción a un colosal aplastamiento previo y su consiguiente colapso,
pero ya se vislumbra que la cadena de "por qués" se vuelve infinita. Es mejor suponer que la Gran Explosión
empezó en un punto de diámetro
cero (o sea, un punto conceptualmente "inextenso") en el que teóricamente se realizó un sencillo modus “trans-ponens" punto/línea(s):
de punto a infinidad de líneas de fuga por donde el infinito se abrió de nuevo sin llegar a haberse
cerrado del todo previamente,
dado que aunque el punto del que se partió era inextenso de modo conceptual se duda si podía
serlo en la "praxis" del hecho físico concreto.
Para
soslayar esas dificultades que tanto perturban nuestra imaginación, hubo más
intentos de evitar la conclusión de que debe haber habido una Gran Explosión y por tanto un principio del tiempo. Uno de los más interesantes fue realizado por los físicos rusos Isaac
Khalatnikov y Evgenii Lifshitz,
quienes sugirieron en 1963 que el modelo de la Gran Explosión podría tratarse simplemente de una forma peculiar derivada de los modelos de Friedmann, que
después de todo, no eran más que aproximaciones a lo que debería ser "un universo real".
Quizá de todos los modelos más afinados con relación a un universo real, sólo los del mencionado científico contuvieran una singularidad como la de la Gran Explosión. La idea es que podría haber regiones del espacio, donde las leyes de la física colapsaran y donde la materia y la energía e incluso la propia arquitectura del universo, es decir, el espacio y el tiempo se crearan o se destruyeran (en eso constituyen las singularidades). Dado que el manejo de conceptos tan turbadores como éste,
implican la presencia de
densidades infinitamente grandes en el universo y curvaturas del espacio-tiempo de carácter infinitamente pequeño, otros
científicos propugnan una creación "parcial" por medio de una singularidad bastante
débil y de poca entidad.
Ciertamente los modelos de Friedmann eran rígidamente estrictos en el sentido de que consideraba que todas las galaxias
se alejaban directamente unas de otras, de tal modo, que no debería extrañarnos
que en algún momento del pasado estuvieran todas apiñadas en el mismo sitio. Pero en el "universo real" las galaxias tienen pequeñas
velocidades laterales, además de los más expansivamente aparentes. De esa forma
no habría por qué imaginar que todas las galaxias estuvieron reunidas en un mismo lugar en el pasado, sino
simplemente más o menos cerca unas de otras. Cuando el universo previo entró en colapso, una fracción muy considerable de las partículas que lo formaban, pudieron no haber
colisionado entre sí, sino que, tal vez, se entrecruzaron y separaron más tarde, produciéndose
la expansión conocida del
universo. Lo que los dos científicos rusos mencionados hicieron fue imaginar modelos
de universo que se aproximaban mucho a los modelos de Friedmann, pero que tenían en cuenta las velocidades
aleatorias del universo real y también las irregularidades
que eso provocaban. Tal proceder les llevó a la conclusión lógica de que parecía haber una infinidad
de posibilidades superiores de modelos del tipo Friedmann sin una singularidad como la de la Gran
Explosión, que con una. ¿Por qué no concluir, pues,
pensando que en realidad no ha existido la Gran Explosión en términos absolutos y que en realidad lo que ha habido son creaciones
parciales? Sin embargo, en 1970, los científicos Khalatnikov y Lifshitz se percataron de
que había una clase mucho más
amplia de modelos del tipo Friedmann que si presentaban singularidades y en los que las galaxias no tenían que
estar moviéndose de un modo particular. Esa constatación les llevó a desdecirse de sus afirmaciones anteriores.
Durante unos pocos años de la década de los sesenta del siglo pasado surgió, pues, la incógnita entre los cosmólogos de si la teoría de la relatividad general era capaz de predecir que nuestro universo
había tenido una Gran Explosión,
o lo que es lo mismo, un principio del tiempo. Las dudas se disiparon, en cierto
modo, cuando el físico y matemático Roger Penrose, en
1965, abordó estas cuestiones de forma totalmente diferente.
Sin salirse del marco de la relatividad general, demostró que una estrella que se colapsa bajo la acción abrumadora de la fuerza de la gravedad, queda atrapada en una región cuya superficie se
reduce con el tiempo a tamaño de
"diámetro cero". Es más, si la superficie de la región se reducía a "cero", lo mismo debía suceder con su volumen. Toda la materia de la estrella estaría comprimida, de tal forma que la densidad de la materia y la curvatura del espacio-tiempo no solo se harían infinitas, sino que
también la estrella se vería
comprimida y reducida en una región de volumen nulo. Es
decir, se obtendría una singularidad contenida dentro de una región del espacio-tiempo
llamada "agujero negro". El resultado del teorema de Penrose no
parecía muy trascendente, puesto que solo se aplicaba a estrellas y no parecía que tuviera nada que ver con la cuestión de si el universo entero tuvo que ver en el pasado con una singularidad del tipo Gran Explosión. Pero enseguida el físico Hawking, su colega británico, se dio cuenta
que si se invirtiera en el citado teorema la dirección del tiempo, de forma que el colapso se trocase en una expansión, las condiciones del mismo seguirían verificándose sin más restricción que la de que el universo a gran escala, fuera en la actualidad
"aproximadamente" como un modelo de Friedmann. En todos los cálculos que hacían Penrose y Hawking los únicos lugares donde se formaban singularidades eran los centros de agujeros negros que siempre estaban rodeados por "horizontes de
sucesos", es decir, por unas superficies imaginarias que señalan el punto de no regreso. Dentro del horizonte de sucesos,
la velocidad necesaria
para escapar de la fuerza gravitatoria del agujero negro, sería superior a la de la velocidad de la luz, el límite absoluto de velocidad en la naturaleza. En el interior del horizonte de sucesos el espacio y el tiempo intercambiarían sus funciones; del mismo modo que no se puede
mirar "fuera" del universo tampoco se podría mirar "fuera" del agujero negro: todo conducía a la aceptación de la singularidad. Todo lo que parecía surgir de una singularidad, fuera
lo que fuese, no podría
escapar nunca del agujero negro que lo encerrara.
Tan convencidos estaban que las singularidades debían existir que Hawking y Penrose
publicaron un artículo conjunto en
1970 en el que probaban que debía
haber habido una singularidad como
la de la Gran Explosión, con la "única"
condición de que el universo contuviera tanta materia como observamos y que la relatividad general
de Einstein fuese correcta. No obstante, esa prueba puso en
claro que la teoría de la relatividad es incompleta,
pues no puede decirnos como empezó el universo: tan solo predice que todas las teorías físicas, incluida ella misma fallan al principio del universo. De ese modo, se hizo notorio que el teorema de la singularidad requería
de la otra gran teoría
parcial del primer tercio del siglo XX, la mecánica cuántica. Es
decir, muy al principio del universo, esté era tan
pequeño, que debió haber un tiempo en el que no se podrían ignorar los efectos de pequeña escala que son objeto de la citada teoría.
Pero la teoría cuántica y la relatividad general no parecían tener nada en común. Mientras
que las leyes paradójicas de
la mecánica cuántica
sirven para describir la naturaleza en la escala submicroscópica de los átomos y partículas elementales, es la gravedad la que rige la estructura a gran escala del espacio-tiempo. Intentar reconciliar esos elementos opuestos,
supone enfrentarse con múltiples infinitos y anomalías de todo tipo.
Las famosas leyes de Newton se
convierten en un "inquietante" promedio estadístico en el dominio subatómico.
Las leyes físicas conocidas,
tan rigurosas cuando intervienen grupos de billones de partículas elementales,
se convierten únicamente en conjeturas cuando interaccionan dos partículas.
La respuesta que encontró
Hawking fue: el viejo conocido de la mecánica cuántica, “principio
de incertidumbre". Una de las implicaciones del "principio de incertidumbre" es que no existe una nada absoluta; el espacio, tal como lo concibe el entendimiento de antemano, no puede estar nunca absolutamente
vacío. La razón es que la cantidad de masa-energía
en un volumen dado es
siempre incierta, por muy cuidadosas que sean nuestras mediciones. Cuanto más
corto es el tiempo de medición,
más incierto es el resultado.
Desde luego, la creación de materia se puede interpretar adecuadamente en
términos del espacio en expansión. En ese sentido, la elasticidad del espacio parece no tener
límite. La parte más diminuta de
él puede expandirse
hasta el infinito. Una milmillonésima de segundo
después de la creación de nuestro
universo actual, su contenido, en el que caben miles de millones de billones de años-luz cúbicos,
estaba comprimido en un volumen del tamaño del sistema solar. En los momentos anteriores ocupaba un volumen mucho más pequeño aún.
De ahí que el espacio parezca provenir de la nada y que la materia pueda surgir del espacio. Pero se intuye que
debe haber algo (en un sentido: decisivo) capaz de impulsar una porción ínfima de
espacio en la senda de la explosión expansiva y es aquí donde los científicos se dan de
bruces con la causalidad, la singularidad y demás cuestiones afines.
Dado que todas las teorías físicas que se presentan están formuladas en el contexto del espacio y el tiempo convencional, la existencia de una barrera con el espacio-tiempo sugiere que los procesos naturales físicos no pueden continuar más allá de la misma. Es por eso que una de las más sorprendentes
implicaciones del "principio de incertidumbre" es, como decimos, que no hay una nada absoluta; sencillamente la existencia de espacio no es
compatible con el vacío absoluto. Nada parece más vacío que las desiertas extensiones entre estrellas y galaxias. Sin embargo, incluso en el más remoto paraje del universo está presente el gas que todo lo inunda.
Es cierto que la densidad es muy baja y que cuanto más lejos esté
de las galaxias, más enrarecido se hallará pero su presencia no puede obviarse
nunca. Para que nos hagamos una idea: cada centímetro cúbico de aire contiene unos 5×10¹⁹ (cinco por 10 elevado a 19) átomos, y el medio "conocido" intergaláctico,
10-⁶ (10 elevado a menos 6), es decir, como si cada átomo dispusiera de un metro cúbico para moverse. Es más, puede que a
pesar de esa gran dispersión la masa atómica (conocida y no conocida) del gas intergaláctico exceda a
la masa atómica combinada de las estrellas de todas las galaxias en un cincuenta por cien. En todo momento, pues, la cantidad de masa-energía que hay en un volumen dado de
espacio es siempre incierta, por muy afinadas que sean nuestras mediciones. Esa
incertidumbre sobre las "fluctuaciones de Vacío", no nos impide decir que éste es en realidad una fuente invisible de
creación, como pudo serlo desde el mismísimo origen del espacio-tiempo. En ese orden de cosas, no solamente puede atribuirse el origen de la materia al universo en expansión, sino
también el
origen de su propia organización. Así es como siguiendo esas premisas se
elaboran los
modelos de universo.
Ya hacía tiempo que en las primeras décadas del siglo XX en el observatorio Lowell, Vesto M. Slipher, iba obteniendo las primeras pruebas de que las galaxias se distancian entre
sí, cuando en 1929 Edwin P. Hubble demostró que la velocidad a la que las galaxias se alejan es proporcional a la distancia a la que se encuentran de nuestro
puesto de observación. La conciencia de la existencia desde esa fecha de un universo expansivo implica que éste se va desarrollando a partir
de una densa concentración de
materia, hasta llegar a la distribución actual con una vasta diseminación cósmica de las galaxias.
Dentro de la aceptación general del universo expansivo, hay algunos modelos que tienen cierta
originalidad. Así, el
modelo de Eddington llamado del uranoide se basa, nada más y nada menos, que en la medición efectiva del universo a base de un solo protón. Llega a la conclusión de que el número de protones total que existen en el universo es de 10⁸⁰(diez elevado a ochenta). Otro, propuesto por De Sitter, además de
hallarse casi vacío, es de expansión continua. Partiendo también de la idea de expansión, Lemaître
realizó cálculos sobre la misma y dio a luz su modelo del "átomo primitivo". Se
fundamentaba en que hace unos diez mil millones de años (cifra que ha sido controvertida, pero
que ahora se ha establecido de una manera muy aproximada en trece mil setecientos millones de años)
hizo explosión un
átomo "superdenso"
(llamado por Gamow "fluido nuclear") extraordinariamente caliente y de extensión relativamente pequeña. Ese "átomo" o "fluido" de
densidad tan enorme fue el germen del universo actual, con sus ingentes cantidades de
galaxias.
La verdad es que se pueden
construir todo tipo de modelos, hasta los más extra- vagantes. Pero si lo que se quiere es obtener mayor
fiabilidad, es preciso aumentar el nivel de información sobre los parámetros
fundamentales. El más importante de ellos es la masa total del cosmos. Dado que los astrónomos son incapaces de
justificar la existencia de más de un
diez por cien de la masa necesaria para detener la expansión y a obligar al universo a ir en otra dirección, una parte de ellos se inclinan por
sostener la idea de la expansión indefinida de éste. Dicke y Peebles sugirieron con sus ecuaciones matemáticas
que el universo está sobre el “filo de un cuchillo”,
equilibrado entre la expansión indefinida y el
colapso, entre estar curvado de un modo que propicia una posibilidad o entre estar curvado de un modo que presupone la otra. No obstante, frente a tan dudosa
cuestión puede imaginarse la existencia en algún lugar de una masa oculta
suficiente para cerrar el
espacio-tiempo. Esa masa podría
estar, según las teorías alternativas que se manejan, en el interior de millones de
agujeros negros, formados en el instante en que se
produjo la
Gran Explosión, sumideros de materia de los que ni siquiera la luz puede escapar. El espacio, según la teoría cuántica, estaría cuajado de
ciertas singularidades en forma de agujeros negros virtuales. Sus habituales colapsos y frecuentes disipaciones perturbarían el espacio y el tiempo continuo a la escala de los microsucesos. Y no solo eso, según
Alan Guth, quizá fueran los gérmenes de nuevos universos.
Podría haber una cadena infinita de universos generando otros universos. Si Guth
estuviera en lo cierto, este universo
sería poco menos que una ligera manchita en un conjunto mucho más brutal e incomparablemente grande, llamado por él, metauniverso.
En lo que concierne a las dimensiones cósmicas actuales, éstas vienen influidas por la permanencia en su acción de las constantes universales, y viceversa. Bajo esos
supuestos es como analizamos la compleja estructura de lo que llamamos la realidad física del universo. El factor más importante en la historia de éste, es que se
enfría a medida que se expande, y que los rastros de su origen se borraron. De hecho, ha presentado
aspectos muy diferentes en distintos momentos del pasado.
Siempre que la materia del universo se ha reordenado en respuesta a una disminución de temperatura, se
ha producido una congelación de una manera análoga, aunque en un sentido ligeramente distinto,
a como se produce el
paso de una nube de vapor cuando
su temperatura baja. Primero veremos un gas, luego el gas se condensará en gotas de líquido y, por último, si la temperatura ambiente sigue
bajando, se observará que el líquido se transforma en hielo sólido. Fenómenos parecidos, o más bien asimilables a congelaciones pueden
señalarse varios en la historia del universo. En el primero de ellos se produjo la formación de núcleos a partir de partículas elementales tres
minutos después de la Gran Explosión y la formación de átomos a partir de electrones libres y núcleos unos cuatrocientos mil años más
tarde. La congelación de las partículas en núcleos no
pudo ocurrir hasta que la temperatura no fue lo suficientemente baja, como para que las fuerzas disruptivas debidas
a las colisiones fueran
sobrepasadas por interacciones atractivas más fuertes. Cada congelación originó una nueva era en la historia del universo, presentándose la materia en una forma predominante, distinta
de la que había tenido
antes.
En la naturaleza se producen transiciones en las que la reordenación de la materia y, en su caso, los cambios de simetría
asociados a la congelación no conlleva una liberación de energía y sólo intervienen distribuciones de fuerzas. Se trata de transiciones
de fase, denominadas de segunda especie (el ejemplo más conocido es la formación de un imán corriente). Las congelaciones de fuerzas no implican una reordenación fundamental de la materia, sino que únicamente se
pierden unificaciones haciendo cambiar las simetrías fundamentales de la naturaleza. Pero por regla
general, la aparición o surgimiento de nuevas formas
de materia, como en los casos de átomos y núcleos en los que hay una auténtica "reordenación" a fondo de la materia, se consideran propiamente congelaciones o transiciones de primera
especie. Las temperaturas a las que se congelan las fuerzas dependen de las masas de las partículas que se
intercambian en su generación.
Si comenzamos por la Gran Explosión y progresamos hacia adelante en el espacio-tiempo, hemos de observar una serie
de congelaciones que suponen la aparición de nuevos tipos de
materia, en unos casos, mientras que en otros, intervienen determinadas
fuerzas. Cada congelación, sea
de materia o sea de fuerza, supone la inauguración de una nueva época en la historia del universo. Las diversas congelaciones, de los quarks, de la fuerza electrodébil, de la GUT (acrónimo en inglés de la teoría de la gran unificación, Grand Unified Theory) suponen otros tantos hitos
en la marcha expansiva del
universo.
Pero hay un
problema fundamental en este panorama de expansión sin advertidos obstáculos
que la dificulten. Se trata de la consideración sobre posibles alteraciones
habidas en el ritmo expansivo, en
ese dilatado periodo de tiempo, y se conoce como problema del horizonte. El enigma al
que aludieron Peebles y Dicke, se refería al hecho de la enorme uniformidad que presenta el universo, según demostraba la radiación cósmica de
fondo.
En efecto, si se observa
la mencionada radiación cósmica que llega a la Tierra desde distintas
direcciones, encontramos que es casi isótropa, varía sólo una proporción entre
cien mil. Esto implica que la parte del universo susceptible de ser visualizado exclusivamente por encima del hemisferio norte,
estuvo alguna vez en comunicación con la parte del universo que ahora está situada por encima de la región del polo Sur, ya que ambas
partes tienen que haber llegado al equilibrio térmico en algún momento del pasado. En la idea convencional de la Gran Explosión ya se contemplaba que todo el universo hubiera estado
conectado en un
punto de diámetro cero "real", en el que aquella tuvo origen,
pero no comprendía ningún momento del pasado en el que se hubiera establecido este equilibrio tan grande. Ni siquiera resultaba así,
aunque se recurriera a señales que viajasen a la velocidad de la luz. La realidad es que resulta ilocalizable alguna sección del universo cuya radiación
difiera en características relevantes, de la asociada con cualquier otra parte de él. La radiación de microondas es típica de la que emite un cuerpo que se encuentra
a la misma
temperatura en todas partes. La explicación sólo puede ser que en un momento determinado del remoto pasado, el universo estuvo ya en
equilibrio térmico.
El problema del horizonte se suscitó a causa de haber supuesto que podía
extrapolarse el tamaño del universo retrógradamente,
sin tener en cuenta que cuando éste tenía 10-³⁶(diez elevado a menos
treinta y seis) segundos de existencia, su radio de curvatura era ya demasiado
grande para permitir la comunicación entre regiones "alejadas". Pronto se vio
que era necesario explicar cómo ha podido mostrarse el universo tan perfectamente homogéneo. Dado que la probabilidad de que naciera
ya así, es astrofísicamente mínima, hubo que recurrir a imaginar un proceso equilibrante que
dependiera del intercambio de
energía entre regiones heterogéneas. Sin
embargo, sabemos que ni el calor, ni la energía, ni nada de lo que contiene el universo puede viajar a una velocidad superior a la de la luz. Las microondas procedentes de distintas partes del cielo llegan de regiones tan
remotas, que desde prácticamente el principio del universo, no hubo tiempo para que una señal se propagara entre ellas y homogeneizase sus
propiedades, ni siquiera a la velocidad de la luz. En consecuencia ¿Qué, o quién, realizó una regulación tan perfecta que impidió que hubiera un colapso general de la parte de universo que se
vislumbra en el hemisferio sur y una expansión general en el otro hemisferio, o viceversa?
Según Alan Guth, la inflación nos ofrece quizá la más verosímil explicación científica de la creación de casi toda la materia y energía del universo. Las predicciones de la teoría de gran unificación
(GUT) nos permiten hablar de un período inflacionario del universo, en el que la expansión fue mucho más rápida que en el período inmediatamente anterior y en el inmediatamente posterior. Antes y después del período inflacionario, el radio del universo aumentaba suavemente. Sin
embargo, durante la inflación fue extraordinariamente rápido. Poco después del tiempo de Planck, la bola de fuego de masa indiferenciada y altísima energía, en la que la gravedad se había
ya segregado del
conjunto, conservaba perfectamente unificadas todavía las interacciones
fuerte, débil y electromagnética. En algún lugar de ese espacio-tiempo
primordial, la temperatura bajó a 10-²⁶(diez elevado a menos ventiseis) grados K, justo donde en teoría,
debería romperse la simetría de gran unificación. Pero ésta, inopinadamente
persistió. Bastó para ello que una insignificante porción de espacio del tamaño de un protón, se enfriase de manera desproporcionada,
para que actuase con la fuerza equivalente a varios kilogramos de aparente falso
vacío. Su potencial explosivo era tal, que cada 10-³⁴(diez
elevado a menos treinta y cuatro) segundos se duplicaba de tamaño, a la par que su energía, se
multiplicaba por ocho. Se producía una especie de efecto de
realimentación. A medida que el universo se hinchaba aumentaba el volumen de espacio-tiempo extremadamente enfriado. Cuanto mayor
era el universo, más aparente falso
vacío había y la cantidad total de energía en
vez de diluirse con la expansión, aumentaba. Hasta que
en el momento en el que el radio de la burbuja alcanzó unos diez centímetros, el tamaño de una naranja, se rompió por fin la simetría y eso sirvió para que aparecieran nuevas pequeñas burbujas de lo que habitualmente llamamos
"auténtico vacío".
Así pues, la inflación se debería haber detenido por si misma cuando el nivel cada vez menor de la energía llegara al punto de diámetro cero
real. En aquel momento una onda de vacío que llamamos auténtico de energía nula, un espacio-tiempo asimétrico sería capaz de propagarse
hacia fuera a la velocidad de la luz. Las transiciones de fase, una vez iniciadas se propagaron de manera tan incontenible que
trastocaron todo a su paso. Así, los vacíos llamados "auténticos" lanzados hacia fuera, absorbieron el universo inflado que encontraban ante sí hasta
llegar a aglutinarse. En su seno, a medida que el aparente falso vacío se desintegraba y era sustituido por el llamado "
vacío real", se rompían las simetrías y gran parte de la energía se condensaba en materia y radiación reales.
Lo cierto es que el equilibrio térmico se estableció para siempre antes de que
empezara la inflación y las distancias se hicieran cada
vez más grandes. Pero la idea fundamental es
que, entre medias, a medida que el universo se inflaba, se llenaba de energía positiva en
forma de aparente falso vacío. Al final de la inflación, cuando apareció la onda de vacío llamado auténtico,
esa energía había crecido de manera casi inimaginable, hasta el extremo de unos cien órdenes de
magnitud, tomando como referencia, no más de una decena de kilos originales. Sin embargo, el universo se mantuvo
equilibrado, por que a medida que todas las partes se alejaban, la energía gravitatoria se iba haciendo también más
poderosamente negativa.
Cuando la inflación se detuvo y se había formado una burbuja de dimensiones más que suficientes el universo tenía ya una edad de 10-²⁰(diez
elevado a menos veinte) segundos y comenzó la expansión normal y sin sobresaltos. Pero cuando medimos el fondo de microondas, observamos que tal cosa, lleva
implícito ese recuerdo indeleble y aunque el
universo se expandió rápidamente, cada parte de él llevó consigo la marca de una era anterior, en la que todo estaba a la misma temperatura. Estas teorías inflacionarias son
sofisticadas pero convincentes, pues además de permitir explicarnos la expansión del propio espacio sin recurrir
a ningún movimiento de la materia contenida en él, no se violan las restricciones impuestas por la relatividad acerca de la velocidad de la luz, se compaginan con la uniformidad del fondo de microondas y amplían más si cabe, nuestra visión sobre la unicidad del propio universo.
Si damos por buena la idea de que en la Gran Explosión el espacio y el tiempo (sub specie
aeternitatis) surgieron de "algo", debemos admitir que hubo una creación y que el universo tiene una edad
finita. Dadas esas premisas, el universo no ha alcanzado el equilibrio termodinámico porque a pesar de haber estado
desordenándose durante trece mil setecientos millones de años, está aún muy
lejos de finalizar el
proceso. Además, nos sirven para comprender por qué las galaxias no se han precipitado
unas sobre otras. La gigantesca explosión las ha separado, y aunque el ritmo de separación está decreciendo, no ha habido
tiempo suficiente para que empiece a revertir el proceso. Ni siquiera podemos estar seguros de que lo haga.
A partir del año 1998 las ideas con respecto a la evolución del universo han cambiado bastante.
Gracias a los datos experimentales obtenidos con gran precisión por el telescopio Hubble, parece observarse que la expansión no se detiene, sino que se acelera. Si se compara la velocidad de
recesión entre galaxias muy lejanas, que son vistas como eran hace miles de
millones de años, y las más cercanas, la conclusión es que hay después de todo una constante
cosmológica distinta de cero. Pero
inesperadamente para los físicos teóricos, esa constante, aunque no es cero, es mucho más pequeña que lo que podríamos
esperar de las teorías unificadas
de partículas elementales que se estudian en la actualidad. El caso es que la constante cosmológica, de momento (y otra vez) parece que
existe y
tiene un valor
lo
suficientemente pequeño como para no haber interferido en el pasado remoto del universo, en la formación de los objetos compactos que lo componen.
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